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El impacto Nasa de John Jota, el Indio del Rap
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El impacto Nasa de John Jota, el Indio del Rap

Staff ¡Pacifista! - enero 24, 2017

Desde hace tres años, este indígena del Cauca rapea sobre su pueblo, la marihuana, la coca, su generación y el futuro de Colombia.

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Por Nathalia Guerrero

“Mi nombre es John Eyder Yatacué Valencia”, comienza a hablar John Jota mientras, entre trochas que atraviesan el pueblo de Toribío, emprendemos el camino hacia su casa. Hace 15 minutos que se bajó del escenario, ubicado en las canchas del pueblo, después de haber sido el primer artista del Gran Concierto por la Paz y la Reconciliación de los Pueblos Indígenas de Colombia, realizado el pasado 6 de noviembre, que estaba a reventar.

Durante más de una hora, John Jota el Indio del Rap, como es su nombre artístico, rapeó sobre Toribío, sobre la comunidad Nasa, sobre la marihuana, la coca, su generación y el futuro de Colombia. El tiempo arriba del escenario incluso le alcanzó para subir a su mamá, que en medio del llanto escuchó completica una canción que su hijo hizo para ella. También improvisó rimas entre canción y canción, y hasta hondeó un par de veces la bandera Nasa, de un color rojo y verde brillante.

La trocha por la que vamos se va empinando paulatinamente, y los pocos postes que hay sobre la vía iluminan el camino. El frío que aumenta empieza a delatar la altura del pueblo, que está apenas 800 metros más abajo que Bogotá. Mientras tanto, John Jota cuenta sus inicios en el rap hace tres años, cuando tenía 14: “Lo que primero llega a mi vida es la música urbana, el reggaetón. Eso es lo que nos llega acá por la televisión, por la radio”, explica el rapero. “Y luego viene una historia toda rara porque yo empecé a escribir rap pero quería presentarlo con pistas de reggaetón, pero luego investigué y me di cuenta de que así no era la vuelta”.

John Jota presentándose ante la gente de su pueblo, Toribío. Foto: Iván Valencia

Por esa misma época, su mamá y su padrastro le encontraron en varias ocasiones bolsas de perico y marihuana dentro del armario, la guardia indígena lo juetió dos veces por mal comportamiento, lo echaron del colegio Centro de Educación, Capacitación e Investigación para el Desarrollo Integral de la Comunidad e incluso lo llevaron a un centro de armonización, como se llaman los centros penitenciarios del sistema de justicia Nasa.

“Estuve encerrado muchas veces por problemas en el colegio, por peleas, por fumar, por el vicio, por siempre cargar con mi cuchillo… fui bien caspa de pequeño”, admite John Jota. Incluso cuenta que una vez, a los 11 años, un amigo del colegio apuñaló a otro con una navaja que era de él. “Nos cogieron a los dos y nos metieron a la celda una semana. A mí me daba rabia que me metieran al centro de armonización y me hicieran rituales porque no creía que las personas cambiaran por un ritual. Uno mismo tiene que tratar de cambiar, pero yo le decía a mi mamá: ‘Yo quiero cambiar, pero no puedo’”.

El ritual que cambió a John Jota, sin que él lo buscara, fue el rap. “En estas montañas solo se escucha perreo: Ñengo Flow, Kendo Kaponi…”, afirma. “Acá les preguntan por un rapero y te van a mencionar a Kendo Kaponi, algo que yo también pensaba”. Sin embargo, John Jota entendió la diferencia entre un género y otro, y se dedicó a hacer rap. Inició un grupo de reggaetón y rap con un amigo en Toribío, pero terminó rapeando solo y subiendo sus letras e improvisaciones a sus redes sociales. “Mi primera presentación fue en Popayán”, recuerda John Jota. “Ni siquiera sabía de qué era el evento, solo sabía que era algo de rap, así que pedí la oportunidad de que me dejaran presentarme y me dijeron que de una. La gente acá me preguntaba si no me daba miedo viajar solo por allá y yo les decía que no, que no me iba a pasar nada”.

