“Nos han hecho miserables. El Gobierno Nacional nos ha tratado, no como seres humanos, sino como animales. Y aquí en Buenaventura vivimos seres humanos”.
El 19 de febrero de 2014, casi 50 mil personas salieron a las calles de Buenaventura para marchar por la dignidad y contra la violencia. En ese entonces, el puerto estaba tomado por el terror y la sevicia de grupos delincuenciales: solo en los dos primeros meses de ese año, ya habían matado a 48 personas, desaparecido a otras 20 y 104 familias habían sido desplazadas.
A la violencia se sumaba la extrema situación de pobreza y de carencias en la ciudad. Por eso, ante semejante movilización, el presidente Santos anunció en ese año un compromiso del Gobierno de conseguir, a largo plazo, recursos por cerca de 400 millones de dólares para ejecutar un plan de desarrollo en el Pacífico, que tendría entre sus prioridades a Buenaventura.
Aunque hoy, tres años después de esa marcha, la violencia no sucede con la misma intensidad, las promesas que hizo el gobierno en ese entonces no se han cumplido del todo. Por eso la gente se volcó de nuevo a las calles del corazón económico del país el pasado domingo. Cargados de frustración y en medio de las mismas condiciones precarias de 2014, la gente se tomó de nuevo el puerto.
El objetivo no era solo marchar. Entre las casi 2 mil personas que salieron a la calle repartieron, puerta a puerta, 25 mil volantes invitando a cada familia de cada barrio a participar del paro cívico que están armando y que aunque no tiene fecha definida se espera que sea más o menos en un mes. “Los gobiernos han prometido mucho pero han cumplido poco” dijo Monseñor Héctor Epalza para promover la iniciativa.
José Luis Rojas Montaño es uno de los líderes que hace parte del comité de la marcha y del paro. Según él, una de las cosas que más tiene preocupados y aburridos a los porteños es el servicio de agua potable. El gobierno se comprometió en 2014 a un plan 24×24, es decir, que el puerto tendría, al paso de 24 meses, agua las 24 horas del día, pero no fue así. “Han pasado 36 meses y seguimos con las mismas dos horas de agua día por medio. Muchos barrios pasan 10 y 15 días sin agua, sobreviven con el agua lluvia. Cuando llueve es que recogen para tener agua “potable”. Y sin agua no se puede vivir”, dice Rojas.
Con el problema del agua viene otro más, el de la salud. Según cálculos de Rojas, el hospital público lleva 3 años, 4 meses y 14 días cerrado, y en esos días, dice él, han fallecido entre 4 y 5 mil personas por falta de asistencia médica o negligencia. “Entre esos que fallecieron están mi esposa que estaba embarazada de 8 meses y el bebé”, dice Rojas. Buenaventura, por momentos, parece una pesadilla. Las cifras son inverosímiles, con poco más de 400 mil habitantes, el conflicto ha dejado a su paso por allí, más de 160 mil víctimas registradas. “Nos han hecho miserables. El Gobierno Nacional nos ha tratado, no como seres humanos, sino como animales. Y aquí en Buenaventura vivimos seres humanos”, dice.
El problema es de abandono, pero el abandono tiene un causa y es la discriminación a la que están condenadas las comunidades negras asentadas en el pacífico. “Estas comunidades construyeron estas ciudades con sus manos. Rellenando los terrenos ganados al mar con sus manos. Pero hay cualquier cantidad de métodos para hacer salir a nuestra comunidad”, dice Rojas.
Según él, en Buenaventura hay dos formas de desplazamiento: una armada, a cargo de los violentos; y una estructural, que se ve reflejada en las condiciones. El cierre del hospital, el desempleo (que ronda el 63%), la falta de agua, la precariedad de las educación, es decir, las condiciones de miseria, pobreza y exclusión son una forma de desplazamiento silencioso. Y eso se debe al interés por las tierras de Buenaventura, su ubicación estratégica, pero a la vez, al desinterés por la comunidad.
Por eso se quejan y marchan. No solo por la falta de inversión, sino también por cómo se hace la inversión. Es más estructural que social. Está en las carreteras y en los puertos, no en la gente. Y esa situación ha generado cierta resignación. “La gente le ha perdido, de pronto, el amor a su propia vida. Muchos se están dejando morir. Muertos vivos. No se movilizan, los encuentras en la casa es: levántese, vea televisión, duerma y así. Porque no hay oportunidades y eso va generando abandono y deterioro en la comunidad. Como el que consume drogas prácticamente. A eso nos están llevando”, explica Rojas.
José Luis criticó la ausencia de los gobernantes locales en la manifestación, son precisamente ellos quienes se jactan de logros y gestiones que se ha ganado la comunidad con la marcha de hace tres años.
Ante esa indiferencia de los políticos, tres años sin hospital, una violencia descarnada que se manifiesta en casas de pique, desaparecidos y tantos desplazados, los líderes del puerto están empezando a desarrollar un trabajo social de la mano de las comunidades. El primer paso es hacer pedagogía para que la gente sepa las consecuencias de vender su voto. Buscan crear una estrategia donde los líderes formen políticamente a la comunidad. Se espera que de ahí salgan los futuros representantes del puerto para las elecciones.
Los bonaerenses van a paralizar todo hasta no lograr compromisos serios. “Uno llega aquí, encuentra está miseria y dice: yo aquí me tengo que quedar para contribuir en algo. Si me voy sería, más adelante, culpable de lo que sucede en esta tierra por negligencia”, dice Rojas.
Poco a poco, las comunidades negras empiezan a marchar en sus ciudades por su dignidad. El año pasado el Chocó marchó el día de la independencia y dos meses después salió a para hasta que el gobierno se sentó, escuchó, negoció y se comprometió. Ahora es el turno de Buenaventura. Más adelante otras comunidades afro van a seguir el ejemplo.