Desde las cinco regiones de Colombia, ¡PACIFISTA! le recomienda cinco planes para aprovechar las vacaciones. Y lo mejor: para contribuir a la construcción de paz.
Alguna vez escribimos sobre esos territorios mágicos que nos quitó la guerra. Porque sí, en este país, así como hemos contado miles de muertos, desaparecidos, secuestrados, torturados y familias desplazadas, hay decenas de lugares arrebatados a las comunidades en los juegos de intereses de los armados.
Esta vez traemos cinco lugares turísticos, paisajes de postal y actividades de lujo que además de ‘mover platica’, son amigables con el medio ambiente, favorecen a las comunidades locales y lo mejor: están construyendo paz.
- Punta Brava. Nuquí, Chocó
En medio del Litoral Pacífico, donde la selva y el mar se unen formando extensas playas, donde las olas se alzan y las ballenas llegan a saludar en la orilla, existe un eco-hotel construido por y para la comunidad de la región. Nuquí, ha sido abandonada, aislada y olvidada por haber sido un centro de disputa entre diferentes estructuras de las Farc, el ELN y los paramilitares. Al final, se trata de una salida al Pacífico nada despreciable para controlar el narcotrafico.
En ese escenario, Punta Brava se creó para que, a punta de materiales naturales y mano de obra local, se generara una fuente de ingreso alternativa que sirviera a los habitantes afros, indígenas y mestizos. Y así ha sido: fue la misma población la que levantó el hotel y es hoy la que acompaña las actividades para hacer de la experiencia turística un intercambio cultural.
El hotel tiene espacio para 12 personas; suficiente para armar un buen combo y arrancar para una de las zonas más biodiversas del planeta.
Esto es lo que hay para hacer:
Si ama pescar, puede irse todas las mañanas, bien tempranito y coger su comida, almuerzo y hasta desayuno. Los nativos le explicarán sobre la pesca artesanal y le enseñarán unos truquitos para volver con un buen botín. Si sabe surfear, nivel pro, medio o chicanero, puede coger su tabla y golpear las olas de Playa Amargal, Playa Brava, Bajo Chileno o Pico Loro.
Si prefiere las caminatas por la arena, puede andar por los diferentes relieves que tienen las playas de Cabo Corrientes. También puede adentrarse en la selva y ver con sus ojitos animales silvestres que jamás pensó tener cerca.
Y último pero no menos importante: puede ver de frente la llegada de estos gigantes mamíferos marinos que entran a la Costa Pacífica para dar a luz a sus ballenatos. En Punta Brava las ballenas tocan la puerta del hotel.
2. Caño Cristales. Serranía de la Macarena, Meta
Al río mágico de los cinco colores se llega desde La Macarena, en el departamento del Meta. Las plantas acuáticas forman el tapete amarillo, azul, verde, rojo y fucsia, (como en una pintura psicodélica), que convierte a este caño, de poco caudal y poca anchura, en una de las maravillas naturales más grandes que existe.
Durante años, Caño Cristales estuvo cerrado al público. La Serranía Macarena permaneció bloqueada por la fuerte influencia de las Farc, que ha tenido en la zona una de sus retaguardias históricas, y los constantes combates que se registraban con la Fuerza Pública. Hasta hace dos años, con la disminución de la presencia guerrillera, el aumento de la presencia militar y la unión de la comunidad, se volvió a abrir al turismo.
Ahora, son los locales los que están aprovechando este paraíso. Los guías son personas que han estado a las orillas del río desde siempre, que conocen cómo cuidar el lugar y presentarlo a un visitante que quiera recorrer la serranía. El hospedaje es en La Macarena, antigua zona de distensión durante los diálogos entre el gobierno de Pastrana y las Farc.
Es un lugar romántico y aventurero. Pero también puede llegar en familia, si es que quiere reconectarse con la naturaleza. Esta es la época ideal para ir. A partir de junio y hasta diciembre las plantas están en su máximo esplendor y los colores brillan más que nunca.
3. Maikuchiga. Amazonía colombiana
Sara Bennett llegó hace más de 25 años al Vaupés, para internarse en la selva amazónica. Estuvo ahí durante 20 años, pero las Farc la desplazaron y tuvo que buscar refugio en Mocagua (Amazonas). Está enamorada de los micos capuchinos, churucos y otros primates que habitan en la Amazonía, y da su vida por rescatarlos del tráfico de fauna y la caza. Hoy, su fundación Maikuchiga busca ser el hogar para todos los monos que necesiten una casa de rehabilitación.
Entre Leticia y Puerto Nariño, en medio del Parque Nacional Amacayacu y con la ayuda de Corpoamazonía, Bennett trabaja para salvar a los animales que son los primeros polinizadores del pulmón del planeta. Es una casa de micos, literal. Allí, esta ‘gringa’ ha trabajado con las comunidades indígenas locales para que detengan la caza de estos animales. Ya la guerrilla no la toca y los turistas que quieran ayudarle pueden interactuar con los micos, cuidarlos, o simplemente observarlos.
Si es amante de los animales, puede visitar a Sara y su casa de micos, y quién quita, hasta termina adoptando a un mono, para que con su aporte tengan recursos para salvarlo.
4. Palomino. Dibulla, La Guajira
A 70 kilómetros de Santa Marta, entre el desierto de La Guajira y los pies de la Sierra Nevada, está Palomino. Su ubicación, propicia para el intercambio comercial, lo convirtió en un punto estratégico para el narcotráfico y la presencia de los actores del conflicto terminó generando una crisis de la identidad cultural, un desmadre contra el medio ambiente y ríos de corrupción.
Por esto, desde 2009, un grupo de arquitectos de la asignatura Proyectos Nuevos Territorios de la Universidad Javeriana, decidieron intervenir en Palomino. Con los aportes de los 4.000 habitantes de Palomino, desarrollaron un proyecto de reconstrucción arquitectónica, generando también la reconstrucción de la identidad, la cultura, el medio ambiente, la economía y el turismo.
Hoy en día Palomino tiene una nueva casa de la cultura, en la que se dictan talleres del Sena, se integra a los kogi con los palominenses y se gesta una huerta urbana. También hay una casa de los deportes, construida por los niños con sogas y materiales de la región. Contra la ausencia de alcantarillado y la contaminación del río Palomino, hay baños secos -que no necesitan agua-, se reutilizan los desechos líquidos para abono y el agua lluvia.
Si le hala al tema de las alternativas medio ambientales y quiere vivir la experiencia de estar en un pueblo con desarrollo sostenible, visite Palomino. Va a quedar boquiabierto, porque en medio de la playa, la sierra y el desierto, encuentra un lugar inteligente que de la escasez ha hecho abundancia.
5. La Minga- Casa gestante. Choachí, Cundinamarca
A menos de una hora de Bogotá se encuentra una casa con un aire ancestral, tribal, indígena. Minga significa en quechua, “construcción colectiva”. Y eso es el proyecto de La Minga – casa gestante, porque además de construirse de la mano con los habitantes de Choachí, busca dar una experiencia no solo de entretenimiento sino de redescubrimiento propio, cuidado del medio ambiente y bienestar espiritual. En La Minga se trabaja en la paz interna de cada visitante: todas sus actividades aportan a la construcción individual. Es la idea del aprendizaje orgánico.
Hay talleres para la bioconstrucción, diseño de permacultura, cocina saludable, y conferencias para innovación, empoderamiento, productividad, competitividad y liderazgo. Puede llevar a la gente de su oficina y así, en un día, les elimina esa frustración que tienen al verse detrás de un computador mientras sus redes sociales están a reventar de fotos de piscinas y paisajes.