CoronaBlog | Día cuarenta y tres: escapando a los llanos orientales en medio de esa pandemia llamada Colombia | ¡PACIFISTA!
CoronaBlog | Día cuarenta y tres: escapando a los llanos orientales en medio de esa pandemia llamada Colombia Ilustración: Juan Ruiz
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CoronaBlog | Día cuarenta y tres: escapando a los llanos orientales en medio de esa pandemia llamada Colombia

Chucky García - abril 28, 2020

Fui a los llanos orientales y regresé, aunque decir que volví es falso porque lo que miré y escuché aún me retumba en la cabeza como batería de banda de black metal en un sábado de Rock al Parque.

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Este texto hace parte del CoronaBlog, una serie escrita por periodistas, escritor@s, artistas y bloguer@s que intentará registrar el día a día de la pandemia, de la cuarentena y de las noticias alrededor desde una mirada muy original en primera persona. Para leer otras entregas de esta bitácora, haga clic acá.

Estando en pleno encierro me escapé a los llanos y sin violar la cuarentena. ¿Qué clase de brujería es esta? ¿Cómo teletransportarse en un país que carece de la tecnología necesaria para hacerlo, y que si bien tiene la chispa siempre que la ve aparecer la sopla y prefiere contemplar un pasado de fuego y miedo, para volver y regodearse en él en vez de dar un paso hacia adelante?

En el país donde la pandemia se sonroja al lado de la corrupción, donde la brecha social se expande y ricos y pobres solo son iguales haciendo fila en la caja de un supermercado para abastecerse de papel higiénico y gel antibacterial, y en donde al asesinato de líderes sociales no se le cae el sistema como sí pasa con el de la salud; desde Bogotá o desde cualquier otro lugar es posible ir a los llanos orientales y sin esperar a que construyan un túnel como el de La Línea, perdido entre las curvas del populismo, inaugurado antes de ser puesto en servicio porque aquí lo que se usa es ensillar las bestias antes de montarlas.

Y la respuesta es tan simple que el chocoano que fue viral antes de la COVID-19 me diría “¡Obvio, bobis!”, pues está al alcance de todos y sin ser una de esas “experiencias” con las que el Grupo AVAL pretende hacerse el redentor de la creatividad en una época de crisis en mayúsculas para el sector de la cultura, a ese que por pura politiquería ya le venían exigiendo que se exprimiera aún más y diera dividendos rozagantes donde no los hay. Y todo para satisfacción de ese capricho mal planeado y jugoso solo para los lagartos, al que llaman “Economía Naranja”.

Para no desviarme, fui a los llanos orientales y regresé, aunque decir que volví es falso porque lo que miré y escuché aún me retumba en la cabeza como batería de banda de black metal en un sábado de Rock al Parque. Sin salir de casa, me subí al lomo de dos artilugios de esos que nuestros artistas crean sin que nadie se los pida y sin esperar que Marca País Colombia los meta entre su nómina de empleados, pues no todos se prestan para el manoseo institucional como Yuri Buenaventura. A uno de esos dos inventos, en todo caso, me tocó ponerle silla para no caerme porque galopa como un animal desbocado que aún conserva perfección en su marcha y emotividad en su coz; y al otro solo lo observé mientras tomaba agua a la orilla de uno de esos paisajes llaneros que parecen animaciones de Pixar.

Dejémonos de eufemismos, está bien, y de metáforas, que estas líneas ya parecen los discursos encantados y alejados de toda realidad que le escriben a nuestro primer mandatario, el mismo que le pide a un narrador de fútbol que aplane la curva de contagio de la pandemia con sus alaridos y que jura y come tierra que un colombiano gana al mes dos millones de pesos por amasar roscones y pan cacho. Escapé a los llanos orientales con el álbum Orinoco de la agrupación nacional Cimarrón, lanzado en 2019, y con la película Jinetes del Paraíso, de la directora Talía Osorio, protagonizada por Orlando El Cholo Valderrama y preestrenada hace poco a través de la plataforma Indyon.tv.

Se entrega uno a pata suelta, y se deja llevar por el sentimiento honesto que esconde lo recio y la gente criada con sombrero y sin zapatos; cultores de una región tan vasta que pareciera que no tiene fin pero que esta producción musical y esta película logran contener y delimitar, de algún modo, para que cuando uno asome la cabeza en ellos no se pierda ni el interés se le disipe como en alocución presidencial.

Así fue que me escapé, para no hacer la historia más larga, porque si de algo no nos podemos quejar en este país pandemia para el cual no existe ni existirá vacuna es que a la sombra del interés nacional, de esa cortina de humo que nos desvía el foco de atención con la belleza marchita y la prosa flemática de Salud Hernández, existe un armamento de canciones, películas y libros de los que en cuarentena bien vale la pena apearnos, como dicen los cubanos, prescindiendo de cubiertos y comiendo con las manos sin asco ni protocolo.

Dedicado a la memoria del maestro Carlos Cuco Rojas, quien demostró que el talento sin empatía por lo humano es un loro viejo que no aprende a hablar. 

A Chucky lo pueden leer acá