Magín Díaz, el Grammy que Colombia había olvidado | ¡PACIFISTA!
Magín Díaz, el Grammy que Colombia había olvidado Foto: Luis Fernando Jaimes
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Magín Díaz, el Grammy que Colombia había olvidado

Colaborador ¡Pacifista! - noviembre 17, 2017

Fuimos a visitar en su casa de Gamero, Bolívar, a Magín Díaz, el artista más viejo en conseguir uno de los premios más importantes de la música en Latinoamérica.

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Este artículo fue originalmente publicado en Noisey en español. Vealo aquí.

Por Andrea Jiménez

“La realidad de Magín es mucho mejor que la mendicidad de los que quieren vivir de él”. La advertencia me llega por WhatsApp, días antes de visitar al más famoso de los gameranos. Ese que suele ver pasar los días sentado bajo el palo más frondoso de los que crecieron detrás de la iglesia de ese corregimiento de Mahates, Bolívar. Ese que meciéndose desde su trono de madera y junco, ignora que su nombre ha estado en los titulares de algunos de los medios más relevantes de Colombia, incluso de latinoamérica, en los últimos meses. Ese mismo que vivió casi toda su vida en el anonimato y al que la fama y el reconocimiento masivo le llegaron después de los 90 años.

Magín Díaz, el ‘Orisha de la Rosa’, no tiene idea de su fama, como tampoco la tiene de cuándo carajos fue que se le ocurrió ponerle nombre de flor a su desamor y cantarlo hasta saciedad. Hoy en día no sabe si compuso ‘Rosa’ a los 13 años o a los 20. Su más reciente versión -cuenta su nuera, Eliana- es que empezó a cantar versos salidos de su imaginación a los 14. Habrá que creerle.

Antes de Magín, aquellos versos apasionados que le cantan a “de las flores, la más hermosa” se hicieron famosos en las voces de reconocidas cantaoras -o bullerengueras- como Irene Martínez, Totó la Momposina y hasta el mismo Carlos Vives. A través de su melodía pegajosa y su letra coqueta, conocimos a “Rosa, ¡qué linda eres!”, a sus intérpretes varios, pero nos tomó un buen tiempo descubrir en quién fue que nació ese amor de fuego. Solo hasta hace un par de años Daniel Bustos Echeverry nos presentó a Luis Magín Díaz García, cuando rondaba por los 94 años. Encontró “al viejo” sentado bajo ese mismo palo detrás de iglesia y lo puso a cantar hasta alcanzar su primera nominación a los Latin Grammy.

Cuando Daniel hizo la advertencia respecto a la mendicidad de quienes quieren vivir de Magín, me explicó que él no es el pobre artista del que se olvidaron todos y sobrevive de la caridad. El autor de temas como ‘A pilá el arroz’ vive en medio de la sencillez de cualquier pueblo del Caribe, pero eso no lo obliga a mendigar. Vive en Gamero, un caserío de 1.200 habitantes ubicado a una hora y 10 minutos de Cartagena, que ya no es el lodazal de otros tiempos. Tiene su calle principal pavimentada y casas de concreto que se levantan a su alrededor, con cerdos gigantes en sus terrazas y estridentes parlantes que sintonizan champetas.

Nunca tuvo que mendigar. A lo largo de sus 96 años se dedicó a vivir del sembrado de maíz que tenía en su pueblo. Él mismo lo sembraba, él mismo preparaba la tierra. Él mismo cosechaba. Nunca le interesó la fama. Sobrevivió de la tierra, como cualquier otro gamerano, ya fuera en medio de los ranchos de su pueblo o en Venezuela, donde se dedicó a cuidar fincas y hacer de capataz, aunque a estas alturas de su vida sea la música la que lo mantenga tranquilo y feliz sentado en el patio de su casa.

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Foto: Luis Fernando Jaimes.
Foto: Luis Fernando Jaimes.

En esa casa de concreto con paredes a medio acabar -por la remodelación que adelantan- y una fachada que guarda su nombre y el dibujo de una rosa; que además de los tres cuartos que alberga pronto tendrá una sala-museo, Magín ve pasar la vida con la tranquilidad de quien hoy dedica sus rutinas a la contemplación de los días, sin mucho afán por el devenir, sin preocuparse porque le falta la comida o las medicinas, o su Pony Malta fría. Es feliz moviéndose entre aquí y allá, entre una mecedora y otra, y al lado de un tambor que toca cuando quiere. Tiene además dos vacas, llamadas como los dos temas más grandes que ha escrito, y los únicos que recuerda con asombrosa claridad: “Rosa” y “Me amarás”. Tiene una moto que maneja su nieto con la que produce una “liga diaria” para su abuelo. Y ya no tiene deudas. Ni con los servicios públicos, ni con sus músicos, que se fueron acumulado porque el sobrino que le administraba la plata, según cuenta su mánager, no era capaz de resolver los problemas cotidianos con el dinero que entraba. Eso ya no es un problema, Magín vive en paz. El Premio Vida y Obra que recibió la noche del martes 14 de noviembre de este año, en el Teatro Colón de Bogotá, otorgado por el Ministerio de Cultura, le ayudó a saldar las cuentas pendientes y ahora está tranquilo.

