'El periodismo nacional de gran impacto es rehén de los grupos económicos': Juan Miguel Álvarez | ¡PACIFISTA!
‘El periodismo nacional de gran impacto es rehén de los grupos económicos’: Juan Miguel Álvarez Juan Miguel Álvarez. Todas las fotos por: Juan Esteban Quintero
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‘El periodismo nacional de gran impacto es rehén de los grupos económicos’: Juan Miguel Álvarez

Santiago A. de Narváez - abril 10, 2019

A comienzos de este año, 'Verde tierra calcinada', estuvo entre los finalistas del Premio de Narrativa Colombiana. Hablamos sobre periodismo con su autor, el reportero Juan Miguel Álvarez.

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Esta es una entrevista a un escritor. A un periodista escritor, para ser exactos.

En esta entrevista no se va a hablar demasiado de la escritura del escritor reportero; se va a hablar, sobre todo, de periodismo.

Abstenerse los estilistas buscadores de consejos técnicos.

—¿Lees poesía?

—Muy poquito. He leído poesía, sí, pero no es un tema predilecto: ha sido de manera esporádica.

Este escritor se define como un demócrata liberal.

Abstenerse los autoritarios de opinión.

—Yo estoy trasnversalizado por la ideología liberal. Lo que pasa es que esa ideología funciona menos atrabiliaria que otras ideologías. Mis textos están siempre matizados por eso: en favor de la democracia liberal. Y por lo tanto no pueden estar libres de prejuicios.

Le acababa de preguntar al entrevistado periodista si creía que había un papel importante del periodismo en democracia.

(Días más tarde habían de echar a varios colegas de un medio por recorte de personal –o por razones del capitalismo global según se mire. Supongo que eso es lo que se pregunta en medio de crisis, ¿no?)

El reportero escritor defiende, para aquellos que quieran perseguir una carrera de periodismo de autor, la carrera de periodista freelance.

Faltó, ahora que lo pienso, preguntarle puntualmente por el capitalismo y sus efectos.

*

Verde tierra calcinada, el más reciente libro del reportero Juan Miguel Álvarez, estuvo entre los tres finalistas del Premio de Biblioteca de Narrativa Colombiana. No ganó pero la nominación al premio confirmó a Álvarez como uno de los reporteros de conflicto armado más importantes del país.

—El tema del conflicto armado es el más importante del país —respondía él detrás de la segunda cerveza de la tarde. Habíamos quedado de vernos en una tienda del barrio Chapinero para hablar sobre su libro, sobre periodismo y sobre medios de comunicación: ruidos de rocola y de bolirrana acompañaban las respuestas del escritor reportero:

—En general, los periodistas que tienen los grandes micrófonos en el poder no están muy formados en el tema del conflicto armado colombiano: en ese tema patinan mucho. Siempre terminan llamando a eruditos del tema para que expliquen las cosas. Y un periodista que no tenga el conocimiento suficiente para tener una discusión técnica, política y de derecho con Ariel Ávila, por ejemplo, está mal. Si seguimos pensando la sociedad entre malos y buenos, el periodismo no va a ayudar en nada a la reconciliación de este país.

*

En 2014, en pleno proceso de paz con las Farc, la revista Semana le encargó a Álvarez y al fotorreportero Federico Ríos un trabajo periodístico en el marco del proyecto “Reconciliación Colombia”. Se trataba de un proyecto de esa casa editorial –patrocinado con plata del Gobierno y cooperación internacional– para dar a conocer historias de víctimas que han perdonado a sus victimarios y en general para “mostrar experiencias de reconciliación en distintas regiones de Colombia”. Aceptaron el encargo y Álvarez supo en ese momento que tenía la oportunidad para un proyecto más ambicioso –más allá de los textos encargados por Semana para este proyecto puntual.

—Desde ese momento yo sabía que iba a tener acceso a un país que de otra manera no iba a conocer. A unos personajes que de otra manera iba a ser muy difícil encontrar —dice Álvarez ahora en la cantina.

