Increíble que quedarse en casa sea hoy en Colombia un acto político (emoticón de persona dándose una palmada en la frente).
Marzo 18
Noche. Me eché una siesta de dos horas y cuando desperté, tenía varios mensajes en WhatsApp: “si vio lo de Duque?”, “A ese man qué le pasa?” o “No hay derecho el tetramalparido del presidente”.
—¿Ahora qué hizo este imbécil? —pensé.
Procedí entonces a mirar en Twitter lo que había pasado en mis horas de sueño y baba.
Y ahí estaba. El Gilberto que tenemos de Jefe de Estado ‘tumbando’ las medidas de alcaldes y gobernadores para afrontar el coronavirus y centralizar en él toda decisión que tenga que ver con la pandemia.
Duque haciendo de Duque; siguiendo la jurisprudencia que lo ha caracterizado como presidente, es decir, siguiendo la costumbre de hundirse en su propio lodo (y de paso arrastrándonos a todos con él).
La sensación generalizada es obvia: Duque no está tomando las medias necesarias y, en cambio, está favoreciendo a un sector económico determinado al que no le conviene la cancelación de los vuelos o una cuarentena que encierre a la gente en sus casas y lleve a pique el comercio. Es decir: a los bancos y a las grandes empresas.
Es curioso el lenguaje. Si volvemos a la campaña de 2018, su lema era “El futuro es de todos” e incluso en su discurso de posesión, el truhán dijo que iba a gobernar para todos y dio un discurso de unidad, etcétera. Curioso, digo, porque uno ya –desde hace meses– sabe lo que la palabra ‘todos’ significa para este gobierno.
Desde la época del Paro Nacional se puso en evidencia una disputa por lo que significa vivir en comunidad. Por un lado, había (hay) unas fuerzas que quieren contribuir a la construcción de la democracia –en este país que se autoproclama democrático y que se ufana de ser la más vieja democracia de América latina–, y a que sea real eso de que vivimos en un República, es decir, de que lo público es de todos y que somos iguales y merecemos el mismo trato. Y, por el otro lado, unas fuerzas que ven con temor la conquista de nuevos derechos, con temor la posibilidad de que nuevas voces participen en los debates nacionales y tomen decisiones frente a lo que concierne a la cosa pública. En suma, que ven con recelo la posibilidad de que, por ejemplo, frente a una crisis como la actual, todos los colombianos seamos tratados por igual y cuidados por igual y a que las medidas vayan encaminadas a protegernos a todos por igual.
A todos.
El “todos” de Duque muestra una forma de contar, de incluir en un proyecto social que por supuesto no tiene-en-cuenta a todos en esta crisis, sino a grupos económicos muy particulares.
Ayer, por ejemplo, la vicepresidenta salió respaldando el mensaje de los industriales y los comerciantes (quienes, al final, junto con el uribismo, son los que están decidiendo por Duque), salieron entonces los líderes gremiales a decirle a los alcaldes que recapacitaran frente a implementar el toque de queda en sus ciudades. Bruc MacMaster, presidente de la ANDI, salió con esta joya y dijo que esperaban “que realmente se pueda mantener una muy buena cantidad de personas haciendo las cosas que la sociedad necesita, que las vamos a seguir necesitando”.
Las crisis logran mostrarnos a la gente tal cual es y no deja de ser llamativo que el presidente del gremio más importante de industriales del país diga explícitamente cuáles son las condiciones de posibilidad para que el sistema (léase capitalista) siga funcionando: la mano de obra.
En fin. Hace unos meses alguien especulaba con la idea de lo que está pasando hoy. La idea era monstruosa y era la siguiente: ¿Qué pasaría si durante un día en la vida de la Tierra las personas que allí viven dejaran de salir a trabajar?
Pensar en cómo el coronavirus cambiará nuestros hábitos una vez haya guadañado al 5% de los infectados etcétera.
Duque, en todo caso, es un inepto. Y, como acaba de poner alguien en Twitter, le dio vida nuevamente y sin darse cuenta a la protesta social.
En este momento hay cacerolazo en las calles de Bogotá.
Duque, como el uribismo ahora, son sus propios enemigos. El problema es que nos quieren arrastrar con ellos al contagio.
O como me dijo recién una amiga: “la pandemia más peligrosa que tenemos hoy se llama uribismo”.
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Seré curioso, pero ¿en qué medida incidirá la decisión de Duque de no cerrar los aeropuertos o de no cancelar vuelos todavía provenientes de países con alto número de infectados con el hecho de que su hermana sea vicepresidentea de Avianca? No sé. Es una pregunta ingenua, boba, inocua, etc.
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Increíble que quedarse en casa sea hoy en Colombia un acto político (emoticón de persona dándose una palmada en la frente).
