El senador dice que las manifestaciones ciudadanas son el embrión de una revolución democrática.
- El senador Iván Cepeda es desde hace meses uno de los enlaces entre las delegaciones del Gobierno y las Farc. Foto: Santiago Mesa
Iván Cepeda fue uno de los primeros políticos que se reunió con las Farc luego de la derrota del Sí en el plebiscito para atajar la crisis política. Desde hace meses, hace parte del equipo de asesores de la mesa de conversaciones y muchas veces, dice, ha oficiado como enlace entre las delegaciones, o entre lo que sucede en La Habana y en Bogotá.
Desde el 2 de octubre, Cepeda combina su oficio de senador con la idea de buscar la mejor salida para la incertidumbre en la que vive Colombia tras el inesperado resultado del plebiscito. Hablamos con él sobre la posibilidad de renegociar puntos del acuerdo, las opciones para implementar lo pactado en La Habana, los tiempos y riesgos de dilatar la conversación, las voz de los jóvenes y la abstención en las pasadas elecciones.
¿Dónde estaba usted el 2 de octubre, cuando perdió el Sí en el plebiscito? ¿Cómo vivió ese día?
Bueno, como toda la gente que trabajó en las distintas campañas, yo estaba en nuestra sede. Y por supuesto el resultado fue muy impactante, doloroso e indignante.
Sin embargo, yo vivo en la política, así que me he acostumbrado: en esto a veces se gana y a veces se pierde. Y cuando uno pierde se tiene que sacudir, levantarse y seguir, y eso fue lo que hicimos en la campaña. Pasado el primer efecto y secadas las lágrimas de algunos de nuestros colaboradores, empezamos a buscar las soluciones.
Para mí lo esencial de este contexto es que no hay que perder de vista el bosque por concentrarse en el árbol. Es decir, lo que ha ocurrido en estos 6 años es que nuestra sociedad ha dado un paso enorme en dirección hacia la paz. Y el 2 de octubre es un escollo de tantos otros que se han presentado en ese camino.
No se trata tampoco de subestimar lo que pasó, pero sin perder el contexto: la guerrilla y el Gobierno han hecho un proceso exitoso, han llegado a un acuerdo, ese acuerdo sigue siendo la base del proceso –ni si quiera los más radicales contradictores del proceso desconocen la existencia de este documento–, hay un cese de hostilidades que es real y que se ha mantenido, hay un proceso con el ELN y un apoyo unánime de la comunidad internacional. Esos son los factores de una fuerza de paz que se va imponiendo.
Pocas horas después de la derrota, usted se montó a un avión y se fue para La Habana a tratar de entender qué pasó y para dónde podíamos mirar. ¿Cómo los encontró a ellos, a las Farc?
Me llamó mucho la atención la serenidad con la que la guerrilla asumió esta situación. Ellos dijeron de manera reiterada que no creían en la vía del plebiscito, pero en ese momento no se trataba de hacer reproches o un mea culpa, sino de buscar soluciones. Desde entonces hemos estado trabajando en eso.
El presidente dice que el resultado del plebiscito no altera sus facultades como jefe de Estado, la guerrilla dice que no va a volver a la guerra y que abren la posibilidad de un diálogo que nutra el acuerdo. Sobre esa base se ha ido construyendo el camino.
¿Vio a las Farc tan cohesionadas como durante el proceso, o percibió alguna disputa entre ellos?
No, para nada. Todos están buscando de la manera más constructiva la solución. Entre otras cosas, la guerrilla lo que ha hecho en todas estas décadas es buscar esa solución, así que este no es un escenario novedoso. En el 85 la Unión Patriótica fue diezmada, en El Caguán muchos hechos llevaron a un fracaso, igual en Tlaxcala, en Caracas… Hoy el momento es cualitativamente distinto.
No estamos partiendo de cero, esa es una de las cosas que le hemos dicho con claridad al Centro Democrático y a Álvaro Uribe: de ninguna manera lo que ocurrió el 2 de octubre significa botar por la borda 6 años de trabajo, y creo que ellos mismos lo han entendido. El documento que presenta el CD reconoce que cualquier modificación, cualquier propuesta, se hace sobre la base del acuerdo que se ha pactado.
- Según Iván Cepeda, las Farc siguen tan conexionadas como antes del plebiscito. Foto: Santiago Mesa
¿Hasta dónde cree usted que se puede modificar el acuerdo?