Viajaron a distintas regiones duramente golpeadas en los años del conflicto: La Puria, Las Hermosas, El Arenillo, La Balsa, Calamar, Guaduas y La Coca. Municipios y veredas regados en el Guaviare, el Tolima, Nariño, Chocó, el Valle del Cauca y Quindío. Cruzaron, por eso mismo, a través de la variedad de la geografía de un país: por los llanos, por la selva semi tropical, por bosques de niebla, por playas y manglares. Una geografía, asimismo, atravesada por la guerra:

—Colombia es un país que tiene regiones muy distintas. Y cada región le ha imprimido su matiz geográfico al conflicto armado, y ese matiz geográfico ha derivado en un matiz cultural —dice Álvarez—. Eso significa que la guerra en los llanos orientales responde esencialmente a la idiosincrasia de los llanos. La guerra en el Chocó responde a la idiosincrasia chocoana. La guerra en el Valle del Cauca responde a ese salvajismo del Valle del Cauca.

*

Álvarez habla en primera persona. Como escribe en primera persona sus crónicas. Habla en primera persona sobre la inmadurez del periodismo colombiano a la hora de experimentar narrativamente.

—El periodismo narrativo colombiano es muy crudo en comparación con el de otros países: en temáticas, desarrollo técnico, en estilo, en tono. Y una de las carencias es el apego por hacer narraciones en las que los personajes hablen en primera persona durante largas páginas sin ninguna intervención del autor para hacer algún ejercicio de destreza narrativa. Eso es una falencia.

En su momento, cuando periodistas como Alfredo Molano, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis o Svetlana Alexievich ponían a hablar a los personajes de sus reportajes en primera persona era en principio un gesto político: el de darle voz a los que no la habían tenido.

—Pero estoy seguro de que Molano sabía que esa decisión iba directamente en contra de la virtud literaria. Tenía motivos políticos para hacerlo. Era la época donde, desde el punto de vista político, era importante que un campesino hablara en primera persona. Pero ese interés político va en detrimento de la virtud literaria que permite hacer ensayos con el tiempo del relato, ensayar diferentes narradores, hacer soliloquios, hacer diálogos, recrear escenas.

Que es lo que finalmente, diría uno, diferencia al periodismo narrativo del testimonio: la prevalencia del relato sobre el dato. La prevalencia del cómo sobre el qué.

 

Esta es la entrevista con el reportero escritor:

*

Quiero volver sobre esa frase. ¿A qué te refieres cuando dices “el bien mayor”? o, al final, la pregunta sería ¿qué papel le ves al periodismo en una democracia?

Claro ahí está. Ese es el punto. Entre mayor conocimiento de calidad respecto de qué fue lo que pasó en Colombia tengamos, mejor diagnostico podemos hacer. Y podremos desarrollar herramientas para saber qué podemos hacer. El problema es acceder a ese conocimiento de calidad y no del prejuicio. El conocimiento de calidad sobre el conflicto armado colombiano solo se encuentra con la persona que hizo el conflicto y con la que lo sufrió. Entonces, el bien mayor sería: recoger información, testimonios, descripciones, recuerdos que sean tan reveladores que le permitan al país entender nuevos ángulos y matices de lo que pasó y de cómo ocurrió. El bien mayor para el debate público sería ese: ser capaces, como reporteros, de colectar información valiosa para el debate público.

¿Ese conocimiento de calidad solo se obtiene con el periodismo narrativo?

No solamente. El Centro de Memoria Histórica (CNMH) viene desde hace mucho rato colectando testimonios de gente sobre el conflicto armado. Las herramientas estatales están ahí. Pero también están las herramientas académicas. Hay grupos de investigación que están haciendo trabajo con esto, sacando datos periféricos. Y ONGs, aunque eso está emparentado con la academia. Estado, academia, prensa y ONGs. En todo caso, a mí me parece que ya tenemos suficiente información de calidad para saber qué fue lo que pasó y cómo pasó y por qué pasó.

¿Ya tenemos la información?

Yo creo que sí. Lo que pasa es que eso no significa que como sociedad hayamos sido capaces de construir herramientas. Porque como sociedad todavía tenemos un montón de fantasmas políticos miedosos que nos constriñen.

¿El problema no pasaría por el acceso a la información sino por otro lado?

Claro, en el paso posterior, que es: de qué manera usamos esa información para que la sociedad colombiana esté nutrida con este conocimiento y pueda saber cómo actuar. Cómo usamos ese conocimiento es lo que no tenemos todavía muy claro. Esperemos, pues, que la Comisión de la Verdad nos empiece a dar luces.

Mencionas el CNMH, ¿Cómo ves este proceso que se ha dado con el nuevo director para la construcción de memoria en la etapa del posacuerdo? La utilización de instituciones estatales de construcción de memoria al servicio de una u otra ideología…

Sí, eso se veía venir. Es claro que el Centro Democrático (CD) va a hacer todo lo posible por alterar lo que hasta ahora aparece como una verdad indubitable: que en Colombia existió el conflicto armado, que la violencia de Estado existió, que el Ejército operó con igual o más virulencia que los grupos armados ilegales, que hay generales retirados que son tan criminales como comandantes de la guerrilla y paras, que hay políticos y empresarios que ayudaron a financiar este despelote.

