OPINIÓN El cordial saludo entre Piedad Córdoba y Álvaro Uribe, simboliza el inicio de un nuevo debate político en Colombia.
Columnista: Andrei Gómez Suárez
Durante la Edad Media los acuerdos de paz se validaban a través de un beso de la paz. Según la profesora Hanna Vollrach de la Universidad de Rurh Bochum (Alemania), el ritual político que se materializaba en el encuentro de dos cuerpos, fue reemplazado por las firmas de los negociadores en un documento de acuerdo final. No obstante, ni el beso ni las firmas han sido garantía suficiente en la implementación de lo pactado en la búsqueda paz. Para hacer realidad lo acordado, sugiere Vollrach, siempre se ha necesitado crear instituciones que velen por tal propósito.
La importancia de las instituciones formales antes y en el post-acuerdo no debe ocultar el papel fundamental de las instituciones informales durante y después del proceso de paz. El beso y las firmas son rituales políticos que hacen visible lo acordado y convierten a los espectadores en testigos, porque lo que la gente ve cuenta. Al mismo tiempo la implementación, que es compleja y larga, se garantiza a través de la participación de instituciones nacionales e internacionales, hoy en día, haciendo innegable una dimensión global.
Los testigos-espectadores en un ritual de paz son importantes para transitar de la guerra a la paz. La profesora Robín Wagner-Pacifici, del New School de Nueva York, considera que la historia se lee a través de sus ojos. Hay dos clases de testigos. Por un lado, las terceras partes, que pueden jugar un rol de apoyo a una o ambas partes (como informantes, consejeros, aliados) o un rol de consolidación del ritual (como mediadores, jueces, observadores políticos, fuerzas de protección).
Por otra parte, los que han vivido la experiencia de la guerra. Hay una multiplicidad de testigos presenciales pero es importante distinguir entre los colectivos e individuales. Los primeros tienen el poder de influir en el debate público de cómo se entiende a sí misma y se transforman una sociedad , mientras que los testigos individuales son garantía de responsabilidad y competencia. Por eso, los acuerdos de paz van acompañados de firmas de testigos.
En el caso de Colombia, durante los cuatro años del proceso de paz, se ha constituido un sistema entrecruzado de testigos con varios niveles. A la par se han producido múltiples rituales políticos que han ido convenciendo a diferentes testigos-espectadores que la firma de la paz está cerca.
El estrechón de manos entre el Presidente Santos y Timochenko tuvo un impacto mayor que los principios de la Jurisdicción para la Paz acordados por las partes el 23 de septiembre de 2015. Algunos testigos-espectadores vieron que Timochenko afirmaba su compromiso con la paz, mientras que otros observaron que el presidente Santos confirmaba impunidad para las Farc. Aún hoy muchos colombianos no han leído el acuerdo sobre justicia transicional, pero hacen referencia a ese estrechón de manos para apoyar o criticar el proceso de paz.
Los rituales políticos que han marcado al anuncio de cada uno de los cuatro acuerdos logrados en La Habana, privilegian el papel de los testigos-garantes (las terceras partes). La lectura de los documentos por los representantes de Cuba y Noruega es un símbolo de veracidad. No obstante, la interpretación que hacen los testigos-espectadores difiere sustancialmente dependiendo de sus afectos políticos. Algunos afirman que el proceso de paz se ha hecho de cara al país, mientras otros consideran que ha ocurrido a sus espaldas.
Actualmente, a pesar que el borrador de cada acuerdo con las firmas de los equipos negociadores y los testigos-garantes se puede acceder en www.mesadeconversaciones.com.co, muchos colombianos ven la negociación fuera del país como una medida excluyente para beneficiar secretamente a una de las partes.
Los foros organizados por la Universidad Nacional y las Naciones Unidas, así como las delegaciones de víctimas que viajaron a La Habana y las organizaciones de mujeres y sociales que han interactuado con la Subcomisión de Género, posicionaron en los rituales políticos a los testigos-participantes. La participación de miles de organizaciones en diferentes espacios de interlocución indirecta con la mesa de conversaciones desde Colombia es un símbolo de la construcción democrática de los acuerdos. Sin embargo, el hecho de que esté restringida a ciertas organizaciones e individuos refuerza la distinción entre testigos-participantes y testigos-espectadores. Algunos ven que en dichos espacios se permite la expresión de voces antes ignoradas mientras que otros se hacen a un lado viendo que su voz es marginada.
La participación de todos los sectores de una sociedad, de más de 45 millones de personas, en espacios de interlocución directa e indirecta es imposible. A pesar de los esfuerzos que se hagan siempre quedaran por fuera o se sentirán sub-representados algunos sectores sociales. No obstante, por fuera de estos espacios, todos los colombianos son testigos-espectadores de los rituales políticos del proceso de paz. Dicha posición los afecta a todos y desata nuevos “procesos de paz invisibles”, que terminarán cerrándose con rituales políticos tarde o temprano.
El beso entre Piedad Córdoba (testigo-participante) y Álvaro Uribe (testigo-espectador) hace visible el proceso de acercamiento de algunos críticos del proceso de paz, ahora que empieza a prepararse el ritual político para la firma del acuerdo final. Su valor simbólico no es menos importante que la reunión de Carlos Holmes Trujillo y otros miembros del Centro Democrático con Álvaro Leyva y Enrique Santiago, miembros de la subcomisión jurídica que definió la arquitectura del acuerdo sobre justicia transicional.
El beso de la paz, como quisiera llamar al cordial saludo entre Córdoba y Uribe, simboliza el inicio de un nuevo debate político en Colombia. Así que la campaña electoral que se avecina, que elegirá al sucesor del presidente Juan Manuel Santos, estará marcada por las mejores ideas para construir paz y no por sugerir las medidas más fuertes para ganar la guerra.
Colombianos, bienvenidos a ser testigos-espectadores, –participantes, o –garantes de la era de la paz. Ni siquiera el ELN se podrá quedar atrás.