Un fantasma recorre Colombia: el fantasma del Paro Nacional | ¡PACIFISTA!
Un fantasma recorre Colombia: el fantasma del Paro Nacional Ilustración: Juan Ruiz
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Un fantasma recorre Colombia: el fantasma del Paro Nacional

Santiago A. de Narváez - noviembre 13, 2019

El Paro tiene que ver con la disputa de lo que significa vivir en comunidad. Con ese desacuerdo a una forma de ordenar socialmente lo que vale de lo que no; un reajuste, un desbarajuste del conteo social del uribismo.

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Un fantasma recorre Colombia: el fantasma del anarquismo internacional.

Eh no, dale un toque más visceral, que se note el miedo.

Un fantasma recorre Colombia: el fantasma de los satánicos encapuchados.

¡Sí!, así pero con alguna referencia de algo, no podemos sonar tan mediocres.

Un fantasma recorre Colombia: el fantasma de los seguidores satánicos del Foro de Sao Paulo.

¡Eso eso!, sí. Una forma más elegante de decir castrochavistas.

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Lo anterior no es una burla, exceptuando que sí lo es. Sí lo es. Y no tiene más sentido que mostrar las vetas del discurso.

Pero antes de seguir, contextualicemos y digamos que el 21 de noviembre habrá Paro Nacional. Un Paro que está convocado por distintos sectores sociales: trabajadores, estudiantes, transportadores, indígenas y campesinos. Un Paro Nacional que tiene como objetivo protestar contra ciertas medidas económicas del actual Gobierno y, en general, contra su torpeza dirigiendo este país durante 15 meses.

Vamos apenas 15 meses y la popularidad del Presidente está por la tierra: 27% y es una de las más bajas desde que se mide con estadísticas la aprobación de un presidente. El 69% de los colombianos desaprueba su gestión y ese número parece ir en aumento. Duque ha resultado ser un mandatario no sólo inexperto, sino también absolutamente desconectado de la realidad del país.

No tiene, como diría Gramsci, hegemonía. Para gobernar no es suficiente la fuerza bruta, ni siquiera el triunfo en unas elecciones (como parece repetir el Gobierno a cada rato: “ganamos las elecciones y ustedes no dejan gobernar”), se necesita elaborar una narrativa alrededor de la cual puedan hacer alianzas distintos sectores sociales. Pero el Gobierno, como lo decía recientemente un análisis de La Silla Vacía, ha decidido gobernar únicamente para sus “amigotes”.

(La politóloga Sara Tufano ya se ha referido al hecho de que el uribismo ya perdió, desde que inició el Proceso de paz, su hegemonía).

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Las razones para marchar son muchas (y aquí empieza la sutileza de comprender cuál es el sentido de una movilización social). Las razones son muchas, digo, y cada sector reclama las suyas: los estudiantes, protestan por el incumplimiento de lo acordado el año pasado por parte del Gobierno nacional, protestan además contra la corrupción en la Universidad Distrital y contra el abuso policial por parte del ESMAD en las movilizaciones de los pasados meses de octubre y de septiembre. Los sindicatos van a paro por las medidas económicas del actual Gobierno; los indígenas, para protestar contra los crecientes asesinatos de líderes indígenas en el Cauca y en todo el territorio del país.

A todas estas consignas y banderas se suma la consigna general de que se respete y se implemente lo pactado en La Habana. Duque ganó las elecciones con la idea de “implementar la paz con legalidad” (dando a entender que la previa paz firmada no era legal) y ha estado dando tumbos durante 15 meses sin apostarle a una implementación del Acuerdo a fondo.

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Podríamos decir que en este momento en Colombia hay unas fuerzas que están chocando con mucho vértigo, sobre todo desde que inició el Proceso de paz con las Farc y que se acentúo una vez firmados los Acuerdos. Hay quienes llaman a ese choque polarización; otros, la política en esencia. Pero más allá del nombre, es patente que estamos viviendo un momento de mucha efervescencia. Social y política y cultural. Y generacional.

Por un lado, hay unas fuerzas que quieren contribuir a la construcción de la democracia –en este país que se autoproclama democrático y que se ufana de ser la más vieja democracia de América latina–, y unas fuerzas que, por el otro lado, ven con temor la conquista de nuevos derechos, con temor la posibilidad de que nuevas voces participen en los debates nacionales y tomen decisiones frente a lo que concierne a la cosa pública. (Esto lo decía en reciente entrevista el sociólogo y periodista Alfredo Molano).

Es en el marco de esta disputa que el Paro Nacional del 21 de noviembre tendrá lugar.

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Volvamos entonces y adentrémonos en las fauces del anarquismo internacional.

El pasado 9 de noviembre el senador Álvaro Uribe retuiteó el siguiente video:

(Es sospechoso que Uribe haya retuiteado el video a las pocas horas de que hubiera salido en Twitter –trinado por el senador del Centro Democrático e hijo de Fabio Valencia Cossio, Santiago Valencia). Pero, centrémonos en lo que dice el trasvestido.

