CoronaBlog | Día uno: desde la cuarentena | ¡PACIFISTA!
CoronaBlog | Día uno: desde la cuarentena Ilustración: Juan Ruiz
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CoronaBlog | Día uno: desde la cuarentena

Santiago A. de Narváez - marzo 17, 2020

Los datos siempre nos llegan tarde. ¿A qué velocidad viaja el virus? ¿A qué velocidad la información? ¿Qué tan rápido podemos procesarla? ¿A qué velocidad trabaja el pensamiento? ¿Cuánto nos demoraremos en comprender, con la perspectiva adecuada, la dimensión de todo esto?

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Este texto hace parte del CoronaBlog, una serie escrita por periodistas, escritor@s, artistas y bloguer@s que intentará registrar el día a día de la pandemia, de la cuarentena y de las noticias alrededor desde una mirada muy original en primera persona. Para leer otras entregas de esta bitácora, haga clic acá.

 

Viernes 13

—…el coronavirus me enseñó a lavarme las manos.

—Es un aprendizaje tardío en todo caso, ¿no crees?

*

No hay mejor fecha que esta para empezar el Bitaco Bairus del fin de los tiempos.

Domingo 15

Ojeo una revista que suelo leer todos los domingos, al borde del escepticismo y el delirio. He contado cuatro artículos dedicados al tema y todavía no he llegado a la mitad. Hace 15 minutos estaba menos implicado. Y por implicado quiero decir temeroso. (Ay, el miedo; la ternura que producimos estos bípedos implumes cuando estamos asustados etc).

Los datos: más de 145.000 contagiados en todo el mundo, de los cuales han muerto 5.400. El virus ya llegó a 138 países y el 11 de marzo, por ejemplo, en Italia los casos de muerte brincaron –en un solo día– de 196 a 872.

El número de contagiados se duplica cada seis días, afirma la revista. Se calcula entonces que en Colombia, para finales de abril, tendremos 4.096 infectados. Un mes después, 131.072. Hoy, dice la revista, al cierre de esta edición, hay 16 casos confirmados.

Hay un ligero desfase en la lectura de estos datos. La revista debió imprimirse entre la noche del viernes y el sábado en la mañana; pero entre ayer y hoy se han confirmado más casos.

Los datos siempre nos llegan tarde. ¿A qué velocidad viaja el virus? ¿A qué velocidad la información? ¿Qué tan rápido podemos procesarla? ¿Qué tan rápido podemos procesar este camionado metafísico que nos está sepultando en la paranoia –que es como decir la confusión? ¿A qué velocidad trabaja el pensamiento? ¿Cuánto tardaremos en comprender, con la perspectiva adecuada, la dimensión de todo esto?

*

Acabo de regañar (quizás regaño no sea el mejor verbo; advertir, mejor) a una de las autoridades familiares que quería asistir a su regular misa de domingo.

Puede que todo esto no sea sino una forma de inversión de los papeles. Las autoridades –y ya no sólo las familiares– siendo corregidas por quienes en condiciones normales han asumido papeles más dóciles.

Como en los carnavales. Una inversión que pone en evidencia la terquedad. Y la festeja y le echa maicena en la cara etc.

*

Retomemos el tema de la vida y la información y la velocidad. En una conversación reciente con un amigo biólogo –Nacho, llamémosle Nacho– él me decía que uno de los grandes debates de la biología, en términos ontológicos casi, es el de la definición de virus. Hay quienes afirman que el virus es vida; hay quienes no.

Si definiéramos la vida como información, y más específicamente como una información que aprendió a auto perpetuarse; el virus sería entonces una información incapaz de auto perpetuarse sino que usa otras entidades de información para auto perpetuarse él mismo.

El virus necesita de los cuerpos para su –llamémosla– existencia.

Pensar en esto.

*

Lectura dominguera antes de entrar al sobre. Llueve desde hace dos horas. El sonido de las gotas contra los charcos helados se ha convertido desde hace tiempo en un reconfortante paisaje sonoro. Algo así como una estática voluptuosa y vegetal.

La nota va sobre la Reserva Federal y un paquete de estímulos que lanzarán para (intentar) frenar el pánico en los mercados desatado por la pandemia.

Estímulos, mercados, pánico. Usuales términos que estaría bien empezar a despersonificar cuando hablamos del sistema financiero, pero en fin.

El periodista escribe, hacia el tercer párrafo lo siguiente: “Hay algo que un banco central no puede permitirse bajo ningún concepto: perder la credibilidad”.

