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La paz pendiente de los Montes de María. San Onofre y el poder de “Cadena” (Parte 4)
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La paz pendiente de los Montes de María. San Onofre y el poder de “Cadena” (Parte 4)

Juan David Ortíz Franco - noviembre 17, 2015

Las comunidades que estuvieron bajo el control violento de los paramilitares pierden, de a poco, el miedo a hablar.

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“Ganó Jorge Blanco, no joda”, gritó en pleno parque de San Onofre Rodrigo Mercado Peluffo, alias “Cadena”, comandante militar del bloque Héroes de los Montes de María de las AUC. Adornó el alarido con varios tiros al aire. Era la noche del domingo de elecciones de 2003 y el jefe paraco celebraba, como si fuera una sorpresa, la victoria del candidato único a la Alcaldía.

La decisión de poner a Jorge Blanco Fuentes —hoy condenado por parapolítica— en el Palacio Municipal de San Onofre estaba tomada desde hacía meses. Pero le fue notificada a la gente del pueblo en una reunión que se hizo pocas semanas antes de los comicios en la gallera 19 de Marzo del corregimiento de Berrugas.

La gallera 19 de Marzo, en Berrugas, fue el lugar de las parrandas y de las reuniones políticas de Rodrigo Mercado Peluffo, alias “Cadena”, el comandante de bloque Héroes de los Montes de María de las Autodefensas Unidas de Colombia.

Allí, “Cadena” dijo que habría un candidato único, “impuesto por las AUC” —de acuerdo con uno de los testimonios que sirvió para la condena en julio pasado de seis exconcejales que participaron en la reunión— para ahorrarse la plata de la campaña e invertirla en obras en para el municipio.

Además, el candidato sería Blanco por tratarse de la única persona que reconoció haber robado dineros públicos cuando fue funcionario de la administración municipal. Como premio por su honestidad, los paramilitares apoyarían su aspiración, pero eso sí,  habría muchos ojos atentos a sus pasos y, si se detectaba algún acto de corrupción, sería el mismo “Cadena” el encargado de hacer control fiscal y disciplinario, a su modo.

Blanco asumió el primero de enero de 2004 y, desde entonces, como habían advertido los paramilitares, el desangre del erario público quedó solo bajo el control de “Cadena”. La tesorería municipal se convirtió en su caja menor, nombró gerente en el hospital y funcionarios en el gabinete. La Alcaldía y buena parte del Concejo de San Onofre se convirtieron en el despacho alterno de los ‘paras’ que dominaban la región.

Control social, ruinas y un cementerio

Fue por las playas de Berrugas, un caserío pobre y pantanoso, por donde, dicen algunos de sus habitantes, llegó el paramilitarismo a los Montes de María a principios de los 90. Después, el pueblo se transformó, junto a Rincón del Mar, otro corregimiento cercano, en algo así como la capital del Estado paralelo que impuso “Cadena”, y sus costas en el puerto para la cocaína que sostenía su imperio.

Vea también: La paz pendiente de los Montes de María (Parte 1)

Pero en Berrugas estaban los gallos de pelea, la obsesión del patrón, y eso lo hacía un lugar especial. A esa gallera, la misma de la reunión electoral de 2003 en la que participaron más de 600 personas, llegaban políticos y empresarios de toda la Costa Caribe para sellar alianzas con las autodefensas. Rincón, en cambio, era algo así como la residencia privada, el lugar de las fiestas y del derroche. En ambos corregimientos los paramilitares dirimían conflictos familiares, cobraban deudas, sancionaban riñas e imponían reglas de convivencia.

La antigua casa de “Cadena” en Rincón del Mar permanece abandonada.  Fue pintada con la publicidad de Maida Balseiro, hoy alcaldesa electa de San Onofre. En el pueblo saben y un informe de la Misión de Observación Electoral ratifica que es la heredera del poder de Jorge Blanco y de los parapolíticos de la región.

