El más reciente podcast de Womansplaining abrió el debate acerca de las prioridades del feminismo en Colombia. Les contamos acerca de las diferentes opiniones que han surgido al respecto.
En los diferentes movimientos feministas se debaten luchas que son tan diversas como las mujeres que las defienden. ¿Hay algunas de ellas que sean más importantes que otras? ¿Tal vez más urgentes? ¿Debería el feminismo, en un país como Colombia, tener prioridades?
En el sexto episodio de la segunda temporada del podcast Womansplaining, producido por Cerosetenta en alianza con Akorde FD, Susana Esquivel, su productora, conversó con Florence Thomas y Carolina Sanín acerca de los roles de género en Colombia, la maternidad y el lugar del feminismo en Colombia actualmente.
El debate, que enfrentó las posturas de tres feministas que pertenecen a diferentes corrientes, épocas y formas de pensar, fue alimentado posteriormente en redes sociales por personajes como Sara Tufano y la misma Sanín.
Entre muchos otros temas que tocaron, una de las preguntas más recurrentes, en el podcast y luego en redes, fue si el feminismo en Colombia debe tener asuntos prioritarios que atacar o discutir antes que otros. En este aspecto, las posturas de Sanín y de Thomas eran opuestas.
Cuando Carolina Sanín abrió el debate acerca del porno feminista, y de las mujeres que son feministas y consumen pornografía, Florence Thomas la rebatió diciendo que, aunque el tema era pertinente e interesante, existían prioridades en el feminismo colombiano, como el tema de despenalización del aborto o del embarazo adolescente.
Del mismo modo, para Thomas existe la prioridad de unificar el feminismo en Colombia, algo que hasta el momento no ha sucedido. En la actualidad existen infinitos movimientos feministas en ciudades y regiones, dentro y fuera de la academia, y que atañen a mujeres blancas, negras, trans, indígenas, y muchas otras, pero que son luchas autónomas, a diferencia de lo que sucede, por ejemplo, con el feminismo en Argentina bajo la bandera del aborto legal y el pañuelo verde. ¿Qué significaría unificar el feminismo en Colombia? Quizás tenga que ver con encaminarse a objetivos comunes, como en el caso previamente mencionado de Argentina. Quizás.
Volvamos. ¿Es cierto que el feminismo deba tener prioridades en un país tan violento como Colombia? Hay temas que son, tal vez, no más importantes, pero sí más urgentes en nuestro contexto, como por ejemplo el fin de los feminicidios, o el acceso de todas las mujeres a la adecuada planificación familiar, a la educación sexual y al aborto legal, gratuito y seguro.
Esta es, al menos, la postura de Florence Thomas.
Carolina Sanín, por otro lado, sugiere que todas las luchas que atañen al feminismo son igual de importantes porque hacen parte de una misma estructura patriarcal que genera diferentes violencias en contra de las mujeres. Por eso, para ella, el hecho de que a las mujeres que trabajan como azafatas se les exija usar maquillaje en su trabajo, por dar un ejemplo, es una forma más del acoso laboral y sexual al que se enfrentan las mujeres y contra el que hay que luchar.
En una publicación de Facebook, Sara Tufano –socióloga y columnista de El Tiempo– se refirió al podcast y se alineó con la postura de Florence Thomas, argumentando que, aunque en ambos ejemplos (el de la azafata, y el del aborto) se pueden evidenciar las mismas relaciones de poder y deben ser objetos de reflexión, sí hay luchas que tienen un carácter más urgente que otras. En este caso, la lucha del aborto sería más urgente que la del maquillaje, en opinión de Tufano.
Otro de los puntos que destaca Tufano, y que se debatió en el podcast, es el privilegio. Thomas, por un lado, lo reconoce al decir que su lugar como extranjera la ha protegido de muchos ataques y repelencia por parte de la opinión pública colombiana. Sanín (una mujer blanca, educada en el extranjero y perteneciente a una familia prestante y con conexiones políticas) en cambio, no habla de su propio lugar de privilegio, como resalta Tufano en su publicación.
