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‘Fuego en el mar’ le da rostro a los africanos que cruzan el mar para entrar a Europa
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‘Fuego en el mar’ le da rostro a los africanos que cruzan el mar para entrar a Europa

Tania Tapia Jáuregui - marzo 22, 2017

Entre 2014 y 2017, más de un millón de africanos han intentado cruzar el Mediterráneo. Más de doce mil han muerto.

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La antena, un gigante metálico, rectangular y tal vez de un poco más de dos metros de alto, gira sobre su eje en el borde de una ciudad costera italiana. Otra más pequeña la acompaña en sus vueltas. El gigante es una oreja que nunca duerme esperando que el mar le diga cosas, y lo que escucha se lo cuenta a los hombrecitos que habitan debajo de ella.

Una cámara encuadra a la antena en la madrugada, o en la noche temprana, de un día desconocido.

—¿Cuánta gente?— pregunta un hombrecito debajo del gigante.

—Doscientos cincuenta— le contesta otro, cuya voz se oye angustiada y su cuerpo, invisible, se intuye naufragando en el mar.

—Su posición— le insiste el que está en la costa.

—Se los rogamos, por favor– responde el otro.

—Su posición— repite el primero.

—Por el nombre de Dios— dice el hombre llorando.

El gigante ya no entiende los gritos que vienen del mar y eventualmente deja de escucharlos.

La comunicación se detiene pero el gigante sigue girando.

Es 2015, el año de la crisis migratoria en Europa.

***

Gianfranco Rosi, un italiano nacido hace 53 años en Eritrea —en el noreste africano—, pasó alrededor de un año y medio en Lampedusa, una isla italiana de 20 kilómetros cuadrados —a 70 kilómetros de la costa africana y a 190 kilómetros de Sicilia— mirando la isla a través de una cámara. Allí, en ese punto geográfico medio entre la costa norte de África y la costa sur de Italia, Rosi filmó las imágenes del que sería su más reciente documental, Fuego en el mar (Fuocoammare), un retrato delicado y maestral de una isla con dos vidas: la vida tranquila de sus 6.000 habitantes —muchos de ellos pescadores— y la vida dolorosa de los refugiados que desde hace años llegan a la isla buscando Europa.

Lampedusa es uno de los muchos territorios del lado europeo que han vivido en carne propia las travesías de miles de refugiados. Por años, la isla ha sido testigo de los que han salido de África, cruzado el mar Mediterráneo y, cuando todo sale bien, llegado a Europa. La migración, sus dificultades y tristezas son parte de la historia e identidad de esa región.

Ya en 1996, Lampedusa era el escenario de náufragos y vidas perdidas en el mar. En ese año,  20 tunesinos naufragaron en el Mediterráneo, cerca a la isla, por culpa del clima. Pero la peor de las tragedias vino en 2013 cuando un bote con cerca de 500 personas a bordo quedó a la deriva a menos de un kilómetro de la isla. Para pedir ayuda, algunos de los refugiados (que venían de países como Ghana, Eritrea y Somalia) prendieron fuego a una sábana. Eventualmente el fuego se encontró con la gasolina y el bote terminó en un incendio sobre el mar. Muchos de los que estaban a bordo saltaron al agua huyendo del fuego. Otros terminaron alcanzados por el incendio. Al final, fueron rescatados alrededor de 150 y un par de días después las cuentas de los que perdieron la vida fueron de 359 personas. Trescientos cincuenta y nueve nombres e historias reducidas a restos flotantes en las aguas.

El entonces presidente de Italia, Giorgio Napolitano, habló de la tragedia como una “sucesión de auténticas masacres de inocentes”. “Espero crear conciencia —dijo el realizador Gianfranco Rosi cuando ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín en febrero de 2016 por Fuego en el mar—. No es aceptable que la gente muera cruzando el mar tratando de escapar de tragedias”.

Según el mismo documental, en la única pieza de información que da en sus casi dos horas de duración —y que resulta suficiente—, en los últimos 20 años han llegado 400.000 refugiados a Lampedusa en el intento de cruzar a Europa.

Y no es un problema ajeno. Según la oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, desde 2014 hasta lo que va de 2017, ha habido casi 1.400.000 refugiados que han intentado llegar a Europa por la vía del Mediterráneo. En solo un año, en 2015, cuando se desató la crisis migratoria, un millón de ellos atravesaron ese pedazo de mar. Solo entre 2014 y 2017, más de 12.000 personas han perdido la vida en la travesía. El doble del total de habitantes de Lampedusa.

