El movimiento de la vida antes de la cuarentena generaba una inercia que podía impulsar conversaciones por varios minutos sin necesidad de revelar mucho sobre la mente o el alma y su estado de esos días.
Cumplí años el 20 de abril. Recibí varias llamadas y participé en algunas videollamadas. En años previos las charlas antes, durante y después de mi cumpleaños solían girar alrededor de qué iba a hacer, qué había de nuevo o qué planes tenía para celebrar. Este año, aunque algunas de esas preguntas se mantuvieron (y obtuvieron como respuesta risas y un pues qué voy a hacer, nada, parchar en mi casa de mi parte), muchas de las conversaciones llegaron rápidamente a los afectos y pensamientos alrededor de la cuarentena: ¿cómo te sientes con lo que está pasando? ¿qué tal llevas el encierro? ¿qué piensas que vaya a pasar? ¿cuál es tu reflexión sobre la cuarentena?
Es algo a lo que venía dándole vueltas y que mis charlas de cumpleaños cristalizaron: en la cuarentena, mis conversaciones están migrando del relato de acciones a la exploración de sentimientos, a la contemplación. El movimiento de la vida antes de la cuarentena generaba una inercia que podía impulsar conversaciones por varios minutos sin necesidad de revelar mucho sobre la mente o el alma y su estado de esos días. Ya no es tan común preguntar ¿qué hiciste el fin de semana? o ¿qué vamos a hacer mañana?, viejos comodines que le daban vida a muchas charlas despreocupadas. Sin esos recursos conocidos, solo nos queda sentir y pensar más.
Cuando, cada noche, me siento con mis papás y mis hermanos para comer, ya no está a la mano el recurso de contar qué se hizo en el día. No es que no pase nada, pero es un tema que se agota rápido. Ahora hay que elaborar ideas desde la quietud, que pueden ser reflexiones sobre la cuarentena, pensamientos sobre el mundo que surgen en el aislamiento, quizás, comentarios sobre The Sopranos. Me siento como Tony sentado frente a la Doctora Melfi, obligado a detenerse por un rato y explorar su ira y sus problemas con su madre; no puede solucionarlo gritando, ni con fuerza de voluntad ni con plata. Hace su berrinche mientras la Doctora Melfi lo mira, a veces en silencio. Ambos sentados, quietos, con solo espacio para la contemplación afectiva, una a la que no es fácil llegar pero que se vuelve imperante a medida que la serie avanza.
Siento que hemos bajado nuestra guardia colectiva, y estamos dispuestos a aceptar lo que nos molesta o inquieta con más facilidad
En estos días, es como si la cuarentena fuera la Doctora Melfi, que, impávida, me mira esperando a que deje la charla superficial y escarbe más. No siento que tenga problemas de ira o con mi madre, pero sí comparto un poco de la incomodidad de Tony al detenerse a examinarse. Se me hace difícil, pero ha ido llegando esa posibilidad (a través también de la escritura de textos como este). No hay movimiento, como en la serie cuando Tony va a ver a Melfi, y eso poco a poco me va llevando a un proceso de pensamiento distinto (así sea levemente) al que había antes de la cuarentena.
No es que todos los temas de los que hablo ahora sean trascendentales ni que todas las ideas llegan totalmente formadas. Para nada. El espacio para lo banal sigue, menos mal: es un escape a las angustias que puede provocar el encierro y la incertidumbre de ver el mundo que habitábamos parado y en jaque. En todo caso, sí hay menos small talk vacío que antes, pues la respuesta al ¿qué has hecho? de mi mamá es evidente para los cinco que compartimos la casa. El día que cumplí años no pude hablar con mi familia de qué pensaba hacer para celebrar, por ejemplo; sí reflexioné con ellos, aunque rápidamente, sobre cómo me sentía con la llegada de mis 26 y qué pensaba o planeaba para el nuevo año que venía. Esa charla habría podido tener lugar en años anteriores, pero era más fácil escapar de ella trayendo la acción a la conversación. Esta vez no.
No siempre es fácil hablar de los sentimientos y compartir los pensamientos. Para mí, que no siempre he estado dispuesto a exteriorizarlos, ha implicado acercarme de forma distinta a las conversaciones que tengo en cuarentena. Al principio de la cuarentena me choqué con que no había espacio para temas que antes sí tenían vigencia: conciertos, viajes, restaurantes, parches, eventos y casi todo lo que implicara salir de la casa se sentía lejano y casi intrascendente, más allá de que hablar de esas posibilidades truncadas podía alimentar la nostalgia. Luego de pensar en esa nueva realidad por unos días, empecé a ir directo al punto. Disfruto hablar con mis amigos sobre qué piensan que va a pasar con el mundo, qué creen que vaya a cambiar y qué tan lejos o en qué dirección creen que está la salida a la crisis. También disfruto poderles contar qué pienso yo y cómo me siento en el encierro. Disfruto el propósito que tienen varias de mis conversaciones ahora y –aunque la mayoría de las veces la respuesta es no sé– las grandes preguntas que nos hacemos y a las que les damos vueltas.