Hay que partir de unas premisas básicas: en Colombia hay un conflicto armado, ese conflicto no ha tenido una solución militar y ha obligado al Estado y a la guerrilla a buscar una salida política, no un sometimiento ni una rendición. Tampoco es una revolución por la vía del diálogo. Si se parte de esas premisas, cualquier propuesta que contribuya a fortalecer ese espíritu es bienvenida.
Pero no aquellas posiciones en las que se parte de una ficción: la de la amenaza terrorista o la imposibilidad de que quienes dejaron las armas hagan política, o que las personas que hacen este proceso de paz terminan en unas condiciones de reclusión que les impiden hacer política. Muchas de las cosas que se dicen en esta discusión reciente ya se han hablado durante estos 4 años en La Habana.
Entonces el Acuerdo, en esos términos, es muy poco modificable…
Depende. Han llegado muchas propuestas, y un estudio cuidadoso puede arrojar que, en buena medida, se puedan incorporar y también aclarar. El acuerdo puede avanzar para hacer mucho más explícitos cierto tipo de postulados.
¿Qué tanto se puede modificar, por ejemplo, en el tema de tierras y reforma rural integral?
Ese tema ya se ha negociado y hay un acuerdo, que es la base de cualquier otra discusión. Lo que no puede ocurrir es que el acuerdo entre la guerrilla y el Gobierno deje intacta la situación que hay hoy en el mundo rural. Es reconocido por el Estado colombiano que hay una situación de extrema pobreza allí, que el campesinado está en situación muy precaria y que eso requiere unas reformas.
Se puede discutir el hecho de que esas reformas no impliquen imponer un modelo unidimensional de economía campesina como única forma de producción agrícola o de uso de la tierra. Pero tampoco es admisible la tesis de que la única vía es la asociatividad a los grandes proyectos agroindustriales o mineros. Aquí es necesario respetar ese modelo mixto y eso hay que decirlo.
Ahora, aquí nadie tienen la pretensión de incautar o expropiar tierras a industriales del campo. Hay necesidad de generar proceso de restitución, procesos de reforma agraria, de redistribución de la tierra, de establecimiento de un catastro que tenga por propósito aclarar la situación en muchas zonas del país.
Desde esa perspectiva, se pueden introducir ajustes que permitan aclarar, añadir cosas y fortalecer esto, pero de ninguna manera eliminar el punto de la reforma agraria. Eso está fuera de cualquier consideración.
Y la Jurisdicción Especial para la Paz, ¿qué tan negociable es?
Seguramente podrá haber algún tipo de precisión, pero en eso no quisiera adelantarme porque son las partes las que tienen que precisar eso. Lo que sí creo es que el hecho de que no haya un sistema de justicia para un periodo de transición, y que se continúe con la justicia ordinaria, sería decirle a las víctimas que habrá más de lo mismo: más impunidad.
Nadie nos ha dado la respuesta, de quienes plantean esta idea de convertir la Jurisdicción en parte del sistema ordinario, de por qué eso garantiza alguna eficacia. Hasta ahora la justicia se ha movido en rangos de entre el 98 y el 100% de impunidad en casos de violación de derechos humanos. Si la idea es paz sin impunidad, tiene que haber una justicia eficaz, y esa justicia solo es posible a través de un aparato especial de justicia que opere de manera excepcional, esa es idea de la JEP.
Que se continúe con la justicia ordinaria sería decirle a las víctimas que habrá más de lo mismo: más impunidad.
La victoria del No hace muy frágil el cese al fuego bilateral, ¿hasta cuándo se puede estirar esta medida mientras se renegocia el Acuerdo?
Hay que partir del momento en el que estamos: los combatientes de la guerrilla están en una interinidad, han suspendido todas las actividades militares y de búsqueda de recursos financieros; y lo que tendría que haber ocurrido, un paso a una condición distinta, no se dio. Entonces surgen problemas personales, financieros y de posibles contingencias militares. Hay que asegurar el cese y la propia paz que se ha ido construyendo.
Incluso “Iván Márquez” ha pedido ayuda a la cooperación internacional y al mismo Gobierno para mantener a los combatientes en terreno, ¿cómo evalúa esa propuesta?
La guerrilla ha reconocido que tiene unos recursos, pero eso hace parte de lo que se llama la “economía de guerra” y sirven para el sostenimiento de esa organización. Desde esa perspectiva, al detenerse las actividades de financiación, es necesario resolver ese problema y hacerlo de manera rápida y eficaz.
