Diario: el Paro Nacional contra el Estado decepción | ¡PACIFISTA!
Diario: el Paro Nacional contra el Estado decepción Foto por Juan Esteban Quintero
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Diario: el Paro Nacional contra el Estado decepción

Santiago A. de Narváez - diciembre 17, 2019

La conquista hermosa de este Paro Nacional ha sido ponernos en el lugar del que nombra.

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Este texto hace parte del Diario del Paro, una serie de textos sobre lo que está pasando en Colombia en estos días escritos en clave de diario personal. Para leer el resto de entregas haga clic acá.

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Madrugada del 6. Guapi.

Acaban de escucharse cuatro tiros. Dos y luego otros dos después de unos minutos de silencio. Pasó enseguida alguien por la calle con un megáfono que le decía algo al municipio de Guapi. Me levanté pitado con la sabana enrollada a la puerta y solo entendí algo de una misa y unas fiestas. Como una vaina religiosa. Es de noche todavía.

Mediodía

Es bastante probable que lo de esta mañana hubiera sido pólvora y la alborada que da inicio a las fiestas del municipio.

Siete de diciembre: día diecisiete del Paro (ah y velitas también)

“Este Estado no pudo con este país”. Es lo que venimos sintiendo y quizás pensando también durante todos estos días, todos estos años. Pero lo puso en palabras (ay, el lenguaje y su incandescencia) el senador Iván Marulanda en un discurso en el Congreso de la República. Es increíble cómo el hecho de nombrar –Marulanda no hace más que nombrar las cosas: un país que invierte 0,2% de su presupuesto en cultura, medio ambiente, ciencia e investigación; un país que invierte en defensa el 13%. Y ya sabemos el poder desmitificador de ese gesto– nos había sido tan difícil, tan imposible en este país. No habíamos nombrado lo suficiente.

Y es que la gran hazaña, la conquista hermosa de este Paro Nacional –antes incluso que el poder imaginativo y que las potencias creativas que se han liberado y que ya no quieren ser constreñidas por ninguna represa del sentido– ha sido ponernos en el lugar del que nombra. Del que dice las cosas con precisión.

Obra en Marcha, escribía Cobo Borda en un prologuito maravilloso en 1975.

La poesía, entendida como totalidad, es también lenguaje público, acto de habla. Hemos liberado un lenguaje que sacude y que irrita. En el placer de la escritura, en el placer de la lectura, todo auténtico lenguaje es subversivo: al nombrar con claridad lo que sentimos, escribe Cobo Borda, (y la claridad de la metáfora es una claridad más profunda), al nombrar con claridad damos inicio a una acción desmitificadora.

En esta obra en marcha que ha sido este Paro estamos empezando a nombrar a las cosas por su nombre. Y eso, queridos televidentes, no es poca cosa en un país que se acostumbró a decir con eufemismo. A callar en el peor de los casos. El silencio de los fusiles, ¡aparente paradoja!, ha sido la liberación de la palabra que designa.

Siete. Medianoche.

El Paro Nacional también es por el “no dejarse meter cuento”. Contra la metida de cuento barato.

Y por transmitir el saber de “no dejarse meter cuento” de manera amplia y popular.

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¿Qué es la fraternidad y por qué decidieron violarla del sentido común de la historia?

Dónde quedó la solidaridad.

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Pregunta sintética: ¿ya estamos en este Paro empezando a pensar en el estado colombiano y las posibilidades de ser él el causante de todo esto? ¿La cura y la sangre?

Titular para revista independiente: “El Paro nacional es lo que mejor me pudo pasar”.

No existen, sin embargo.

No hay.

Y sabrá Ferney si algún día los lleguen a haber (como cantaría Diomedes).

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—Siga, siga, siga sí hay: arengas rellenas, las tradicionales.

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¿Cómo va a gritar alguien “guardia, guardia” en un bar de música experimental etcétera en el norte de Bogotá? Emoticón de mano en la frente.

O, bueno, pero también: ¿Cómo no?

¿Cómo no hacerlo también?

Transmitiendo, desde el moderno edificio de la República erótica de cristal, 89 megahertz. En la calle 45. Epicentro de la radio. Les habla República estéreo.

