Desde este lunes y durante 10 días dos artistas urbanos pintarán en una pared de la calle 26 un mural que busca promover la idea de que es necesario darle la espalda a la violencia.
Por: Juan Miguel Hernández
Chirrete Golden y Ark, dos artistas callejeros curtidos en la escena del grafiti nacional, empiezan este lunes, en alianza con el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, la elaboración de un gran mural sobre el posconflicto en Colombia.
La pared de 60 metros de largo con siete de alto, ubicada en la calle 26 con carrera 22, será el lienzo sobre el cual, durante diez días, los grafiteros le darán un nuevo mensaje de paz al país.
El objetivo del mural es generar un diálogo cotidiano frente a lo que va a pasar una vez se firme la paz en la Habana a través de la intervención artística del espacio público: “La idea es usar el potencial transformador de la pintura para dejar un legado de vida y esperanza. La paz requiere una actitud y un compromiso ciudadano en el que, conscientemente, se le da la espalda a la violencia” afirma Chirrete Golden.
En el boceto se ve a un grupo heterogéneo de personas (obreros, indígenas, afros, campesinos, estudiantes) en medio de un paisaje tradicional, levantando un cuerpo dormido. Parece que entre todos lo despiertan. Es una metáfora de la resurrección. La idea, según los artistas, es que la gente se identifique con la acción de salir del “atolladero” en el que vivimos. Es un homenaje a la resiliencia y un llamado para hacer de la paz un ejercicio diario y habitual. El contenido del mural da cuenta de una necesidad colectiva que nos afecta y nos concierne a todos. Es la primera piedra en el camino de la reconciliación. Es un ejercicio de imaginación.
Según Jason Fonseca, estudiante de último año de Artes Visuales de la Universidad Javeriana, el impacto de este tipo de graffitis radica en el mensaje que el transeúnte común y corriente recibe en medio de su recorrido cotidiano: “El graffiti rompe las barreras del arte ortodoxo que está encerrado en el museo y convierte a la calle en una galería pública y gratuita”. Chirrete y Ark creen que el graffiti y el muralismo son actos políticos en si mismos: “El hecho de salir del ámbito de lo privado, alejarse de los estudios y de las galerías, para trabajar en la calle, encarna una profunda trasformación en las prácticas artísticas”. Así, el arte adquiere un carácter colectivo y se erige como un vehículo de cambio social.
El graffiti, como forma de participación política, celebra, con su misma dinámica, el diálogo y la diferencia. Se escribe, como en un palimpsesto, encima de lo que ya antes estaba escrito y así, poco a poco, se va creando una conversación colectiva entre desconocidos que deviene en una nueva forma de comprender el arte.
En Bogotá el graffiti ha sufrido una doble trasformación. Por un lado, los colectivos de jóvenes artistas han desarrollado nuevas técnicas. Innovación en los diseños, inventiva en los discursos y creatividad en los colores. Por el otro, la opinión pública ha cambiado el imaginario conservador del graffiti entendido como delito, y ahora reconoce su valor estético y cultural. Chirrete y Ark han logrado combinar la formación artística en la academia con la experimentación plástica en la calle y se han convertido en el referente del muralismo social en Colombia.
Alejandra Gaviria, investigadora del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, afirma que la iniciativa de este mural se enmarca dentro de un proyecto de visibilización de los lugares de memoria de la ciudad: “El Cmpr cree que una de las formas de aprender sobre la memoria histórica y del conflicto de nuestro país es a través de la intervención del espacio público. A partir de esa idea, construimos un gran mapa de la ciudad que se llama Cartografía Bogotá Ciudad Memoria que cuenta con 71 puntos en los que resaltan las iniciativas de paz, la resistencia ciudadana, los lugares de vulnerabilidad de los derechos humanos y los sitios de conmemoración”.
Para Alejandra, la elaboración del mural es fundamental en el proceso de apropiación ciudadana que está viviendo el eje de la memoria de la calle 26. El arte callejero dignifica la memoria de las víctimas, contribuye en la construcción de ejercicios de reparación simbólica y genera sentido de pertenencia en la capital.
Chirrete afirma que en el momento de la producción del mural se van a incluir nuevos elementos que no aparecen en el boceto y hablan de la problemática económica y ambiental del país: “Sobre la marcha vamos metiéndole veneno. Seguramente habrá mensajes contra la minería, contra la explotación petrolera o contra el glifosato”.
El nuevo mural será la última pieza de la exposición callejera improvisada sobre violencia, memoria y paz, en la que desde hace un tiempo, y gracias al apoyo del Distrito, se ha convertido la calle 26. Desde la próxima semana, esta obra acompañará otras como El beso de los invisibles, el recuerdo de Jaime Garzón y el homenaje a las víctimas de la Unión Patriótica, en un recorrido por los sucesos más traumáticos de la historia reciente del país.