Colombia busca relación amorosa estable con las políticas de género | ¡PACIFISTA!
Colombia busca relación amorosa estable con las políticas de género Foto: Sara Kapkin
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Colombia busca relación amorosa estable con las políticas de género

Colaborador ¡Pacifista! - mayo 16, 2018

#OPINIÓN | Busquemos una Colombia liderada por personas que no le tengan miedo al diálogo, que siempre lo prioricen sobre el acallamiento y el tabú para solucionar los problemas difíciles. Por: Mati González Gil 

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En las películas, las terapeutas siempre dicen que todos aprendemos desde chiquitos lecciones que pueden determinar las formas con las que nos relacionamos con el mundo. Por ejemplo, si en la casa hubo muchos gritos, golpes o sentimientos de abandono, las personas cuando crecen pueden ser más propensas a recibir o infligir dolor.  Esos traumas juegan un papel fundamental a la hora de escoger con quién y cómo nos relacionamos, y en los miedos que aún hoy nos invaden.

En uno de los vídeos de la campaña de la aplicación Candidater se hace una sugestiva comparación entre las relaciones amorosas y sexuales, y las campañas presidenciales. Si esta comparación nos la tomáramos en serio: ¿Podríamos llegar a decir que lo que hemos aprendido sobre nuestras relaciones con el resto del mundo tiene una influencia sobre nuestras decisiones políticas?

Si el amor fuera como la política, habría que tener en cuenta un punto importante: todo lo que nos ha pasado resultaría fundamental para entender por qué actuamos como actuamos. En ese sentido, tal vez, un paso para sanar el trauma de esa guerra nuestra, tan larga y dolorosa, sería recordar nuestras decepciones y ubicarlas en los espacios y contextos en que ocurrieron, y hablar sobre ellas. Hablar de nuestros peores monstruos puede ayudar, dirían también las terapeutas.

Hoy, en el ambiente electoral se percibe mucha rabia y sed de venganza, como cuando nos queda el resentimiento de metemos con una persona maltratadora y mentirosa que nos hizo mucho daño. Para perdonar es importante ponerse en los zapatos de esos ‘malditos exes’, por más injusto que parezca. No vale la pena seguir desgastándose odiando. Al fin y al cabo nadie es perfecto y todos hemos podido causar daño a alguien en algún momento. Claro, eso no implica que se deba volver con esas parejas. A esos simplemente deberíamos ignorarlos y prometernos hacer todo lo posible para nunca volver a sus garras (que no es tarea fácil porque son muy buenos manipulando).

Pero volviendo al tema del comienzo: ¿Qué les pasó a las personas que van a votar –y a las que no– en sus relaciones cuando eran chiquitas? Entender y darnos cuenta de lo que ocurre y ha ocurrido en nuestra niñez y la adolescencia política es una pieza clave en el rompecabezas para entender por qué votamos como votamos. En este caso, el entrenamiento que hemos recibido de los demás, sobre cómo debemos comportanrnos, puede afectar nuestras decisiones. ¿Qué características debe tener nuestro candi-date para que tenga el potencial de ganarse nuestra confianza?

Que crea en el diálogo para resolver los conflictos que puedan surgir

Un ejemplo útil para entenderlo es la tensión que existe entre la autonomía de los padres de criar a sus hijos como les dé la gana, la autonomía que tienen los colegios para decidir ciertas aspectos de la educación de sus estudiantes y la obligación del Estado para que los derechos de los niños, niñas y adolescentes se protejan y prevalezcan sobre los demás (precisamente para prevenir más malas decisiones en el futuro).

En el 2013 se expidió una ley para mejorar la convivencia de los estudiantes en los colegios de Colombia donde se establecen mecanismos para prevenir la violencia en la escuela y una ruta para atender los casos. Asimismo, la ley establece que se deben tener sistemas de registro para todo el territorio nacional que permitan entender mejor el problema. En septiembre de ese mismo año, el gobierno expidió un decreto que determinaba la reglamentación que ordenaba a los colegios incluir en sus manuales de convivencia lo que decía esa ley. Adicionalmente, les dio un plazo de seis meses a los “establecimientos educativos oficiales y no oficiales” para ajustarlos. Es decir, para marzo de 2014, los colegios privados y públicos tenían la obligación de ya tenerlos actualizados.