*

Este Paro tiene que ser entre muchas otras razones hasta que la dignidad sea costumbre.

¿Y qué significa la dignidad por cierto?

Martes 10. Alba.

La muerte es la única verdaderamente democrática, decía Shakespeare en algún soneto. O al menos eso yo me acuerdo. No hay corona que valga cuando le viene el turno a la guadaña. Y uno podría intuir –quizás erradamente y de seguro de manera cínica– que ha sido ahí dónde hemos entablado  en este país  una relación entre iguales: la guerra nos ha puesto en el mismo lugar. Pero es que acá, como lo anotaba Vanessa Londoño en un ensayo estos días, la guerra se ha encargado de estratificar las maneras de la muerte. Existen muertos y existen cadáveres (y yo añadiría que existen ausencias que pesan más que el resto). No somos ni siquiera en ella iguales.

El movimiento de equivalencia tiene que ser entonces doble.

No sólo se trata de poner la vida en común, la que nos toca compartida por nacer dentro de esos límites con forma de mapa de Colombia, en condiciones iguales. Se trata también de que nuestra muerte no siga siendo una copia estratificada de la vida.

*

Terminé leyendo, en lapso de dos noches, y todas de manera accidental, tres cosas sobre escribir diarios. La primera (sobre un polaco que vivió mucho tiempo en Buenos Aires) decía que alguien que no lleva diario no es capaz de valorar uno correctamente cuando lo lee. La segunda cosa era el diario inconcluso de un escritor sobre los primeros días del Paro. Y la tercera era de otro escritor que reseñaba los diarios de otro escritor y decía que en Colombia era raquítica (por no decir inexistente) la tradición de quienes escriben diarios y deciden publicarlos.

Todos hombres, todas voces masculinas.

*

Han pasado algunas cosas estos días. Además de que mis entrañas quedaron destruidas por cuenta del viche (no sé si el licor está haciendo una suerte de limpia en mi intestino que estuvo durante harto tiempo postergada, o si fue que me intoxiqué) y de que me la haya pasado metido en inodoros, hubo el domingo un concierto enorme en Bogotá. No fui pero vi desde la cama la multitud por la Séptima caminando (o marchando) junto a un camión que era una de las tarimas.

Mi jefe (que sí estuvo y que luego convirtió junto con otros amigos esa tarde de domingo en fiesta) me preguntó ayer que qué seguía ahora. Ya hubo concierto, qué nos queda. Con Diego hemos vuelto rutina comentar al día siguiente de momentos como estos (el concierto del domingo, la marcha feminista del día de la no violencia contra la mujer, el cacerolazo con la guardia indígena, el performance de un violador en tú camino, etcétera) el porvenir del Paro.

Creo que tiene que haber –y ahora, que llegó diciembre con su alegría y Pastor López, todavía más– una astuta combinación de dos cosas.

No creo que el Paro se trate necesariamente, como en una carrera de obstáculos, de ir conquistando logros fantásticos cada nueva jornada: si ayer hubo concierto sinfónico, mañana tiene que haber concierto sinfónico y multitudinario, si mañana hay un concierto sinfónico y multitudinario pasado mañana tendrá que ser sinfónico, multitudinario y además en las puertas del aeropuerto, etcétera.

Sí, la innovación es determinante. Tenemos que ser creativos, imaginativos, inventarnos nuevas formas de ocupar el espacio y etcétera. Pero no podemos olvidar que aunque esta es una carrera de obstáculos (y que cada día trae uno nuevo) es también y sobre todo una carrera de resistencia. O quizás sea mejor metáfora decir que esto es como un Tour de Francia. Una vuelta a Colombia que estamos renovando con las fechas. Requerimos diarias dosis de compañerismo e imaginación, pero tenemos que tener listas las piernas para trepar de nuevo y llenar las plazas cuantas veces sea necesario.

Río Sumapaz. Foto: Santiago de Narváez

10. Desayuno.

¿Qué interés de hablar va a tener uno con esa persona que cree que lo que uno quiere es matar a los empresarios?

O mejor: ¿qué hace que esa persona piense eso de uno?

