Hablamos con el profesor de la Universidad Nacional y quien, desde hace unos meses, ha cobrado notoriedad por sus polémicas declaraciones.
Acabada la entrevista, sonó el celular: era el propio Sanabria, a quien acababa de entrevistar y quien hace pocos días le había deseado un cáncer a Néstor Humberto Martínez; quien recientemente le había dicho ensiliconada y prepago del Centro Democrático a Natalia Bedoya y quien había llamado doblemente hipócrita a la periodista Darcy Quinn.
Sobre todo esto había sido la recién temrminada entrevista. Sobre el lugar de los deseos en la sociedad colombiana, sobre nuestra proclive manía de no querer nombrar las cosas por su nombre, sobre el papel de la ficción en un sociedad ahogada en la hipocresía y en el cinismo. Sobre el lugar de la verdad hoy en día en nuestras sociedades contemporáneas.
Al otro lado del celular estaba nuevamente Sanabria
—Santiago, ¡renunció el Fiscal!, qué alegría.
La realidad decidía pronunciarse.
Sanabria nos había recibido una hora antes en su apartamento en el centro de Bogotá. Un apartamento que parece más un anticuario (y que ya ha sido descrito por otros con mayor destreza). Sólo agregaré que a la entrada hay, en una repisa, muchos ejemplares de su más reciente libro expuestos como si estuvieran en una librería. Y que en el baño hay, además del usual inodoro, un orinal y varias botellas de Roger Gallet. Quizás por decoración, quizás porque esa sea la bodega de su perfumería.
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Sanabria se considera un insolente.
—…pero como soy insolente, y esa es la palabra fundamental con la que puede titular esta entrevista: “Fabián Sanabria, el insolente”.
Se considera un intelectual cuya función social es meterse donde no lo llaman; meter las narices donde no se debe oler y un opinador de lo que no se debe opinar. Como el niño, dice Sanabria, que les dice a los adultos que están admirando los hermosos trajes del emperador, como ese niño que apunta con el dedo índice y les dice: pero si está desnudo.
—El intelectual es eso y desde siempre lo ha sido. El intelectual no necesariamente es un académico, aunque puede serlo. Pero generalmente el académico se inscribe más en el orden de la institución.
Sanabria es un académico. Desde los 2000 es profesor de sociología en la Universidad Nacional. Fue decano de la Facultad de Ciencias Sociales de esa universidad entre 2008 y 2010. Y desde unos años para acá ha construido una cierta figura como opinador en Twitter y Youtube.
Justamente en esta última plataforma fue donde divulgó su video “Memorias de un HP”, en donde hace una reseña del último libro de Fernando Vallejo y donde dice hacia el final del video: “Y claro, un maldito ser como Néstor Humberto Martínez, ojalá un día le dé un cáncer. Ese es mi mayor deseo. Y lo digo de corazón. Como me alegraría ver sufrir a estos malditos que, supuestamente, nos gobiernan. Esa alegría la digo en ficción”.
Esas declaraciones fueron rechazadas por líderes de opinión, pero también fueron comentadas por otras que, según Sanabria, retrinaban y decían: “¡sí!, hay que manifestarlo y eso no es ningún delito, usted no está haciéndole mal a nadie”.
Los críticos de las declaraciones de Sanabria rechazaron aún más el hecho de que esas declaraciones hubieran salido de la boca de un profesor. El propio Daniel Samper Ospina trinó: “Qué mal esto, salido de cualquier proporción: la política en Colombia tiene que ser algo más que salir del odio de un bando, para caer en el odio de otro bando. Rechazo pleno a este tipo de comentarios, y más cuando provienen de un profesor”.
Dos preguntas por ahora (ah, si la vida fuera tan sólo dos preguntas): ¿por qué el hecho de que Sanabria fuera profesor hacía más “condenables” sus declaraciones? ¿y cuál es la relación que estamos teniendo como sociedad con nuestros deseos?