Claro que el CD iba a ir por eso. Lo peor es que si como sociedad no le ganamos las próximas elecciones, regionales y nacionales, realmente el CD puede crecer mucho y entonces puede llegar a institucionalizar una verdad a conveniencia de ellos. Ahí es donde vendría el ejercicio de la academia y de la prensa de confrontar esa verdad oficial. La guerra para el CD no va a ser tan fácil, pero ellos tienen las instituciones del Estado, y como las tienen, van a hacer todo lo posible por implantar esa verdad. Y de nosotros, desde la academia y desde la prensa, depende contrarrestarla. A la sociedad es a la que corresponde sacarlos de ahí y que venga un gobierno que acepte las cosas como son.

¿Cómo ves la posibilidad de avanzar en la reconciliación hoy?

Yo no veo nada que no se supiera que iba a pasar. Es normal que quedaran grupos de obstinados en armas. Siempre ha sido así. El proceso de paz con las Farc no iba a ser la excepción. Porque la guerra es un modo de vida, no es una opción sino un modo de vida. Y hay gente que no quiere cambiar su modo de vida.

Lo que veo que no se sabía que iba a pasar es la paquidermia del Estado para implementar los Acuerdos. Eso ha venido jugando en contra y si eso no se subsana prontamente va a ser muy jodido todo. Independientemente de quien quedara en el gobierno. Porque la implementación no es una decisión del gobierno sino de política nacional. Eso tiene fuerza de constitución. Por eso lo avaló la Corte Constitucional. La implementación de los Acuerdos tienen que avanzar así el gobierno no quiera. Pero eso es un tema muy complejo y del gobierno, ahí sí, depende que sea veloz y ágil o que sea lento y mala leche. Y claro, este gobierno está siendo lento y mala leche. Ahí es donde creo que puede haber un riesgo alto.

Por lo demás, era normal que iba a haber disidencias de las Farc y van a durar varios años más. Pero una cosa son disidencias, núcleos armados, y otra cosa es un ejército con una capacidad de hacer daño de una manera consensuada. Estas disidencias no tienen esa capacidad. Y entre más se enquisten en el crimen organizado, pues más fácil le queda al Estado acorralarlas. Y tampoco le veo mucho futuro al ELN. El Estado tiene fuerza para menguarlos prontamente, al cabo de cinco años.

Volviendo al libro, te preguntas en algún momento: “¿después de cuantos viajes por este país despedazado, por esta verde tierra calcinada, puedo acostumbrarme a la idea de la guerra? ¿Podre resolver mejor este periodismo?” ¿Hay que volverse insensible para cubrir lo que pasa a diario en este país?

Difícil. Porque no sé si me he vuelto insensible o no. Te puedo decir que en general todas las historias me duelen. Aunque las hayas escuchado muchas veces. Eso me hace sentir tranquillo. No haber perdido el sentido de solidaridad y la compasividad me hace sentir tranquilo. Sin embargo, siempre hay un riesgo de trabajar con estas historias y es el riesgo de volverse un cínico. El riesgo de que me importen más la historia que la vida de la persona –en temas de conflicto armado. Es fácil caer en la postura del cínico: “me importa la historia y usted me la cuenta y ya no me importa lo que pase con usted”.

Algo así como un periodismo extractivo…

Claro. Es muy buena definición: uno va hasta allá y extrae, absorbe, aspira toda esa vida y después no deja nada. Eso es muy cínico y muy frecuente. Y hay que estar con los pies en la tierra. No anular la empatía por ambición periodística. Uno por la ambición periodística quiere llegar hasta el fondo. Y uno actúa como un investigador: le falta el dato, el personaje, el hecho. Y cuando tiene todas esas piezas sale a armar su historia feliz y de pronto la empatía la deja a un lado. Yo trato de que mi ambición periodística no le gane a mi afán político, a mi afán ciudadano.

