OPINIÓN | Colombia está lejos de ser un país moderno, y menos con el nuevo gobierno, que en vez de mirar para adelante parece estar echando reversa.
Por: Adolfo Zableh Durán
Solía pensar que Colombia era un país de 1950, pero ya no estoy tan seguro. La otra noche vi La edad de la inocencia, ambientada en la Nueva York de 1870, y me sentí en la Colombia de hoy. Lo curioso de esa película es que es bellísima, llena de detalles donde se pueden ver no solo las costumbres y el pensamiento de la época, sino la ropa y hasta la forma en que servían la comida. Y es curioso porque antes de semejante delicadeza, Scorsese hizo Goodfellas y Cabo de miedo, ambas llenas de sangre y de violencia, mientras que en La edad de la inocencia no hay una sola escena donde se altere el orden, pero nos muestra otro tipo de violencia: la social. Mientras Daniel Day Lewis lucha por el amor imposible de Michelle Pfeiffer, nos queda claro lo reprimida y retrógrada que era la ciudad en esa época.
Pero ese no es el punto, el punto es que es Colombia está lejos de ser un país moderno, y menos con el nuevo gobierno, que en vez de mirar para adelante parece estar echando reversa. Ya sé que Duque posa de avanzada en ciertas cosas y trata de aparentar distancia con el Centro Democrático, pero lo cierto es que es uno más de la colectividad, dirigida por quien sabemos.
Incluso desde antes de que Duque se posesionara se han venido oyendo afirmaciones que pertenecen a otra época. De entrada, el ministro de Defensa dijo algo como “Respetamos la protesta social, pero también creemos que ésta debe ser ordenada y que verdaderamente represente los intereses de todos los colombianos y no solo de un pequeño grupo”. Menuda afirmación porque vaya usted a saber qué causa representa a muchos o a pocos colombianos, y si eso que pocos puedan reclamar sea de importancia o interés. No lo duden, regular cosas a criterio propio es el camino a la prohibición.
Mientras que países desarrollados como Alemania desechan el fracking por acabar con la naturaleza de un tajo, acá la ministra de Ambiente habló de hacer ‘Fracking responsable’. No sé quién tenga razón y me señalarán de antipatriota, pero en este caso le creo más a los alemanes. Lo mismo pasa con el glifosato. Mientras en Estados Unidos un hombre recibió 289 millones de dólares de indemnización por sufrir de cáncer por cuenta de haber manipulado la sustancia incontables veces, otra vez Guillermo Botero, ministro de Defensa, afirma que el glifosato no es dañino y que no hay pesticida mejor para combatir los cultivos de coca. De su lado está Bayer, la gigante alemana dueña de Monsanto (y fabricante de herbicidas que contienen dicho químico), que defiende el producto asegurando que no causa daño alguno a los humanos. Diferente piensan en Estados Unidos, donde más de cinco mil demandas al respecto están en curso. Acá sí no me puedo ir del lado de los alemanes.
Penalizar el consumo de droga es otra joya de otros tiempos que el actual gobierno no solo ve de avanzada, sino que cree que va a servir para algo. Y encima ha puesto en manos de la Policía determinar si el testimonio que den los padres del consumidor en su defensa es válido. Al cóctel de prejuicios toca sumarle el de los tatuajes. Hace poco fue noticia nacional una declaración oficial de la entidad donde se concluía que los tatuajes se asocian con la drogadicción, la vagancia y el libertinaje. Cosas así, y más viniendo del Estado, hacen ver a Marco Fidel Ramírez, el concejal que en su momento ha atacado a Disney por promover la homosexualidad y ha pedido que no dejen tocar a la banda de black metal Marduk por satánica, como un amateur.
Ernesto Macías pidiendo que investiguen a los chamanes que propiciaran el mal tiempo durante la ceremonia de posesión de Duque, pretender que vuelvan los tiempos de la inmunidad parlamentaria, crear una sola gran corte omnipotente y querer restarle fuerza a la tutela son otras de las ideas con las que hemos tenido que lidiar en este mes largo de gobierno.
Ya vamos en que se está contemplando la posibilidad de una intervención militar en Venezuela, cosa que pondría a Colombia en la incómoda situación de pelearse con un vecino con el que se tienen malas relaciones, o de ser señalado de no cooperar con el gobierno de los Estados Unidos en la misión. Esto hace ver todo lo demás como pequeñeces y merece una columna aparte, porque de todos los actos de subdesarrollo que se nos puedan imaginar, nada, ni la mejor película de Scorsese, se equipara con irse a la guerra.