El debate, sin embargo, no es (no debería ser) acerca de si alguien puede hablar de feminismo desde un lugar de privilegio, sino sobre el hecho de tener la consciencia acerca del lugar desde el que se habla.
Esto quizás se relaciona con el debate de las prioridades en el feminismo. No porque una mujer privilegiada no pueda entender –y defender– los derechos de aquellas que no son de su clase social, sino porque el orden de prioridades para las mujeres de diferentes contextos sociales puede llegar a ser muy distinto.
En suma, la pregunta que abrió el debate fue la del lugar del feminismo en Colombia.
Y el feminismo en Colombia tiene muchas caras y muchas luchas. Tal vez no esté uniformado bajo un lema o un símbolo como el del pañuelo verde argentino, pero está ahí, latente y creciendo cada día. Con suerte llegará un día a unificarse.
La primera muestra de esto se vio en la pasada marcha del Día de la mujer el 8 de marzo, donde mujeres de diferentes clases sociales y contextos marcharon hombro con hombro. Vimos estudiantes universitarias, políticas, trabajadoras sexuales, mujeres trans, niñas, adultas y viejas: la primera manifestación de un movimiento feminista colombiano incluyente y arrasador.
Como bien resaltó Gloria Susana Esquivel en su podcast, en Colombia carecemos de la cultura del disenso. No sabemos tener posturas diferentes sin que eso lleve a algún grado de violencia. El feminismo, entre muchas otras cosas, lucha contra esto: contra la idea de que no se pueda disentir. Por eso en él caben mujeres que provienen de todas partes y que ejercen su poder desde los lugares más íntimos, como el propio cuerpo y el hogar, hasta los lugares más públicos, como el Congreso de la República.
Feminismo es también el del movimiento de la Red Comunitaria Trans; el de la lucha por los derechos ambientales y raciales liderada por Francia Márquez; la lucha por la despenalización del aborto de las Viejas Verdes; la gestión política desde el Congreso de Angela María Robledo; el empoderamiento de mujeres en Santander a través de la producción de miel; los emprendimientos de excombatientes de las FARC; la organización Narrar para vivir liderada por Mayerlis Angarita, en la que mujeres víctimas del conflicto comparten sus experiencias; o las opiniones tan distintas que se retratan en el blog de las Siete Polas…
Del mismo modo, la conciencia del privilegio de clase permea las más recientes discusiones feministas, pues fueron precisamente feministas de la tercera ola quienes resaltaron que en los primeros movimientos europeos y estadounidenses se solían dejar por fuera a las mujeres negras, latinas, pobres o lesbianas.
Algo cambió en el feminismo cuando nos dimos cuenta de que el progreso y la liberación de las mujeres blancas y adineradas solía darse sobre los hombros de aquellas mujeres no tan privilegiadas, que tenían el papel, por ejemplo, de cuidar a los hijos de las madres que ahora salían al mundo laboral.
Por eso precisamente la intervención de Sara Tufano es relevante: porque ya no se puede hablar de feminismo sin tener conciencia por la clase social. Las discusiones ahora deben darse partiendo de la premisa de que, aunque todas las mujeres sufren algún tipo de opresión, no todas las opresiones son las mismas.
Entonces, ¿están en un nivel diferente de opresión la azafata a la que obligan a maquillarse de cierta manera para ir a su trabajo y la mujer que no puede acceder a un aborto por no encontrarse entre las tres causales legales, o por no tener los medios económicos? La respuesta, ciertamente, no la tengo yo.
Quisiera pensar que ambas opresiones parten de un mismo problema: la estructura patriarcal que domina el cuerpo femenino, desde cómo luce hasta cómo debe vivir su maternidad –muchas veces no escogida.
El hecho de que una causa sea más urgente para el feminismo, no la hace necesariamente más importante que las demás. Como bien resalta Carolina Sanín, es la misma estructura patriarcal la que causa las discriminaciones de género que se expresan tanto en un piropo no deseado en la calle, como en la falta de inclusión de mujeres en los principales eventos culturales de América Latina. Así lo denunciaron varios intelectuales en una carta abierta publicada por la revista Arcadia.