¿La victoria del No puede dejarle algo positivo al país y fortalecer la paz?
Lo que he visto es que el país ha ido madurando. En otras etapas no hubiéramos podido llegar a donde hemos llegado. Obviamente la comunidad internacional nos mira con la boca abierta pensando cómo es posible que un país tome una decisión así –prácticamente con un empate técnico– sobre un asunto tan delicado, pero eso es parte del proceso de cambio que hay que hacer.
El árbol no puede ocultar el bosque: lo que está ocurriendo en Colombia no es que se debilite el sentimiento de paz sino que, por el contrario, las fuerzas políticas tendientes a la paz se están fortaleciendo. Hay una emergencia de nuevas ciudadanías, nuevas relaciones entre civiles y militares, y el debate de la paz ya se da en muchos sectores que ni siquiera admitían esto como una discusión. Hace seis años en el país era prácticamente vedado hablar de conflicto armado, de ahí venimos.
¿Qué mensaje se puede leer cuando, más allá del empate técnico, hay casi 22 millones de personas que no salieron a votar?
El mensaje es que no hay democracia. Esa tesis de que somos la democracia más antigua de América se ve puesta en cuestión por los hechos reales. La gente no cree ni en las instituciones, ni en los procedimientos, ni en los líderes políticos.
La política ha sido encasillada en los políticos. El ciudadano ha perdido su capacidad decisoria, a los jóvenes no se les educa para participar en elecciones desde la infancia. Todo eso sumado al espectáculo diario de corrupción, de manipulación, de compraventa de leyes y conciencias, es la expresión acabada de la ausencia de democracia.
Lo que reclama la gente es una democracia real.
Las manifestaciones ciudadanas pueden conducirnos a una revolución democrática.
Hemos visto una expresión ciudadana, de los jóvenes, clamando por la paz. ¿Estamos viendo un asomo de esa democracia distinta?
Es precisamente el resultado de ese proceso de maduración política y que puede conducirnos a una revolución democrática. Espero que ese sea el desarrollo que tenga esto, que implique una transformación de la política. El reclamo de los jóvenes en la calle no es solo a que el acuerdo se respete y se haga vigente de manera inmediata –el acuerdo ya– sino también una actitud profundamente irreverente con las instituciones tradicionales, con todo lo que ha permitido que vivamos en este estadio de violencia permanente.
Álvaro Leyva dijo hace poco que la nueva negociación entre Gobierno y Farc debe refrendarse vía plebiscito, ¿es necesario? ¿o se puede hacer por otras vías como el Congreso o la Corte?
Tanto la guerrilla como el Gobierno han dicho que se van a ceñir a la Constitución, a la sentencia de la Corte Constitucional. Aquí va a haber procedimiento democráticos.
Hay varios escenarios posibles: el presidente tiene las facultades de entablar procesos de paz, realizarlos y ejecutarlos, esa es una facultad constitucional. El presidente hubiera podido omitir la refrendación popular.
Hay otras voces que claman por un nuevo plebiscito, o que buscan otros mecanismos como el Congreso de la República. Todo eso es posible, nada de eso está vedado y nada de eso está cerrado en este momento. Eso debe obedecer a unos consensos para que la paz se obtenga de manera sólida.
¿Cuál de esas salidas le suena más a las Farc?
La guerrilla no ha menospreciado ninguna posibilidad. Todas las posibilidades están ahí y están siendo consideradas. Más que tomar una decisión apresurada y cerrar los canales, lo que ha habido es una apertura a considerar distintas opciones. Ese es un espíritu que me parece muy sano, ellos desde La Habana le han puesto un tono de total serenidad y amplitud a la situación, y una profunda convicción de que hay que llegar a la paz.
Hoy el Gobierno y la guerrilla son tajantes en que vamos hacia la paz.
¿Usted cree que este año vamos a culminar el proceso y a tener un acuerdo de paz?
Tiene que ser así. Este no es un proceso que resista y que pueda prolongarse en el tiempo. Incluso los críticos del proceso, y quienes han manifestado una serie de posiciones muy radicales frente a ciertos temas, son conscientes de que el proceso llegó a un punto en el que hay que concretar las salidas. Yo no diría final de año, yo creo que antes debe haber una solución.