Buscamos a Marcela Sánchez para entender qué significa ser una mujer lesbiana en la Colombia de estos días.
- Marcela Sánchez, directora de la fundación Colombia Diversa. Foto: Santiago Mesa
Por: Julio Londoño
Aún recuerdo las páginas web que me salvaron la vida. La primera la descubrí a mis 13 años, cuando me estaba muriendo de una enorme gastritis, pues la culpa me carcomía por haberme enamorado de mi mejor amigo del colegio. Se llamaba Isla Ternura y estaba repleta de relatos homoeróticos, ensayos históricos sobre la homosexualidad y una amplia lista de literatura marica. La segunda, diversidadessexuales.com, fue la que realmente me empoderó como hombre homosexual.
Pensaba que estaba solo, pero entonces comencé a distinguir a unos líderes sociales que hablaban abiertamente de la sexualidad, que estaban dispuestos a pararse y reclamar igualdad en un país que les había dado la espalda por mucho tiempo. Recuerdo las primeras columnas que leí de Manuel Bermúdez (El ciudadano gay de Medellín), Manuel Velandia (el discípulo de León Zuleta) y Hernando Muñoz, quien posteriormente sería parte de la junta directiva de lo que ahora es Colombia Diversa.
Mientras yo leía esas columnas en Colombia estaba naciendo el primer gran proyecto organizado que incluía a los sectores LGBTI en el país: Planeta Paz. Una iniciativa que reunía desde organizaciones afro, campesinas, indígenas, hasta el movimiento de mujeres y LGBT, con el objetivo de desarrollar una agenda de negociación política frente al conflicto armado. Eran los tiempos de los diálogos fracasados entre el Gobierno y las Farc que se cerraron una vez más en febrero de 2002.
Pero no sólo los diálogos con la guerrilla estaban fracasando. Los primeros proyectos de ley que cursaban por el Congreso para reconocer los derechos de las personas LGBTI eran constantemente rechazados. Así fue como nació finalmente Colombia Diversa, por una necesidad urgente de documentar las violaciones de derechos humanos de estas poblaciones en Colombia y a la vez adelantar una acción de visibilización y reclamo de derechos en igualdad de condiciones. Luego vendría el litigio estratégico, su gran arma de defensa, la única manera de valerse frente a la desatención del Congreso.
Entre esas personas que arengaban y gritaban reclamando libertad sexual, de sentires, de pensamiento, con unas tremendas ansias de igualdad, estaba Marcela Sánchez, quien junto a Virgilio Barco y otro grupo de activistas fundaron la que hoy quizá sea la organización social más importante del país en temas LGBTI. Una que por lo menos le habla con paridad al Estado.
Marcela ha sido una de las cabezas más visibles de ese movimiento que muchos tachan de “lobby gay”, desconociendo que ese lugar de reconocimiento se lo han ganado las organizaciones y los sectores LGBTI a punta de reclamos, gritos, dolor, muertos e impotencia.
Busqué a Marcela para entender qué significa ser una mujer lesbiana en la Colombia de estos días. Una Colombia divida, en donde ha habido una gran arremetida por parte de los sectores más conservadores en contra de los derechos alcanzados por las disidencias sexuales del país. Una Colombia que votó No a unos acuerdos de paz que, sin precedentes, incluyó un enfoque de género y diversidad que, tras los resultados del plebiscito del 2 de octubre, parece ser una moneda de cambio en las negociaciones entre el Gobierno y los sectores más extremos del No.
Marcela, la discusión en los últimos meses ha estado puesta en términos abstractos: la tal “ideología de género”, la amenaza invisible para la “familia “, etc. Pero volvamos a lo fundamental, a la discusión de humano a humano. Por eso primero quiero preguntar quién es Marcela Sánchez lejos de la activista y directora de Colombia Diversa.
Marcela Sánchez es una trabajadora social, feminista desde que tenía veinte años. Estudié en una universidad pública y vengo de una familia caldense muy religiosa: católica. Creo que el feminismo me hizo activista y esas son las raíces de mi trabajo tanto en lo personal como en lo político.
A propósito del día internacional para salir del clóset, cómo fue descubrirse mujer y lesbiana en Colombia.