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Durante la entrevista, Sanabria se comió cerca de cuatro mangos. Cuatro mangos dulces y chiquitos, de esos que dejan rila. Babosos y pegotudos y deliciosos. No nos ofreció ni al fotógrafo ni a mí un solo mango en la entrevista. Antes le ofreció a su gato Pedro Abelardo que a nosotros. No es que quisiéramos mango, pero no nos ofreció.
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La entrevista giró en torno a un libro, un libro que ha sido una constante en las lecturas últimas de Sanabria. Se trata de la Critica de la razón cínica del alemán Peter Sloterdijk, un filósofo alemán que está siendo releído (y quizás redescubierto por cierta académica a este lado del charco). Sloterdijk denuncia en su libro (1983) que la época contemporánea se volvió cínica con todas sus críticas. Y que ya no hay desenmascaramiento posible. O sí lo hay, pero no sucede nada luego de que la crítica desenmascara. El cínico, hoy en día, se conforma con denunciar o desenmascarar alguna situación, algún fenómeno y conformarse nihilistamente con denunciarlo. Es la última posición del filósofo cínico que, cómodamente, no hace nada más allá de la denuncia cínica.
¿Se entiende? Estoy resumiendo brochamente un libro de filosofía de casi 800 páginas para situar la conversación y el debate que tuvieron lugar en el apartamento del señor Sanabria.
Frente al cínico, Sloterdijk rescata la tradición del quínico, inaugurada por Diógenes de Sinope y continuada por la figura del bufón en la edad media y hoy en día, dice Sanabria, por los intelectuales. Es famosa la anécdota de Diógenes que, cuando se le paró Alejandro Magno en frente suyo y le ofreció todo lo que quisiera, Diógenes le pidió que si por favor le daba un permisito y se corría que le estaba tapando el sol.
Se podría pensar en bufones para la sociedad contemporánea y más exactamente para la sociedad colombiana. Pienso en Jaime Garzón y en sus múltiples figuras y personajes que adoptó hasta que lo asesinaron grupos paramilitares y agentes del Estado.
—…uno se preguntaría —se pregunta Sanabria retóricamente— en la sociedad colombiana, con Riaño, por ejemplo, y su personaje de Juanpis González ¿por qué es más fácil encarnar un bufón de derecha que de izquierda en la sociedad colombiana? ¿por qué vende más?¿Por qué ya no hay más Heribertos de la Calle?
—¿Por qué?
—Pues porque la sociedad colombiana ha potencializado su derechosidad. La sociedad colombiana siempre ha sido derechosa. Muy conservadora, muy pacata. No ha llamado a las cosas por su nombre.
Y Sanabria dice que si uno hace una historia de Colombia, desde la época en que pusieron la capital tan lejos del mar, para las élites santafereñas, que le temían a las enfermedades tropicales, era un lujo no conocer el mar. Y habla de Miguel Antonio Caro, un presidente de la República que se jactaba de no conocer la tierra caliente. Y dice que esa tradición de encerramiento generó algo en la sociedad colombiana –incluido el hombre de páramo y montaña pero también del costeño– que es el no llamar a las cosas por su nombre. El ser nacional es eufemista. Acá todo es divinamente. Acá no pasa nada. En este pueblo no hay ladrones.
—Entonces, ante esas circunstancias, vuelvo al bufón. Y no se necesita que el bufón se vista como payasito, porque el sistema lo recupera: “ay, qué chévere el doctor Sanabria, él es así”. Un poco como trataron de hacer con Jaime Garzón. Porque cuando ya tocas algo serio y haces la bufonada de eso tan serio, te pueden matar. O te pueden castigar moralmente, decir “uy, qué horror”. En este país se escandalizan cuando uno manifiesta sus deseos.
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—Es importante —me diría Sanabria días después de la entrevista, de la renuncia del Fiscal— distinguir la dimensión del que está ante lo humano. Si veo a una persona sufrir de un cáncer, por supuesto que me conmuevo. Hay que distinguir entre el deseo y la realidad. Eso es un ejercicio lingüístico. En la moralina imperante se confunde el deseo con la realidad. Una cosa es desear ganarme el baloto y otra cosa ganármelo. Una cosa es desearme acostar con alguien y otra cosa lograrme acostar con esa persona. Si lo logro, me acostaré en circunstancias totalmente distintas a las que lo desee. En esta sociedad se censura más el deseo que los hechos (hechos que implican masacres, ejecuciones extrajudiciales, asesinatos sistemáticos y selectivos, evidentes casos de corrupción, etc).