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A diferencia de los músicos más sonados de la industria, con los que se codeará una vez arribe a Las Vegas, Magín no recibió dinero de las regalías de sus composiciones desde el inicio de su carrera. Su vida de músico errante le pasó por encima a sus derechos como cantautor, los que solo pudo reclamar hasta 1995, cuando Sayco le comenzó a pagar. Algo así como 54 años después de comenzar a escribir temas si, como dicen algunos, empezó a componer a los 20.

Sin embargo en el 2000 se acabó lo bueno. Germán Soto, el sobrino de Magín que administraba sus finanzas, lo hizo firmar un papel que autorizaba que sería él quien se quedaría con su pensión y de esa manera todo volvió a estar mal. Solo hasta hace un par de años la música le volvió a sonreír cuando Daniel, su mánager, logró que la asociación de compositores le otorgara un salario mínimo mensual como pago al creador de uno de los temas del folclor nacional más grabados y escuchados.

Familiares y conocidos como Soto no le faltan a Magín. Sus allegados se aprovechan de la fama de ese viejo alto, que se menea para bailar cuando se pone de pie, para pedir “pa’ la gaseosa” a cualquiera que intente llegar a él sin hacerlo a través de su representante o su hijo Mingo. No faltará el interesado que intente cobrar payola por llevarlo hasta el más famoso de los exponentes de bullerengue vivos. Como tampoco faltó el que quiso detener a Daniel cuando comenzó el proyecto de grabar el álbum del cantaor, muy a pesar de las trabas de quienes estaban alrededor. No era fácil asimilar que un cachaco extraño sacara del pueblo a Magín y lo transformara en el ‘Orisha de la rosa’ sobre las tarimas de pueblos y ciudades de la Costa. No soportaban la idea de que él, al que nunca se le dio vivir de su talento para el canto y la composición, resultara convertido en un artista rentable a los 95.

Al montarme en la moto que me sacaría de Gamero, después de visitar al más famoso de los compositores del pueblo, en plena antesala de las fiestas novembrinas, la hija mayor de Magín, Feliciana, se me acerca a pedirme “lo de la gaseosa”. Me acuerdo de Daniel y quisiera negarme, pero no soy capaz. Le doy cinco mil pesos y me voy sin querer despedirla, pero prefiero pensar en su papá, ajeno a todo aquello, que me recibió dormitando, en el patio de su casa, y cuando se percató de mi presencia me recibió con la galantería con la que seguramente conquistó a todas las mujeres que tuvo: me besó la mano.

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Foto: Luis Fernando Jaimes. La cama de Magín.

— Me duele mucho el cuerpo. Yo quiero bailar, quiero brincar y no puedo.
— ¿Y por qué? Yo te veo bailando…
— Ahí parao… Yo quiero bailar, quiero cantar, pero no puedo. La pierna me duele, esta pierna me tiene mal. Yo quiero brincar, quiero gozar mi vejez, pero no puedo, no sé qué es lo que me pasa.
— ¿Cuánto años tienes?
— ¡Ñerda, carajo!

Luis Magín Díaz García, el hijo de Domingo y Felipa, hermano de Davina, Jimena y Guillermo; el papá de Feliciana, Jimena, Guillermo, Amílkar y Domingo Daniel, se lleva a la mano a la cabeza ante la pregunta. Es casi mediodía del segundo domingo de noviembre, de esos que han curtido la piel de una generación de cantadores, nacidos y criados en un Mahates que los ha entrenado para parir voces de estruendo. El calor empieza a posarse sobre el pueblo cada vez con menos tregua, y los 95 o 96 o 97 años que tiene no lo resisten así no más.

— 97… dice finalmente entre dudas.
— ¿Qué día naciste?
— ¡Carajo! No me acuerdo.