Estamos en el 2018 y esta tarea sigue pendiente. En agosto del 2014, Sergio Urrego, un joven gay de 16 años se suicidó después de haber sufrido discriminación constante por parte de las directivas del colegio donde estudiaba. La familia de Sergio, con la ayuda de la organización Colombia Diversa, reclamó la protección de los derechos fundamentales y la memoria por medio de una acción de tutela y un proceso penal.

La Corte Constitucional decidió revisar el caso de Sergio (aunque todas las sentencias de tutela llegan a la Corte Constitucional, sólo algunas son escogidas para ser revisadas por el tribunal) y además de proteger sus derechos fundamentales, ordenó al colegio Castillo Campestre realizar un acto público de desagravio, una placa conmemorativa, un grado póstumo; una declaración pública reconociendo que la orientación sexual de Sergio debió ser respetada por el ámbito educativo y una del Ministerio de Educación comprometiéndose a promover el respeto por la diversidad sexual en los colegios.

Además, La Corte le dio seis meses al mismo Ministerio para cumplir lo que todo el país debía desde que se expidió la ley de convivencia escolar en el 2013. Adicionalmente, y dejando cositas varias por fuera, le dio un plazo de un año para revisar todos los manuales de convivencia y asegurarse de que sí respeten la orientación sexual y la identidad de género de los estudiantes.

A mediados del 2016 una diputada de Santander decidió exagerar estas acciones y dijo en la Asamblea de Santander que lo que se buscaba era una “colonización homosexual” en los colegios. Después, se hizo viral una noticia que resultó ser falsa y apuntaba a que el Ministerio de Educación estaba repartiendo una cartilla de educación sexual donde dos hombres estaban teniendo sexo. La gente la creyó, se emberracó y salió a las calles a protestar. Todo resultó ser un montaje, pero nunca se supo con certeza quién empezó la bola de nieve.

Más tarde, la organización Colombia Diversa fue acusada de firmar un contrato multimillonario con el Ministerio de Educación, una afirmación que fue desmentida por las dos partes. Aún sabiendo que se trataba de una mentira, el Presidente Santos dio el brazo a torcer ante el ruido: reconoció que la ideología de género existe, pero que no tenía nada que ver con su gobierno: “Ni el Ministerio de Educación ni el Gobierno Nacional han promovido la llamada ideología de género”, aseguró entonces.

El contexto era que en ese tiempo estaba cerca el plebiscito para que los colombianos decidieran si aceptaban el acuerdo al que el Gobierno había llegado con Las Farc. Era la decisión que tenía que tomar Colombia para salir de su relación violenta,  pero votó mayoritariamente por el ‘No’ y permaneció en ella. Finalmente, el acuerdo fue refrendado por el Congreso, después de incluir los comentarios de los líderes del ‘No’. Sin embargo, todo el proceso resultó tormentoso ante la incertidumbre que se vivió en lo días posteriores a la consulta. En todo este problema, el debate de los manuales de convivencia perdió su foco: las vidas de los niños, niñas y adolescentes y la forma en las cuáles las normas de género les pueden hacer daño durante su crecimiento y desarrollo quedó en el aire.

El presidente Santos creyó que no hablar de la educación sexual y de la violencia en los colegios era útil para mejorar es relación violenta y se equivocó. Tal vez lo que debemos hacer como sociedad es votar por alguien que no le tenga miedo a discutir los temas difíciles, que crea en las soluciones de largo aliento –que al primer conflicto no salga pitado– y que le apueste a la importancia de hablar de los problemas de violencia que ocurren en la niñez.

Que sea sensible, coherente y abierto a desaprender prejuicios

Raeyen Connel, una socióloga trans súper chévere, vino recientemente a la Feria Internacional del Libro. Ha dedicado gran parte de su trabajo a estudiar a los hombres y sus comportamientos, más precisamente lo que ella llama sus “masculinidades”. Dijo que alrededor del mundo, en la política están teniendo éxito masculinidades violentas y autoritarias: “Por ejemplo, Trump en Estados Unidos y Putin en Rusia”.