Nunca jamás en 200 años de historia republicana un ‘capucho’ ha usado la palabra “civil”. Nunca en 200 años un capucho ha usado la palabra “honor” a la que, por cierto, se le siente el buqué castrense a metros. Tampoco es usual que un ‘capucho’ se preste para salir frente a una cámara que va a reproducir su imagen de manera exponencial en las redes sociales.

El video, en cualquier caso, sigue la estrategia de los políticos del Centro Democrático y del Gobierno frente al Paro del próximo jueves 21: la de deslegitimarlo.

Este mismo fin de semana, el presidente de Fedegan, esposo de la senadora del Centro Democrático María Fernanda Cabal y reconocido uribista, José Félix Lafurie trinó lo siguiente:

Y aunque no demoró en conocerse el error de Lafurie al confundir un ritual satánico con un performance, su publicación iba encaminada hacia lo mismo: generar temor frente al Paro Nacional.

Un fantasma recorre desde hace años los campos y las mentes de Colombia: el fantasma del miedo.

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El fin de semana no sólo circularon mensajes de políticos uribistas deslegitimando el Paro. También circularon mensajes de odio. Amenazas.

Molano, ya que lo citamos arriba, decía también que la fórmula de todas las formas de lucha no se le podía atribuir únicamente al Partido Comunista o a las Farc, sino que era una fórmula usada por todo el espectro político: derecha y ultraderecha incluida.

Si, por un lado los políticos que se oponen al Paro lanzan prevenciones y mensajes cuando menos mentirosos (es risible decir que el Paro está promovido por satánicos o anarquistas internacionales o por el mismo Foro de Sao Paulo), por el otro lado hay mensajes que ya pasan directamente a la amenaza cuando dicen que matarán o quemarán manifestantes.

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¿Qué políticos han echado mano del miedo para mover los afectos de la gente?

No sé, sigo viendo publicaciones de los opositores al Paro. Encuentro otra joya. En esta, la senadora y futura precandidata presidencial del uribismo, Paloma Valencia, sale en un video, frente a un parque –ay, los parques, ay, los niños– diciendo que no a las mentiras del Paro, que no es cierto que el Gobierno tenga una reforma pensional, que hay que ser propositivos, que hay que trabajar, que si esto, que lo otro, que quién soy yo. Nadie, nada.

Y remata con esta papita criolla semántica:

“Porque por encima de las diferencias políticas, somos colombianos, queremos a nuestro país y soñamos que a Colombia le vaya mejor”.

Omitamos que su afirmación, tal vez involuntariamente, reconoce que las cosas están mal o peor de lo que deberían estar, pero démosle entrada ahora al apunte teórico-político.

Porque, ¿qué se disputa realmente en el Paro más allá de unas arengas, unas marchas, unas formas de mover un trapo?

Se disputa, creo, las fronteras del sentido de vivir en comunidad. Se disputa la manera en la que contamos las partes de una comunidad. El Gobierno de Duque fue elegido con ciertos eslóganes, uno de ellos “El futuro es de todos”, que sigue usando en la Presidencia. Ese “todos” es una forma particular –no universal, ni colombiana, ni objetiva– de contar dentro de una comunidad. ¿Qué le podría decir el Presidente a los líderes sociales asesinados durante su mandato? Por supuesto, para ellos no hubo mayor futuro. ¿Qué le podría decir el Presidente a los niños que murieron en un bombardeo en Caquetá que el autorizó? Para ellos tampoco hubo futuro.

El “todos” de Duque, como el “por encima de todo somos colombianos” de Valencia muestra una forma de contar, de incluir en un proyecto social que por supuesto no tiene-en-cuenta a los indígenas, a los defensores del medio ambiente, a los reclamantes de tierras, a los que le están apostando por la sustitución de cultivos. Y –para ponerlo en términos burocráticos o legislativos– no ha tenido en cuenta las discusiones políticas ni a los partidos de oposición en el llamado Pacto Nacional que proponía Duque al principio de su gobierno.

El filósofo francés Jacques Rancière dice que el conflicto político no se trata de la oposición de grupos que tienen intereses diferentes (como quieren señalarlo los opositores del Paro). El conflicto político opone lógicas que cuentan de modo diferente las partes de la comunidad.

Entonces hay dos maneras de contar partes en una comunidad, dice Rancière. La primera, cuenta los grupos definidos por diferencias de nacimiento, por las funciones que ejercen o por los intereses que tienen en una sociedad, con exclusión de todo suplemento. La segunda forma, cuenta ‘además’ una parte de los sin-parte. A la primera forma la llama policía; a la segunda, política.

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La policía, antes de ser un grupo de bachilleres con peto fluorecente, o de ser unos señores escondidos detrás de su traje robocóptico y sus granadas de gas, es una forma de ordenar, un principio ordenador en la sociedad. Como lo dice la filósofa Laura Quintana, es una forma del conteo social que ordena y que separa tajantemente a los sujetos políticos de las meras vidas, a los animales humanos de los verdaderamente humanos, a lo político de lo económico, a las decisiones técnico-científicas de la mera opinión popular.