La cédula dice que fue el 30 de diciembre de 1922, pero su nuera, Eliana, esposa del menor de su descendencia, Domingo Daniel, o Mingo, asegura que el próximo 28 de diciembre cumplirá 97. Da igual: Magín ya es el más longevo de los artistas nominados a los Latin Grammy, que se entregarán este jueves 16 de noviembre en el MGM Grand Garden Arena de Las Vegas.

—¿Tú sabes qué son los Grammy?
—¿Los qué?
— El viaje que vas a hacer…
— Pa’l viaje voy bien. A mí no me gusta la tristeza, y estoy triste por la enfermedad. Me duele ¡uhhh! muchacha. Me duele la pierna. Y una rasquiña…
— ¿Desde cuándo estás así?
— Uff, no tengo plata pa’ medicinas. Comprando la pastillita…

El sol de mediodía ha terminado de evaporar la lucidez que quedaba en el ‘Orisha de la Rosa’, como también conocen a Magín. Como se llama también su más reciente álbum, nominado a los premios más importantes de la música latina en las categorías de Mejor diseño de empaque y Mejor álbum folclórico, y reseñado por Billboard en una nota cuyo título resume la hazaña del compositor: “Cómo el artista afrocolombiano Magín Díaz pasó del anonimato a los Latin Grammy a los 95 años”.

Él, tranquilo y feliz, mira con ingenuidad desde el centro de la portada del disco. Convertido en el todo poderoso Orisha, provisto del don del canto y la percusión, sonríe sin la pretensión que le confiere el halo sagrado que lo rodea, el sol que irradia energía, potenciado por las vibras que despiden un par de serpientes a su alrededor. Los parlantes ruidosos, las olas del Mar Caribe y la fiereza de un tigre hablan del poder de los sonidos de este álbum, al que tampoco es ajeno la dulzura, posada en una decena de rosas en flor sobre la carátula, como no podría ser de otra forma. Porque en Magín hay poder y ternura: su voz es potente, pero llora. Las notas altas que alcanza se diluyen en los lamentos que aprendió a cantar desde pelaíto: como si en lugar de soltar lágrimas por no tener algo, lo reclamara verseando. Como en ‘Rosa’.

Foto: Luis Fernando Jaimes. La casa del Orisha.

Antes de este disco El Orisha de la rosa estuvo otro Magín Díaz y el sexteto gamerano , un álbum doble, con versiones tradicionales de los temas en un disco y remixes en el otro, que se empeñó en grabar el productor chileno Mauricio Anaya, cerebro detrás del sello Konn Recordings, una vez conoció la historia de Magín a través de Guillermo Valencia, un músico nacido en Palenquito, Bolívar. Era entonces 2015, y ya el cantaor tenía 94 años -o 93, o 92-.

No grabó antes porque se dedicó a “caminante”, como él mismo lo reconoce y como también lo llama su sobrina Rosaura, hija de su hermana menor, “la bordona”, y quien hoy se encarga de acompañarlo, de llevarlo al médico, de ‘pechicharlo’.

Ella es quien cuenta que Magín no está enfermo. Hace apenas unas semanas le hicieron los exámenes médicos para determinar si era conveniente o no su viaje a Las Vegas: todo salió perfecto. Ella, Rosaura, también es la narradora del inevitable camino de Díaz en la música, aunque nunca se lo tomara demasiado en serio como para vivir de eso. Por eso jamás fue constante en los grupos a los que perteneció: ni en la Billo’s Caracas Boys ni en la famosa agrupación musical de su pueblo. Fue la segunda voz de Los soneros de Gamero y allí cantó junto a coterráneos como Irene Martínez, a quien le tocó rescatarlo en plena grabación de ‘A pilá el arroz’, en Medellín, porque a Magín “yo no sé qué le pasó que se llenó de nervios”, según recuerda su sobrina antes de contar la historia: “Magín era caminante, él no le paraba bolas a eso. La gente quería buscarlo para que cantara, pero la vida de Magín era ser caminante. Irse pa’ Caracas, regresar, venir otra vez otra vez…”.

— ¿A quién le compusiste ‘Rosa’?
— Estaba yo enamorao, pelao.
— ¿Enamorado de quién?
— De las mujeres.
— ¿De dónde era Rosa?
— De aquí.
— ¿De Gamero?
— Gamerana.
— ¿Cuándo hiciste la canción?
— ¡Uh, carajo! Tenía yo 20 años.
— ¿Y cuántas más hiciste?
— No, no me acuerdo.