Yo salí del clóset cuando estaba en la universidad, que es lo que le pasaba a mucha gente antes, ahora hay más oportunidades y un mundo un poquito más abierto. Pero en el colegio estuve completamente en el clóset, estudié con textos donde la homosexualidad era todavía una enfermedad. Nunca encontré posibilidad de vivirlo, aunque lo sabía. Cuando salí del clóset fue de una manera fuerte, digamos abrupta, porque no solamente se lo dije a mi familia sino ante un medio de comunicación porque ya era activista. Esto fue en el 94. Y de ahí obviamente lo que pasa siempre con las familias, hay un choque: cómo entenderlo, qué pasó, qué hicimos mal… Recuerdo mucho una conversación con mi abuelita que era la más católica y practicante, pero fue la más comprensiva. Me dijo: usted es mi nieta, yo la quiero y la admiro mucho, esa es su vida y así la quiero.
- Foto: Santiago Mesa
El pastor digital Oswaldo Ortíz decía hace poco que “la comu” tachaba de homofóbico a todo el que se opusiera a su “ideología” y que “ese insulto es la única manera de defender sus placeres”. Cerraba diciendo que “en el camino de la vida uno decide si se deja llevar por la confusión y el deseo o si decide ser uno quien uno realmente es”. ¿Marcela es lo que realmente es o se dejó llevar por la confusión?
No, yo tengo una convicción total de ser lesbiana. Yo creo que quienes pretenden buscarle explicaciones a la homosexualidad, deberían hacer lo mismo con la heterosexualidad. Generalmente son personas que no están de acuerdo con ella, entonces buscan explicaciones religiosas o explicaciones en la ciencia. Pero para nosotros la pregunta de si uno “se vuelve” o si uno “nace” es irrelevante, porque finalmente somos, existimos, somos ciudadanos, hacemos parte de esta sociedad y tenemos derechos. No entiendo por qué lo llaman confusión, para nosotros no es una confusión. Una confusión es lo que hay en la sociedad respecto a nosotros, hay una mala intención de generar preguntas sobre una condición humana.
…y el deseo, ¿lo justificamos, aplazamos el gustico como dice el exprocurador o qué hacemos con él en esta sociedad?
Yo creo que en el mundo seguimos teniendo problemas sexuales en términos de no entender la sexualidad como una condición natural y cultural a la vez. Obviamente los religiosos no creen en la cultura, sólo creen en la naturaleza, pero la sexualidad tiene tanto de una como de otra. Tanto desde el psicoanálisis como desde la historia y la política –y más que todo la política ahora–, se está demostrando que no estamos reconciliados con una parte tan natural, tan íntima y tan normal de los seres humanos. Una parte que no compartimos con los animales.
Pareciera que hubiese una guerra entre el deseo y una moral supremamente pesada que quiere anularlo. Como si hubiéramos olvidando que detrás de esos deseos hay personas, finalmente, personas que sienten distinto.
Justamente esta no es una discusión abstracta sobre derechos, sino sobre personas. No es una discusión sobre cifras o leyes. Y justamente lo que se les olvidó a todos los que están debatiendo esto públicamente es que detrás de esto hay personas con historia, con deseos, personas comunes y corrientes. Lo que nos diferencia de la sociedad simplemente es un ejercicio de la sexualidad distinto a la mayoría, pero de resto somos absolutamente iguales.
Realmente lo que a mí me preocupa como persona no es si tenemos o no derechos, o si tenemos o no conflicto con los evangélicos, porque claro, es lícito tener conflictos. El problema es expresarlos de manera violenta, estigmatizante y discriminatoria contra una población, porque eso sí realmente choca contra la dignidad de las personas. Oponerse a los derechos en una discusión legal y civil frente al Estado, eso me parece natural y normal, pero oponerse con argumentos que denigran de la persona y la estigmatizan y que reproducen la violencia que socialmente se ha dado contra ellas, eso sí produce realmente mucho dolor.
Últimamente ha aparecido un enemigo de la familia tradicional que pretende instaurar una “dictadura de la diversidad”. ¿Qué está buscando el “lobby” de la “comu”? ¿Tomarse el poder?
El señor Oswaldo nos llama “la comu” porque no nos va a dar un lugar social a un grupo de personas organizadas por sus derechos. Nos hemos tenido que organizar porque no los tenemos legalmente reconocidos. Si bien nacemos libres e iguales como dice la Constitución, en la realidad esto no es cierto. Hay unas leyes y una jurisprudencia que no reconoce los mismos derechos para todos. Aquí hay una desinformación enorme porque se dice que ya tenemos muchos derechos. ¡No! tenemos los mismos derechos que tiene cualquier otro ciudadano, pero veníamos teniendo menos derechos.
