“No sabemos todavía cómo hacer”: visitamos la zona de reserva campesina del Tolima | ¡PACIFISTA!
“No sabemos todavía cómo hacer”: visitamos la zona de reserva campesina del Tolima
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“No sabemos todavía cómo hacer”: visitamos la zona de reserva campesina del Tolima

Santiago Valenzuela A - noviembre 14, 2017

Visitamos la ZRC del sur del Tolima, la única de las seis existentes que parece funcionar.

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Foto: Sara Gómez | ¡PACIFISTA!

Una vasta extensión de tierra fértil se extiende en el cañón de las Hermosas, uno de los refugios históricos de las Farc. Hoy veo esta región del sur del Tolima desde una carretera destapada. No veo casas, no veo animales. “No basta un plano general”, me dice Sara, la fotógrafa que viaja conmigo. Es necesario subirse al caballo o a la moto, lo que venga primero, para entender por qué este lugar busca consolidarse como Zona de Reserva Campesina (ZRC). Por los senderos, me dijeron, habitan familias que estuvieron presas por el conflicto armado durante cinco décadas.

Familias que hoy planean otro futuro.

Visitamos la zona el pasado 14 de octubre, cuando cientos de campesinos de todas las regiones del país llegaron al casco urbano de Chaparral para asistir el Encuentro Nacional de Mujeres de las ZRC. La ubicación del evento no era gratuita. Después de la firma del acuerdo de paz hace casi un año con las Farc, el sur del Tolima pasó a ser una de las regiones en donde, después de cinco décadas de guerra, comenzaron a verse los cambios. Uno de ellos es el proceso de constitución de una ZRC.

En 2014, cuando cerca de cien campesinos de Chaparral, Planadas, Ataco, San Antonio y Rioblanco se reunieron para hablar sobre la creación de la ZRC del sur del Tolima, los problemas en la región ya comenzaban a cambiar: ya no eran el temor por los combates entre los frentes 21 y 25 de las Farc y el Ejército, ni las arremetidas del bloque Tolima de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Lo que marcaba las conversaciones cotidianas eran asuntos relacionados con la titulación de predios, la reparación de vías y la necesidad de regular los precios de los insumos agrícolas.

La ZRC les permitía, además de unir a los cinco municipios del departamento en un mismo territorio rural, crear condiciones para que la tierra fértil quedara en manos de campesinos. Así podrían hacer realidad ideas como la creación de mercados campesinos, la exportación de café y la inclusión de guardabosques en el ordenamiento territorial para proteger el medio ambiente.

Las Zonas de Reserva, creadas a partir de la Ley 160 de 1994, justamente tienen como propósito fortalecer la agricultura mediante el acceso a la tierra, un punto que concuerda con la Reforma Rural Integral contemplada en el acuerdos de paz.

Foto: Sara Gómez | ¡PACIFISTA!

“Era duro trabajar escuchando tiroteos”

“Si quieren conocer las profundidades de la ZRC necesitan una moto, sino no llegan nunca”, nos dijo un integrante de la Asociación de Trabajadores Campesinos del Tolima (Atracatol). Las chivas para llegar a la zona eran escasas y no había un flujo frecuente de carros hacia zonas como el corregimiento de la Marina o el Cañón de las Hermosas. En el casco urbano de Chaparral, para recorrer la zona la Asociación nos prestó una moto tipo enduro.

Seguimos en la moto hasta el corregimiento de La Marina a Yesid Rugeles, uno de los encargados de socializar el proyecto de ZRC en Chaparral. Sara registraba escenas desde el asiento trasero. El contraste se hacía más intenso mientras avanzábamos por los caminos montañosos. El ruido de Chaparral se desvanecía durante el trayecto, hasta que en un punto solo se escuchaba el ruido del motor. En ese momento supimos que habíamos llegado a la ZRC. Después de pasar una zona conocida como “El Cruce”, recorrimos unos diez kilómetros más hasta llegar a la primera casa campesina, incrustada en la cima de una montaña.

El silencio era profundo.

Un zapato del hijo de John. Foto: Sara Gómez | ¡PACIFISTA!

Ganado en una especie de antejardín gigantesco, al fondo palos de café, y en la entrada de la casa, gallinas y marranos: así se veía la finca habitada entonces por John Ramírez, un jornalero de cuarenta y tres años que ha pasado toda su vida en esta zona de reserva.

—¿Y su patrón dónde está? —, le dijo Yesid.

—Está por fuera. Yo estoy hace un año acá cuidándole, pero me voy el 30 de noviembre porque acá está muy barato. Me paga 700.000 pesos por cuidar la finca y me toca estar pendiente de ochenta reses, del café, de fumigar. Eso es muy poquito.