“Me acuerdo del caso de un señor que estaba buscando a sus dos hijas y a su madre. Por esos días un barco se hundió y era muy probable que su familia estuvieran en el accidente. Pero él decía que sentía que seguían vivas. Fue muy duro estar con él y ver su dolor y su esperanza. No supimos si su madre y sus hijas sobrevivieron”.

Eso me contó Emese Kantor, una húngara que estuvo en una de las muchas misiones de emergencia y acompañamiento a refugiados que ACNUR ha adelantado en Europa. Emese está en Colombia hace más o menos tres años vinculada todavía a la Agencia de las Naciones Unidas. Lo que me contó sucedió a finales de 2015 cuando participó en una misión en Lesbos, una isla griega que, como Lampedusa, es un sitio clave en el tránsito de refugiados hacia Europa, esta vez de sirios, afganos e iraníes que parten de la costa de Turquía. Su tarea en Lesbos era estar en la playa, asegurarse de que los barcos llegaran, e identificar los perfiles de los refugiados: si van solos, si se separaron de su familia o si necesitan atención médica urgente. Ver de frente la cara de la tragedia que a muchos nos llega reducida a cifras o una que otra foto es muy fuerte emocionalmente, me contó Emese.

“La distancia desde Turquía no es tan larga, llegan en unas horas, pero siempre los barcos están sobrecargados de gente y siempre atraviesan cuando está oscuro. Yo creo que cada uno de esos botes puede transportar máximo 20 personas, pero en cada uno llegaban entre 50 y 60, a veces más. Hay muchos que llegan muy mojados y con altos riesgos de hipotermia. Hay otros que tiran sus cosas al mar cuando los barcos se empiezan a hundir. Muchas veces entran en pánico porque no llegan en el tiempo planeado, o porque no tienen suficiente gasolina, y cuando llegan se les nota la alegría y el alivio mezclado con el miedo de alcanzar la costa y de salir de la oscuridad. Pero obviamente es una experiencia muy fuerte.

La habilidad y maestría de Rosi en Fuego en el mar, la misma que lo llevó a ganarse el premio más importante del Festival de Cine de Berlín, está en mostrar esa tragedia y evitar la necesidad de hacer comentarios sobre ella. Su retrato del problema de los refugiados —que tal vez impacta más por estar contado de una forma distinta a lo que cuentan los medios, las organizaciones y los políticos— lo logra al meterse en los momentos más íntimos, y a veces visualmente insoportables, de lo que queda después de la travesía en el mar y del rescate:

Las filas interminables de hombres, niños y mujeres cubiertos en plásticos dorados que esperan en silencio una foto, un doctor o una cama; un primer plano que observa con atención, pero sin entrometerse, el llanto de una mujer que otra consuela; un juglar que lidera un canto colectivo sobre los meses de travesía y las muertes de los que salieron de África y se quedaron por el camino; un paneo lento de los cuerpos apilados que quedan sin vida en los sótanos de los botes, entre la basura y los despojos.

Esas imágenes Rosi las alterna con la parte de la historia que muchos han dejado por fuera: la vida de los que habitan en los territorios que por años han recibido a miles de refugiados y que viven de cerca, justo afuera de sus casas, los naufragios y las muertes. Para mostrar esa cara, Rosi escoge a Samuele, un niño de 12 años, hijo de una familia de pescadores que pasa sus días ocupado en practicar su puntería con las caucheras que fabrica.

Samuele nunca se encuentra con un refugiado,  nunca ve un barco lleno de ellos, nunca escucha una noticia sobre su llegada o su muerte. Al menos nunca en cámara. Se ocupa de aprender inglés, de ir al doctor para que le ausculte la visión y le controle el mareo en el bote pesquero de su padre. Probablemente sabe de ellos, de los refugiados, de sus tragedias. No lo sabemos y no hace falta saberlo.

Navegan el mismo mar, y de alguna manera se siente la extraña familiaridad y las tensiones que Samuele comparte con los refugiados por el simple hecho de estar viviendo en el mismo pedazo de tierra.

Para ver el documental se estrenará el 23 de marzo y estará en salas hasta el 26 de este mes.