El ¿cómo estás? que antes podía ser apenas cortesía ahora es una pregunta fundamental, fue el eje central de las conversaciones que tuve en mi cumpleaños. El desempleo crece y la salud está en riesgo, de verdad quiero saber cómo está la gente que quiero. Y la respuesta de bien, ¿y tú? ya no es el siguiente paso de la coreografía, sino una buena noticia. La respuesta suele expandirse, y abarcar el libro que ha servido de compañía o la planta que floreció y trajo alegría. La respuesta también puede ir en la dirección contraria, y si las cosas no van bien entonces la conversación se siente más importante aún. Por eso el aislamiento también resalta la importancia de la amistad y del apoyo de los amigos; por eso aprecié cada llamada y videollamada en mi cumpleaños, porque cada conversación trajo noticias sobre la gente que quiero y me quiere, y también sus ideas y pensamientos sobre las semanas históricas que estamos viviendo.
Quizás necesito mantener la ilusión de actividad y movimiento
Esta conversación no se agota, puede extenderse a lo largo de los días. No conocemos bien cómo el encierro nos afecta. Cuando he hablado con mis amigos me he dado cuenta de que todos tenemos días buenos y malos, algunos con cambios de ánimo, otros con pereza, unos con entusiasmo y otros con desasosiego. Todos los días podemos preguntarnos ¿cómo estás? y cada día podemos trasegar distintos caminos afectivos que nos unen cuando los compartimos. Siento que hemos bajado nuestra guardia colectiva, y estamos dispuestos a aceptar lo que nos molesta o inquieta con más facilidad. En este contexto, hablar ha cobrado una gran fuerza, por eso valoro cada charla y a cada persona que, ante la imposibilidad de contarme de la fiesta del sábado, me habla de lo que siente y también me escucha.
La idea que expreso en este texto es sencilla, y no sé si mi escritura esté tan afinada o conectada con mis afectos para expresarla con la potencia que la siento. Pero esas conexiones se sienten como una forma de relacionarse distinta y necesaria que ha surgido de estos tiempos extraños. Pienso en la bicicleta estática – a la que me subo de vez en cuando, menos de lo que tal vez debería – y cómo aún cuando pedaleo con fuerza sigue sin haber movimiento: creo que esa imagen resume cómo me siento en esta cuarentena. No dejo de escribir en todo el día, combinando mi trabajo con mis artículos freelance y un libro que estoy escribiendo, e intento mantenerme activo: esto, lo veo ahora, es la búsqueda de movimiento, pedalazos fuertes que mantienen la esperanza de que lo estático de la bicicleta, o sea lo estático de la cuarentena, se pueda romper y pueda avanzar y moverme. Sé que no es así, no soy tan ingenuo, pero quizás necesito mantener la ilusión de actividad y movimiento. Así que esa contradicción habita en mí durante la cuarentena, y lo estoy descubriendo mientras lo escribo: la aceptación de la exploración de los afectos en mis conversaciones en vez de la acción y el movimiento que las guiaban antes contra mi impulso por no sosegarme del todo, por buscar cualquier movimiento que pueda encontrar. Se siente raro escribir esto, pero me gusta haberlo hecho y descubrirlo.
Así, la pausa indefinida que ha venido con la cuarentena me ha llevado también a pensar y, ojalá, a empezar a escribir distinto. Admiro a las escritoras que logran analizar y describir una emoción con minuciosidad, y desde ahí hilan y tejen metáforas que expanden su sentido; admiro la forma en que dialogan con lo que está ahí, al alcance de todos, pero que requiere calma y una mirada atenta para aprehenderlo. Por mi lado, suelo escribir sobre lo que pasa, pero me pierdo cuando no hay movimiento, cuando el tiempo parece detenerse y hay que agudizar la mira hacia lo que permanece, hacia los afectos que sostienen el resto de lo que sucede. Esos afectos han aflorado en la cuarentena, estamos más dispuestos cuando hablamos con otros a indagar por ellos y a compartirlos, a abrazarlos para abrazarnos. No es cuestión de buscar algo positivo para destacar de la cuarentena, pero celebro esas conversaciones afectivas que estoy teniendo con frecuencia. Y bueno, como Tony con la Doctora Melfi, puede que el proceso a veces sea incómodo, como lo fue escribir este texto, pero los resultados incipientes indican que es un buen camino para seguir.
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Con este texto cerramos nuestro CoronaBlog.
Cembrano es periodista. Lo pueden leer por acá.