Fuimos a la cárcel de máxima seguridad de Itagüí y acompañamos a víctimas y victimarios en un acto de perdón.
…“y que no mueran tantos inocentes, ya nos cansamos de tanta crueldad”… reza un corrido mexicano que resuena en el patio de recreo de la cárcel de máxima seguridad de Itagüí. Los intérpretes: excombatientes detenidos, que cumplen sus penas a la luz de la Ley de Justicia y Paz. Están allí, bajo un sol asfixiante, para amenizar la graduación de 280 de sus compañeros, exparamilitares y exguerrilleros, que acaban de culminar el programa de resocialización que lidera el Ministerio de Justicia en esta y otras cinco cárceles del país.
Entre los graduandos se encuentra Jesús Ignacio Roldán, alias “Monoleche”, exjefe de seguridad y lugarteniente de los desaparecidos jefes paramilitares Carlos y Vicente Castaño Gil. Está sentenciado a ocho años de prisión por distintos crímenes y en virtud de su condena deberá asistir a San Pedro de Urabá (Antioquia) y Valencia (Córdoba) para pedir perdón a sus víctimas, encontrar a los desaparecidos e identificar los bienes que les fueron despojados a los campesinos de la región.
Además de cumplir paulatinamente con esas y otras tareas, que buscan contribuir a la reparación y a la reconciliación, “Monoleche” cursó y aprobó las capacitaciones en derechos humanos y justicia restaurativa, seguridad jurídica, emprendimiento empresarial y atención psicosocial que ofrece el Ministerio de Justicia. Los mismos que culminó con éxito Iván Cadena, alias “Robocop”, uno de los miles de paramilitares rasos del Bloque Central Bolívar de las AUC, quien delinquió en el Nordeste, el Bajo Cauca y el Magdalena Medio (Antioquia).
Sentado en el patio de la cárcel, Cadena recuerda vívidamente la primera vez que pidió perdón durante una audiencia de Justicia y Paz. Dice que “fue y sigue siendo muy duro”, y que lloró cuando le llegó el turno. Recién habla de ello se le nubla la mirada y se le corta el discurso, pero lo retoma rápidamente para contar que en prisión aprendió a tallar madera, que pasa mañanas y tardes dándole a ese oficio, y que está ansioso de recobrar la libertad para trabajar en un negocio familiar de zapatería. Dice que en la cárcel también aprendió a hablar en un lenguaje distinto al de la guerra, y que descubrió que podía comunicarse sin beligerancia y sin premuras con quienes nunca empuñaron las armas.
También está en la graduación el pastor Wilson Cardona, que va vestido de traje. Antes de recibir ese honroso título, Cardona fue parte del frente Álex Hurtado del Bloque Bananero de las Autodefensas, que operó en el Urabá antioqueño. Recuerda que cuando puso el primer pie en la cárcel pensó que “era mejor haberme hecho matar. Pero después me fui dando cuenta de que esto es una oportunidad para conocer la paz interior”. Un estado bajo el cual ha llegado a la conclusión de que “muchos de nosotros fuimos vulnerables por falta de educación y de formación personal, que no nos permitió adoptar un carácter firme e hizo que actuáramos violentamente”.
Al tiempo que se graduaban, los excombatientes también mostraron su arrepentimiento por haber usado las armas contra personas, familias y pueblos inermes. Por eso, el desmovilizado de las Farc Pedro Luis Pino y sus compañeros del patio 5 exhibieron varios pendones coloridos en homenaje a las víctimas. Dijo que “con esto queremos expresar nuestro más profundo sentimiento de dolor por todo el daño causado con nuestros atroces actos de violencia”. Y que “no se trata de emplear frases bonitas, ni de ofrecer un discurso para cumplir compromisos, porque de nada serviría si no lo sentimos de corazón y no nos arrepentimos por nuestro vil y torpe accionar armado”.
Entre las víctimas que estaban allí, sus palabras fueron bien recibidas. La Asociación Conexión Mujeres con Futuro, que agrupa a mujeres pobres desplazadas por la guerra, entregó una colcha de retazos como símbolo de unidad en la diferencia. Según Yaneth Álvarez, integrante de la asociación, “este es un tejido que se ha hecho con manos de mujeres que han estado movidas por el amor. Queremos romper las barreras que nos separan a víctimas y victimarios, porque ya empiezan a ser muy grandes nuestros sueños de vivir en un país en paz”. Y agregó que “nuestro pasado y nuestro dolor van quedando como parte de la vida, pero no son lo que nos constituye en la actualidad”.
Ahora, después de pasar casi una década en prisión, los excombatientes enfrentan múltiples desafíos. Muchos de ellos están ad portas de abandonar la cárcel y, tal como asegura Carlos Medina, viceministro de Política Criminal y Justicia Restaurativa, “tienen el reto enorme de demostrar que se puede creer en no repetir los errores, que es posible recuperar la confianza de la sociedad y entregarle al país una primera mitad de lo que ha sido este gran proceso de paz, que se va a enlazar con la segunda (la etapa de posacuerdos con las Farc), para cerrar el conflicto”.
El Gobierno, por otro lado, deberá avanzar en temas clave, tales como preparar a las comunidades para recibir a los antiguos guerrilleros y paramilitares, garantizar su seguridad en los territorios, y acompañarlos en el largo y difícil proceso de integrarse a la vida civil.