A los animales humanos de los verdaderamente humanos. ¿Quiénes son verdaderamente humanos en este Gobierno? ¿Quiénes merecen ser llorados y quiénes no?

Veamos las declaraciones de Uribe luego del bombardeo en el Caquetá en el que murieron (hasta ahora oficialmente) ocho niños: “si hay unos niños que están en el campamento de un terrorista, ¿qué supone uno? ¿Llegarían allá por su curiosidad a jugar fútbol?”, es claro que esa postura denota una forma de ordenar el cuerpo social en la que niños reclutados por una banda criminal no son verdaderamente humanos.

¿Quiénes cuentan en una sociedad? Para el uribismo, que ha publicado incesantes mensajes del estilo: “Yo no marcho, yo produzco” y similares, es claro que quienes no ‘producen’ –de la manera en que se ‘produce’ en una economía neoliberal– no cuentan dentro de ese orden establecido.

No sé, yo intuyo que el Paro tiene que ver con esa disputa. Con ese desacuerdo a una forma de ordenar socialmente lo que vale de lo que no; un reajuste, un desbarajuste del conteo social del uribismo.

La policía, remata Rancière y con él yo este interludio teórico, es el llamado a la evidencia de lo que no hay. La policía dice: “¡circulen! No hay nada que ver”. La policía dice que no hay nada que mirar en una calzada, salvo circular. La policía dice que el espacio de circulación solo es espacio de circulación. La política consiste, entonces, en transformar ese espacio de circulación en espacio de manifestación de un sujeto: el pueblo, los trabajadores, los estudiantes, los ciudadanos, dice Rancière.

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A todo esto habría que sumarle que el Paro Nacional del 21 se da en un contexto de inestabilidad regional.

El fin de semana hubo un golpe de Estado de los militares en Bolivia (a un presidente que torció las reglas electorales para seguir en el poder). En Chile las protestas en contra de una política neoliberal que durante 30 años ha precarizado las condiciones sociales de un país siguen en la calle; y como siguen las protestas, siguen los centros clandestinos de detención en el que militares y policías torturan. En Ecuador las protestas de los indígenas acorralaron al Presidente Lenin Moreno y lo obligaron a despachar durante varios días desde Guayaquil y a recular en el implemento de unas medidas económicas que venían dictadas desde el FMI.

No es un secreto que el Gobierno y el partido de gobierno tiene miedo de que pueda haber un “efecto contagio” en Colombia y que la gente replique la organización y el ímpetu de quienes se manifestaron en Chile y Ecuador, pero también en el Líbano y en Cataluña y en Hong Kong.

El fin de semana, Duque dijo desde Barichara –refiriéndose al Paro y a las manifestaciones recientes en Chile y Ecuador– que “la protesta pacífica es un derecho constitucional. Pero yo diría que lo más importante es no dejar que incendien el país”.

Primero, habría que recordarle al Presidente que nadie que apoye el Paro está diciendo que hay que incendiar el país (por cierto, Presidente, ¿cómo incendia usted un país? ¿Cuánta gasolina requeriría usted para tan semejante cometido?). Y segundo, hay que decirle a quienes dicen que el día del Paro será el acabose del país y que ese día sólo habrá destrucción y vandalismo que, por favor, no sugieran promesas autocumplidas. Con el discurso de pánico que están generando en la sociedad uno ya no sabe si están previniendo que pase una catástrofe o si en realidad quieren que pase.

(En realidad uno sí sabe).

Duque –y qué pereza seguir hablando de él pero es que ofrece tanta cosa de la que hablar– le pedía a la gente en esa misma intervención desde Barichara que reflexionara y se diera cuenta de que “es unidos como podemos resolver las diferencias”. Y que dejáramos esa idea de “que el que gana las elecciones es el enemigo de los que perdieron las elecciones y entonces los que perdieron tienen que salir a trabarle todas las iniciativas al otro”.

Pues sí.

El Presidente piensa que la democracia, y más aún la política, es una forma de quedarse callado cuando fue uno el que perdió las elecciones. Y que hay que aplaudirle al Gobierno electo y en ejercicio todo lo que haga durante su periodo. No sé si Duque olvide que a pesar de que su proyecto político ganó, hubo más de ocho millones de personas que no compartieron ese proyecto y que, independientemente de que hoy simpaticen o no con Petro, no votaron por él –por Duque–. La política no es esa aplanadora hegeliana que pasa por encima de los vencidos y Duque olvida que la naturaleza de la política es el conflicto. Duque olvida que los gobiernos se hacen con narrativas, consensos, negociaciones y hegemonía.

Duque, en últimas, y lo dice el tono alevoso con el que hablaba desde Barichara, tiene miedo.

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