Quienes se organizan para luchar por sus derechos son quienes se sienten discriminados, excluidos, quienes se sienten fuera del contrato social. Los blancos no se van a organizar, podrán ser aliados de la lucha de los afro, pero quienes se organizan naturalmente son quienes no tienen derechos y es una cosa que no debería ser un desprestigio sino un honor. El desprestigio es una estrategia no solamente para estigmatizar una población sino para quitarle derechos. Organizarse para que un grupo tenga menos derechos me parece cuestionable. Lo que yo he sentido son unas ganas que me salen de lo más profundo de mi barriga de ser igual, de tener justicia como tiene todo el mundo.
- Foto: Santiago Mesa
En los últimos años Colombia ha tomado un rumbo más liberal en lo legal, pero parece que eso fuera simplemente una ilusión de sentirnos incluidos. Eso no ha logrado permear la esfera social. Las marchas del 10 de agosto nos lo demostraron: medio país no está de acuerdo con que todos seamos iguales ante la ley.
Yo no creo que Colombia marche por un camino liberal, marcha por un camino mínimo de derechos. Creo que la confusión con los grupos evangélicos está en que ellos consideran que nosotros queremos imponernos y en realidad eso no es cierto. ¿De qué manera la lucha por los derechos LGBT le está diciendo a la gente “vuélvase LGBT”? Es imposible cambiar la orientación sexual de alguien. Hay un conflicto en la sociedad colombiana entre una parte que piensa que el modelo debe ser como lo defienden unos creyentes, y otra parte de la sociedad que consideramos que el mundo va más allá de esas creencias, que hay otra gente que cree o no cree, pero que tenemos derechos iguales en la vida civil. Esta segunda parte que pide derechos para todos no les está imponiendo nada a los otros, ni se está organizando para que los otros no tengan derechos.
Yo no entiendo de qué manera una familia evangélica se ve afectada en sus derechos porque una pareja del mismo sexo tenga los mismos derechos legales que ellos tienen en tanto familia. Creo que ha habido una mala intención de confundir en ese sentido, se está generando un pánico social enorme. No dan una discusión seria donde debe darse –en las Cortes, en el sistema legal y judicial–, sino que lo dan en las familias generando pánico. Yo también si fuera una mujer evangélica y me dijeran que hay un grupo que está luchando para que mi hijo se vuelva gay o qué se yo, por supuesto que entraría en pánico.
¿Qué hay detrás de esos intereses que pretenden “generar pánico”?
Yo creo que ahí sí hay una intención de imponernos una agenda evangélica. No entiendo por qué no podemos convivir todos. Aquí no hay una guerra contra los evangélicos, hay una mala intención en la información que se da: que el movimiento LGBT montó una guerra, una “dictadura” contra los evangélicos. ¡No! ni tampoco es cierto que nosotros digamos que los evangélicos son homofóbicos, porque además entendemos que el movimiento evangélico en Colombia no está unificado. Algunos mandan mensajes descalificadores pero hay otros que no. No es cierto que no estar de acuerdo con la homosexualidad sea homofóbico, creo que es homofóbico poner mensajes estigmatizantes. Pero es completamente lícito decir “yo no estoy de acuerdo con que la gente sea homosexual”, porque existe una libertad de expresión y eso está protegido en Colombia. Pero hay un límite entre la libertad de expresión y decir “esto no debe suceder en la sociedad, esto no debería pasar y el Estado no debería dejar que esto suceda”.
Lo que queremos es que haya libertad, que a todo el mundo se le respete por creer en una cosa distinta, porque tiene una sexualidad distinta, porque tiene sexo distinto, porque tiene un color de piel distinto. Es el mismo discurso. Y la paz es una oportunidad de justamente respetar esa diversidad.
La perspectiva de género no habla de matrimonio, no habla de familia, no habla de adopción de parejas del mismo sexo. Ese conflicto sigue vivo con los evangélicos y lo vamos a seguir dando en los espacios que el Estado tiene para eso.
Hace unos días, un pastor en la costa denunció que durante la firma de la paz se había hecho un rito satánico, que se adoró a Yemayá –precisamente la deidad del hogar y la familia en la mitología Yoruba–, un poco satanizando unas tradiciones y creencias distintas. ¿Qué lógica tiene entonces la llamada libertad de culto cuando los líderes de una creencia particular estigmatizan otros sistemas de creencia?
