'En Colombia somos muy veloces para aniquilar al otro': Melba Escobar | ¡PACIFISTA!
‘En Colombia somos muy veloces para aniquilar al otro’: Melba Escobar Melba Escobar. Todas las fotos por: Macuma-¡Pacifista!
Leer

‘En Colombia somos muy veloces para aniquilar al otro’: Melba Escobar

Santiago Valenzuela A - junio 20, 2019

La escritora habló con nosotros sobre su último libro, 'La mujer que hablaba sola', en el que expone diferentes dimensiones de la violencia.

Compartir

“Ese cuatro de febrero de dos mil uno, Pedro no existía, tú no habías muerto, aunque estabas a diez días de que tu cuerpo fuera hallado sin vida en el kilómetro treinta y siete de la vía que une a Popayán con La Plata, la misma que pasa por el Parque Nacional del Puracé, no tan lejos de donde ahora avanzábamos por una carretera destapada”. La historia de La mujer que hablaba sola, la novela más reciente de Melba Escobar, tiene algunos aterrizajes inesperados en la realidad, como la masacre de Puracé en 2001, la cual en efecto ocurrió;  guerrilleros del Frente 13 de las Farc asesinaron a nueve personas que hicieron un viaje ecológico en esa zona del país.

También, en la introspección profunda de Cecilia, la protagonista, Escobar toca un tema sensible y real: el atentado en el centro comercial Andino de Bogotá, en el que murieron tres personas y otras nueve quedaron heridas. No es, en todo caso, un libro periodístico – terreno que Escobar ha transitado en otras obras – sino una novela que se construye desde la empatía como mujer, madre y esposa.

Existe una idea general en el libro: la fragilidad de la maternidad queda expuesta en la guerra, en esos episodios de violencia que aturden, que dejan juicios, señalamientos y deseos de venganza.

Ese dolor es difuso y muchas veces incomprensible. La ficción aparece entonces como un canal para describirlo sin las ataduras de las discusiones judiciales. El escritor Juan Gabriel Vásquez dijo que el libro de Melba Escobar mostraba los vasos comunicantes entre la violencia íntima y la violencia social. Después de leerlo es posible pensar que el machismo cotidiano no está tan lejos del uso de la violencia para acabar con ese otro que piensa diferente.

Escobar justamente se acerca a la historia de una mujer de clase media alta que en algún momento de su vida quiso, como otras personas, salirse de un destino que, por su clase, parecía determinado: clubes, viajar a Miami, vivir en el norte de Bogotá, trabajar en una oficina.  ¿Quién le muestra ese otro camino? Un hombre de izquierda, de orígenes distintos, o como diría Melba, de “tribus diferentes”.

En las fronteras que separan incluso a las personas que están enamoradas surgen las reflexiones más interesantes del libro.  ¿Hasta dónde puedo llegar a comprender al otro? ¿La liberación de la mujer está inevitablemente  relacionada con el hombre? ¿Qué siente la madre de un hijo acusado de cometer un acto terrorista? ¿Soy una desconocida como pareja y como madre? Melba Escobar intenta, con éxito, iluminar algunos espacios grises de eso que llamamos relación, hogar o familia. Lo hace admitiendo que Cecilia tiene mucho de ella, que hay capítulos de su vida que también están en el libro.

Después de publicarlo llegó el ruido. Conocí el libro de Melba Escobar no por un artículo en un periódico o por un lugar privilegiado en una librería. Vi un post en Facebook que se hizo viral y decía, entre otras cosas, que Escobar “ocultaba, velaba, distorsionaba y simplificaba una realidad compleja”. Algunas personas cercanas a los capturados por el caso del Andino lo compartieron, criticando, sin hacer muchas referencias al libro, el trabajo de Escobar. En la Feria del Libro de Bogotá, algunas personas intentaron sabotear la presentación de La Mujer que hablaba sola por las referencias que presenta sobre el caso del Andino, por el cual ocho personas fueron capturadas pero no han sido condenadas. El proceso judicial es complejo, y este libro, al parecer,  hirió algunas susceptibilidades.

Hablamos con Melba Escobar en un café vecino al Parque El Virrey, al norte de Bogotá. Este parque, paradójicamente, es un escenario importante en el libro: refleja la distancia, el centralismo, la burbuja de la que a veces nos cuesta tanto salir.

Y sin salir, dicen algunos, no podemos comprender.

