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Los libros que me evitaron el suicidio
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Los libros que me evitaron el suicidio

Colaborador ¡Pacifista! - abril 21, 2020

Una lista carpichosa de literatura que le salvó la vida a la escritora y periodista ecuatoriana María Fernanda Ampuero.

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Por María Fernanda Ampuero.


Vamos a huir de las sentencias: tal vez igual estaría viva sin haber leído estos libros o sin los antidepresivos o sin la terapia dos veces por semana. Pero seguro, seguro no lo estaría sin las tres cosas juntas. Los leí el año que mi padre agonizó –su lengua hecha papilla, su piel un hojaldre siempre sanguinolento– para finalmente morirse de un cáncer como del odio de dios. Ese mismo año supe que no puedo tener hijos y me divorcié de mi amor tras once años de matrimonio feliz. Ni siquiera fue un año, fueron nada más unos meses. El apocalipsis personal, compactito. Cada vez que quería suicidarme abría uno de estos libros. Para que luego digan que la literatura no sirve para nada. A mí me salvó la vida.

El año del pensamiento mágico (2005, Literatura Random House), de Joan Didion.

Quien dijo que las desgracias nunca vienen solas seguramente se refería a la vida de la escritora y periodista Joan Didion. Su única hija, Quintana, de 37 años, recién casada, sana, está muriendo en una clínica privadísima de Nueva York sin que los doctores puedan hacer nada. Una gripe boba deriva en neumonía y luego en choque séptico. Quintana agoniza. Didion y su marido John llegan a casa después de pasar el día en el hospital y él, que estaba perfecto, “estaba hablando y deja de hablar”. De Joan Didion es la frase que resume todas nuestras pérdidas: “La vida cambia rápidamente. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conoces termina”.

Noches azules (2011, Literatura Random House), de Joan Didion.

Dos años después de la muerte de su esposo John, le sigue su única hija, Quintana, y Didion, el fantasma que queda vivo, escribe un libro sobre la tristeza desde la tristeza. “Este libro se titula Noches azules porque en la época en que lo empecé a escribir sorprendí a mi mente volviéndose cada vez más hacia la enfermedad, hacia la muerte de las promesas, el acortamiento de los días, lo inevitable del apagamiento, la muerte de la luz”.

Memorias de una viuda (2011, Alfaguara), de Joyce Carol Oates.

Ray se llamaba el marido de la brillante escritora, y entre ambos y sus gatos habían construido un reino inquebrantable. La fragilidad de todo sorprende hasta a los más sensibles y la muerte de Ray de una neumonía deja a su viuda perpleja e incapaz de entender el mundo sin él. Un libro honestísimo sobre qué somos cuando perdemos a quien da sentido a nuestras vidas.

La hora violeta (2013, Literatura Random House), de Sergio del Molino.

Del Molino se pregunta sobre la ausencia de una palabra para definir a los padres que pierden a un hijo. Hay viudo/a, huérfano/a, pero no hay nombres para aquellos a los que se les muere su niño. El libro es una carta de amor a Pablo, su bebé, enfermo de leucemia, escrita durante el tiempo que pasan juntos en oncología infantil. El libro más triste del mundo es también una dulce celebración de la breve vida de Pablo y a la maravilla terrible de amar a otro ser más que a uno mismo.

La ridícula idea de no volver a verte (2013, Seix Barral), de Rosa Montero.

Este libro sobre la muerte es un libro sobre la vida. Con los diarios de Marie Curie, Montero arma un rompecabezas narrativo en el que su propia pérdida, la muerte de su pareja, se une a la de la científica, loca de amor por Pierre, su marido. Montero llora la pérdida de su amor junto con Curie, pero también celebra haber vivido un amor que las trascendiera.

Desgracia impeorable (1972, Alianza Editorial), de Peter Handke.

La mamá de Peter Handke arregló el cuarto, hizo la cama y se puso doble pañal antes de tomarse montones de pastillas. La mamá de Peter Handke sabía que los suicidas se hacen caca encima y no quería que quien la encontrara, probablemente su hijo, tuviera que verla empozada en porquería. Este gesto, el de la cortesía de la madre suicida, lleva a Handke a reflexionar sobre quién era esa mujer y, con eso, a reflexionar sobre la vida misma.

El olvido que seremos (2006, Alfaguara), de Héctor Abad Faciolince.

La cita que abre el libro de Abad, de Yehuda Amijai, me sigue haciendo llorar: “Y por amor a la memoria llevo sobre la cara la cara de mi padre”. Aún hoy, siete años después, me cuesta hablar sobre este libro. Quizás porque todo el tiempo envidié la relación del narrador con su papá. Quizás porque lo más horrible de que mi padre se hubiera muerto no fue eso, la muerte, sino que ya no tendríamos oportunidad de querernos como yo, y probablemente él, hubiésemos querido querernos. La muerte también es eso: el fin de las oportunidades.

El desierto y su semilla (1998, Eterna Cadencia), de Jorge Barón Biza.

Un padre, una madre, un hijo, un vaso de ácido sulfúrico. La novela de Barón Biza es un alarido en un décimo piso y también el fluir de aguas subterráneas. Es el dolor de una madre desfigurada por el hombre que amó y el dolor de un hijo que es testigo de todas las atrocidades del mundo en la cara sin labios, sin párpados, de su mamá. Es la historia, también, de la enfermedad mental, del alcoholismo y de la vida violenta, esa larga antesala al suicidio.

 

Ampuero es una periodista y escritora ecuatoriana. Es autora de Pelea de gallos (2018, Páginas de Espuma), que apareció en la lista de los mejores libros de ficción de The New York Times en 2018 y en “Cien años, cien libros de escritoras en español” de ARCADIA en 2019.