Realmente en esta discusión ha salido lo peor nuestro, una forma de descalificar a los otros, un racismo, un colonialismo. Eso de descalificar las prácticas africanas y decir que nosotros no somos un país africano, denigrar de ‘esas religiones salidas de la esquina de África’, demuestra que no es solamente contra los LGBT. Lo que ha salido en esta discusión es realmente una demostración de los desafíos que tenemos en Colombia. El respeto por la diversidad de cualquier tipo está en peligro en Colombia. Por ejemplo, esa tergiversación de que no se puede hablar de los homosexuales porque entonces van a cerrar las iglesias… ¡No! nosotros estaríamos en contra de que se cierre una iglesia o de que se persiga a una persona porque se exprese. Eso iría en contravía de lo que nosotros mismos estamos defendiendo.
Hay sectores que están indignados porque a los LGBT se los trate de víctimas en los acuerdos y que a los cristianos los dejaron por fuera, ¿deberían entrar?
El acuerdo en realidad es una muestra grande de reconocimiento por la diversidad, porque se reconocieron muchas de las víctimas que históricamente han sido afectadas por el conflicto: los campesinos, las mujeres, los afrodescendientes, los indígenas, los niños y niñas, los adolescentes. No es cierto que los acuerdos no mencionen a las minorías religiosas, aunque creo que sí les faltó mencionar que si una persona evangélica o católica fue perseguida por las Farc en razón de su creencia religiosa, debería ser considerada víctima y considerada dentro de las acciones que propenden evitar nuevas estigmatizaciones.
La perspectiva de género no habla de matrimonio, no habla de familia, no habla de adopción de parejas del mismo sexo. Ese conflicto sigue vivo con los evangélicos y lo vamos a seguir dando en los espacios que el Estado tiene para eso. En realidad a lo que más le deberían temer es a otras palabras mucho más peligrosas que son igualdad, no discriminación y derechos humanos. Porque eso sí implica pensar en acuerdos internacionales que ha suscrito el estado colombiano en la propia constitución nacional. Pero el género, en gracia a la discusión, es la palabra más inofensiva que tienen los acuerdos.
Hay una lectura súper ambiciosa de los acuerdos, ¡no es una Constitución! Mal haríamos los colombianos en pensar que allí se va a definir la sociedad colombiana, porque no nos la pueden definir ni las Farc ni el Estado.
Poniéndole lógica al tema de que los derechos de la población LGBT afectan a la familia colombiana, ¿qué podemos leer entre líneas, como lo ha hecho el exprocurador con el enfoque de género, tras esos discursos?
Lo que pasa es que esos discursos conservadores sólo reconocen un tipo de familia, que es la compuesta por papa, mamá e hijos. Lo que ellos están haciendo es voltear el discurso, es decir, lo que para ellos es una imposición está disfrazando lo que en realidad sí está siendo una imposición: nos están imponiendo un único modelo de familia. Mientras que nosotros reconocemos todas, incluida la familia de papá, mamá e hijos. ¿Entonces, quién está imponiendo a quién? Nosotros estamos diciendo todo para todos, ellos nos están diciendo todo sólo para nosotros.
¿Los sectores LGBTI han pensado generar un puente de diálogo con esta otra población?
Sin duda. Hay sectores evangélicos que ya salieron a decir que no están unificados, que ellos no ven que haya una ideología entendida como matrimonio, adopción y familia en los acuerdos, y que realmente ven un enfoque de análisis de grupos vulnerables. Hay posibilidades de conversar y no tenemos problema de hablar, pero hay sectores con los cuales no vamos a cambiar la posición, porque es evidente que no quieren leer argumentos, que sólo la palabra género ya les produce escozor. El manejo no violento de los conflictos implica conversar, no repetir ideas, no confundir a la gente. Implica reglas de discusión muy éticas: primero discutir con la verdad y segundo discutir con una verdad que sea discutible, no con una verdad que sea un dogma, porque si aquí dice esto y yo de aquí no me salgo pues se acabó la discusión.
Ellos están diciendo que los LGBT no deben estar ni en la escuela, ni en la calle, ni en las familias, ni en las leyes.
Claro, es como pelear contra dios, ¡qué batallita! Porque “si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?”.