—¿Y usted no tiene tierra?

—Mi abuelito tiene una.

—Porque mire, con el tema de las zonas de reserva va a entrar la Agencia Nacional de Tierras a titularle al que no tiene títulos y a darle tierra al que no tiene tierra.

—Ah, sí, eso me dijeron. Pero no sabemos todavía cómo hacer.

—Mire, por ejemplo, allá (señala el horizonte), en La Holanda, allá hay una finca grande, y la idea es comprarla para que las personas que están dentro del Páramo de las Hermosas sean reubicadas y puedan trabajar allá.

—Yo siempre he vivido más allá del Cañón, Yesid, por los lados de la vereda de San Pedro. Lo que pasa es que el trabajo está muy difícil. Un señor me dijo que me dejaba sembrar 5.000 palos de café en su finca. Los comencé a sembrar y me di cuenta de que necesitaba un poquito más de suelo. Pero el señor no me dejó, me dijo que me fuera, y ahora estoy perdiendo esos 5.000 palos. No me dejó sembrar más porque dijo que luego le quitaba la tierra.

—Es que ese es el problema. El que tiene tierra no la deja trabajar, y el que quiere trabajar no tiene tierra. Con la zona de reserva la idea es que esos dueños que no la utilizan se la vendan al Gobierno y que luego se las repartan a las personas que saben trabajar la tierra.

—Pues sería muy bueno porque todos los dueños antiguos no dejan casi que trabajar nada porque les da miedo que uno se quede con el pedazo de tierra. En San Pedro hay muchas personas como yo que saben trabajar el campo y están en la misma situación. Es que yo, donde tuviera un terreno donde pudiera tener 4.000 palos de café, ya viviría bueno.

—Creada la Zona de Reserva Campesina, a las familias se les daría una UAF (Unidad Agrícola Familiar), o sea que le entregarían a usted entre ocho y diez hectáreas.

—Yo con eso ya estaría muy contento, Yesid.

John Ramírez, jornalero en la ZRC de Chaparral. Foto: Sara Gómez | ¡PACIFISTA!

Hace unos meses, como John me contó más adelante, pidió un crédito por 800.000 pesos. Lo pagó, y ahora le ofrecen cinco millones de pesos. Sin embargo, con su salario actual no le alcanzaría para las cuotas ni para comprarse una finca rentable, que en la zona puede costar entre 20 y 30 millones de pesos.

Los dos hijos mayores de John, de veintiún y veintitrés años, están en la misma situación: trabajan en fincas esporádicamente. El menor, de tres años, tiene una enfermedad que le paraliza la mitad del cuerpo. Cuando esto sucede, John debe ir a Ibagué o Chaparral y asumir los costos de la salud de su hijo.

Antes de irme de la finca, le pregunté a John si las cosas han cambiado, si siente que existe un cambio después de la firma del acuerdos de paz.

“Mucho. Aunque sigue duro el tema del trabajo. Usted no sabe cómo es eso de trabajar todo el tiempo escuchando tiroteos, menos mal eso no volvió a pasar”, dijo. “Por allá en 2006 estuvo muy duro. Por cualquier cosa lo podían totear a uno. Una vez unos señores llegaron por mi casa en San Pedro diciéndome que dizque yo andaba con paramilitares y ahí mismito que pal bosque, que me iban a matar. Menos mal llegó el señor de una finca y les dijo que yo no tenía nada que ver con eso. Hoy uno siente que se quitó ese peso de encima”.

En la zona predominan las pequeñas parcelas de café. Fotos: Sara Gómez | ¡PACIFISTA!

El diálogo que John sostuvo con Yesid toca un punto neurálgico de las conversaciones de La Habana: hoy 54,3 por ciento de los predios rurales se explota sin títulos de propiedad, según cifras del Ministerio de Agricultura. Y esta es una de las razones que motivó a sesenta y dos organizaciones campesinas de diferentes regiones a impulsar las ZRC.

¿Qué quieren? Formalización, acceso a la tierra, un Fondo de Tierras que priorice la recuperación de los baldíos indebidamente apropiados, procesos agrarios, entre otras peticiones que coinciden con las aspiraciones de John.

Turistas gringos en El Limón

A veinticinco minutos del Cañón de La Marina queda el corregimiento El Limón, lo más similar a un casco urbano en la zona: iglesia, plaza, cementerio, algunos locales comerciales.

