OPINIÓN Está claro que los negociadores del Gobierno y las dos guerrillas tienen en cuenta su victoria.
Columnista: Andrei Gómez-Suarez*
El triunfo de Donald Trump podría cambiar el escenario para la paz de Colombia. Por eso espero que los equipos negociadores del Gobierno y de las Farc y el ELN estén analizando seriamente los posibles escenarios que tendremos que enfrentar a partir del 20 de enero de 2017. Hasta ahora, el apoyo de Estados Unidos a la paz ha sido claro. Pero éste podría reducirse cuando Trump asuma la presidencia. Por eso, a riesgo de ser simplista, vale la pena plantear dos escenarios geopolíticos extremos y las posibles consecuencias para Colombia.
El escenario uno, lo llamaré el fin del siglo de oro norteamericano. En este caso, Trump, que representa la crisis del sistema educativo norteamericano, se comporta como un ególatra y toma decisiones desacertadas basado en su poder como presidente de los Estados Unidos. Pone en riesgo el sistema de pesos y contrapesos de la democracia americana y, si el establecimiento no logra contenerlo, se generarán las condiciones para una tercera guerra mundial que marcaría el fin de la hegemonía norteamericana, consolidando el centro del poder mundial en Oriente.
El desbarajuste en este escenario tendría implicaciones para los procesos de paz en Colombia porque la ayuda económica para la implementación de los acuerdos pasaría a un segundo plano. Además, porque quizá una de las decisiones desacertadas de Trump seguramente estaría relacionada con la intensificación de la confrontación con Venezuela. Esto tendría implicaciones serias para el proceso de paz con el ELN, que ha contado con el apoyo de un sector de las fuerzas armadas venezolanas. En este escenario, es probable que algunos dirigentes del ELN vean la resistencia en Venezuela como el deber ser de una nueva ola insurgente para enfrentar al ‘nacionalsocialismo’ norteamericano.
Al escenario dos lo llamaré el declive y reacomodamiento norteamericano. En este caso, Trump representa al sector pragmático de los millonarios norteamericanos, se comporta como un hombre de negocios, se rodea de experimentados políticos, diplomáticos, burócratas y académicos e incumple muchas de sus promesas de campaña, según le aconsejen. Al buscar apoyos en estos sectores, el sistema de pesos y contrapesos resulta fortalecido y se da una alianza con el establecimiento norteamericano para mantener el prestigio internacional logrado por la administración de Obama. El declive de Estados Unidos sería evitado parcialmente y se daría un reacomodamiento de la geopolítica mundial, como ocurrió en los 90 con Rusia.
Esta transición menos traumática sería sin duda un mejor escenario para Colombia. Sin embargo, depende de que las decisiones que se tomen acá, en Colombia, reduzcan la incertidumbre. La transición a la paz podría motivar la participación norteamericana, porque ese país encontraría una oportunidad para recibir el retorno de sus inversiones en Colombia y consolidar una alianza estratégica en la región para hacer negocios que no impliquen un alto riesgo. En este escenario, Estados Unidos mantendría su paquete de ayuda a Colombia, más ahora que el acuerdo con las Farc está listo para la implementación. En el caso de que se mantenga la incertidumbre producto de un acuerdo congelado, un hombre de negocios pragmático, seguramente invertiría sus recursos y esfuerzos lejos de una economía incierta.
Muchos analistas dicen que el presidente de los Estados Unidos no tiene los ‘súperpoderes’ que la opinión pública cree. Sin embargo, basta ver los cambios radicales en la política exterior norteamericana entre Carter y Reagan (en los 80), Bush padre y Clinton (en los 90), y Bush hijo y Obama (en el 2000). Los ideólogos neoconservadores norteamericanos llevan muchos años alimentando el temor al declive norteamericano. Si esta vez un presidente presuntuoso se toma en serio la posibilidad del ocaso estadounidense, y responde al sentir popular de las bases sociales que lo apoyaron, existe un grave riesgo que acelere su decadencia debilitando la democracia norteamericana y llevando al mundo a un escenario de tensión militar mundial.
Estos momentos de crisis son importantes porque permiten la emergencia de un nuevo orden geopolítico en el que países que hayan logrado una visión compartida de futuro pueden encontrar la oportunidad para hacer ese proyecto realidad. Al final, el siglo de oro norteamericano fue precisamente producto del reacomodamiento geopolítico después de la Primera guerra mundial, pero sólo fue posible gracias a que resolvieron sus divisiones internas.
Hoy Colombia podría salir fortalecido en cualquiera de los dos escenarios. Sin embargo, para hacerlo es necesario que superemos ‘el síndrome de la Patria Boba’. Es necesario que los equipos negociadores del gobierno y las guerrillas tomen decisiones estratégicas que permitan a la sociedad colombiana resolver la disociación heredada generación tras generación. Ese problema no se resuelve en unas mesas de negociación, ese problema se resuelve en Colombia en el ejercicio práctico de la construcción democrática, sin las amenazas de las armas.
Desde mi perspectiva, ante el Nuevo Acuerdo Final, es necesario llamar a los colombianos a refrendar lo pactado a través de un plebiscito, que no conciba la posibilidad de volver a la guerra, sino que plantee si el marco jurídico que dé vida a los acuerdos debe hacerse a través del Fast-Track o de una Asamblea Nacional Constituyente. Si los colombianos votan por la segunda opción, el ELN tendría la responsabilidad de insertarse en este ejercicio democrático para lograr un diálogo nacional restringido, a unos tiempos particulares, pero que sentaría las bases de la participación social en la transformación social, económica y política del país en el siglo XXI.
Si la opción es implementar el acuerdo con el Fast-Track, el ELN tendría en sus manos la responsabilidad de negociar pragmática y eficazmente con el gobierno para que sea la sociedad la que encuentre el camino para lograr la cohesión nacional. La oportunidad que ofrece el incierto contexto internacional puede resultar, a través del diálogo democrático entre ciudadanos desarmados, en una gran oportunidad para que Colombia transite de la guerra a la paz y consolide un proyecto nacional, que se convierta en ejemplo para el mundo.
*Profesor y Consultor en Justicia Transicional y miembro de Rodeemos el Diálogo
@AndGomezSuarez