"Los colombianos deben saber que la paz no se firma, se construye": un mensaje desde El Salvador | ¡PACIFISTA!
“Los colombianos deben saber que la paz no se firma, se construye”: un mensaje desde El Salvador
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“Los colombianos deben saber que la paz no se firma, se construye”: un mensaje desde El Salvador

Sara Kapkin - julio 13, 2016

María Ofelia Navarrete, excombatiente del FMLN, cuenta cómo hizo la transición entre los fusiles y la política.

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María Ofelia Navarrete, excombatiente del FMLN. Foto por Santiago Mesa.

María Ofelia Navarrete combatió 12 años en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln) en El Salvador. En 1997, cinco años después de firmar los acuerdos de paz con el gobierno de Alfredo Cristiani, y hasta el año 2000, fue diputada del Parlamento. Al dejar el fusil, ingresó a la Universidad de El Salvador para estudiar Ciencias Sociales y, hasta hoy, ejerce como docente en la Escuela Leandro María Agudelo Guardade de Arcatao. En el 2010, cuando el Fmln llegó a la Presidencia de la República, María Ofelia fue nombrada Viceministra de Gobernación.

El Fmln combatió, dejó las armas y se vinculó a la política como intentan hacer hoy las Farc. Aunque el conflicto no es el mismo, María Ofelia es un referente para pensar lo que puede pasar en Colombia cuando se firmen y refrenden los acuerdos de paz en La Habana. Decidimos hablar con ella en el marco de la Cumbre de Expertos Internacionales para la reintegración, reconciliación y construcción de paz, y esto fue lo que nos dijo:

¿Por qué decidió unirse al FMLN?

Había una fuerte represión contra todos los que de alguna u otra forma luchábamos por reivindicaciones de sectores como el campesino. Nos perseguían a muerte. No era una ‘persecucioncita’ para encerrarnos 3 días. Eso me empujó a dar ese salto.

En el momento en que el Fmln decidió dejar las armas y pensar en un proceso de paz, ¿usted también estaba convencida? 

La paz es mejor que la guerra. En el caso de nosotros, no fuimos a la guerra por vocación, sino que fuimos empujados a ella. La posibilidad de que se terminara la guerra fue una alegría para nosotros. Pero yo tenía dudas sobre la idea de que el conflicto se pudiera terminar mediante el diálogo. Después, cuando se firmó el acuerdo e irrumpimos en la legalidad, en el “Estado”, fui ganando confianza.

¿Qué la hizo confiar en que los cambios que ustedes querían se podían lograr sin las armas?

En los acuerdos de paz pactamos que nuestra participación política iba a ser respetada. Antes hacían fraude y las posiciones de las disidencias no valían. Mientras ese pacto se fue consolidando, íbamos teniendo cada vez más confianza. No habíamos renunciado a la lucha política en la legalidad porque no sirviera, sino porque no nos la permitían. Para los que teníamos ‘tantita’ rebeldía no había espacio.

¿Cómo fue reintegrarse a la vida civil?

Fue un proceso, en un principio, de una gran desconfianza. Uno caminaba mirando para atrás a ver si lo estaban siguiendo. En los buses me sentaba en el último asiento por si iba alguien a agredirme, mirarle la cara y saber quien era. Pero el compromiso que hicimos es que, una vez firmado el acuerdo, teníamos que cumplir. Teníamos que mostrar voluntad de paz, que no éramos guerreristas por profesión, que si un día nos alzamos fue para defendernos de la agresión del Estado.

¿El temor a perder la vida es lo que más pesa?

Sabíamos que teníamos un pacto, pero que cualquier acto o persona maléfica podía romperlo. Fuimos caminando. Incluso, recién firmados los acuerdos hubo una matanza selectiva contra nuestros compañeros; hicimos una huelga de hambre de 23 días para que cesaran las persecuciones, y pararon. Si nos hubiéramos quedado callados, seguirían matándonos.

¿Cómo no desfallecer ante el primer incumplimiento de los acuerdos?

