OPINIÓN | La Comisión de la Verdad solo funcionará si el Estado incorpora a las víctimas de las regiones. Una visita a la Casa de la Memoria de Tumaco. Por Carolina Mila
Por Carolina Mila*
A la Casa de la Memoria de Tumaco todos los días siguen llegando fotografías de personas que han sido asesinadas o que han desaparecido. En el municipio con el índice de asesinatos más alto de Colombia casi todo el mundo conoce a alguien cercano que ha muerto: un hijo, un hermano, un amigo, un profesor, un vecino, el que atendía la tienda del barrio. Las Farc se han desmovilizado y la mortandad ha descendido en todo el país, pero en este municipio del Pacífico la violencia no cede porque ahora otros grupos ilegales luchan por ocupar los espacios que dejó la guerrilla y apropiarse de las redes del narcotráfico.
Desde que la Casa abrió hace cuatro años, espontáneamente la gente ha ido llevando las fotos de sus seres queridos para protegerlos del olvido. Las fotos son exhibidas sobre paredes blancas, a modo de homenaje, una al lado de la otra, sin importar el bando del que provenían las víctimas, ni los victimarios. En total hay unas 700, aunque se calcula que en los últimos 12 años en Tumaco han muerto violentamente unas 2.500 personas. Allá no basta con mantenerse lejos de los grupos armados: puede alcanzarte una bala perdida, pueden confundirte con otro o puedes quedar atrapado entre un fuego cruzado.
Desde la vida de ciudad es difícil imaginar cómo puede ser realmente ‘sobrevivir’ todos los días en Tumaco. Un municipio por el que el Estado nunca parece haberse preocupado, al punto de permitir a la tasa de asesinatos alcanzar los 75 habitantes por cada 100.000, cuando en el resto del país llegaba a 25. Un lugar en el que, según cifras de la Alcaldía, 85 por ciento de la población es pobre, del que más de 75.000 personas han tenido que huir y en el que los cultivos de coca han alcanzado el mayor número de hectáreas de todo el país: 16.000.
En Tumaco no basta con mantenerse lejos de los grupos armados: puede alcanzarte una bala perdida, pueden confundirte con otro o puedes quedar atrapado entre un fuego cruzado
Si hay algo que la gente de Tumaco puede explicarnos a los bogotanos, y en general a quienes vivimos en las ciudades, es lo que realmente ha sido vivir el conflicto en los últimos 50 años. Si en algo deberíamos respetar su autoridad es en explicarnos la dimensión real de una guerra que no nos tocó a todos en carne propia, pero que hace parte de nuestra historia y de nuestra estructura como Estado.
Por eso, lo mínimo que le debemos a Tumaco y a otros municipios que vivieron el azote de la violencia es escuchar su relato. Y ya que el Estado ha sido incapaz de ir hacia ellos y atenderlos, este tendría que al menos hacerlos parte activa de las políticas estatales de memoria y verdad que las entidades encargadas hoy por hoy formulan.
Con la recién establecida Comisión de la Verdad se abre una maravillosa oportunidad para reconstruir el oscuro y complejo rompecabezas que significó la historia del conflicto armado. Pero solo funcionará en la medida en que el Estado no monopolice el relato y en que pueda incorporar realmente a las voces de las víctimas de las regiones.
La Casa de la Memoria de Tumaco, junto a otros 23 lugares ubicados a lo largo del territorio nacional (desde la Sierra Nevada de Santa Marta, hasta el Amazonas), forma parte de la Red Colombiana de Lugares de Memoria. Esta es una asociación que ha sido muy activa para insistirle al gobierno desde hace un tiempo en la importancia de que la Comisión no se quede en Bogotá y funcione también desde los territorios, de la mano de organizaciones de víctimas y de iniciativas independientes de memoria.
Actualmente, la mayoría de los lugares de memoria de esta Red no reciben recursos del gobierno para su funcionamiento. El Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) ofrece esporádicamente talleres de capacitación que dictan funcionarios que se desplazan desde Bogotá por dos o tres días para enseñarles lo que deberían hacer, cuando en realidad, en palabras de un integrante de la Casa, este ejercicio de memoria y resistencia lo llevan haciendo desde hace cerca de 20 años con recursos de donaciones y de la Diócesis de Tumaco.
La Red también solicitó a la mesa de conversaciones de La Habana poder participar más activamente en la configuración del Museo Nacional de la Memoria. Hasta ahora ellos han sido consultados sobre decisiones casi listas, pero en realidad no han podido formar parte del proceso de formulación del proyecto y temen que el museo se convierta en un museo estatal.
Hace unos días un decreto presidencial sorprendió a todos con el mandato de incluir a un delegado de ministerio de Defensa en el Consejo Directivo del CNMH. La decisión es extraña porque, además de lo problemático que resulta incluir a uno de los actores del conflicto en el órgano directivo del Centro, aumenta aún más la ya desbalanceada presencia de cinco funcionarios del gobierno en el consejo y solo 2 representantes de las víctimas. Ahora, con el decreto, los del gobierno serán seis.
A menos que esta tendencia cambie y el gobierno reconozca los lugares de memoria independientes como espacios de salvaguarda de la memoria de los pueblos y de esclarecimiento, y pueda garantizarles los cuatro principios fundamentales que ellos piden para su existencia y funcionamiento (participación, autonomía, sostenibilidad y seguridad), puede que este ejercicio de memoria no nos salga bien y que quedemos con una historia acomodada y politizada.
Puede que este ejercicio de memoria no nos salga bien y que quedemos con una historia acomodada y politizada
Es hora de conciliar a los dos países que existen en Colombia: el del centro y el de las regiones. Tal como lo ha venido pidiendo la Red, hace falta que las víctimas tengan al menos 75 por ciento de presencia en el consejo del CNMH, como se ha hecho en la mayoría de organismos de memoria de los países de América Latina. La voz más importante debería ser la de la víctimas.
** Este es un espacio de opinión. No representa la visión de ¡Pacifista!