Como la fecha de su nacimiento, no hay mucha certeza del lugar de origen de Rosa, la homenajeada en su canción. Magín dice que de Gamero; Rosaura, su sobrina, asegura que era de Valledupar. Lo que es innegable es que lo flechó y parece, cada vez que la canta, que la llorara. “A la muchacha no le gustaba él porque era negro, y lo despreciaba mucho. Él siempre detrás. Era clara, cabellona, y le decía: ‘¡Huy!, negro mojoso’, y le bailaba, pero no quería nada con él. Él como que la sentenció. Le dijo: ‘Te voy a componer el disco ‘Rosa’. Y se lo compuso y se lo cantó, pero ni con todo eso Rosa le paró bola a él. Rosa lo dejó. Ahí fue cuando él comenzó a tener mujeres, un montón de mujeres”, cuenta su sobrina.

Todas lo dejaron. Pero la que más lo marcó ni siquiera es la que tanto llama mientras canta. La más determinante en su vida fue Felipa, su madre. Fue, como gran parte de las mujeres de esa región de Bolívar, cantadora de bullerengue por naturaleza. Bailaba y cantaba el ritmo nacido en los palenques de cimarrones de la Costa Caribe mientras hacía bollos y dulces tradicionales del Caribe en el patio de su casa. “Ella cocinaba su tanque de maíz, y cuando iba una compañera de ella por la cerca y le decía: ‘Comadre Felo, hay bullerengue esta noche’. Y ella respondía: ‘yo este maíz lo voy a recoger, lo tapo. Mañana no hay bollo, porque esta noche vamos pa’l bullerengue’”, relata Rosaura. Así fue como a Magín lo arrullaron cantos sentaos, chalupas y pajaritos, mientras veía cómo su padre, Domingo, se convertía en Cacique de la “Danza de Negros” que es tan común en el pueblo: la que pone a sonar ‘La rama e’ tamarindo’ en los potentes parlantes que se acomodan sobre las terrazas gameranas, mientras corrillos de niños y niñas se apresuran a bailarla. Él mismo llegó a ser Cacique de los Negros, y lideraba por las calles a una romería de danzantes que lo seguía, pintando su negrura con más negro. Negro artificial, metido en latas de pintura y barniz.

— Magín, ¿tú te acuerdas cuando bailabas con los negros?
— Claro, me acuerdo de eso.
— ¿De qué te acuerdas?
— Cántala. ¿La quieres callejera o la quieres sentada, con bullerengue? — Le pregunta Rosaura.
— Estoy ronco.

Pero esa no es ninguna excusa, porque enseguida suelta, con su boina café, bastón al lado, el: “Eehhh, ehh, ehhh, la rama del tamarindo/ Aaeee aeee, la rama del tamarindo/ Me mandaste a buscar, yo no sé para qué cosa/ Aeeee aeee, la rama del tamarindo/ La mujer que a mí me gusta no la puedo olvidar/ Aeeee aeee la rama del tamarindo”.

Foto: Luis Fernando Jaimes

Esta canción tiene dos versiones: la de bullerengue sentao y la callejera. Magín cantó la primera, que no se encuentra en Youtube. La que abunda en la plataforma es la versión ‘comercial’, que es la callejera, y han interpretado artistas como Petrona Martínez y Checo Acosta.

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Magín se levanta a las cinco de la mañana de su cama rodeada por un toldo. Se baña solo, sentado en una silla, y una vez está impecablemente vestido con pantalón clásico, camiseta, sandalias y boina –toda una dotación recién comprada-, se toma un tinto debajo de los árboles de su patio. Es su momento más lúcido del día, sobre esa mecedora en la que más tarde dormitará y en la que irá dejando, sin percatarse de ello, dormidos también sus recuerdos. Pero antes desayunará bollo, o huevo (no tiene restricción alguna en su dieta), y se mecerá hasta que el calor quiera y le haga pedir, a quien esté con él en ese momento, que lo saque a la esquina para seguirse meciendo en su trono de madera y junco, bajo la sombra del palo más frondoso de los que crecieron detrás de la iglesia. Desde allí irá contando historias de público conocimiento en el pueblo, porque las recita una y otra vez, hasta que sea hora de volver a la casa: esa de fachada amarilla marcada con su nombre, dibujado en vinilo junto a una rosa. Cerrará los ojos a las 6:30 p.m., máximo a las 8, y volverá a dormir para volver a despertarse, hasta que la muerte lo sorprenda.

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“Sabíamos que cada día que él respiraba, cada día que él se levantaba hace tres años, hoy sigue siendo lo mismo: un milagro. Ya está muy viejo, y en cualquier momento se puede morir. La muerte acechaba el proyecto de grabar el álbum, por eso fue algo positivo. La presión de la muerte es la que nos lleva a no aplazar un día nada”, cuenta Daniel, el rolo estudiante de Filosofía de la Javeriana que batalló hasta convencer a Mingo, el hijo de Magín, de darle la potestad de tomar decisiones y enfrentarse a la familia para materializar la idea de que el ‘Orisha de la rosa’, a los 95 años, grabara su segundo disco. Para poder hacerse su mánager. Y así fue.