Noche de tomartes

Duque no es un asesino. No en el sentido material del término (al menos no que se sepa). Pero es el jefe de Estado de un país. Y en ese país, desde que él asumió esa jefatura, han asesinado a tantas personas por razones que él habría podido evitar. No con metafísica (o con babosos discursos) sino con políticas concretas. El cumplimiento cabal de los Acuerdos de paz es una de ellas.

Y un Estado, por si hacía falta recordar, tiene como primera razón de ser proteger a la población que vive dentro de su territorio. ¿Entonces qué? ¿Estamos ahora sí ante un Estado fallido? (Esa palabra que repetían con ahínco tantos).

*

Paren el Paro. ¿Qué pasa si este Paro se toma un receso (que no unas vacaciones en sentido capitalista) para descansar el cuerpo y pensar y repensarse? ¿Es eso claudicar? Es evidente que las razones que han detonado en este Paro desde hace 20 días no han cambiado (y no las cambiarán unas vacaciones), entonces ¿por qué no descansar y pensar nuevas formas de interrumpir la vida violenta que nos han impuesto?

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Aunque al mismo tiempo, la urgencia no se puede aplazar. No hay tiempo de espera para las muertes que siguen sucediendo.

Ayer mataron a dos líderes sociales (esa palabra que ahora es una etiqueta. Contra esa etiqueta también hay que luchar). El estado de cosas sigue produciendo muertos. ¿Cómo va a parar uno en navidad, descansar y seguir en enero? Esto no da espera de nada. El Paro no da espera. Una hemorragia no espera al puente de Reyes para seguir desangrando.

Quizás entonces lo que haya que hacer es pensar intensamente esta navidad (mientras comemos buñuelos, tomamos trago, fumamos marihuana y peleamos con la familia). ¿Cómo ijueputas vamos a hacer para interrumpir realmente este sistema de la muerte? (Hoy era el día de los derechos humanos y el Esmad gaseó con violencia un plantón pacífico sobre la 30). Si el gordo no quiere escuchar, ¿cómo y de que maneras creativas –ahí sí– vamos a hacer para que el gordo y los suyos lo hagan?

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Sociedad de perdón.

Nunca es tarde en la sociedad del perdón.

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Más allá de lo que sea, ganarse la pelea del espacio público será lo mejor que tendremos los bogotanos y gracias a este histórico Paro.

Ay, la Historia.

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Es que cuando la evidencia asalta los ojos, ya no hay vuelta atrás (el artículo de El Colombino “Y así fue el homicidio de Dilan”).

Un medio de comunicación en la sociedad del perdón tendría reporteros en la agencias de publicidad de este país (las grandes, las importantes) y sabría cómo se mueve la plata y los relatos que luego llegarán a nuestros cuerpos. Reporteros que sepan cuánto gastó cerveza andina o postobón para promocionar nuevos productos.

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Verdad de diciembre: No hay cómo no estar borracho en diciembre. (Todo el tiempo).

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Hoy Tuiter aburrió.

Nochisísima. Tomartísimos.

Un epitafio: “Lo mataron porque le tocó el culo a ese del que creía que no le importaba”.

11. Mañana

Dos videos muestran como policías y Esmad suben a una mujer a un carro particular en la carrera 30. Una pareja la sigue en su carro (mientras graban la escena) y cuando lo alcanzan le preguntan si está bien. Ella responde asustada que la policía la secuestró. ¿Qué es esta mierda? Si no es por los que están grabando, que cierran al carro y logran hacer que la mujer se baje, no sabemos qué habría pasado con esa mujer detenida de manera ilegal. Ese video es también una salvación. Ese video es la evidencia y la verdad.


Al parecer el carro que se llevó a la mujer pertenece a la secretaría de seguridad de Bogotá.

Paloma Valencia escribe hoy (ahora) en su Twitter: Gracias Esmad.

Alguien escribe en Tuiter que nos están toreando.

Hace dos días un senador de la República decía que está comenzando un auténtico movimiento de desobediencia civil.

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—Pero ¿qué es lo que le asombra? —me acaba de botar Peter mientras vemos Rick and Morty —si eso ha pasado siempre.

Y yo sé. Yo sé que eso ha pasado siempre. Los falsos positivos, que son asesinatos por parte del Estado a civiles (no ejecuciones extrajudiciales, como algunos indican: en Colombia no existe pena de muerte en la ley. En la ley) han existido desde hace años. La desaparición forzada por parte del Estado también. Es solo que hay algo difícil de asimilar cuando uno ve que está pasando en la puta carrera 30, en frente del puto Campín.

