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CoronaBlog | Día treintaiuno: escribir la casa Ilustración: Juan Ruiz
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CoronaBlog | Día treintaiuno: escribir la casa

Pedro Carlos Lemus - abril 16, 2020

Para mí tener una casa es tener a donde volver. Y al decir volver estoy pensando en una persona y no en un lugar.

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Este texto hace parte del CoronaBlog, una serie escrita por periodistas, escritor@s, artistas y bloguer@s que intentará registrar el día a día de la pandemia, de la cuarentena y de las noticias alrededor desde una mirada muy original en primera persona. Para leer otras entregas de esta bitácora, haga clic acá.

 

Durante el confinamiento me he preguntado, sobre todo, qué es una casa. Le decía a un amigo, cuando empezaba el aislamiento y en relación a otro tema, que para mí tener una casa era tener a donde volver. Y agregaba que al decir volver estaba pensando en una persona y no en un lugar. Me corregía diciendo que debí decir a quien volver y no a donde. A veces les miento a mis amigos con imprecisiones como esa. Luego, inmediatamente, les digo que les mentí y aclaro. Me gusta regalarles ese giro. 

Desde que empezó el confinamiento no he tenido que volver a ninguna parte, pues no he salido. Mientras estoy en la casa, me he preguntado si he tenido alguna vez alguna casa. El amigo que antes mencioné me había preguntado en aquella conversación telefónica si yo estaba huérfano, por eso de no tener a dónde volver, que era otra manera de decirme que yo no tenía a alguien —a quien—, que era otra manera de nombrar la soledad. A veces nos gusta ser así de grandilocuentes. Yo le dije que estaba leyendo un libro en el que se decía que: «Ser íntimo es justamente eso: cubrir a alguien con dombo, con parapeto, con techo y pared; dotarle de casa». Yo le había dicho antes que si la soledad era una orfandad, tener una casa era la intimidad. Después cambiamos de tema.

En el encierro no he dejado de trabajar, que me parece ahora una manera de mantenerme en el mundo, de decirme y creerme que el mundo continúa. También he seguido en mi terapia de psicoanálisis, esa forma de narrar y narrarse que, en su continuidad, también me ha ayudado a creer que el mundo permanece. En la última sesión me dije que mis sueños últimamente tenían todos que ver con «lo que estaba pasando». Pero luego, al tratar de describir el sueño, no pude decir qué era lo que estaba pasando. Las labores domésticas no han sido mantenerse en el mundo sino distraerse.

Entre el trabajo, la narración y las labores no he vuelto a escribir el horóscopo que a veces escribo y publico. Hice uno antes de que empezara el aislamiento obligatorio. A un signo le decía: «Percibes desde la ventana el sonido de los animales que regresan. Y mientras amas los regresos, no te decides a volver tú. Pero poder oír la melodía animal, ¿no es haber regresado ya?». Y a otro: «Dice alguien en la radio ‘Llueve otra vez y no estás’; y es verdad que no está nadie —ya casi dejas de estar tú—. El sol brilla pero no consuela. Piensas: ‘No hay nada más triste que el Sol’, pero míralo estar solo y resplandeciente. Y entonces resplandece». Me daba aliento sin saberlo a través de los astros: me decía que había regresos, que la soledad del Sol no era su condena. (Oía, también, una canción que se preguntaba quién sería capaz de cambiar el sol de la mañana por la llama de un fuego cualquiera: yo era el Sol y era también una llama, pero la llama). Le sugerí a Aries que se abriera al mundo durante el encierro y luego vi al Papa pedirle a Dios que nos abriera a la esperanza. Yo quise sentirme como el Papa porque lo vi hacer una misa en una basílica vacía mientras que yo escribía esos y otros mensajes amorosos para alguien que no los leería; y además porque recordé que el primer Papa también se llamó Pedro y fue sobre quien se edificó. Me pareció una extravagancia tener una casa en el Vaticano.

No he escrito mucho más que tuits y correos mientras he estado encerrado. Pero he pensado, ahora mientras escribo esto, que alguna vez en un taller literario tuve la tarea de escribir un poema. Yo no sabía cómo iba a ser mi poema, ni había escrito un poema antes, pero se me ocurrió que quería nombrarlo ‘Un hombre herido es una casa’. Al final no se llamó así, aunque alguna imagen de mi poemita presentaba a un hombre y sugería una herida. Se llamó ‘Arquitectura’, que es, y disculpa la simplificación, el oficio de pensar y hacer casas. De edificar. Me conmovió verme estar desde hacía tanto tiempo tan concentrado en la casa, tan despojado, casi como para decirme: tan tierno. Había hecho falta encerrarme para verlo. Entonces me consolé con este nuevo texto, pero también recordé que la última línea de mi poema decía: «No son casa las palabras».

 

Pedro es editor y escritor. Lo pueden seguir por acá.