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Si esta entrevista se hubiera transcrito al detalle, coma por coma, sería tres veces mas larga. Quizás más. No sólo porque, como suele pasar en las conversaciones, hay digresiones que no llevan a nada (y no es que tengan que llevar). Sino porque en sus respuestas Sanabria se extiende cuanto sea necesario, pasa de una anécdota a otra, irrespeta los aparentes límites temáticos a los que se ciñe una entrevista.
Pregona: se remonta a algún lugar de la historia de la filosofía o de la sociología para probar su punto (incluso aunque no termine respondiendo la pregunta). Ante una pregunta del tipo: “¿qué entiende usted por ficción?”, él podría replicar: “si nos remontamos al siglo XVIII, cuando Immanuel Kant publicó la Críti…”.
Quizá sea su vocación de profesor, quizá sea su voluntad de marear al interlocutor con tantos datos y teorías o quizá lo que él llama la “liberación de la palabra”, lo que lo llevan a dar todas estas vueltas.
Ahí les dejo un texto mucho más compacto. De nada.
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Pero antes, una cosa más. ¿No era Jaime Garzón, justamente, el que decía que este país se escandaliza porque uno dice hijueputa en televisión, pero no se escandaliza cuando hay niños limpiando vidrios y pidiendo limosnas?
Ahora sí, la conversación:
Volvamos al caso de Néstor Humberto Martínez. Vi el video y hay toda una relación que usted hace con el libro de Fernando Vallejo, Memorias de un hijuputa, antes de decir la frase que generó polémica: “Y claro, un maldito ser como Néstor Humberto Martínez, ojalá un día le dé un cáncer. Ese es mi mayor deseo. Y lo digo de corazón. Cómo me alegraría ver sufrir a estos malditos que, supuestamente, nos gobiernan. Esa alegría la digo en ficción”. Quiero volver sobre esto último que dice, porque usted ha defendido la libertad de expresión, entonces ¿por qué mandar estos mensajes a través de algo que es la ficción?
Cuando en su época Virginia Woolf, la gran escritora de Un cuarto propio y de otras novelas como Las olas no podía manifestar lo que ella sentía por la sociedad pacata y conservadora en la que le tocó vivir (pero gracias a su marido, que fue su gran alcahueta de su lesbianismo, entre otras cosas) escribió: “when truth is important I prefer to write it fiction”. Donde la verdad es importante, prefiero escribir ficción. Exactamente es lo que estoy haciendo.
Pero ahí hay una diferencia porque Virginia Woolf estaba en unas condiciones, que usted las acaba de mencionar, distintas, en una sociedad pos victoriana en la que la mujer tenía un rol distinto al que tiene usted como opinador y profesor universitario hoy; en donde usted puede decir las cosas sin necesidad de decirlas de manera ficcionada.
No, no creo eso. Lo que estoy señalando es que en este momento en la sociedad colombiana las cosas no se pueden decir pan pan, vino vino, llamar a las cosas por su nombre. Por todos los eufemismos que le acabo de señalar. Entre otras cosas porque cuando usted llama a las cosas por su nombre en esta sociedad, lo pueden desaparecer, matar, o le puede caer la moralina tibia de los centros –que es mas hipócrita que de la extrema derecha o de la extrema izquierda. Entonces ante esas circunstancias sí prefiero escribir ficción.
(Sanabria se levanta y empieza a recorrer los espacios de su casa en busca de sus libros. Luego de unos minutos vuelve con unos ejemplares. Y empieza a mostrar y a poner uno a uno, con cierta brusquedad, cada libro en el sofá. “Mi tercera novela que se llama Gocherías”).