Ha dado en el clavo.

Y su acierto es doble. Por un lado señala la materia que sirve para sostener todo pacto, todo convenio, en este caso económico: el hacer creer –que no es otra cosa que la capacidad de producir confianza–. Sin esta producción de confianza no hay impresión de billetes o espectaculares gráficas en ascenso que valga.

Y ahí el segundo acierto del periodista al señalar que los bancos han advertido esta falta de confianza. Han advertido que la legitimidad se les desparramó e intentan desesperadamente recogerla.

Solo consiguiéndose mojar las manos.

Continúa la lluvia afuera.

Lunes 16 de marzo

Los estímulos de la Reserva Federal, parece, no sirvieron. Escribo 24 horas en el futuro y no sólo las bolsas se vinieron al piso alrededor del mundo, sino metales preciosos o mercancías que suelen ser “seguros” en momentos de alarma como este. El platino, decían en las noticias esta mañana, perdió cerca del 27% de su valor. (Pensar en esa sencilla distinción que alguien estableció hace varios años entre valor de uso y valor de cambio. ¿De qué hablamos cuando hablamos de valor?).

Pero no sólo los metales. Monedas como el Bitcoin perdieron entre ayer y hoy un 18% de su valor.

Y hablando de porcentajes, mientras estaba en consulta médica esta mañana (por razones ajenas al COVID-19) escuchaba cómo el médico me tiraba esa otra cifra en la cara: 30%.

—La gente se suele ir por la cifra de muertos, que estaría entre el 1% y el 5%. Y creen que si se infectan y no les pasa nada, la vida continuará normal —decía el médico mientras yo pensaba que yo estaba en eso que el médico llamaba “la gente”.

Uno es la gente.

—Lo que olvidan, o no tienen en cuenta, es que el virus alcanza a dañar el 30% de la capacidad pulmonar de alguien a quien contagia.

—¡¿Qué?!

—Si alguien es contagiado y se recupera, puede perder incluso el 30% del uso de sus pulmones. Se fregó para correr durante el resto de su vida o hacer actividades que demanden esfuerzo respiratorio.

A pesar de que el médico me dio un parte de tranquilidad en relación a mi consulta me dijo que la situación era compleja. En esta última parte se refería al COVID-19, claro.

Dijo que aparecieron, el fin de semana, casos de gente que en teoría ya se había recuperado y que volvió a pescar el virus.

Dijo que encontraron una mutación del virus en China.

Que Colombia triplicó el número de infectados en cuatro días (mientras que Italia, país jodido por el virus, lo hizo en 10 días).

Y que en Italia, por cierto, como el sistema de salud está sobrecargado, los médicos están teniendo que hacer triage, ese mecanismo utilizado en la guerra en la que los médicos escogen a quien mandan para la camilla, a quien atienden y a quien dejan morir etcétera.

Ah, y que la Procuraduría estuvo el sábado en la noche visitando el Aeropuerto y dijo que los controles de salud que están haciendo en migración son paupérrimos.

Cuando le pregunté por la eficacia del tapabocas (durante toda la consulta el médico me hablaba con su tapabocas y yo le respondía escondido tras el mío) él me respondió:

—Sirven, pero así como lo tiene usted, lo lleva al revés. La parte azul tiene que ir pa dentro.

Noche

¿Cómo actuar? ¿Qué hacer? Esta mañana discutíamos con una amiga. A ella les sabía a mierda las actitudes escépticas frente a la patente realidad del virus. Yo le había dicho que la duda me parecía una sana actitud. Ella me decía de vuelta que no y que todos los escépticos bien podían meterse su duda por donde les entrara.

Pero es que la duda…o mejor, la actitud escéptica no es sólo contra la avalancha de información sobre el virus. Es también (y quizás con mayor ímpetu) contra los que construyen complots y piensan que el virus es un invento soviético y obligan a ir a sus empleados a los puestos de trabajo. La duda es también contra las propias dudas.

Quizás nos venga bien frenar. Quizás hayamos saturado los mecanismos de la acción durante tantos años y esto no sea más que un colapso nervioso de sistema en el que vivimos. Quizás estemos empezando a entender ¡por fin! que hacemos parte de un sistema y que la vida (y la muerte) están relacionadas…

Pensaba seguir con esa elucubración fantástica pero yo qué voy a saber de lo que estamos entendiendo y empezando a comprender.

Todo es muy veloz y tan enano uno…

***

Santiago aparece por acá.