Hace poco vi que escribías en Facebook: “Al próximo periodista —pichón de reportero— que me diga que su oficio es contar historias, le va la madre hijueputa. No tolero tanta conformidad intelectual en alguien que apenas abre los ojos”. Quiero que me expliques esa frase…

Agh, porque es que la mayor mentira que le han echado a los periodistas es que son contadores de historias. Esa es la manera más desprovista de definir el oficio. Claro, uno cuenta historias, pero es que ese no es el trabajo. O sea: el periodista tiene que contar historias, pero ese sólo es el paso final del trabajo del periodista. El trabajo real del periodista es entender para traducir. Yo entiendo qué está pasando en esa comunidad para después traducírselo, mediante una historia, a la ciudadanía que no conoce ese paraje. Esa idea del traductor no es mía sino de Kapusinski.

Mi labor como reportero es la de traducir el mundo. ¿A quién? A la gente que no lo pode conocer. La otra labor, la de contar una historia, es un artefacto. Pero el artefacto puede no ser la historia. Hay otras maneras de hacer periodismo, de traducir el mundo, y no ser un storyteller. Porque contar historias cualquiera. Para contar historias me traen al cuenta chistes, ese man también cuenta historias. Y esa es la manera en la que enseñan en la academia el puto periodismo: llega el profesor y dice “muchachos, el periodismo es contar historias”. Muy irresponsable, sobre todo en temas de conflicto armado.

¿Y cómo te ves como periodista freelancer en un mundo donde hay crisis constante de los medios?

Cada vez que yo hablo con un editor, me dice: hermano, usted escogió la mejor de las opciones. Sí, porque a usted le sale trabajo allí, o allá, o allí, por todos lados. Y le digo: sí, pero recuerde que yo he tomado ciertas decisiones de vida para poder llevar la vida freelancer. No tengo familia, no planeo tener hijos. Mis obligaciones económicas mensuales son muy bajas. Yo lo que he hecho es vivir en función del viaje, desde la escritura. Si uno se lo plantea de esa manera: que el trabajo sea el viaje, la escritura, entonces el dinero puede ser poco. Pero si uno se lo plantea desde el punto de vista de la productividad, la acumulación, la procreación, pues el freelancer ya no es tan sencillo.

¿Cómo es la relación con tus distintos editores? ¿En qué medida hacen o no parte del resultado final del texto?

En Colombia hay muy malos editores de periodismo literario. Hay dos o tres muy buenos, excepcionales. Vamos a ser más generosos, hay cuatro. Y de ahí para allá, cualquiera es lo mismo. Porque para ser editor de periodismo literario no solamente tenés que tener no solo una visión de editor esté bien, que los datos sean de calidad, que los informes y los documentos tengan la validez que necesitan, que la argumentación sea sólida; sino que hay que tener una visión desde la parte narrativa: el personaje está bien desarrollado, la historia cierra bien, la escena está bien construida, que sea una escena fundamental y no una escena boba que no diga nada, que los diálogos sean pertinentes. Un editor de periodismo literario tiene que tener los dos, y ahí está lo difícil. Eso engancha con la tradición pobre de la que te hablaba. No estamos tan llenos de virtudes como apartemente nos quieren hacer ver.

¿Cuál ha sido entonces tu relación con los editores?

Entonces: la gran escuela del periodismo narrativo en Colombia es la revista El Malpensante, no hay ningún medio en Colombia cuyos editores tengan estas cualidades que te he descrito. Mario Jursich la institucionalizó, Andrés Hoyos tiene mucho de eso, él tiene mucho de periodismo anglosajón: entre los dos institucionalizaron esa vaina. Y detrás de ellos vino Camilo Jiménez Estrada, Ángel Unfired y ahora Karim Ganem. Y todos estos nombres han venido desarrollando un trabajo muy importante. He incluido decisiones de todos ellos en algunos aspectos de mis textos. Y esa relación ha sido muy nutritiva. Yo soy el autor que soy, gracias a la relación con esa casa editorial. Porque desde el primer texto hasta el último todos han sido discutidos con los editores. Es una cuestión que tiene que ver con un aspecto muy técnico de la composición narrativa y eso sólo lo ha llevado a cabo El Malpensante.

Ahora hay otros manes jóvenes que lo intentan hacer. Y yo creo que lo pueden hacer mejor si se capacitaran más en eso, en el aspecto literario. Te digo dos nombres: Andrés Páramo y Camilo Jiménez Santofimio. Ellos tienen toda la fuerza periodística, pero les hace falta aprender más literatura. Con los editores de los libros he peleado mucho. Balas por encargo prácticamente no tuvo editor y Verde tierra calcinada tuvo una editora, pero nuestra relación no fue fructífera. Mi relación con los editores siempre ha sido de respeto. Les creo mucho. Acepto sus decisiones si yo veo que no van en detrimento.