Algo tiene que estar cambiando en esa lógica. Algo ha cambiado si las fuerzas que protegen el orden actual de cosas están haciéndolo de manera tan evidente en las narices tan de todos. (Cuando ese “todos” significa: la mirada atenta desde la capital de la República).

—Pero sí, tiene razón —me dice ahora Peter— no hay que perder la capacidad de sorprenderse.

Noche. (Aguardiente de nuevo).

Hay un Estado decepción al que no le interesa en absoluto lo que piense o diga o haga la gente del Paro Nacional. Viene la última luna llena de la década y el Paro Nacional se enfrenta ante un Estado decepción.

*

La vida en Colombia no está en venta y no puede estar nunca jamás en venta de nada.

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Es tan ilegal lo que está haciendo la Policía, tan.

10:55pm

La Cámara Colombiana de Confección se une al Paro Nacional.

Después y en adelante

Empezar el día con el tenebroso video del Esmad secuestrando y acabarlo con el de JG en el Congreso. Hay al menos reacción en el Congreso ante las vainas. Respuesta inmediata de acción parlamentaria (RIAP), diría Súper Roy.


El uso del estilo indirecto libre de la primera persona del plural en el discurso de Goebertus es clave para que la intervención tenga la legitimidad y pueda abrir campo en el debate que es necesario y postergado en el país: la reforma a la fuerza pública en Colombia después de los Acuerdos de paz.

Gran frase: “eso no quiere decir que no esté pendiente esa reforma”.

Palabras claves: abrir el debate, transición, lectura, autocrítica, legitimidad.

Viernes 13. Tarde.

Increíble llegar a ver el Sumapaz solo hasta ahora. El bus da vuelta asesinas y bajo el barranco el río suelto. Agua contra piedra y contra piedra espuma.

Aquí arriba el páramo, abajo el río tropical.

El río ha grietado las montañas por los siglos. Por siglos las rocas han sido los muros del cerro.

(¿Qué carajos tiene que ver, en qué se parece, un pueblo en los filos de la cordillera oriental, con uno en el andén pacífico caucano? ¿En qué se parece Guapi a Cabrera?)

Hay una huerta empotrada en el risco y en la huerta palmeras. De este lado del cañón sangregados y grillos y bichos eléctricos aroman el camino. Esto huele a selva.

(Es demente la vuelta que uno tiene que dar para llegar hasta Cabrera. Pero ¿Qué esperaban también? ¿Pasar una autopista por en medio del páramo?)

De pronto, el cañón se abre y entramos a Cundinamarca: la cordillera basta.

El paisaje es la apertura. Sumapaz.

Sábado 14, noche de asado

Petro y Robledo siguen peleándose.

Más temprano, en la tarde, los colombianos (esos ciudadanos que están aprendiendo a nombrar) leen en la revista Semana que la justicia está encontrando (la JEP, en realidad, porque nos estamos dando cuenta también de que la justicia ordinaria pa investigar el conflicto colombiano ni mierda), que está encontrando la justicia la —hasta ahora— mayor fosa común de asesinatos por parte de agentes del Estado.

La gente se pregunta qué es esta mierda de país y de qué ha sido capaz (y por país se refiere a Estado, a políticas determinadas del gobierno de Uribe y a las fuerzas militares) durante todos estos años. Y le da vergüenza y rabia y dolor (sí, dolor) y también una sensación rara que es determinante y es una forma todavía intrusa de nombrar un nunca más radical combinado con algo así como la alegría o la esperanza: en todo caso con la fiesta.

Una sensación que es como decir que no podemos vivir ni permitir una sociedad capaz de construir ella misma estos monstruos. Una máquina de guerra en contra de su propia gente, de su propio pueblo. Eso no es posible nunca más en el país en el que queremos vivir y con el que estamos soñando.

El que exigimos.

