Los tres principios de la desinformación de Iván Duque  | ¡PACIFISTA!
Los tres principios de la desinformación de Iván Duque  Ilustración: Andrea Montoya
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Los tres principios de la desinformación de Iván Duque 

Colaborador ¡Pacifista! - marzo 25, 2021

Además de exigir al Estado que dé acceso a la información y a la justicia, la verdad tiene ahora otro reto: enfrentar la desinformación que oculta las atrocidades desde la jefatura de Estado.

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Por: Juan Sebastián Salamanca*

El uribismo ha consolidado un lenguaje. En él se invita a las fuerzas armadas a actuar con sadismo y a la sociedad a ser cruel con víctimas de falsos positivos y con líderes sociales. Este miércoles fue el Día Internacional del Derecho a la Verdad y hay que decir que la desinformación de Duque no es solo una manera de hacer comunicación política, sino una estrategia para ocultar crímenes de Estado. 

En la nueva lengua oficial, el espectro político se desdibuja; ya no hay izquierda ni derecha, son conceptos obsoletos. No hay tampoco un conflicto armado ni nunca lo hubo. El Ejército puede defenderse legítimamente de las “máquinas de guerra”. Y en cuanto al pasado, también está modificándose: en Colombia no hubo despojo de tierras, ni el colonialismo arrasó con parte de los pueblos indígenas. 

Un día como hoy, en 1980, un escuadrón de la muerte asesinó a tiros al Arzobispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero mientras celebraba una eucaristía en San Salvador. En su última homilía, Romero llamó a los soldados a desobedecer las órdenes de sus superiores cuando les ordenaran disparar a civiles. Por eso lo  silenciaron. 

En conmemoración, la ONU creó el Día del Derecho a la Verdad para recordar que las víctimas de graves violaciones a los derechos humanos tienen derecho a saber qué pasó, a que se sancione a los responsables y a que el Estado haga pública la información que tiene en su poder sobre estos hechos. 

Sin embargo, además de exigir al Estado que dé acceso a la información y a la justicia, la verdad tiene ahora otro reto: enfrentar la desinformación que oculta las atrocidades desde la jefatura de Estado. Y a pesar de que el uribismo ha sido eficaz en fortalecer esta estrategia, el propio Presidente admite, sin quererlo, que desinforma. 

La semana pasada, el diario El País de España entrevistó a Iván Duque y le preguntó si apoyaría el informe que presentará la Comisión de la Verdad. El Presidente respondió que su expectativa era que prevaleciera “una verdad” que estuviera soportada sobre tres principios: uno, que no se reconociera el carácter político de los actores armados ilegales; dos, que las fuerzas armadas son autoridades amparadas por la Constitución y sobre las que excepcionalmente podrían recaer únicamente responsabilidades individuales (no institucionales). Y tres, que en los falsos positivos no hay ninguna cadena de mando que venga del poder ejecutivo. 

Estos tres principios que le impone Duque a la Comisión de la Verdad son los pilares de su estrategia de desinformación: que nadie se levantó en armas contra el Estado por razones políticas, que el Estado no es responsable sino solamente algunos de sus servidores y -el más importante- que esos eventuales responsables no son en ningún caso altos funcionarios del Estado. 

A veces se tiende a ver la desinformación solo como un trabajo coordinado para agredir personas de notoriedad pública usando bots, cuentas falsas y promoviendo hashtags. O se piensa que consiste en construir canales que difundan información no verificada pero conveniente para quien la difunda. Pero esos son solo síntomas de una enfermedad más grave.

Las desinformación no tiene como objetivo último acallar opositores, activistas o periodistas. La apatía con las víctimas de los falsos positivos -explicó hace poco la académica Isis Giraldo– está relacionada con el concepto de “pedagogías de la crueldad”. Durante décadas la sociedad colombiana ha venido interiorizando una idea según la cual existen personas que obstaculizan el progreso, que no sirven. Contra ellas lo natural es sentir asco, desprecio o antipatía. 

Por eso, muchas de las víctimas de los falsos positivos eran personas desempleadas y los niños bombardeados venían de veredas sin servicios públicos. Al llamar “máquinas de guerra” a los niños, al decir que “no estaban estudiando para el ICFES” o que los jóvenes “no estarían recogiendo café”, el Estado está llegando al corazón de lo que busca cuando desinforma: ocultar las atrocidades para que estas puedan seguir sucediendo en silencio. Así es que las palabras con las que el uribismo describe el mundo apelan a los impulsos más sádicos de la sociedad.

La ecuación de la desinformación de Duque la cierra el Centro Nacional de Memoria Histórica. Su director Darío Acevedo es la cara racional -académica- de la crueldad hacia las víctimas de los crímenes de Estado, alguien que usa su capacidad para negar lo que hay frente a sus ojos. El negacionismo como producto pedagógico. 

Finalmente, los crímenes de Estado no comienzan con estallidos de las armas, antes hay que adecuar las palabras para convertir a los niños en blancos legítimos. En el Día del Derecho a la Verdad hay que recordar que esta también necesita que el jefe de Estado y el alto mando militar tengan límites cuando traten de negar la existencia de atrocidades. Presionarlos para que dejen de desinformar es necesario para impedir que se abra paso el sadismo de los negacionistas

 

*Sebastian es abogado de la Universidad Nacional de Colombia y tiene un máster en periodismo de la Universidad de Columbia Británica. Su trabajo se enfoca en las relaciones entre el periodismo, libertad de expresión y sistemas políticos. A Sebastían lo pueden leer aquí