OPINIÓN | Fernando Gaitán logró plasmar las tensiones entre clases sociales que caracterizan a la sociedad colombiana y se adentró en el complejo orden que se establece entre aquellas personas que son consideradas bellas y aquellas que no.
Betty, la fea (1999) es sin duda la telenovela más exitosa de la televisión colombiana hasta el momento. Con su humor y sus personajes memorables, Fernando Gaitán logró plasmar las tensiones entre clases sociales que caracterizan a la sociedad colombiana y se adentró en el complejo orden que se establece entre aquellas personas que son consideradas bellas –según estereotipos determinados– y aquellas que no. La novela se encuentra en la memoria de cientos de hogares colombianos que, de lunes a viernes a las 9 de la noche, se reunían a ver a Betty suspirar por el amor de Don Armando.
La novela, aunque guarda un lugar especial en los corazones de muchos televidentes, vista a la luz de las actuales luchas por la igualdad de género resulta un tanto problemática. Si bien la inteligencia de Betty y su capacidad para resolver cuanta dificultad enfrentara la empresa y el mismo Don Armando son cualidades resaltadas, al igual que sus valores humanos como la lealtad, la realidad es que su personaje se caracteriza principalmente por ser fea. Esta es la razón por la que todas sus capacidades se ven opacadas y por la que Don Armando la recluye a un ínfimo cuarto de archivo donde nadie pueda ver que es su secretaria.
En contraposición, las mujeres de la novela que tienen un mayor éxito social se caracterizan por ser bellas físicamente, pero por ser también poco trabajadoras, interesadas y con una serie de valores cuestionables. Así, Patricia Fernández, la amiga íntima de Marcela –novia de Armando y socia mayoritaria de Ecomoda– se destaca por no haber terminado sus estudios (los famosos seis semestres de finanzas en la San Marino), por vivir llena de deudas que le terminan costando su lujoso Mercedes Benz, y por estar buscando incansablemente un hombre con dinero que la saque de estos aprietos. La dualidad, sin embargo, no se da solo del lado femenino. Nicolás, el leal amigo de Betty, sufre del mismo rechazo que ella por su físico, aunque él también se destaque en su profesión y en su calidad humana.
Para Armando y su amigo Mario Calderón lo único que importa es conseguir una secretaria atractiva, un objeto que sea agradable a los ojos de quienes llegan a la oficina del presidente de la empresa. La novela está colmada de escenas en las que ambos sostienen conversaciones denigrantes acerca de Patricia y otras mujeres, y son ellos quienes idean el plan para que Armando enamore a Betty cuando su capacidad con las finanzas se hace evidente y se vuelve la única capaz de salvar la empresa que va en caída libre hacia su quiebra.
Juntos se aprovechan de la inocencia de Betty, de su falta de experiencia en las interacciones sociales y llegan incluso a apostar acerca de la capacidad de Armando de lograr llevar a Betty a la cama. Armando, con su trato despreciativo y con la condescendencia propia del macho puesto en el lugar de máximo poder es, además, un hombre que constantemente reproduce una violencia en contra de Betty y de los demás empleados de Ecomoda. Sus insultos resaltan un lado abusador que, en la actualidad, daría pie a un verdadero caso de acoso laboral y de violencia de género, pero que en la novela fueron mostrados como parte de la personalidad de cualquier jefe y se normalizaron como la manera en la que se ejerce el poder.
Todos estos estereotipos no hacen más sino reproducir lo que, tristemente, sucede a veces en las sociedades machistas. Visto así, Gaitán no se inventó que la sociedad de su novela fuera machista, sino que se basó en una realidad social que es innegable y lo hizo desde una visión crítica de esto. Betty, la fea tiene un orden en sus valores en el que, al final, termina prevaleciendo la calidad humana y el público se pone del lado del “cuartel de las feas” con más facilidad que del lado de sus empleadores. El problema se encuentra, entonces, en que se cree una división entre la belleza física y la inteligencia como dos factores incompatibles, pero sobretodo en el hecho de que Betty deba “superar” su fealdad para poder obtener el final feliz de la novela.
Fernando Gaitán no creó una novela en la que Betty –y aquellos a su alrededor– aprendieran a valorarla por sus capacidades, incluso aunque al principio no hubiera sido así. De hecho, Don Armando se muestra como el héroe porque es quien logra ver “más allá” de la fealdad de Betty para ver quién es ella como persona. Pero, ¿qué mérito hay en esto, realmente? El presidente de Ecomoda llega tarde a la realidad que muchos de los amigos de Betty y su familia sí ven desde un principio: que ella es una mujer valiosa, no a pesar de su fealdad, sino con ella.
La transformación de Betty hacia el final de la novela es, por decir poco, decepcionante. En vez de superar los prejuicios que otros imponen sobre ella, Betty decide cambiar su imagen para encajar en el grupo que la rechazó desde el principio. Hay que resaltar que sus valores se mantienen intactos, ahora es una mujer bella no solo por dentro, sino también por fuera, rompiendo con la dualidad que se había establecido al principio. Su mérito está en que no escoge uno de los dos bandos (ser linda o ser inteligente), sino que logra ser ambas cosas. El verdadero éxito, no obstante, habría estado en que ella se sintiera bella con o sin brackets, con capul o sin él, con gafas o con lentes de contacto. Que fuera más allá de su propia fealdad no para borrarla, sino para hacerla bella en su esencia. El mensaje que deja la novela, entonces, se reduce a que no importa que seamos feos, pues siempre podremos mejorar. Y que si alguien logra hacernos el favor de ver quiénes somos como personas, entonces tal vez podamos vernos y sentirnos bien por dentro y por fuera.