…en mi segunda novela, que se titula ¿Profesor?, así, con signos de interrogación. Porque es que el profesor es alguien que desea y si se elimina el deseo en el profesor, estamos volviendo al academicismo política y estéticamente correcto de la moralina centrista. Para mí, pensar es sentir y desear. Es reconocer la falta. Eso lo han dicho pensadores desde Paulo Freire, pasando por Foucault, hasta gente absolutamente especialista en pedagogía. Y hoy día nos va a llegar la moralina, o ya ha llegado, de las universidades jesuitas, del Opus Dei y de los Andes, en donde usted tiene que atender al estudiante con la puerta abierta, porque lo puede acosar –porque The Andes University es la copia de Stanford.
Entonces ya tienes que atender al estudiante con la puerta abierta. Obviamente jamás lo puedes invitar a tu casa, ni a tomarse un café, porque lo puedes estar acosando. Cosa que es absolutamente ridícula. Yo soy lo que soy gracias a que desde niño fui a los apartamentos y las casas de mis profesores, desde Antanas Mockus, Guillermo Páramo, hasta Pierre Bourdieu, en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paris. Y nunca me acosaron ni me violaron. Y soy lo que soy gracias a ello.
¿El tema del deseo…
Y evidentemente reivindico el deseo, y reivindico, como en el Banquete de Platón, que uno se enamore de los estudiantes. Y lo que está ocurriendo hoy es la moralina de decir “ay, no te puedo atender, etc etc”. En un consejo de profesores, ya no en la U de la Sabana, sino en la Pontificia Universidad Nacional de Colombia, una colega que estudia sociología de la ciencia dice “estamos aterrados porque hay profesores que invitan a su casa a los estudiantes”. Entonces a partir de ahí me inventé un protocolo para esos puritanos que son colegas míos. Y entonces: los estudiantes publican una carta que dice “yo, fulanito o sutanita, porque no son solo hombres evidentemente, fulanita de tal, bajo mi propia cuenta y riesgo, acudo al apartamento del profesor Fabián Sanabria, con el riesgo de ser acosado o acosada” y lo firman.
(Sanabria saca una de las cartas firmada por algún estudiante y nos la muestra como ejemplo).
….porque la moralina es de ese tamaño. Mis deseos sexuales son clarísimos. A mi no me gustan tanto las personas confesionalmente gays, ¡no! Me gusta justamente la persona que tiene las posibilidades de serlo. Algunos dirán que voy a convertirlo. ¡Claro, es que me gusta convertir! Y hablo las cosas pan pan, vino vino. Entonces, como me pueden armar un escandalito, ahí está: así me protejo.
Eso por la moralina hipócrita que impide que llamemos a las cosas por su nombre. No estamos lejos de la época victoriana sino en la retrotopia de Uribe, que es una perspectiva no de futuro, sino de volver al pasado: de volver a los falsos positivos, volver a la seguridad democrática, a los chuzados, a las masacres, volver a los asesinatos de líderes sociales. Vivimos algo similar a la época victoriana de Virginia Woolf. Entonces: “when truh is important I prefer to write it fiction”.
¿Todo lo que usted opina lo opina desde la ficción? ¿Y cómo entiende usted la ficción?
En las novelas de Fernando Vallejo, desde Los días azules en adelante, hay nombres propios y apellidos. Que fue una de las grandes ignorancias que le revelé a la señora Darcy Quinn. A la señora Quinn le dije: “usted está mintiendo, es doblemente hipócrita. Primero porque no dice que mi trino sobre Néstor Humberto Martínez lo estaban retrinando y comentando cientos de personas; y segundo, porque no lee y no sabe que en la novela de Vallejo él habla con nombres propios. Lea y vea que hay nombres propios y apellidos”. Pero esos nombres propios…Entonces ¿por qué no lo demandan a Vallejo? Pues porque es el yo ficticio el que habla y que Vallejo construyó.
Pues eso es posible hoy en literatura y no te pueden demandar. Para evitar la moralina jurídica y el sicariato jurídico que seguiría, entre otras cosas porque hay que renunciar a la pretensión de la verdad. Esa es una de las mayores trampas de Occidente, entonces haces socioficción. O haces literatura.