Viajó a Gamero numerosas veces entre 2015 y 2016, siempre con dos micrófonos inalámbricos, y comenzó los ensayos de los temas que terminarían siendo grabados para el álbum. Sentó a Magín y le pidió que cantara todas las canciones de las que se acordara, una a una, en una rutina en la que también resultaron involucrados los amigos del compositor, quienes lo animaban a recordar las estrofas. “Y que Magín las cantara hasta que se acordara, y luego pedirle a todo el grupo que la ensayara. En ese proceso logramos sacar 16 o 17 canciones que fueron las que se grabaron en Bogotá”, cuenta su representante.

Foto: Luis Fernando Jaimes

Llevaron ese repertorio, la memoria de Magín grabada durante un año, a los estudios de la Pontificia Universidad Javeriana para compactarlo definitivamente y durante nueve días, en la versión final de El Orisha de la rosa. Cada día llegaba un artista, bien fuera Mayte Montero o Petrona Martínez, o el Sexteto Tabalá, para grabar su parte, sus estrofas de la canción elegida dentro de todas las composiciones del gamerano. La que más los conectaba con él. Ni Carlos Vives ni Totó la Momposina ni Monsieur Periné, por otros compromisos, llegaron al estudio, pero recibieron las maquetas para juntar digitalmente su voz con la de Magín.

Dieciocho temas grabados en nueve días en Bogotá, recordados y ensayados durante un año, trazaron el camino de Magín al reconocimiento. Su nombre había comenzado a sonar desde que aquel chileno metió, por primera vez, su inspiración en un CD. Pero nunca con la dimensión de ahora, cuando llevará su mejor pinta de cantaor gamerano a Las Vegas, como el flamante nominado a dos Latin Grammy que es. Lo acompañarán sus fieles Mingo, su hijo menor, y Daniel. Podrá hacerlo después de incontables idas y venidas, solicitudes y peticiones, para hacer posible que el más viejo de los exponentes actuales del bullerengue pueda codearse con Alejandro Sanz o Residente en la Capital del Entretenimiento Mundial. Carlos Vives pagó el boleto de entrada a la gala a su hijo, pues los Latin Grammy solo otorgaban cupo para el nominado; la Gobernación de Bolívar, a través de su Instituto de Cultura y Turismo, corrió con los pasaportes y visas. El Ministerio del Interior aportó con los tiquetes y hoteles a nivel nacional, y Ford Foundation donó los pasajes internacionales en primera clase para Magín y su hijo. Todo arreglado para que el reconocimiento no llegara demasiado tarde, aunque en ese cuerpo alto y encorvado ya no habite noción para asimilarlo.

“Gane o pierda, ya hizo historia. Le hicimos cruzar el abismo a Magín en tres años, y ahora no solo lo conocen en Gamero, en el departamento de Bolívar y a nivel nacional, sino a nivel internacional. La vida de Magín se transformó”, asegura Daniel, quien llegó a Gamero siguiendo los pasos de una ex novia -invitada, a su vez, por un amigo investigador- y se convirtió en el cerebro que echó a andar todo este andamiaje. El pelao de 27 años que le tomó la palabra al “viejo” cuando le pidió que hiciera algo por él una vez lo conoció, como si supiera del alcance de lo que podría lograr. El que se demoró un año para regresar a ese pueblo y volver a ver al más longevo de los exponentes de bullerengue del país y tomar las riendas de su carrera. El culpable de que un cantador y compositor de la entraña más pura de la música nacional pise la alfombra roja en la noche más importante de la música latinoamericana al lado de los mismos que cantan ‘Despacito’ y disparan los charts globales. Aunque el protagonista de toda esta historia nunca lo sepa.

— ¿Vas a viajar?
— Voy pa’ eso.
— ¿A dónde te van a llevar Mingo y Daniel?
— Pa’ donde ellos quieran… Yo monté en avión cuando estaba más pelao.
— ¿Cuándo viajas?
— Me dijeron que para la otra semana, pero no estoy muy seguro.
— ¿A dónde vas?
— Se me olvidó. Una ciudad. No la conozco, carajo.
— ¿Y qué vas a hacer en esa ciudad?
— A divertirme, a cantar y que me conozcan.
— ¿Y si ganas, Magín?
— …

Foto: Luis Fernando Jaimes

 

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