¿Cómo ves el panorama de los medios en el país? Lo pregunto por la reciente adquisición de Semana por parte del Grupo Gilinksi…

No, pues la situación es crítica. Crítica y preocupante. Crítica porque cada vez el periodismo nacional de gran impacto es rehén de los grupos económicos. Está en deuda con ellos y claramente va ser difícil que se investiguen los grandes asuntos de corrupción que pasan por los grandes grupos económicos. En Colombia estamos lejos de que eso pase. Por otra parte, cada vez hay menos empleo. Para los reporteros, fotógrafos, camarógrafos. Un periodista capaz o versátil se reinventa si lo echan del periódico: escribe un libro, da conferencias, arma un blog. Pero un técnico camarógrafo qué más se pone a hacer, un luminotécnico del canal qué se pone a hacer.

La situación es crítica porque los medios grandes han perdido autonomía, independencia y músculo –capacidad laboral. Eso quiere decir que atienden de manera más descuidada las investigaciones. Priorizan temas y dejan otros temas importantes de la vida nacional de lado. Y uno no ve como que pueda haber mejoras. Creo que se va a poner peor. Es muy frustrantes. Esta semana nomás hablaba con un amigo editor, que me pasó la nota del reciente despido de 120 personas de Casa Editorial El Tiempo. Me sentí deprimido y afectado en ese momento. Porque finalmente es la amenaza a un sistema. Todos en algún momento vamos a terminar afectados por esta situación. ¿De qué manera detenemos esta vaina? El reto va a ser construir medios independientes y sostenibles.

(Lea también: Despidos de periodistas causan miedo y silencio en los medios colombianos)

¿Qué significa el uribismo para ti? Si es que esa pregunta resuena de algún modo.

Uy, eso cada vez es más una doctrina religiosa. Cada vez se parece más a un dogma religioso. Actúan como banda, con la lealtad que le tienen los gatilleros a su comandante de la banda. El caso de Andrés Felipe Arias y Luis Carlos Restrepo es muy diciente: esos manes prefirieron inmolarse antes que echar al agua a Uribe. Eso es una lealtad de banda armada, que se mueve por una doctrina que cada vez se parece más a un dogma. Uribe ha sido muy hábil en formar su doctrina con algo de doctrina liberal, con algo de doctrina conservadora, con algo de fe religiosa, con algo de pragmatismo británico, con muy poco de progresismo francés. Y esa mixtura, sustentada por la figura tan latinoamericana del caudillo, es el uribismo.

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La entrevista va llegando a su fin. Álvarez habla de la necesidad –en ciertos casos, cuando se está haciendo reportería– de ir hasta el final con las preguntas. Ir hasta el final y aguantarse el llanto de la víctima y llorar con la víctima también. Porque hay fuentes que pueden dar una mirada distinta de la historia, que la pueden completar y darle una mirada humana a la historia o al personaje que se quiere retratar. Dice que es importante llevar al entrevistado hasta donde se pueda. Pero que también hay respetar cuando el entrevistado prefiere o dice que no quiere hablar.

Álvarez me habla de sus lecturas recientes. De los proyectos en los que anda ahora. De una antología y de un libro sobre reportajes en Medellín. Vuelve a mencionar a Alma Guillermoprieto y a Ryzard Kapusinski, dos importantes referentes suyos. Volvemos a hablar sobre periodismo de autor, el tema que ha estado presente a lo largo de la entrevista. Las luces de la tienda están ya prendidas.

¿Cuál es el papel de un reportero que quiere seguir una carrera como periodista de autor en un país que ha vivido tantos años de conflicto armado? Es decir, ¿cómo cambia el cubrimiento de un tema si se lo cubre desde la idea de autor? ¿Desde la firma? ¿Cuál es la ética de alguien que se asume como ‘periodista de autor’? (Ojo: que no estoy diciendo que no la haya, estoy preguntando cuál es). ¿Para qué sirve la firma en un reportaje? ¿Cuál es la ética detrás de la firma en un reportaje?

Preguntas que no le hice en su momento al entrevistado periodista. Preguntas que quedaron sin respuesta y sin punto final. Porque parece que las preguntas siempre exceden en número a las respuestas. Siempre quedarán preguntas sueltas y supongo que está bien que así sea.

En la tienda los jugadores de bolirrana ya se han ido y nuestras botellas se han vaciado de cerveza. Afuera nos espera el frío y la noche.

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