Ajá…
Lo que yo estoy reclamando, después del video de “Memorias de un HP”, es el legítimo derecho a hacer socioficción. Que lo he querido hacer desde hace mucho tiempo. Mi profesor Mar Auge empezó a hacer etnoficcion. Se dedicó a escribir etnoficciones después de ser un gran antropólogo, el más importante después de Levi Strauss en Francia. El profesor Jean Baudillard hace dos décadas inauguró la línea de socioficcion para las sociedades contemporáneas, es lo que voy a hacer. Y lo describo de una manera muy concreta en mi siguiente video que se llama “Socioficción”: es suponer a un personaje de la vida nacional y construirlo en situaciones comprometedoras que su condición de hipócrita jamás le permitirían confesar. Claro, haciendo variaciones para que sean más sonoras: Claudia Gurisati no me suena tanto, entonces la pongo como Katrina Guristati. Y Katrina Gurisati es la dueña de un prostíbulo. ¿Acaso no tengo un derecho? ¿Estoy cometiendo un pecado? Pues lo voy a hacer y con más ganas.
¿Para usted la ficción es una forma de acceder a la verdad?
Es que la verdad no existe.
No existe…
Después de Foucault la verdad se la dejamos a Benedicto XVI. La verdad con mayúscula es tan peligrosa como el monoteísmo. En el mejor de los casos podemos ser gobernantes de nuestra pequeña verdad. Pero estamos asistiendo en el mundo contemporáneo a la gran revelación de las trampas de Occidente: y es que estamos atrapados en la verdad. Y eso es directamente proporcional derivado del sistema de pensamiento de las religiones del libro cristianismo, judaísmo e islam: del dios único. Lo que nos revela la posverdad hoy no es nada nuevo. Siempre ha existido posverdad. Ha habido fabricantes de posverdades. Lo que nos revela hoy el problema de la posverdad –que no es un problema de Oriente o de las sociedades amazónicas o de las comunidades raizales o palenqueras, sino que es un problema judeo-cristiano– es que estamos obsesionados con el dios único, con que todo parte de un punto y llega a un punto… En vez de pensar en orígenes plurales y en desembocaduras plurales.
Una cosa es la verdad y otra es la realidad. Una cosa es la verdad como construcción teleológica del Occidente judeocristiana y otra cosa es lo fáctico. Ah, entonces si alguien dice, a partir de hechos concretos, que se está rascando una pierna y en realidad se está rascando una güeva: ese personaje es un falseador de lo fáctico. Lo que se necesita justamente es tener lógica y justamente demostrar qué es lo fáctico. Pero es no es la verdad, es un hecho que constato. El problema de la verdad en Occidente es pretender no solamente tener la razón sino el sentido único y que los demás lo tengan.
El problema de la verdad es un problema occidental. No es que el cristianismo haya influido a occidente. El cristianismo es occidente. Entonces yo no hablo de una condición posmoderna, hablo de una condición poscristiana. Estamos en la saturación de los ideales y de los idearios de la modernidad que son los ideales materialistas del cristianismo. El marxismo es cristiano. Por lo que estoy abogando es por una pluralidad de relatos. Por una pluralidad de verdades. Y uno es gobernante de su pequeña verdad. Pero no es la verdad. Y vuelvo: “donde verdad es importante, prefiero escribir ficción”. Y en la literatura yo no tengo la pretensión de decir la verdad universal, sino mi verdad, la del relato. Punto.
Retomemos todo esto que me acaba de decir. Quisiera saber cuál es su posicionamiento…
Déjeme hacer un paréntesis un poco chistoso a propósito de los mangos. Un día me enamoré de un muchacho y le dije: yo lo quiero embadurnar de mango, lo más extraordinario. Una de las cosas que me impiden irme de Colombia, si me echan, es que voy a echar de menos los mangos dulces. Estos que venden a dos mil pesos. Cierro ese paréntesis.
¿Pero logró untar de mango al muchacho?
Por supuesto.
¿Y lo untaron a usted?
