OPINIÓN | La carpeta permite que el monstruo de la burocracia identifique a sus víctimas a lo lejos. Una criatura empeñada en que las personas no puedan acceder a los servicios del Estado. Por: Ana Maria Ramírez – Dejusticia.
La carpeta es un elemento cotidiano repleto de historias que identifica claramente a un ciudadano que tiene que “hacer una vuelta”. Cada vez que pasamos por un centro de salud, una institución educativa, un banco y en general, por una entidad prestadora de un servicio que requiera una fila, podemos observar que las personas que esperan el turno para ser atendidas cargan una colorida, o descolorida, carpeta.
Este objeto siempre me ha traído mucha curiosidad, ¿qué hay dentro de las carpetas? Puede haber un historial médico, un pagaré, una promesa de compraventa, un documento notariado y, con seguridad más de una fotocopia de la cédula (ampliada al 150 %). En las carpetas puede estar la vida de las personas resumida en documentos.
Somos un país de exagerada burocracia y en mi opinión el elemento que mejor representa esta característica es la carpeta. Esto lo entendí mejor cuando como adulta me tocó comenzar a “hacer vueltas”. La cantidad de requisitos y documentos requeridos para hacer cualquier trámite es siempre exagerada y desproporcionada. Es más: el exceso de burocracia se convierte en un obstáculo que evita que las personas, efectivamente, reclamen por sus derechos.
Hace un par de semanas tuve que ir al SUPERCADE para un trámite y estuve más de cuatro horas en un lugar no lugar. Un edificio de techos altos y luz blanca al que llegué y me dieron el turno 7578. Apenas en la pantalla se anunciaba el 7550 y SÓLO faltaban 28 turnos para que me atendieran, así que me llené de paciencia, me senté y esperé. Allí estaba con mi carpeta llena de documentos: fotocopia de la cédula, RUT, formulario diligenciado, autorización para realizar el trámite (dos copias de todo, claro para el radicado). Al frente de la fila de sillas había una pantalla gigante en la cual se presumían los logros de la actual alcaldía. Una ironía, mientras en la pantalla se enorgullecían de que esta alcaldía había reducido los tiempos de espera, yo seguía esperando.
7570 – 7571 – 7572 – 7573 – 7574 – 7575… por fin 7578 (mi turno). Muy curioso cómo un número de repente tomó tanto significado.
Estaba nerviosa, sujetaba mi carpeta y repasaba la lista de requisitos. Sólo pensaba “que no me falte nada”, “que no me falte nada”. Me puso nerviosa una conversación que acababa de tener con mi vecina quien me contó que el día anterior había venido a hacer el mismo trámite y que después de esperar cuatro horas la habían “devuelto” por no tener alguno de los requisitos. Por fin llegué al puesto 92, en donde me atendió una funcionaria cansada. Ansiosa y un poco a la defensiva, le entregué mis papeles. Incluso me pareció difícil explicar qué era lo que necesitaba, no tenía claro cuál era el trámite que estaba haciendo ya que para mí era sólo un requisito que no me representa ningún valor agregado, un proceso burocrático que ni siquiera entendía bien.
Lo logré.
Pero lastimosamente la persona que estaba al lado mío, en el puesto 93, no lo logró porque su documentación no estaba completa. Como mi vecina, esta persona tendría que volver otro día e intentar nuevamente. O no volver y someterse a las consecuencias de no realizar dicho trámite.
Vale mencionar que el éxito de “la vuelta” depende, en gran medida, del temperamento del funcionario. Si éste tuvo un mal día es probable que de repente sea más estricto y se le dé por rechazar el formulario diligenciado porque está en tinta azul y no negra (como varias veces me advirtieron por teléfono). La burocracia se convierte así en una manera de violencia indirecta del Estado. Los malos tratos, las exigencias absurdas, los largos tiempos de espera, la sumatoria de factores está diseñada para agotar al ciudadano de a pie. El valor adicional de la transacción es un costo para la economía del país, pero más para las personas en su cotidiano vivir.
En 1974, el programa Sábados Felices, logró capturar la esencia del problema con un personaje que quería sembrar un árbol y solicitaba el permiso para hacerlo. A lo largo de muchos capítulos el personaje, cada vez con el árbol más grande, recorría interminables oficinas y nunca obtuvo el permiso para efectivamente sembrarlo.
Más recientemente, Actualidad Panamericana le saca al chiste a esta situación: Polémica propuesta: castigar delincuentes con trámites insoportables. El trámite dependería de la gravedad del delito. Una simple contravención sería castigada con el pago de un comparendo de tránsito. Hurto simple con reclamar una cantidad –a establecer por el juez– de subsidios de familias en acción mientras que a responsables de las faltas más graves les correspondería solicitar la devolución del IVA. Para culpables de delitos atroces estaría reservado renovar el RUT por Internet o la renovación del pase.
Pero volvamos a la carpeta como un símbolo de la burocracia de este país. Las personas de menos recursos, las que más necesitan de los servicios del Estado, saben que deben llevar su carpeta llena de todo tipo de papeles (“por si acaso”) a todo lado. Mi vuelta no era urgente. Mientras tanto, las carpetas de otros sí podrían contener los insumos de un trámite vital: reclamar un tratamiento médico, una medicina o una pensión. El “por si acaso” responde a una precaución que resume la actitud de desconocimiento e incomprensión del sentido último de la mayoría de trámites. Pocos ciudadanos entienden qué y por qué están haciendo una diligencia.
En 2005, se aprobó la Ley Antitrámites con la cual desaparecen más de 80 diligencias y en 2012 salió el decreto 019 del 10 de enero de 2012 “Por el cual se dictan normas para suprimir o reformar regulaciones, procedimientos y trámites innecesarios existentes en la Administración Pública”. Lo anterior permite afirmar que existe cierto reconocimiento del Estado del problema de exceso de burocracia. No sé cómo esté la implementación de la Ley y su decreto pero, por las filas y tiempos de cuando estuve en el SUPERCADE, en lo más cotidiano, pareciera que no muy bien.
Podríamos concluir que la carpeta permite que el monstruo de la burocracia identifique a sus víctimas a lo lejos. Una criatura empeñada en que las personas fracasen en sus trámites y no puedan acceder a los servicios del Estado, mientras consumen su tiempo y sus vidas.