OPINIÓN | Sin importar su filiación política o su proveniencia, las mujeres serán grandes protagonistas en las elecciones de este año.
Por: Sebastián Calderón
Hace unos días sostuve una conversación con un amigo, comentábamos cuestiones relacionadas al feminismo. Hablábamos sobre el lenguaje inclusivo y sobre cómo la lucha feminista ha logrado algunos objetivos en ‘poco’ tiempo. Veíamos con gran satisfacción lo que ocurría en espacios del gobierno, de la política, del mundo empresarial y del deporte, espacios en los que paulatinamente está apareciendo más y más mujeres.
En el terreno de lo cultural, igualmente, el tema del feminismo se comenta cada vez más, bien sea para defenderlo o para irse en contra. Esto, independiente de las posturas, ha sido un logro que pocas movilizaciones sociales han logrado e los últimos años.
Cabe aclarar que los dos hombres que teníamos esta conversación nos consideramos personas cercanas a las posiciones feministas y a todo lo que tenga que ver con una igualdad de género.
Sin embargo, después la conversación se tornó hacia una posición más crítica. ¿Por qué había algunas mujeres que seguían quejándose con los logros que han tenido, al menos acá en Colombia? Teníamos la impresión de que a pesar de ser muy cercanos a las posiciones feministas no entendíamos por qué algunas mujeres no celebraban triunfos tan evidentes, y por el contrario, parecían “renegar” siempre contra todo.
Existen triunfos como el de la Ley de Cuotas, con la que se garantiza la participación adecuada de las mujeres en los niveles del poder público al menos en un 30 por ciento. También está, aunque con avance lento, el enfoque de género que tanto se discutió en los Acuerdo de la Habana para que las mujeres fueran protagonistas del acuerdo con las FARC-EP. Estas son grandes victorias que no se pueden desconocer.
Los hombres a veces no cabemos en los espacios de las mujeres pero… ¿les hemos dado a ellas suficiente espacios y el protagonismo que merecen?
Hace unos días tuve la oportunidad de asistir al encuentro “Nosotras ahora”. Este reunió a colectivos de mujeres que buscan lanzarse a puestos de elección popular el próximo año. En este evento se habló de la importancia de la presencia de la mujer en los espacios de poder en Colombia. Además se dieron algunas herramientas para que los procesos que cada una de ellas asumirá el próximo año en sus territorios cumpla con las normas y los estatutos electorales. Se discutieron temas en torno a los procesos que han llevado cada una en sus territorios y a posibles estrategias organizativas de cara al próximo año electoral.
El evento tuvo a Ángela María Robledo (quien casi llegó a la vicepresidencia) y a Victoria Sandino (senadora del partido FARC) para la construcción de una agenda común que contemplara unos mínimos para la protección y fortalecimiento de las mujeres en espacios políticos. Las sensaciones fueron todas positivas y quizás lo más importante que quedó del encuentro fueron las redes construidas allí. Las mujeres darán mucho de qué hablar este año.
Sin embargo, durante todo el evento sentí una sensación muy extraña. Allí me di cuenta que esta era la primera vez que estaba “vetado” de participar en una discusión política. De hecho, era muy extraño que estuvieran discutiendo sobre cómo la lucha feminista avanzaba en el tiempo y cómo se experimentaba de acuerdo a determinados lugares, y que yo como hombre no pudiera participar (más que una prohibición a participar, me sentía excluido porque mi punto de vista podría llegar a ser accesorio en la discusión).
Enseguida algunas preguntas me asaltaron: ¿Era un espacio solo para mujeres? ¿No era suficiente con que yo supiera uno que otro dato sobre la historia de las luchas feministas? ¿No podía participar del espacio solamente por mi voluntad de hacerlo?
Era la primera vez que me sentía afuera de un espacio por mi condición de género. Enseguida comencé a pensar en la disparidad que existe en varios espacios del gobierno, inclusive en esos que yo tanto admiraba. Es el caso de la mesa de negociaciones de la Habana, designada por el gobierno Santos para dialogar con los líderes del ‘NO’, tras el plebiscito del 2 de Octubre. Pese a la defensa que se quería hacer del “enfoque de género” en el acuerdo, esta mesa no tenía a ninguna mujer en el recinto. Era increíble que estos espacios que pretendían significar un cambio para las generaciones futuras no incorporan ninguna mujer en su apuesta.