Marzo 19
Los sueños son esa realidad paralela en la que uno se quisiera (a veces) quedar. Los míos de anoche fueron demasiado narrativos.
Soñé que entraban los paracos a Bogotá, armas en mano, luego de generar terror con una explosión en un edificio residencial. Su objetivo era encontrar a todos los que apoyaban el Acuerdo de paz. Y por encontrar quiero decir asesinar de las maneras más tenaces.
Los que huimos a los bosques circundantes nos terminamos encontrando y generando formas de convivencia nuevas y feroces.
Pero es como si ante la cooptación de los espacios de poder (léase Estado) por parte de fuerzas enemigas de la paz, lo único que quedara fuera el retiro bucólico hacia el mito del buen salvaje.
Igual que el personaje que le da movimiento a la novela que estoy leyendo: un matemático del más alto nivel académico que decide retirarse a los bosques de Montana y que le envía, en un lapso de 20 años, cartas bomba a prestigiosos profesores de universidades en EEUU. El matemático escribe un manifiesto en contra del capitalismo tecnológico y aboga por una vida pastoril y ecológica. Como si el capitalismo se viera afectado por comunas anarquistas que deciden darle la espalda a un sistema de escala planetaria.
Frente a idilios como este, llega un mecanismo químico (que algunos ni siquiera consideran organismo vivo) y pone todo patas arriba. El virus ha producido, entre otras cosas, un cambio de foco. No (nos) miramos de la misma manera ya. Y creo que estamos empezando a soñar de manera distinta también. Pero en fin.
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En otras noticias mañaneras, esta que parece onírica pero que es más real que la panza de algún presidente:
Multitud intentando mercar en el Carulla de la 140 y, como sabemos, les tocó hacer fila: había prioridad para personas de la tercera edad y para mujeres embarazadas. La multitud se hizo a un lado mientras la portera dejaba pasar a los que tenían prioridad. En esas, entra una mujer joven –30– e intenta seguir al supermercado. La portera la detiene en el acto y le dice: “señora, usted vino esta mañana y no estaba embarazada”. La mujer de 30 se exalta y dice que no, que de ninguna manera ella ha venido en la mañana, que la dejen entrar. La portera insiste que sí y el tire y afloje llama la atención de los que están cerca. “Yo no vine esta mañana, ¡déjeme entrar!”, decía la presunta. “Que sí vino, a ver, muéstreme…”, respondió la portera y al levantarle la camiseta a la señora descubrió una almohada que llevaba entre panza y camiseta…
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Otras noticias: Duque suspende los vuelos internacionales en El Dorado durante 30 días. Mientras tanto la Ministra del Interior dice que “si nos adelantamos a encerrarnos ahora, se paraliza el país”.
Mediodía
Una cosa de la que me he dado cuenta, decía una amiga ayer, trabajando desde mi casa es que no necesito ocho horas para hacer las tareas que me toca hacer a diario. O mejor, dijo: que en la oficina pierdo mucho tiempo.
Y estoy de acuerdo con ella.
No sólo el tiempo que se gasta uno en desplazarse de la casa al trabajo y de vuelta a la casa es tiempo ahorrado en época de cuarentena, sino también el tiempo que gastamos en la oficina mientras vamos a prepararnos un café, p salimos a la tienda de la esquina a comprar un roscón, o nos movilizamos al mediodía al lugar de almuerzo y un millón de etcéteras diminutos que, si los juntamos todos, suman al final del día valioso tiempo que la gente (o al menos mi amiga y yo) estamos empleando en labores para las que antes no había tiempo.
Un escritor peruano se imaginaba en los años sesenta un mecanismo que captara y almacenara la energía de las suelas de los zapatos de la gente cuando golpean el asfalto al caminar. Imaginen, decía el peruano, todo lo que podríamos hacer con esa energía que en este momento se evapora en el aire. Imagino, hoy, las posibilidades tan amplias que se nos abren ahora como humanos para empezar a pensar en formas coordinadas del uso del tiempo.
¿Y si el tiempo recobrado que nos está dando la pandemia (y la cuarentena en especial) fuera empleado de manera masiva en horas de meditación, de lecturas postergadas, de creación artística colectiva…qué sé yo?
Aunque viene un muro de realidad que todavía no se ha derribado y que frena, por lo pronto, cualquier especulación sobre el uso del tiempo: mientras siga existiendo un modelo económico cuyo anclaje es el robo del tiempo de unos por parte de otros (léase: plusvalía) todo esto no será más que una bella fantasía.
En todo caso, acábese o no el capitalismo, nos estamos dando cuenta de que usamos el tiempo malamente, ¿qué vamos a hacer con ese dato?
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Santiago aparece por acá.