¿Qué entendemos por urgencia, entonces? Se puede pensar, por ejemplo, en los feminicidios. Mientras sigan matando a las mujeres, otras luchas, como la del maquillaje, o incluso la del aborto, siguen siendo secundarias. Primero debemos estar vivas para luego poder hablar de la autonomía de nuestros cuerpos o de la igualdad salarial.
Urgente también sería, después de la lucha contra los feminicidios, la despenalización del aborto.
En un sentido temporal, la despenalización del aborto también es urgente. Porque ante un embarazo no deseado sólo hay una ventana de nueve meses para detenerlo. Porque las consecuencias de que una mujer se convierta en madre, sin que ella lo quiera, no tienen vuelta atrás.
¿Qué sucede, ahora, con la cuestión de la clase social que plantearon las invitadas del podcast? En primer lugar, es necesario decir, por obvio que parezca, que el clasismo es una de las formas de discriminación más extendidas y reproducidas en Colombia. En el país de los “igualados” y la “gente bien” es necesario hablar de clase cuando se habla de casi todo.
El feminismo no es la excepción.
Como se dijo anteriormente, la cuestión de la clase social puede llegar a ser fundamental cuando se mira cuáles son las prioridades que tiene una mujer en su vida y, por tanto, en sus luchas. En Colombia, estas prioridades también están dadas por la diferencia que existe entre las principales ciudades y las regiones, puesto que los movimientos de mujeres en comunidades alejadas del centro y con abandono estatal suelen ser muy distintas a aquellos en Bogotá, Medellín y otras ciudades principales.
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Juliana Hernández, codirectora del Extituto de Política Abierta opina que la agenda prioritaria del feminismo en Colombia va de la mano con el posconflicto y la implementación del Acuerdo de Paz. Según ella, el feminismo se ha visto como una ideología que no es transversal a todas las agendas: la política, la social y la económica, por ejemplo. Sin embargo, como se resaltó en el Acuerdo de Paz, las mujeres son un elemento fundamental del conflicto, y por ellas pasa todo el desarrollo que se dé al posconflicto.
Para Hernández, no se debe hablar de feminismo como algo ajeno a la realidad nacional, y en ese orden de ideas las prioridades del feminismo serían entonces las prioridades que tiene la agenda nacional. En cuanto la agenda del gobierno, por ejemplo, la reforma tributaria afecta más a las mujeres, porque una gran parte de ellas hace parte del mercado laboral informal, por lo que tienen más dificultades para suplir las alzas en los costos de la vida.
A pesar de no sentirse representada por la vicepresidenta, Hernández asegura que sí hay un impacto para las mujeres con el hecho de que Marta Lucía Ramírez haya llegado a la vicepresidencia, pues les manda el mensaje a las niñas y jóvenes que ellas también pueden aspirar a cargos como estos, y no solo a ser madres o a mantener un hogar.
Con respecto a la necesidad de unificar el movimiento feminista en Colombia, Hernández advierte del peligro de hacer una comparación simple con Argentina, pues ambos países tienen historias de conflictos muy distintas, y el movimiento de mujeres en Argentina parte de muchos elementos que lo impulsaron, como el #NiUnaMenos o la inflación que se ha vivido en los últimos años.
En Argentina, además, se vivió una dictadura que dejó como hijo al movimiento de las Abuelas de la Plaza de Mayo, y una serie de movimientos y reivindicaciones femeninas que han conllevado a lo que es hoy la unión de mujeres. Para Hernández, esto no se ha dado en Colombia, pues hemos naturalizado la violencia de más de 60 años de conflicto (de la que el mayor número de víctimas han sido mujeres) y el movimiento de mujeres nunca ha estado unificado. Para ella, “nuestra causa debería ser la paz”.
Acá está el podcast por si lo quiere escuchar:
https://soundcloud.com/cerosetenta-1/womansplaining-t2-e6-womansplaining-en-vivo