Además, para hacer referencia a los “triunfos” de los que hablaba antes, según el informe sobre participación femenina en el desempeño de cargos en la administración pública colombiana, solo el 59.7 por ciento de las entidades en todo el país cumplieron con el porcentaje establecido por la ley de cuotas.
Además, según algunos medios informativos, actualmente las mujeres colombianas están representadas en las instancias de decisión política así: 21 por ciento en el Congreso, el 17 por ciento en asambleas departamentales, el 18 por ciento en los Concejos Municipales, el 12 en alcaldías y el 15 en gobernaciones.
Esto muestra que todavía nos queda mucho por recorrer en un país donde la brecha de género sigue aún estando tan abierta.
¿Qué podemos hacer los hombres por el feminismo ?
Es evidente que las estadísticas y los números se quedan cortos a la hora de analizar de inclusión de la mujer como sujeto político. Quizás deberíamos, los hombres, preguntarnos: ¿cuál es el papel de nosotros como aliados del feminismo?
La respuesta a este interrogante no es aún clara. Sin embargo, me atrevería a decir que tiene que ver con ser conscientes del privilegio que ostentamos, por el simple hecho de ser hombre en una sociedad puramente desigual con las mujeres (más allá de los otros privilegios que se dan por la condición de clase y de raza).
Eso no significa que uno no vaya a poder opinar en todos los espacios donde uno quisiera, ni tampoco se traduce en ser “malo” por haber nacido donde se nació. Significa que debemos ser conscientes que no se trata solamente de un hecho de voluntad, sino que tiene que ver con desigualdades a las que nosotros podemos contribuir abriendo los espacios de discusión, sin necesidad de tomarnos siempre la palabra.
Se trata de ser conscientes de que hay que ceder un espacio que se nos ha dado de una manera arbitraria, no natural. Por medio de esto, quizás podamos tener discusiones horizontales con las mujeres, sin hacer un uso abusivo de la palabra. Supongo que este argumento se podrá replicar a demás ámbitos de la vida que solo el del espacio político discursivo.
Entender además el privilegio, implica también un ejercicio de proponer: el de plantearnos como hombres que habitan lo femenino, que entienden que los espacios no se distribuyen con la simple presencia de las mujeres, sino con el ejercicio igualitario de la palabra y de la acción.
La exclusión sólo se comprende cuando se está en la misma y es allí donde debemos preguntarnos, no el por qué nos alejan, sino por qué nos parece necesariamente extraña esa lejanía. Quizás tenga que ver con el hecho de que nuestro ego no nos permite entendernos en un espacio en el que solo van a participar y hablar mujeres, al margen de lo que nosotros creemos que sabemos.
Finalmente, quisiera recalcar la necesidad de no seguir reproduciendo el estereotipo machista en la posición de aliado. No se trata de ser un aliado del feminismo por saber uno que otro dato y seguir reproduciendo el arbitrio del protagonismo masculino. He visto cómo muchos de nosotros, por el simple hecho de ser aliados del movimiento, terminamos por ocupar los espacios a los que pueden y deben ser de las mujeres. Ser un aliado de la lucha feminista tiene que ver, entonces, con parar esas prácticas cotidianas que adoptamos los “aliados”, y que usamos como un garrote contra decisiones de ciertas mujeres:
Dejemos de tomar la palabra en espacios en los que se discuten temas relacionados al feminismo y escuchemos atentamente, vayamos a eventos organizados para entender el maltrato contra la mujer y preguntémonos cómo nuestras conductas reiteran, incluso sin saberlo, la violencia hacia la mujer. No seamos un “macho progre” vacío que, en vez de escuchar, quiere explicarle a las mujeres cómo vivir y qué debe ser el feminismo. No nos creamos más aliados, y mucho menos feministas, si no tenemos un sentido profundo de la comprensión del privilegio.