En su artículo Educando a los muchachos, Connel dice que los hombres son entrenados sobre cómo deben actuar de acuerdo a su género en un régimen súper estricto que existe en diferentes esferas de sus vidas: familias, medio de comunicación, compañeros y compañeras de clase, y no sólo en los colegios. Es más, dice que quizás no sean los lugares sitios más importantes donde los niños aprenden como ser niños: “Los niños traen consigo patrones de masculinidad a la escuela. La experta Ellen Jordan realizó un ingenioso informe sobre las Warrior Narratives traídas a un jardín infantil australiano, en las que algunos niños rompían un régimen cuidadosamente no-sexista, divirtiéndose con juegos que involucraban armas, peleas y carros de carreras”.

Una de esas muchas reglas que tienen los hombres es sobre cómo deben administrar sus emociones: “Entre las reglas del sentir más importantes en las escuelas, están las relacionadas con la sexualidad.  Las investigaciones tanto en Gran Bretaña como en Canadá, sugiere que la prohibición de la homosexualidad puede  ser particularmente importante en las definición de la masculinidad”. Es decir, sentir empatía por los compañeros de clase lesbianas, gay, bisexuales y trans (o que ellos mismos se sientan identificados con alguna de esas etiquetas), y hacerlos sentir parte del parche, es interpretado como una forma de debilidad de parte de los hombres. Eso se castiga con violencia y burlas, y se aplaude y privilegia al niñito macho del salón que le pega a todo el mundo y nunca lo regañan: el pillo que siempre se sale con la suya.

Si los niños muestran que son vulnerables, que tienen dolores, traumas y heridas, y que son imperfectos; se les castiga con quitarles lo que les enseñamos desde chiquitos que deben valorar más que nada: su masculinidad. Lo masculino se enseña como superior a lo femenino o más valioso, y hay diferentes jerarquías entre los hombres. Por ejemplo, sólo algunos hombres en la escuela pueden arriesgarse (tienen el status para) a hacer el rídiculo y pedirle a la chica linda y popular de las porristas que salga con ellos: los deportistas, populares, masculinos y fortachones, adinerados y blancos. Connel explica que estudios han revelado que hay, hoy en día, más estereotipos de género sobre hombres que sobre mujeres en los textos escolares. Es decir, menos alternativas y modelos a seguir para que los niños construyan sus identidades masculinas.

Por eso no hay nada más frustrante que encontrar un buen candidato, en el amor o en la política, que quiera evadir conversaciones o discusiones que nos duelen y que son difíciles de plantear y proponer. Cuando empezamos a sentir un nudo en la garganta por tragarnos cosas que no nos gustan hay que prender las alarmas, pues el diálogo es el mejor camino para llegar a soluciones importantes.

Si hay miedo y hay violencia es porque hay trauma. Algo nos dolió mucho como país y estamos aún con rabia. La rabia puede transformarse en odio, venganza y violencia; en resignación, pero si la convertimos en acciones de pedagogía y diálogo, puede llegar a ser un país menos violento, donde el amor en la vida real y no sólo en forma de ‘pajaritos en el aire’ y ‘mariposas en el estómago’, sea una realidad.

Escojamos bien. Nos merecemos a alguien mejor y que no le tiemble la voz cuando diga cosas cursis que cree de corazón (eso sí, que sea coherente porque hay mucho charlatán experto en echar el verbo). Si no prendemos las alarmas y nos ponemos pilas, a punta de regalos flores y chocolates nos van a manipular esos que le hacían bullying al estudiante artista, sensiblón y payaso del salón. Busquemos una Colombia liderada por personas que no le tengan miedo al diálogo, que siempre lo prioricen sobre el acallamiento y el tabú para solucionar los problemas difíciles.

Votemos por nuestro candidato desde el amor y la empatía: procurando nuestro bienestar, pero siempre sin hacerle daño al otro. Amar a Colombia es votar por ella de forma responsable y con cabeza fría (y un poquito de corazón, pero sin que se convierta en pasión irracional).