Claro y él nunca lo olvidará. Porque se casó con una dama y todavía me escribe. Me dice: no, ¡esa enmangada…!
Hablemos de política, si le parece. ¿Usted cree que en Colombia hubo conflicto armado?
(Risas) Pero por supuesto que sí. Que entre otras cosas al decir que si en Colombia hubo conflicto o conflicto armado…¡siempre habrá conflicto! El conflicto es inherente a las sociedades.
Le pregunté por conflicto armado…
Conflicto armado, claro que sí, porque se pretendió resolver el conflicto con armas. Justamente es un error garrafal hablar de posconflicto. Porque el conflicto nunca se va a acabar. Deberíamos hablar de posconflicto desarmado. En vez de posacuerdo. Que resolvamos los conflictos por vías distintas a las armas.
Se lo pregunto porque recientemente estuve hablando con Darío Acevedo, actual director del CNMH, y él tiene una forma de entender la verdad muy similar a la que usted me acaba de decir. Que la verdad es plural y que la sociedad colombiana tiene que entender que el papel del CNMH no es el de emitir verdades sobre lo que pasó en Colombia y que el conflicto armado interno no es ninguna verdad sobre roca. Justamente se lo digo porque él está en una orilla política opuesta a la suya, pero también defiende esta noción de verdad que usted me acaba de describir. ¿En qué medida defender esta noción de verdad no desemboca en no reconocer qué es lo que nos ha pasado cómo país?
Seamos claros. Es que yo he aclarado que lo que me parece preocupante es la noción teleológica y teológica de la verdad absoluta. En ningún sistema de pensamiento debería aceptarse o asumirse la idea de la verdad absoluta. Hay verdades. Hay relatos. Versiones. Esos relatos corresponden a hechos que deben comprobarse y pueden ser fácticos. Pero hay que recordarle a nuestro querido Acevedo –no en términos de la pluralidad de las verdades, sino en términos de la pluralidad de las realidades– que en Detrás de la guerra Ariel Ávila acaba de revelar más que una verdad, una realidad, que no se puede tapar con un dedo y es: estadísticamente el terror que causaron los paramilitares fue mayor que el que causaron los guerrilleros. Y eso nos lo taparon. Porque justamente los dueños de la verdad que generan posverdad nos hicieron creer que “el gran mal de Colombia eran la Far” (dice Sanabria en tono paisa). Es la característica de los neopopulistas: como Chávez, Fujimori o Uribe. Álvaro Uribe acá y Fujimori antes en el Perú tenían eso del enemigo interno. Ellos lanzan un discurso contras las Farc o Sendero Luminoso y consolidan su seguridad democrática. Ellos lograron poner en la palestra pública como referente a un chivo expiatorio. Esa es la característica del neopopulismo.
Lograron vender su relato…
Claro, y se vuelve chivo expiatorio para todo el mal que ocurra. Y ese chivo tapa cualquier problema: si se cayó una represa, si hubo corrupción, “no, el problema es la Far” (dice en tono paisa de nuevo). Un poco como Fajardo dice: ¿qué le está pasando a Colombia? Corrupción. ¿Y cómo se acaba la corrupción? Con educación. Un baboso. En dónde no hay ningún desarrollo más allá de eso.
¿Fajardo es un noepopulista?
No, es un mediocre lamentable. Alguien incapaz de tomar una posición. Es la agenda que nos están vendiendo Semana y los tibios. Si algo caracteriza a Fajardo en frase colombiana es alguien que escurre el bulto. No necesariamente que pela el cobre, sino que escurre el bulto.
¿Quiénes son los tibios?
La revista Semana, Daniel Samper Ospina…
¿Mockus es tibio?
No, ¡por supuesto que Mockus no es tibio! Y la prueba es que puso las tablas de la ley. Ese es el Mockus que admiro. El que le hizo jurar a Petro sobre las tablas de la ley. Mockus no es tibio, porque ha tenido salidas en donde fundamentalmente sale el ethos de Antanas. Mientras que Fajardo es un tibio, un mediocre.