En ¡Pacifista! hemos seguido de cerca el caso del Andino. Por eso me interesa hacer esta pregunta primero: ¿El libro es ficción o no?

Por supuesto, es una novela. Indiscutiblemente es ficción. Hay unas referencias sobre lo que pasó en el Andino, hay similitudes con los chicos del MRP [Movimiento Revolucionario Popular] y todo eso fue intencional. También lo hice en La casa de la belleza: al final es tratar de elaborar una historia alrededor de hechos factuales que pasan en la realidad nacional. Intenté procesar ese episodio no desde un lado periodístico, sino desde la emocionalidad de dos personas que pueden estar en una situación similar: una madre y un hijo divididos por una acusación. La novela no establece sí los hechos ocurrieron de esa forma o si el chico es responsable.

Entiendo. Yo en algún momento me confundí porque incluso usas el alias ‘Mateo’ y en todo el tema del MRP hay un Mateo…

Yo asistí a algunas de las audiencias de él, conocí a su familia pero realmente habría podido ser cualquier otro alias. No tuve la intención de provocar algo específico. Además su nombre de pila es Mateo. Estos son juegos que siempre hago, en los que se cruzan canales entre la realidad y la ficción. En este libro indiscutiblemente se cruzaron: cuando yo hice la presentación en la Feria del Libro vino un grupo de muchachos bastante beligerantes y molestos. Yo creo que no se habían leído el libro porque estaban muy ofendidos por algo que no dice el libro. Hicieron una intervención muy agresiva y luego me entregaron todo lo que escribieron los que estaban en La Picota. Utilizaron unos términos fuertes. Me dijeron que me “estaba lucrando del sufrimiento ajeno”. Y pues para empezar, lucrarse con los libros no es mi caso, no sé quién lo hará. De pronto Paulo Coelho, pero yo no en todo caso.

Sentí que en ellos había mucha desinformación mezclada con rabia, y eso genera unos activismos efímeros que se van contraponiendo por otros momentos de rabia porque los casos a menudo no se resuelven. Finalmente lo que pasa en la novela es que uno ni tiene idea sobre quién es el culpable.

¿Viste el post en Facebook que publicaron las personas señaladas de participar en el atentado del Andino?

Yo ya no estoy en Facebook. En elecciones me matonearon ya de una manera insufrible porque dije que votaría en blanco. Ya no me entero de nada. A veces me cuesta pero trato de no involucrarme.

Es una crítica sobre cómo abordas el caso del Andino en la novela…

Después de lo de la Feria del Libro crearon algunas cuentas sin identidad reconocible y me estuvieron acosando unos días, no sé quiénes. Yo soy bastante desprevenida pero una amiga mía se rayó muchísimo porque encontró una foto mía en la que salgo con mi hija y tenía un mensaje como “no estaban solas en esta foto, las estábamos mirando”. Mi amiga me dijo: lo mejor es que te salgas de todo. Qué jartera esa lógica, ¿no? Yo escribo ficción, es decir, no soy rica y con mis libros trato de pagar el arriendo, la luz, en fin, y yo no sé de dónde me gané un rótulo de uribista, cuando creo que es difícil ser más antiuribista que yo. Es desgastante todo esto, pero quizás la novela le deje algo a alguien, una pregunta, no sé….

El tema de los infiltrados en la vida de los familiares del protagonista… ¿eso también pertenece a la ficción?

Pertenece a la ficción pero tiene elementos de la realidad. Yo hago reportería y cualquiera que se acerque a la universidad pública sabrá que esas cosas pasan: que hay agentes de inteligencia infiltrados, que hay reclutamientos, en fin. Para mí lo interesante es que la universidad pública es como un Colombia en pequeño, todo muy denso, muy fuerte. Todo lo que pasa en el país pasa en la universidad.

Es interesante que estemos hablando acá, en el Parque el Virrey. En la novela es importante. ¿Hay alguna referencia personal? ¿Te sientes ubicada en este escenario?

Sí, probablemente sí. Acá en Colombia estamos acostumbrados a etiquetar a las personas por el lugar en el que viven, por la ropa que usan. Hemos llegado a unos niveles de estereotipos y cliché que penosamente se corresponden mucho con la realidad. Nos hemos acostumbrado a una comunicación que se reduce a la etiqueta: el derechoso que ve al mechudo de mochila dice ‘este es un mamerto guerrillero’, o el que ve al gomelo en camioneta dice ‘este seguramente es un paraco’. Nos movemos tanto en esa lógica y sí, siento que los personajes de la novela también están de cierta manera atrapados en ella.