Ese día, vestido con una camisa de cuello y unos jeans entubados en medio de un mar de bermudas, cachuchas, cadenas y sacos anchos, John Jota cantó después de la última presentación, cuando ya la gente se estaba yendo del concierto. Pero cuando empezó a rapear, algunos decidieron detenerse y quedarse un rato: “Le causé curiosidad a la gente, porque yo era un pelado indígena que estaba rapeando y venía de Toribío”, afirma el rapero. “Esa vez fue máxima. Yo me emocionaba de ver a la gente con la mano arriba, después de la presentación hice contactos y así logré irme para Pasto. Me fui para Pasto tal y como me fui para Popayán: sin saber a dónde iba. Solo les dije a los de un evento que me dejaran rapear”. Así como en Popayán y en Pasto, el Indio del Rap se ha movido y ha rapeado en ciudades como Ipiales, Bogotá, Medellín, Palmira y Cali, sin contar territorios aledaños a su pueblo como Santander de Quilichao y Miranda.

John Jota y su mamá. Foto: Iván Valencia

Finalmente, después de caminar más de 20 minutos, llegamos a la casa de John Jota. Con techo de zinc, dos ventanas azules y construida en cemento, la casa es la única construcción arriba de la pequeña vereda a la que acabamos de subir, desde donde se ven las montañas caucanas repletas de las lucesitas blancas que iluminan los cultivos de marihuana, una planta que para el rapero representa el mayor problema de su generación. “Aquí en Toribío ven a un pelado fumándose un ‘bareto’ y la guardia lo coge y lo encierra. Pero si baja una moto de la montaña llena de marihuana para venderla, la guardia no hace nada. Ellos no hacen nada contra todo lo que se ve en esas montañas”, señala con el dedo: “Ellos simplemente dicen que el tema se les salió de las manos”.

Mientras calla a su perro James, que ladra en frente de la puerta, John Jota enumera las drogas que, según él, aquejan a su generación: la marihuana, la ‘perica’ y los tarros de solución, de bóxer, que mezclan con Frutiño en una bolsa para que “huela rico”. La luz de adentro de su casa ilumina los tatuajes que tiene en sus antebrazos, uno que dice “Nasa” y otro que dice “John Jota”, ambos con tinta negra.

Pero más que el consumo, para John Jota existe una problemática aún mayor en su pueblo: la falta de apoyo al talento joven. “Acá hay muchos talentos. Conozco tres parceros que este mes viajan a Madrid para hacer unas pruebas de fútbol y nadie está hablando de ellos”, se queja. “Hay pelados que dibujan, y en la noche acá se hacen piques con las motos, que para mí también es un deporte. Pero acá se enfocan en el problema y no en la solución: por eso prefieren castigarnos a apoyarnos”.

El hermano, que se ve menor y tiene un pie vendado, le abre la puerta a John Jota. La casa consta de dos habitaciones: una que sirve de habitación de la mamá y sala, y otra que parece ser la habitación de John Jota y el hermano. Atrás de la casa se distingue un espacio para la cocina y un patio con ropa colgada. James, el perrito, ladra incansablemente mientras corretea la mesa pequeña de comedor que hay en el patio, donde nos sentamos.

John Jota en frente de su casa. Foto: Iván Valencia

“Impacto Nasa” es el álbum debut de este rapero, que desde el mismo título hace alusión a su comunidad. “Mi primera canción fue al padre Álvaro”, recuerda John Jota, refiriéndose al padre Álvaro Ulcué Chocué, el primer sacerdote católico indígena de Colombia, que inició en los años 70 y 80 un proceso para retomar las costumbres Nasa y cuyo asesinato, perpetrado en 1984, aún permanece impune.