¿Y en qué medida eso no es moralista?
Más que moralista, es un acto ético. Uno de los problemas de Colombia es que confundimos moral con ética. La moral viene del latin mores que quiere decir costumbre. De decir: “ay, mijo aquí no se usa así, no polarices. No subas la voz”. Eso es moralina, es decir, costumbre. La ética viene del ethos griego que quiere decir acto. Entonces, para decírselo francamente, la mayoría de políticos colombianos especialmente esos que están en la cueva de Ali Baba del congreso son moralistas.
¿Cuáles?
¡Todos! ¡A excepción de unos pocos que son éticos! Y éticos lo puede tener un delincuente. ¿Sabe quién es ético? El muchacho que lo entrevistan cuando se cola en Transmilenio y le dicen: “¿usted no se avergüenza de este comparendo? Y él dice, no. ¿Por qué no? Porque Transmilenio es una mierda”. Eso es ética. No es moral, es inmoral: él está infringiendo la ley de la costumbre, pero es ético.
¿Qué distinciones haría entre lo tibio, el moralismo, la voluntad eufemística y el centro político? ¿Son lo mismo? ¿Qué relación hay ahí?
Ser de centro no tiene ningún problema. Pero tomando posiciones ante caso concretos.
¿Los tibios no toman posiciones?
¿Quién es el tibio? El que nunca toma posición. La sociedad colombiana esta imbuida culturalmente en esa moralina solapada de no tomar decisiones. La clase media colombiana sobre todo está llena de eso. El pueblo a veces toma más decisiones que la clase media. Cuando el pueblo se vuelve clase media se vuelve solapado y tibio.
En este momento lo que estoy suscitando con la socioficcion es que ya hay miles que sí le están deseando una venérea a Carrasquilla, lepra a Ordoñez. Qué maravilla.
Qué pasa cuando el deseo…
Se trata de liberar…. A la sociedad colombiana le hace falta liberar la palabra. Le hace falta realizar ejercicios de violencia simbólica, de ironía, de humor para que, justamente cuando el otro lo cierra en la carretera, usted no le meta 34 crucetazos. Lo que yo estoy haciendo como intelectual insolente, es desarrollando un ejercicio de liberación de la palabra para liberar el deseo. Entonces qué bonito que la sociedad colombiana manifieste sus deseos, sin hacerle mal a nadie. No le estamos haciendo daño a nadie y no nos las estamos dando de buenos.
¿Cómo más se puede liberar la palabra?
A través del arte. A través de las imágenes. De la fotografía. A través de los memes. Necesitamos muchachos que hagan posdoctorados en memes. Escuelas de youtubers en Colombia. Necesitamos gente que salga a la calle con un celular y no le crea a los medios oficiales de comunicación, que reptan ante al poder. Es un poco como Duque ante Trump: porque no se arrodilla, repta.
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No le pregunté nunca al señor Sanabria, en medio de la entrevista, qué tan teológico (y teleológico, como dice él) es el concepto de realidad. ¿La realidad se define entonces por lo fáctico? ¿Cuál es la relación entonces entre ficción y factum, como diría Sanabria en griego refiriéndose a los hechos? ¿Cuál es la relación entre la ficción y el fake news? ¿Dónde está el pacto con el lector, si es que alguna vez hubo un pacto?
¿Cuándo entró de repente en la ficción, en esa sociedad sin estado, la idea de que cuando se hablaba en ese mundo libre de ley había que decir que lo que se hablaba allí, en ese lugar, era “ficción”? ¿siempre y antes de que se tomara la palabra? ¿Desde cuando tuvimos que pedir permiso para hablar de ficción? ¿En ficción? ¿Y lo peor: manifestar que el discurso, relato o narración que venía a continuación debía ser leído en términos de ficción?
¿Por qué carajos —al final es la pregunta detrás de este texto— tiene que acudir a “la ficción” el señor Sanabria para decir las vainas que piensa y que desea? ¿Para evitar simplemente líos legales? ¿Sólo nos es posible ahora manifestar nuestros deseos en clave de ficción?