Este lugar se convirtió, con los años, en un punto de encuentro para los productores de café y panela. Las tiendas todavía tienen en las paredes publicidad con el logo viejo de Postobón, y en un café internet aparece incrustada en el techo la antigua imagen de Telecom.

“Es que por aquí antes no venía nadie”, decía Yesid mientras caminábamos por las calles.

Ahora, en las temporadas de turismo, por estas mismas calles canadienses y gringos caminan buscando café. La asociación de cafeteros del corregimiento ha buscado enlaces directos con empresarios extranjeros para exportar, sin intermediarios, uno de los mejores cafés de Colombia, como lo ha reconocido la misma Federación Nacional de Cafeteros. En las tiendas con avisos vetustos de los años ochenta hoy se ve extranjeros probando café y, en algunos casos, averiguando por el cacao.

En la salida de una cafetería, mirando a la venta de panela, un campesino me cuenta que su única educación, además de “la universidad de la vida”, fueron la constitución de la Unión Soviética y las charlas que su padre —según él, un comunista exiliado del departamento de Antioquia— le daba todos los días.

“Fue una formación política”, me dice. Su nombre es Germán Villa y representa, para muchos vecinos, una voz ilustrada de la guerra. “Habría podido unirme a la guerrilla, pero ellos abandonaron la ideología. Solo les comenzó a interesar el enriquecimiento. Por eso opté por seguir mi vida como campesino. Tengo siete hijos y trabajo con ellos”.

Germán Villa creó un oleoducto para transportar su café. Foto: Sara Gómez | ¡PACIFISTA!

Sin vías terrestres ni canales de comunicación con el Estado, Germán creó un método para transportar el café de su finca a Chaparral, donde podría comercializarse más fácil y llegar a Ibagué.

“Transportar el café en cable salía muy caro: me costaría como 40 millones. La otra sería con mulas, pero cada una me vale tres millones y necesitaría mínimo cinco. Lo  que hice fue mandar un oleoducto de mil metros de la finca a la carretera y mandar el café por ahí. Acá nos toca todo así, solos. Yo compré los materiales, los tubos PVC, todo. Al final todo me costó como tres millones de pesos”.

Opté por seguir mi vida como campesino. Tengo siete hijos y trabajo con ellos

Del pueblo salimos al sector de La Glorieta, una pequeña zona rural ubicada en la cima de una montaña. En el camino vimos tres retenes del Ejército. Estaban ahí, como me dijo Yesid entre risas, para demostrar que el Estado había llegado al sur del Tolima. Después de pasar quince minutos atravesando trochas llegamos a la finca El Porvenir, quizás el punto más estratégico para ver la ZRC. Desde ahí podía verse el crecimiento de los cultivos de café, algunos espacios deforestados por ganadería y dos hilos montañosos en el fondo, intactos.

En la finca trabaja Arley Prieto, un campesino que cultiva café y cacao. “Hace treinta y nueve años vivo acá y le puedo decir que si llega la paz nosotros vamos a poder vender nuestro café, certificar nuestras fincas y así lograr precios muy favorables”, me dijo.

Su finca no tiene más de doce hectáreas. Cuando las Farc controlaban la zona, el monopolio de tierras estaba prohibido. “Todos aquí somos pequeños caficultores. Aquí tengo 9.000 árboles no más, y si usted ve, todas son parcelas pequeñas”, dijo. “Lo que hacemos es unirnos para buscar que nos den los sellos orgánicos para que podamos comercializar el café. Es que si uno no hace eso le toca bregar mucho con las cooperativas y se pierde plata. Con la paz hemos podido avanzar en eso”.

Yesid (izq.) y un campesino en el sector de El Cruce, donde comienza o termina la ZRC. Foto: Sara Gómez | ¡PACIFISTA!

De la finca de Arley pasamos a otras donde regalan mandarinas, papayas y otros cultivos, principalmente para el autoconsumo. Después de andar cuatro horas por las trochas, debimos regresar al encuentro de mujeres campesinas en Chaparral. “Ellas también quieren saber lo que hacemos acá, porque en otras regiones las ZRC no arrancan, han tenido muchos problemas”, me decía Yesid antes de ponerse el casco de la moto.

Dejando el paisaje como telón de fondo, en el casco urbano de Chaparral se hablaba sobre una situación específica. Aunque hay seis ZRC en el país, la que intentan conformar los campesinos del sur del Tolima es la única que, por momentos, hace tangible ese concepto tan esquivo de la paz.

La Zona de Reserva Campesina vista desde la zona de La Glorieta, en el corregimiento El Limón. Foto: Sara Gómez Toro | ¡PACIFISTA!