Pero había otro lugar de importancia. A solo 10 minutos de la cabecera municipal de San Onofre, por la misma trocha que conduce a Berrugas y Rincón, están hoy las ruinas de la Hacienda El Palmar, una propiedad que los paramilitares les robaron a sus propietarios originales para convertirla en una típica residencia mafiosa rodeada de fosas comunes.

En la región se le conoce como “El Caucho” y hasta ese lugar llegó varias veces el exsenador Álvaro “El Gordo” García, según consta en la sentencia condenatoria a 40 años de cárcel  que en 2010 profirió la Corte Suprema de Justicia contra el cacique político de Sucre. En ese documento se explica en detalle sus relaciones con el paramilitarismo y su responsabilidad, entre otros crímenes, en la masacre de Macayepo, el corregimiento de Carmen de Bolívar donde nació “Cadena” y a cuyos campesinos asesinaron sus hombres.

Un mototaxista de Rincón del Mar recuerda que El Palmar también era uno de los sitios utilizados por los paramilitares para que los habitantes de los pueblos de la zona pagaran las “condenas” que les eran impuestas por incumplir las normas. Él mismo fue sentenciado a 20 días de trabajo forzado quitando la maleza de un lago por una pelea callejera con un vecino.

“Madrugaba a las 5:00 de la mañana —recuerda el hombre que, para entonces, dice, todavía era un ‘pelao’—­ y me venía a trabajar en bicicleta. Pero fueron solo como cuatro días, porque un man muy loco que estaba con nosotros vio que ‘Cadena’ estaba en la casa, se le arrimó y le dijo que nos bajara la pena. Y él dijo, ‘lárguense de aquí manada de hijueputas, pero si los vuelvo a ver peleando yo mismo los mato’”.

Ese sistema de justicia no era previsible. Dicen en Rincón que si alguien era sorprendido robando debía pagar con trabajos forzados y luego tenía dos oportunidades más. Todos sabían que a la tercera, si no alcanzaba a desaparecer por su cuenta, los paramilitares se encargaban.

Pero muchas veces el aparato “judicial” de las autodefensas amanecía menos condescendiente  y muchas personas, que incumplieron el código de conducta o dijeron algo que molestó a los dueños del pueblo, terminaron muertas y enterradas en El Palmar o en otro lugar del gran cementerio en que los paramilitares convirtieron la región.

En Rincón del Mar todavía sobrevive la publicidad de la última campaña de la senadora Teresita García Romero, hermana y heredera electoral de “El Gordo” García, el cacique político que ordenó asesinar a 15 campesinos en Macayepo y uno de los grandes promotores de paramilitarismo en Sucre.

El general (r) Rafael Colón, quien llegó en 2002 como comandante de la Fuerzas Especiales de la Armada, y lideró la ofensiva de las Fuerzas Militares contra las autodefensas en esa región, asegura que fueron incontables las restricciones impuestas por los paramilitares a la libertad de las personas de San Onofre.

“No podían movilizarse libremente, si no les hacían caso los asesinaban, si una niña les gustaba la violaban, a los jóvenes los reclutaban”, explica Colón. Y fue casi una década de silencio de la gente sometida por el miedo y de complicidad del poder político que sacaba réditos de pactar su dominio con la gente de “Cadena”.

“La mayor dificultad era construir confianza con la comunidad.  El trabajo principal fue lograr una cercanía con la población civil, hablar puerta a puerta y cara a cara con las familias y transmitir esas necesidades a las autoridades”, dice Colón. El oficial retirado asegura que cumplió ese objetivo y que a raíz de eso la gente decidió denunciar públicamente las atrocidades que cometían los paramilitares.

Y lo hicieron, pero después de 2005, cuando el bloque Héroes de los Montes de María se desmovilizó y su comandante se concentró, junto a otros jefes paramilitares, en Santa Fe de Ralito, Córdoba, para adelantar su proceso de sometimiento a la justicia.

Por esa misma época la Fiscalía encontró 76 cadáveres enterrados en los alrededores de “El Caucho”, desde entonces las exhumaciones han sido constantes en ese y otros predios de la zona. Dice un líder de Berrugas que fueron cerca de 3.000 las personas desaparecidas desde que los paramilitares llegaron a la región, que muchas de ellas todavía deben estar enterradas en ese lugar y que falta mucho por escarbar.