En la novela justamente están esas referencias, como ‘tú eres burgués, y por eso no podrás conocer la realidad del país’. Incluso ese deseo en la clase media alta de vivir en otro país…

Esa posibilidad de vivir fuera siempre está haciendo ruido en la cabeza. De mis compañeros de la universidad quedamos muy pocos. Y es triste porque es una sensación de karma, como que la violencia se repite. Uno se pone a ver de Bolívar y Santander a Petro y Duque y pues han pasado muchas cosas, se han conocido muchas  miradas pero siempre hemos estado partidos en dos. Hay una incapacidad irreconciliable de negociar o comprender la postura del contrario. Esa sensación todos la vivimos en el día a día, más allá de que, por supuesto, hay víctimas reales,  pero de todas maneras nadie se salva de los efectos de la violencia.

En ¡Pacifista! lo discutimos mucho, y es la distancia tan grande que se sienten con algunas regiones del país. Y a veces pasa algo como lo de Puracé, que mencionas en la novela…

Esa historia es hasta cierto punto real. Yo hice un viaje con la pareja que tenía en ese entonces. Un viaje muy irresponsable. Conocimos a las víctimas de la masacre de Puracé, estuvimos con ellos un día entero en San Agustín, estuvimos en una cabalgata, almorzamos juntos. Todos éramos jóvenes viajando por Colombia. Es un episodio que yo recuerdo mucho porque fue cuando estaba la zona de distensión de Pastrana y recuerdo que cuando llegué a mi casa, dos días después de viaje, estaba el periódico en la puerta y decía: masacre en Puracé, y estaban las fotos de los nueve estudiantes con los que yo había estado dos días de paseo. Ese fue un llamado a la realidad muy fuerte. Es una desconexión tan grande de lo que se está viviendo en las regiones a lo que estamos viviendo en Bogotá que incluso siento que incapacita la posibilidad imaginar una guerra.

Yo escuché muchas teorías, muchas tesis, pero la finalidad no era periodística, sino mostrar justamente lo veloces que somos para aniquilar al otro

No entendemos lo que significa la muerte en otros lugares, tenemos una definición distinta…

Claro, no parece una posibilidad, es algo que si acaso pasa por televisión. Hay un enajenamiento frente a la violencia muy extraño.

Volviendo al tema de la ficción. A veces los procesos judiciales no dan cuenta de verdad, dejan muchos vacíos. ¿Hasta qué punto la ficción puede llenar esos vacíos? 

No sé, la verdad yo no me metí mucho en el tema judicial. Este, a diferencia de mi libro anterior, no es de intriga. Si de algo me sirvió ir a esas audiencias fue para volver a sentir lo divididos que estamos. Los comportamientos de los que representaban a la Fiscalía y de los que fueron señalados eran muy fuertes. Como dijo alguien hace mucho tiempo: “Colombia no tiene posiciones políticas sino hinchas”, y eso es real, por eso se dificulta tanto llegar a la verdad, porque la gente parte de la base de que conoce cuál es la verdad, por eso se desvirtúa cualquier proceso.

El caso del Andino fue un disparador de esta historia porque recuerdo mucho que había pasado media hora después de la explosión  y todo el mundo ya sabía exactamente lo que había pasado, con mucha rabia decían: esto es un montaje de la derecha o esto es de la guerrilla. No esperamos unos minutos para darle el beneficio de la duda a la realidad. Entiendo que tenemos una deficiencia en el sistema judicial muy grande, pero al mismo tiempo existe una desconfianza tan grande que uno no sabe en qué momento puede ser viable la institucionalidad con esa incapacidad de creer en ella.

Uno llega a preguntarse ¿cómo se construye la identidad? Uno construye identidad a partir de modelos, es muy difícil construir identidad de la nada, y en ese sentido es muy duro vivir en un país tan machista.

El libro termina tocando un punto muy sensible y es el conflicto en general, no solo el del caso del Andino, sino algo más grande…

A mí me gustó mucho lo que escribió Juan Gabriel Vásquez sobre el libro. Creo que él vio algo que quizás yo no y es que el libro tendía unos vasos comunicantes entre la violencia íntima y la pública. Y creo que eso es real: hay una violencia machista que sufre la protagonista Cecilia por parte de Rayo, pero ella a la vez es un personaje complejísimo, no es para nada una “víctima”, es una vieja jodida, compleja también. Ella siente que tiene que someterse a una maternidad aunque no sea su elección y él siente que tiene actuar como macho y esos roles se imponen sobre ellos.