Alguien acaba de decir que Colombia está en su proceso adolescente (alguien decía el otro día –la otra noche– eso: que a Colombia le ha hecho falta un proceso común, colectivo, de atreverse a pensar. Una ilustración hecha bajo los propios medios y la propia conciencia. Colombia ha sido un país, decía el otro, que no ha hecho su proceso ilustrado, que no se ha atrevido a pensar por sí misma. Quizás fuera demasiado categórico).

Bogotá y salsa

Mientras bailaban pensaban que ellos, colombianos, tendrían que empezar a pensar muchas cosas. Todas de ellas rebatibles y susceptibles de ser contrariadas (ese era el punto) pero una de ellas era sin duda los efectos de la institución del mercado en sus cuerpo colombianos (y en el conflicto armado, por supuesto).

Y en el horror que significaba que esos cuerpos fueran solamente eso: cuerpos. Carne de cañón, en el sentido literal de la expresión, que serviría para ascender o promover o para darle unas vacaciones a un pobre guevón colombiano: alguien exactamente igual que uno.

(Que no es exactamente igual, ese era el punto: los malísimamente mal llamados “falsos positivos” tienen ese puto problema también. No son solamente asesinatos de Estado, sino que son asesinatos sobre una población muy desfavorecida).

Ellas maldecían el día en el que le habían puesto precio a sus cuerpos. Maldecían (insistían) el día que decidieron ponerle precio a sus cuerpos de colombianos. Y repitieron insistentemente cuanto fuera necesario que tuvieran que repetir.

¿En qué día tomó la cúpula militar de Uribe la decisión de que era más valioso presentar números altos en las estadísticas que la vida de quienes irían a asesinar? ¿Y pensaron acaso ellos lo que significaba esa decisión?

Aguacero de media noche en Bogotá

¿En qué momento concebimos que mejorar la seguridad significaba esto?

Baño

¿Cómo es capaz una institución de concebir semejantes maneras del mal? ¿de la muerte? ¿Cómo? (Sigue sin haber soltura).

Lunes 16 de diciembre

Veo desde el bus un letrero en el paradero que promociona una pizza que parece suculenta: “si tienes rappi, tienes todo”, dice el eslogan que acompaña la propaganda. ¿Cuándo se convertirá rappi en esa empresa omnipotente que controle el mercado? ¿las formas de soñar y desear? ¿la vida misma?

Hoy hay cacerolazo a las dos de la tarde en la Plaza de Bolívar contra la reforma tributaria que el gobierno (y los financiadores de su campaña) quiere pasar a toda costa. Más detalles adelante.

Noche

Estoy volviendo a ver el debate de Petro en el senado a propósito de la reforma tributaria. “No entra en la cabeza”, contesta Petro a su pregunta retórica de por qué los congresistas no destinan una buena parte del presupuesto nacional en educación. Petro dice que al año vale 14 billones de pesos tener a los jóvenes de Colombia (¿cuántos?) estudiando en la universidad. Y que el presupuesto es de 200 y pico billones.

Si hay la plata, ¿por qué no la dan? pregunta Petro. Porque no entra en la cabeza de quienes gobiernan a Colombia. Ese “no entrar en la cabeza” del que Petro habla es la disputa que está en juego durante este Paro. No ya únicamente el quiebre de la hegemonía, sino la batalla en términos ideológicos.

Y recordar que la ideología no es el cúmulo de ideas que alguien le entra en la cabeza (de ahí la mala prensa que tiene la palabra “ideología”. Y la idea estúpida de que hay quienes tienen ideología y hay almas benditas que no. ¡Bullshit!). La ideología es la puesta en práctica de unos modos de vida. “Porque me arrodillo, creo” decía Pascal. Esos modos de vida que pasan de agache, que son vistos como naturales, son los que estamos poniendo en duda. La pelea es entonces porque unas cosas empiecen a “entrar en la cabeza”, y porque otras empiecen a ser inadmisibles.

A esta hora, por cierto, mientas se debate en la Cámara de Rep. la reforma tributaria, sigue habiendo gente en la Plaza de Bolívar protestando. Están desde las 2pm.

9:38pm

Escuchar la canción de los Gigantes en clave de Paro Nacional. Y lo que significa esa melancolía en relación a lo que ha sucedido.

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Santiago aparece por acá en caso de que quiera ver o leer o escuchar lo que retuitea o comenta en estos días de Paro Nacional.