La difícil labor de hacer hablar a los muertos | ¡PACIFISTA!
La difícil labor de hacer hablar a los muertos
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La difícil labor de hacer hablar a los muertos

Staff ¡Pacifista! - mayo 21, 2015

¿Qué tienen que ver los antropólogos forenses con la memoria histórica?

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Por: Esteban Montaño

Helka Quevedo se refiere a los esqueletos de los seres humanos como “los huesitos”, y es ahí cuando se entiende cómo puede dedicarse a desenterrar restos humanos y a tratar de identificarlos. Ella es experta en una ciencia llamada antropología forense, lo cual la llevó participar en la delegación judicial que en el año 2002 exhumó los cadáveres de 36 víctimas de los paramilitares en Belén de los Andaquíes, un pueblo del occidente de Caquetá.

Este es el caso que explora el más reciente informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, que fue coordinado por Quevedo. En la primera frase, se advierte que lo que sigue es un relato del horror: “la presente investigación es una muestra de las dimensiones de las ignominias perpetradas en desarrollo del conflicto armado en Colombia”. Con ello no solo se refiere a la cantidad de víctimas que ha dejado la violencia, sino a la degradación de los métodos utilizados para ejercerla.

De ahí el nombre del documento: Textos corporales de la crueldad. Memoria histórica y antropología forense. En diálogo con ¡PACIFISTA!, Helka Quevedo explica su teoría de que las marcas que dejaron las torturas y los desmembramientos sobre los cuerpos de esas 36 personas pueden leerse como un mensaje. También opina sobre por qué la paz requiere que la sociedad se confronte con experiencias que muy pocos quieren escuchar.

¿De qué se trata el informe?

El informe es la narración a tres voces de uno de los crímenes que cometieron los paramilitares en un lugar de Colombia llamado Puerto Torres. La voz principal es la de los 36 cadáveres que fueron hallados en fosas individuales en este corregimiento de Belén de los Andaquíes. La segunda es la de las familias de las víctimas y de la comunidad, unida a la de los  funcionarios judiciales que investigaron el caso y condenaron a algunos de los responsables. La tercera voz es justamente la de ellos, la de los paramilitares que desaparecieron, torturaron y asesinaron a estas personas por ser, supuestamente, afines a la guerrilla.

¿Cómo así que el informe se hizo con la voz de los muertos?

Sí, la fuente principal son los 36 cadáveres. Como funcionaria de la Fiscalía estuve en la exhumación de esos restos, que se hizo en 2002. Por eso se de primera mano qué dicen esos cuerpos. Con mis colegas hemos hecho una reflexión y es que esos cuerpos se convierten en textos que se pueden leer e interpretar.  Mediante el análisis de esos cadáveres pudimos saber lo que esas personas sufrieron antes de morir y también lo que les pasó a los cuerpos después de eso. A los cuerpos les hicieron muchas cosas aun después de que las personas habían fallecido. Pero eso no es suficiente para entender bien todo lo que ocurrió. Hay que complementar la historia con la descripción de la escena del crimen, con los testimonios de los habitantes de Puerto Torres y con las confesiones de los paramilitares. Eso fue lo que hicimos para escribir este informe.

En el informe se habla de las Escuelas de la muerte, ¿qué fue eso?

Para el año 2001, las Farc estaban reunidas con el gobierno en el Caguán, al norte del Caquetá y los paramilitares, que llegaron desde Urabá, intentaron contrarrestar ese poder desde el occidente. Puerto Torres es un sitio estratégico porque es uno de los pocos lugares del departamento que tiene acceso fluvial y por carretera. Esto lo convierte en un sitio privilegiado para controlar las rutas del narcotráfico, que fue otro de los motores de la expansión del paramilitarismo hacia esa zona del país.

Puerto Torres se volvió su centro de operaciones, y en ese proceso empezaron a desplazar, a torturar y a matar a todos los que les parecieran sospechosos de ser guerrilleros. La escuela del pueblo era el lugar en el que se les daba entrenamiento militar a los combatientes, pero allí también utilizaron a las víctimas y sobre todo a sus cuerpos para enseñar a torturar, para saber cómo se desmiembra a una persona. Los paramilitares convirtieron los cuerpos de sus víctimas en unos instrumentos para “hacer pedagogía de la muerte”.

¿Cuál es la historia del cadáver número 36?

En dos semanas y media, la comisión de la Fiscalía de la que hice parte logró exhumar 35 cuerpos. Era el año 2002 y se acababan de romper los diálogos del Caguán, por lo que el conflicto armado estaba al rojo vivo. Un día antes de que nos devolviéramos para Bogotá, porque el Ejército ya no nos podía prestar más seguridad, una persona me dice que hay un cuerpo en un patio de una casa. Yo decidí sacarlo rapidísimo, meterlo en una maleta y llevarlo en el helicóptero para Florencia, la capital del departamento. Todo esto obviamente lo hice cumpliendo con todos los requisitos legales.

En ese momento lo sepulté en el cementerio Central de Florencia y esta es la hora en la que no he podido volverlo a encontrar. Durante estos trece años fueron enterrando a su alrededor varios niños que murieron por diferentes causas, por lo que para rescatarlo sería necesario desenterrar a todos los niños, y eso es un proceso muy complicado.

Más allá de la anécdota, lo importante con el número 36 es que como este, hay muchos cadáveres perdidos en los cementerios del país. Entre 1970 y 2013 desaparecieron al menos 26 mil personas, de las cuales aproximadamente once mil están enterradas en estos lugares. Por eso es necesario emprender una labor gigantesca para sacar esos cuerpos, registrarlos e identificarlos. Esa es una tarea clave para el posconflicto.

¿Cuál es la utilidad de conocer estas historias?

Aquí pusimos todos los procedimientos de las ciencias forenses al servicio del esclarecimiento de lo que ocurrió en Puerto Torres durante esos años. Eso es hacer antropología forense en función de la memoria histórica. Si se aplican ciertos protocolos, si se hace una lectura adecuada de los cuerpos, se puede saber quién lo hizo y por qué. Y eso es un insumo para que haya justicia. Además, para las familias es muy importante que la gente sepa que esas personas existieron, que tienen un nombre y que se dignifique su historia de vida.

Pero sobre todo, enterarse de que 36 cuerpos están desmembrados nos tiene que interrogar a nosotros mismos y como sociedad: ¿por qué hay personas que son capaces de hacer eso?, ¿por qué se ejerce el poder de esa forma contra otra persona?, ¿por qué se utiliza este lenguaje sobre otros seres humanos?, ¿por qué se afecta al otro de esta manera? Todas son preguntas que los cuerpos nos pueden responder.

¿Y cuál es la respuesta a todas esas preguntas?

Uf es muy difícil. Yo me la paso todo el tiempo pensando en eso, y es la comprobación de que el ser humano es capaz de cometer horrores en nombre de sus ideales. Es capaz de convertir al otro en su enemigo y de matarlo por eso. Acá no hay dialogo, acá no se escucha, se mata por sospecha, impera la doctrina del que no está conmigo está contra mí. Hay un atrevimiento en decidir por la vida de los otros.

Pero lo más importante de todo es entender que esto no se puede permitir. Mi esperanza es que en algún momento aceptemos que yo puedo tener diferencias con alguien, pero no puedo abrogarme el derecho de decidir por la vida de otra persona, y menos utilizar el poder momentáneo de las armas y los uniformes para doblegar a otro ser humano. Para mí, Puerto Torres es el ejemplo de lo que nunca jamás se puede repetir.