Parecemos la representación de una fábula de Esopo: en algún lugar en medio de tanto desorden debe haber una moraleja.
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Al final de El olvido que seremos, el libro de Héctor Abad Faciolince, hay una escena en la que ante la muerte inminente de la hermana del autor, su papá, Héctor Abad Gómez, busca desesperado una jeringa desinfectada para ponerle morfina a su hija. Alguien lo tranquiliza: en ese momento ya no importa si la jeringa está desinfectada o no. Para un especialista en salud pública eso debió haber sido tremendo cimbronazo.
En el lugar donde atravieso esta cuarentena la perspectiva es la misma pero al revés. Limpiar es más importante que cualquier otra cosa. Todo lo demás pasa a segundo plano, pero oponemos resistencia. Los hábitos, el método, la rutina se quieren imponer donde ya no importa el orden, el motivo o la razón por la que hacemos todo, sino que lo hagamos.
En este silencio los sentidos se agudizan y los sonidos de los vecinos traspasan las paredes. La inminencia de la aparición de un caso cercano de coronavirus nos despierta la paranoia. El encierro prolongado con las mismas personas las hace intolerables, ridículas, ruidosas. Las neurosis se alborotan y no soportamos que algo suceda distinto de cómo lo planeamos. Lávate las manos, no te toques la cara, no me abraces, mantengamos la distancia.
Recomiendan que dediquemos un espacio a la salud mental. Hacer ejercicio, meditar, oír música, aprender a dibujar. Arma un rompecabezas, un poquito de yoga te hará bien, 20 maneras de hacer ejercicio con una silla, aprovecha. Haz ahora eso que no haz hecho en 45 años. La vida parece un anuncio publicitario: “no dejes pasar este momento único que te ofrece esa pandemia”.
Somos especialistas en meterle presión a lo que sea.
Mantén arriba el espíritu, reza, el papa nos bendijo urbi et orbi y ofreció indulgencia plenaria, quedamos todos perdonados. Pasa por la salida y reclama $100, barajemos de nuevo, volvamos a repartir, aquí nadie ha perdido el cielo eterno. Todos los problemas encierran una oportunidad, si no la ves es porque no quieres. Mira bien, ahí está, ¿no la ves? Eres tú, no Él…
En la historia de la humanidad no somos ni siquiera los primeros que debemos confinarnos. El ser humano tiene una increíble capacidad de adaptación y resiliencia. Somos casi perfectos. Maldita sea. Tenemos que seguir trabajando, producir, continuar, durar, perdurar. Somos imparables. Somos invencibles. Tantos siglos progresando sin descanso, ¡por Dios, inventamos el iPhone y el microondas! Nada va a derrotar a los humanos…
Parecemos la representación de una fábula de Esopo: en algún lugar en medio de tanto desorden debe haber una moraleja. Somos como la jeringa desinfectada que buscaba el papá de Héctor Abad: limpísimos, pero sin propósito.
Ana María es periodista y la pueden leer acá