El teatro nos cuenta cómo se vive el drama de la desaparición forzada en la intimidad.
- Fotos cortesía: Teatro Nacional
¿Alguna vez se ha preguntado qué se siente tener un familiar víctima de desaparición forzada? ¿Cuánto duele? ¿Dónde duele? ¿Qué piensan quienes lo esperan en casa? ¿Será que vuelve? ¿Volverá vivo, o muerto? ¿Qué le hicieron? ¿Dónde está? ¿Estará sufriendo? ¿Cuándo será que aparece? ¿Se ha imaginado cómo se consuelan quienes esperan?, ‘tal vez no se ha podido comunicar’; ‘ya vendrá, debe estar perdido’. En verdad, nadie mata una esperanza mientras no haya un muerto que confirme la tragedia. ¿Ha intentado reconocer a una persona, a alguien que amó, siendo apenas unos huesos? ¿Ha dibujado su cara en una calavera? ¿Se ha preguntado si su familiar cabe en una caja, si viene completo, si ese sí es?.
Todas esas preguntas, esas reflexiones, esos sentimientos, los expone la obra El Ausente, para ponernos de frente con el drama de la desaparición forzada. Un delito doloroso que el conflicto armado convirtió en rutina.
La obra, escrita Felipe Botero Restrepo y dirigida Ramsés Ramos y Hernando Parra, es una historia de violencia que estremece y golpea. Una historia común, que transcurre en un entorno cercano, y es narrada a partir un lenguaje cotidiano, simple, conocido. Que navega entre el dolor, la incertidumbre y la ansiedad de las familias que son víctimas de desaparición forzada. Pero hace también uso del humor, generando brincos emocionales, que mantienen al espectador atento.
Todo transcurre en una casa de familia, clase media, la casa de Héctor Muñoz Valencia, que desapareció hace 10 años y dejó tres hijas. Una solterona, que dedicó su vida a atenderlo, una más rebelde que abandonó el hogar y se fue al exterior, y las más joven, que apenas sueña con irse de la casa.
- Foto: cortesía Teatro Nacional
Esa es la perspectiva. Ver de puertas para adentro qué sucede cuando desaparece forzosamente un familiar. Cada una de las tres hermanas representa una manera de enfrentar esa realidad, de asumir el duelo. Es en la sala de la casa donde transcurre todo, donde se recuerda al desaparecido, donde se reviven historias de cuando estaba presente. Se ríe y se llora mientras cada una se cuestiona qué será de su vida y empieza a enfrentar su realidad y a asumir su entorno como víctima del conflicto.
“Yo sufrí mucho la obra -dice Cecilia Ramírez, quien interpreta a la mayor de las hermanas-. Me conmovió, me hizo repensar todo este asunto. Una cosa es leer la historia de lo que pasa y otra cosa es interpretarla. Entrevistarse con esas mujeres. A cada uno le pegó como le debía pegar”.
La obra, que cuenta con más de 100 funciones desde su estreno, es una verdad contundente, tanto para quienes la interpretan como para quienes observan. Está basada en hechos reales, y toma más fuerza y más certeza porque pasa ahí, en la casa de cualquiera que haya tenido un familiar desaparecido.
La obra no está narrada como un hecho noticioso, que convierte la desaparición en cifras. No es algo público como lo que ya hemos visto, tampoco un testimonio. Es el dolor íntimo, privado, el más profundo quizás, el más angustiante.
“Lo que tiene esta obra es que trata de desentrañar lo íntimo, lo que pasa con estas víctimas cuando cierran la puerta y entran a su casa. Cómo lo viven, cómo es su cotidianidad. Aquí ya no son el ser humano deshumanizado ni santificado casi por su dolor, sino es la relación oscura. Toda la humanidad que hay en este drama, lo íntimo, en su despertar, si se emborrachan ¿Cómo es?”, dice Mónica Giraldo, quien interpreta a la hermana rebelde, la del medio.
Por eso, porque es enfrentar la realidad desde lo más humano e íntimo, es que esta obra vale la pena.
Y para no perdérsela, esta es la programación: desde el 11 de agosto en La Casa del Teatro Nacional con funciones de miércoles a sábados, a las 8:00pm.