“La última vez fue hace como 15 días, vino la gente de la Fiscalía, agarraron para adentro y después volvieron a salir. Como no dicen nada, uno no sabe si encontraron a alguien”, dice la cuidandera de la finca, que luego de la desaparición de “Cadena”, regresó a manos de sus antiguos propietarios.

En los alrededores de las ruinas de la Hacienda El Palmar todavía se hacen diligencias de exhumación de los cuerpos mutilados y enterrados por los hombres de “Cadena”.

Resistir para cosechar y el derecho a la palabra

Rodrigo Mercado Peluffo, “Cadena”, —el matarife de Macayepo que entró a la guerra como informante de la Armada, pasó por las “Convivir” y terminó liderando la destrucción de 15 municipios en dos departamentos­—, desapareció de Santa Fe de Ralito, el mismo lugar donde los paramilitares acordaron tomarse el Congreso de la República en las elecciones de 2002.

Cuenta la versión más sonada que salió de la zona de concentración, en una camioneta, camino a una pelea de gallos en la finca de uno de sus amigos ganaderos de Montería. Varios hombres lo detuvieron, lo asesinaron y desaparecieron su cuerpo. El carro apareció incinerado. En San Onofre, sin embargo, todavía se pelean para contar el cuento con finales diferentes.

El general Rafael Colón dice que en 2005 se consumó la derrota militar que llevó al sometimiento del bloque Héroes de los Montes de María. Que la ofensiva de los hombres a su cargo fue tal que en los pueblos de la zona cuentan que, alguna vez, le preguntaron a “Cadena” quién descubrió América y respondió que Simón Bolívar para no pronunciar su apellido.

Lo cierto es que el verdugo no regresó y, a partir de entonces, la gente de la zona empezó a trabajar por reconstruir sus comunidades. Rosember Barón, líder de la vereda La Pelona, recuerda que fue en 2004 cuando él junto a su familia y unos cuantos de sus antiguos vecinos decidieron regresar a levantar los escombros de lo que había sido su pueblo.

Cuentan en Rincón del Mar, como si fuera un mito, que a principios de 2005 decenas de hombres de la Armada desembarcaron de varios submarinos muy cerca de la casa de “Cadena”. El jefe paramilitar corrió hacia un lago cercano y nunca volvieron a verlo.

Se desplazaron en 1997, cuando los paramilitares, entonces recién llegados, asesinaron a Andrés Antonio Barón, uno de los líderes de la comunidad.  “El 4 de marzo del 97, a las 11:00 de la noche, unos hombres armados sacaron al primo de la casa —recuerda Rosember—. La mujer vino hasta acá en la madrugada y nos dijo que no sabía nada de él. Nos metimos al monte y lo encontramos muerto como a las 9:00 de la mañana. Comenzaron las especulaciones y al día siguiente mataron al inspector de Berrugas y al administrador de El Palmar, entre el seis y el siete todo el mundo se desplazó”.

Ese era el recurso para sobrevivir. Empacar y salir corriendo, porque denunciar ante las autoridades era casi igual que contarle a “Cadena” un secreto al oído. “Más se demoraba usted en llegar a la casa después de poner la queja en San Onofre que ellos en enterarse y alcanzarlo en la carretera para matarlo”, dice otro habitante de La Pelona.

Vea también: La paz pendiente de los Montes de María. La pelea de los ‘sin tierra’ (Parte 3)

Para entonces poco sabían en ese caserío de paramilitares y guerrilleros. Los mayores recuerdan que a principios de los 90 unos hombres de camuflado pasaron por el pueblo, hicieron una reunión y se identificaron como integrantes del frente 37 de las Farc. Dijeron que no iban a hacerle daño a nadie, nunca se asentaron en la zona, pero entre los campesinos corría el rumor de que por ahí andaba “la gente del monte”.