Es imposible y nadie está peleando con Dios. Yo quiero dejar unos mensajes muy claves: uno, no negar el conflicto; dos, que lo expresemos de manera no violenta; y tres, que al abordarlo de manera no violenta tengamos unas reglas y que sepamos que para cada espacio hay una metodología y unos objetivos.
¿De qué manera estos discursos que deslegitiman la igualdad pueden alentar ciertas violencias?
Sin duda, ese es el problema. Qué mensajes se están enviado a esta sociedad, quién puede estar en ese acuerdo y quién no puede estar y las razones por las cuales no puede estar. Por qué si los campesinos que fueron víctimas sí pueden estar, los afrodescendientes como grupo vulnerable sí pueden estar, pero los LGBT no, cuando somos igualmente ciudadanos y fuimos víctimas.
Y en resumen esa es la lucha que estamos dando socialmente, no solamente frente a los acuerdos. Mientras nosotros decimos que los cristianos deben estar, ellos están diciendo que los LGBT no deben estar ni en la escuela, ni en la calle, ni en las familias, ni en las leyes. ¿Dónde quieren que estemos? Obviamente no nos van a eliminar, pero hay muchas formas de eliminar. Uno no puede vivir sin derechos, uno no puede existir sin derechos, hay unas condiciones materiales de existencia sin las cuales no podemos vivir.
Colombia Diversa ha sido insistente en el tema de violencias por prejuicio, pero a veces pareciera que hay algo más. Algo que se acerca a un juicio, a algo ideológico, a un grupo de personas que saben perfectamente quiénes son los LGBTI pero que definitivamente no les gustamos.
Nos importa el tema de prejuicio porque el perpetrador o victimario no es responsable sólo individualmente, sino que está justamente motivado por estas ideas de discriminación, de estigmatización.
Si tú le preguntas a cualquier evangélico, te dice ‘nosotros no los odiamos, con lo que no estamos de acuerdo es que tengan los mismos derechos’. Eso es una forma de decir ‘tú no vales lo mismo que yo en términos de derechos’. Ese mensaje velado que a veces pensamos que no tiene relación directa con las muertes por prejuicio, pues la tiene realmente. Porque estamos enviando un mensaje social de que hay unos seres humanos que valen más que otros.
Pero insisto en el tema del juicio…
Claramente cuando hay un crimen por prejuicio hay una intención y no es irracional como el odio. Por eso no usamos la noción de crimen de odio, porque en el odio hay un componente irracional, pero en el prejuicio sí hay una intención. Detrás de eso hay un no me gustas como ser humano. Me gustas porque estás vivo, porque eres estudiante, porque eres madre, pero no me gusta si eres gay… y menos si eres trans.
Qué temas se han dejado de lado por la coyuntura de los acuerdos
Yo creo que como empezabas tú la entrevista, tenemos que volver a lo fundamental. Colombia ha sido muy avanzada en derechos, en jurisprudencia de la Corte Constitucional, pero tenemos que recordarles los señores que están promoviendo estos discursos que somos seres humanos, recordarles que no somos enfermos, recordarles que no pervertimos niños, que somos humanos, que somos sus familias y uno también quiere que su familia tenga derechos. Uno no le puede poner condiciones al otro para tener derechos: sólo si tú eres heterosexual tienes derecho. Esto sí es un llamado de atención, y les agradezco mucho a los grupos evangélicos que nos recuerden volver a la humanidad de la gente, no a los derechos en abstracto.
Qué están haciendo por estos días los sectores LGBT con el tema de acuerdos, particularmente para que no eliminen la perspectiva de género…
El presidente, que es la cabeza de las negociaciones, debe saber qué es la perspectiva de género. Yo creo que este no es un tema de quítelo y solucionamos esto. Esto tiene implicaciones más serias, simbólicamente implica mucho, es como si nos borraran de la existencia.
Nos estamos vinculando a los otros movimientos por la paz porque para nosotros como sectores LGBT no es un tema de quite y ponga. Aquí lo realmente importante es la paz, pero lo que pasa es que no podemos hacer una paz quitando, tenemos que hacer una paz sumando. Lo importante aquí es realmente ni una víctima más por ningún motivo. Ese es el reto. Lo que ha despertado el No, el Sí, toda esta discusión, es todos los retos que tenemos como sociedad y no solamente el desarme.