OPINIÓN | Ahora que se fueron las armas, pasemos de las palabras a los hechos.
El 27 de junio de 2017 debería ser uno de esos días que los colombianos recordemos siempre. Tengo la idea de que en las clases de historia de los colegios, además del 20 de julio de 1810, día de la independencia, y del 4 de julio de 1991, cuando fue promulgada la Constitución Política, se hable del 27 de junio de 2017, día en que las Farc culminaron la dejación de sus armas para convertirse en un actor político legal.
Esos tres son, quizá, los momentos más importantes para el desarrollo y la democracia del país, y es inevitable alegrarse al recordar las fechas que nos dieron y nos dan una oportunidad para construir una Colombia más justa, democrática y humana.
La dejación de armas de las Farc se realizó en la Zona Veredal de Mesetas, Meta, que fue bautizada con el nombre de Mariana Páez, en honor a la guerrillera abatida años atrás. Este no es un mensaje vacío. En mi visita a ese lugar para presenciar la ceremonia de dejación, pude notar que los excombatientes se ufanan al saber que ni un frente, ni una columna, llevarán su nombre: se acabó la época de largas horas en trincheras para resguardarse de las balas.
El recorrido de Bogotá a Mesetas no es largo, pero eso no le quita lo tortuoso y complicado. El camino permite identificar fácilmente las fronteras indivisibles de nuestro país: la de la modernidad y la de la marginalidad. El trayecto, que tiene su primera parada en Villavicencio, después en Granada y finalmente en Mesetas, muestra la planicie de los llanos, que se ve irrumpida por una serranía que se asoma en el horizonte, y que en palabra de sus pobladores guarda tantas historias como montañas.
Después de llegar al casco urbano de Mesetas, unas camionetas 4×4 nos llevaron al lugar donde se ubica la Zona Veredal. El camino, que no está pavimentado y que se caracteriza por su inestabilidad producto de una trocha húmeda, refleja el abandono del Estado. Durante el recorrido de más de una hora no se ve ni una escuela, ni un centro de salud, ni conexión al sistema de energía, ni la prestación de cualquier otro servicio público.
Al llegar a la Zona Veredal es inútil tener un celular, porque la señal es nula. El agua potable no existe y las viviendas no cuentan con los niveles mínimos de dignidad. Esta es la realidad de la Colombia que ve la paz emerger ahora que los fusiles fueron apagados y las esperanzas fueron liberadas. Ahora, hace falta que se cumpla la promesa amarrada a la dejación de las armas: el cambio y la modernidad para la gente del campo.
La Colombia marginal tiene al 28% de sus habitantes en la pobreza y al 8.5% en la extrema pobreza. Los acontecimientos del pasado 27 de junio indudablemente son de gran importancia, pero lo que generará trascendencia ya no será el tránsito de las armas a la palabra, sino el de las palabras a los hechos, los cuales se encuentran contenidos en las 310 de páginas del acuerdo final que firmaron el gobierno y las Farc.
Es así como la tarea apenas comienza. La energía renovada de nosotros, los jóvenes, es la expresión del compromiso que nos une para mejorar este país. Al ver la dejación de armas no pude dejar de sentir euforia, alegría y nostalgia, pues el cambio de los fusiles por palabras contrastó con el miedo que significa el reto de hacer de este pueblo macondiano una sociedad más justa. La paz será el lenguaje del futuro.
Hace un par de días, Victoria Sandino, comandante de las Farc, afirmó en un evento en Bogotá: “Procuro que mi palabra corresponda con los hechos, con mi forma de pensar y actuar. ¡Es mi mayor arma para la paz!”. Con las armas fuera de circulación, nos resta, como sociedad, cumplir con nuestra parte, ya que como sostuvo la activista somalí Fadumo Dayib: “No seguiremos negociando nuestra existencia”.
Nosotros, la generación que vio parir la paz, tenemos en adelante la tarea de criarla.
*Estudiante de Ciencia Política y Gobierno y Jurisprudencia de la Universidad del Rosario. Integrante del colectivo Hablemos de Paz UR y activista de Ojo a La Paz.