De ahí en adelante, las temáticas de las canciones del Indio del Rap han ido sonando dentro de un marco geográfico y social muy específico. “Por ejemplo, tengo una canción que se llama ‘2050’, que habla sobre todo lo que puede pasar con la sustitución de cultivos y todo eso”, cuenta John Jota. “Yo me inspiro en lo que vivo, en lo que veo. Pienso en poder cambiarle la vida a mi familia, poder ayudarles”.

La mayoría de canciones de este álbum, que está casi listo, han sido grabadas de manera gratuita por sellos colombianos como Atila Producciones, de Medellín, o la Familia Ayara, en Bogotá, que le han extendido la mano al rapero después de que este tocó sus puertas. Y aunque John Jota es consciente de que poco a poco se ha ido ganando el apoyo de su gente, y de que ahora el pueblo entero de Toribío corea sus canciones y mueve sus brazos con sus pistas, sabe que el apoyo para sacar su carrera adelante lo ha tenido más afuera que adentro. “Yo no he sacado plata para grabar y tampoco he pedido ayuda acá”, explica. “No lo he hecho porque si ellos me van a ayudar prefiero que escuchen lo que estoy haciendo. No quiero que en algún momento me saquen en cara que me ayudaron, prefiero evitar eso”.

Pero no por eso John Jota dejaría de cantar sobre su pueblo. “En mis letras trato de dar a conocer lo que es Toribío, que no es lo que muestra la televisión”, alega. “Yo canto sobre nuestros paisajes, nuestras lagunas, nuestros mayores y su sabiduría. También canto sobre personas de mi generación que se avergüenzan de todo ese legado y que se esconden el apellido solo porque es indígena”, explica John Jota, quien cuenta que muchas veces le han preguntado por qué no se presenta con una pinta tradicional Nasa, con chumbes, gorro y ruana, algo que el rapero no entiende. “Si yo aquí crecí vistiéndome como me visto ahora, ¿por qué tengo que irme a vestir y a demostrar algo que no soy en otra parte? Si yo crecí así, así viajo y así voy a estar en todas partes”, asegura el rapero, que eso sí, siempre sube la bandera Nasa al escenario, a pesar de que a muchos en el pueblo no les gusta.

El Indio del Rap en su casa, después de la presentación. Foto: Iván Valencia

Sin embargo, desde esa primera presentación en Popayán, el look sí le ha cambiado al Indio del Rap: gorra ancha y negra, camiseta holgada oscura, jeans anchos y escurridos y un collar que parece un rosario hecho de semillas, pero sin la cruz: “Yo siempre dije que no iba a usar cadenas de plata o de oro”, explica John Jota al preguntarle por el collar. “Este lo compré en Medellín, en la comuna 13, porque me gusta intentar ser un poco diferente”.

Con el correr de los minutos, el frío dentro de la casa se va manifestando cada vez más, mientras el rapero empieza a hablar de paz, o más bien, de cuando el pasado 2 de octubre se esfumó, momentáneamente, la idea de paz en el Norte del Cauca. “Yo pienso que a la juventud de este pueblo no le importa ese tema, incluso hubo muchos pelados de 18 años que votaron que sí pero por deporte, no porque les afecte”, sentencia. “Yo en cambio sí he vivido esta guerra, y me he tenido que meter debajo de la cama por su culpa. Entonces cuando ganó el No fue muy duro, porque con todo lo que hemos vivido, perder la oportunidad que teníamos ese día fue tenaz”.

¿Que si el rap es una herramienta de cambio social? “Totalmente”, responde John Jota. “Yo siento que de eso se trata. La mayoría de letras del género llevan un mensaje, tratan de dar a conocer realidades y critican al Estado”. Una algarabía que se escucha desde las canchas del pueblo y el ladrido de James interrumpen al rapero. Finalmente, el Indio del Rap hace una pausa y concluye: “El rap es el movimiento político de los jóvenes”.