Yo tenía un poco de recelo. Hay una cosa que nunca va a cambiar: lo escrito es una cosa, pero la práctica es otra. Uno tiene que ser vigilante de que la realidad sea consecuente con lo acordado. Si no es así, hay que denunciarlo. La lucha sigue.

Después de tantos años de guerra, en Colombia hay mucho escepticismo y polarización ¿Qué debe hacer una guerrilla desmovilizada para generar confianza en la gente?

El respeto a lo acordado, eso. Tener una práctica, un vivencia consecuente con lo que se habla. La predica tiene que ser congruente y eso va generando confianza en toda la población. Eso es un proceso, no es una cosa que se gana de la noche a la mañana. El fin de la guerra tiene que ganarle el corazón a todos, para que este nos guíe hacia la construcción de una paz verdadera y duradera. No hay que olvidar nunca que el otro tiene los mismos derechos.

En El Salvador no hubo ni vencedores ni vencidos, solo hubo ganadores y fuimos todos…

La paz no solo pasa por la política, también por lo emocional…

La mejor forma es hacer de  ese proceso de reconciliación algo natural. Por ejemplo, a veces la población, allá en la base, se reconcilia más fácil que los autores intelectuales. En la medida en que uno va conociendo al otro, el que ha sido su adversario, y va viendo que es otra persona, habla y empieza a relacionarse con mucho respeto. ‘Juntos cometimos errores abrazando un ideal que bueno… El ideal más grande, al final, es que nos queramos y nos entendamos. Si no nos queremos, por lo menos que nos respetemos’.

¿Cómo ve el proceso de paz en Colombia?

Tengo la percepción de que hay un anhelo de paz hoy, y más que anhelo, una confianza muy grande en que sí se va a dar. Lo respiro en las conversaciones, en lo que escucho y hablo con la gente. Siguen desconfianzas pero también hay certezas de que sí se va a alcanzar el acuerdo de paz. Luego viene otra cosa: la paz no se firma, se construye.

¿Qué hacer con los disidentes de las guerrillas que no se unen al proceso?

Yo creo en la palabra. Hay que buscar la forma de dialogar con ellos. En la medida en que profundicemos el diálogo podemos llegar a concertar cosas, ideas, programas y proyectos, pero sentando como base la desmovilización.

¿Qué tanto se puede demorar un país en resolver las problemáticas sociales que acompañan el conflicto?

Por supuesto que no se resuelven todas en un viaje, pero hay que priorizar. Hay que ir resolviendo las primeras, luego otras que son subjetivas, pero hay que solucionarlas también. Lo principal es la actitud, esa es una condición muy subjetiva, pero que pesa mucho. Si entre vecinos se miran mal, con marginalidad, eso hay que superarlo. Hay que hacer campañas para no mostrarnos ni vernos así. En este caso, ‘colombianos somos todos’.  Tu y yo somos los mismos, tenemos los mismos derechos y la misma ciudadanía y nos pertenece la misma patria. Un gesto puede llevar a cosas grandes.

¿Quién ganó la guerra en El Salvador?

No hubo ni vencedores ni vencidos, solo hubo ganadores y fuimos todos.

Tantos años después de haber acabado la guerra, ¿El Salvador es un país mejor?

Falta mucho por mejorar pero estamos en la ruta. Uno va comprendiendo que a grandes males, grandes remedios. Si tenemos voluntad y paciencia avanzamos más rápido. Parece contradictorio que la paciencia haga avanzar más rápido. Pero así es, si yo soy impaciente no avanzo, me atasco.

Y el resentimiento, ¿qué hacemos con eso?

Todo eso se zanja con la actitud, se lo digo por la experiencia  de haber sido una guerrillera recalcitrante. Hemos solucionado un montón de problemas gracias a una buena actitud. Quiero que tengan claro algo: la consecución de la paz en Colombia es un beneficio para todos los colombianos, no solo para las Farc, ni para el Ejército, para todos.