Luego llegaron las extorsiones y quienes más producían debían pagarle a los guerrilleros que, cada tanto, montaban un puesto de cobro para recibir sus tributos. Más tarde, en el 94, se empezó a escuchar de la llegada de los paramilitares que se presentaban como “Convivir”, pero fue en el 97, por los mismos días de la muerte de Andrés Barón, cuando quedó claro que empezaría una guerra por el territorio.

La guerrilla no puso mucha resistencia y los paramilitares izaron las banderas de su reino. La gente de La Pelona decidió no quedarse para presenciarlo y con el desplazamiento también dejaron atrás sus tierras, su escuela, la idea de llevar energía eléctrica a sus casas y sus proyectos productivos comunitarios.

Rosember Barón lideró el retorno de su comunidad luego de años de desplazamiento. Aunque en la zona costera, defiende el discurso del derecho a la tierra de los campesinos de los Montes de María.

Entonces, las autodefensas se apoderaron de las tierras y del lago que representaba el trabajo colectivo de años. Alrededor de él adecuaron una zona de castigo similar a la que tenían en El Palmar y hace apenas unas cuantas semanas un postulado de Justicia y Paz condujo a un grupo de la Fiscalía hasta el sitio donde, se presume, enterraron a varias de sus víctimas.

Los rastros de la excavación, y una bolsa plástica que brota de la tierra removida, son el testimonio de las atrocidades que se cometieron en lo que alguna vez fue el proyecto para cultivar tilapia que alimentó a 54 familias y que resurgió, luego del retorno, a punta de convites y trabajo comunitario.

Unas cuantas familias regresaron en 2004, cuando el poder de “Cadena” aún estaba vigente. Los líderes moderaron el discurso de la lucha por la tierra, que habían heredado de la ANUC, y cualquier otro que pudiera asociarlos con procesos sociales y organizativos. Cualquier palabra que se asociara con la política salió de su vocabulario. Los paramilitares, como ejerciendo su gobierno, enviaban delegados a sus reuniones. A los campesinos les robaron el don de la palabra.

Esos primeros retornados lideraron la avanzada a las parcelas cercanas, otros cuantos siguieron llegando hasta 2006 y un año más tarde se oficializó el retorno. Empezaron las gestiones para reconstruir su pueblo y, casi seis años después de que las primeras familias se asentaron de nuevo en La Pelona, llegaron los primeros recursos del Gobierno para construir, cada familia, un baño y una habitación sobre las ruinas de sus viejas casas.

En La Pelona viven hoy 27 familias. El pueblo es sujeto de reparación colectiva y esperan que con esa declaratoria logren solucionar, por ejemplo, la falta de un acueducto.

Hoy son 15 las familias que subsisten del cultivo de peces, pero solo seis hacen parte de los pobladores originales, los demás han llegado con el tiempo. Aunque tienen energía eléctrica, el agua la siguen cargando en burro desde el lago o llenando tanques con la lluvia.

Por el frente de su caserío, como pasa en casi toda la región, se mueven ahora las camionetas que cargan con una nueva generación de narcotraficantes que utilizan las playas que quedaron vacantes, se presentan con el rótulo de Gaitanistas y que, por ahora, no parecen interesados en librar una guerra. Por eso la gente no oye, no ve, no siente. Ese no es su problema, se ocupan en otras cosas.

“Necesitamos viviendas dignas  —dice Rosember—, una vía decente para movilizarnos, agua y educación. Que además de cómo producir haya cómo comercializar”. Y la lista se alarga, pero Emilsen, su esposa, le pone otro detalle.

Quita las cintas que amarran una bolsa plástica y desempaca una tela blanca que tiene que desdoblar con ayuda. Es la sábana de los sueños en la que su comunidad dibujó los pasos negros del desplazamiento y los pasos verdes del retorno.

Hay todavía unos cuantos recuadros blancos. “Están ahí porque todavía soñamos con la paz —dice Emilsen—, pero para nosotros sentirnos en paz todos nuestros compañeros tendrían que regresar, porque aquí el dolor de uno es el dolor de todos”.