La mirada de clases de alguna manera los aleja, porque no pertenecen el uno al otro, no encajan, cada uno tiene una tribu. Puede que no sean grandes las diferencias que los separan, pero en la cotidianidad se nota. También es ver cómo ese amor se ve truncado por esos imaginarios sobre cómo debe ser una pareja o cómo debe ser la mujer frente al hombre. Esa vida doméstica violenta está muy ligada a la vida pública. Hace poco vi una cifra: Colombia es el tercer país donde más se matan niños en el mundo. A veces pensamos en una gran guerra pero no en las secuelas que están en la casa. El círculo se abre y se cierra en las casas.

La historia de Cecilia muestra también el machismo dentro de la izquierda…

Por esa lógica binaria en la que nos movemos, de derecha-izquierda, víctima-victimario, a veces perdemos la capacidad de ver los matices y de criticar incluso lo que nos gusta. Me parece que el machismo en la izquierda siempre ha existido. Pintan a Camilo Torres con rifles –que lo cargó si acaso una vez – y Camilo no es eso, pero quieren mostrarlo bien macho, bien matón. Fidel Castro también con su barba, su barrigota y su rifle, es una iconografía muy agresiva. La izquierda ha estado ligada al machismo desde sus orígenes.

Lo que pasa en esta historia es que Cecilia tiene mucho de mí y de mi propio recorrido en la vida. Uno llega a preguntarse ¿cómo se construye la identidad? Uno construye identidad a partir de modelos, es muy difícil construir identidad de la nada, y en ese sentido es muy duro vivir en un país tan machista. Cuando uno es consciente de eso ya la vida le pasó por encima. Esos modelos de la mujer obediente, la mujer sumisa, la mujer que se sacrifica… hay una condición de sacrificio implícita en el género femenino que además no se cuestiona. El hombre también es víctima porque está obligado a mostrarse como un varón, a no llorar, a ser agresivo. Me parece que la ficción se presta mucho para ver eso en escena.

Una mujer guerrillera me dijo que tomar las armas era un acto feminista, porque la mujer usualmente no debe ni puede rebelarse. Y leyendo otra entrevista tuya vi que tuviste una amiga en las Farc, ¿cómo influyó la historia de ella en la construcción de la novela?

La verdad ella se fue del país. Se cortó la comunicación un poco porque yo tengo tolerancia cero a la violencia, venga de donde venga. No defiendo a ningún grupo armado ni me parece que esa sea la salida. Ella trabajó mucho tiempo en inteligencia y tenía una vida de civil muy distinta. Es una chica que salió del Nueva Granada. Es un caso muy fuerte y me generó muchas preguntas sobre la lealtad, sobre las ideologías, sobre las ideas que se heredan por tradición familiar, casi como pasa con los equipos de fútbol: los niñitos desde los seis meses ya llevan la camiseta de Santa Fe o de Millonarios. Me parece que hay que interpelar por qué uno llegar a creer lo que cree.

Quizás Pedro, otro de los personajes, termina en un grupo rebelde también por vacíos emocionales. ¿No crees que es un factor que influye en estos casos?

Ahí juega mucho la maternidad. Yo soy una cuarentona con dos niños pequeños y me tomé muchos años para decidirme si ser mamá era lo que yo quería realmente. Si lo pensaba racionalmente, por ningún lado, pero me pasó una cosa y lo voy a conectar con tu pregunta sobre el deseo. Y es que nosotros también somos animales, así queramos negarlo a menudo. Llegó una edad en la cual yo necesitaba un hijo, era un tema puramente biológico. Fue una cosa muy salvaje por todo lo que eso implica: angustia, ansiedad, depresión. Soy una mamá muy convencida, llegué muy segura de lo que quería y aun así me parece que ser mamá es durísimo. Tengo un marido que es un compañero y cómplice de vida increíble y que promueve que tenga la mayor autonomía y libertad posible, pero sigue siendo muy complicado.

Uno piensa en detalles como el chat del colegio, donde solo meten a las mamás, sigue presente esa lógica de que la mamá es la que está atendiendo a sus hijos y el papá está haciendo las cosas en el mundo público. He sentido muchas cosas de la maternidad y me pregunto a menudo por cosas que no se hablan casi. Es como si las mujeres después de tener hijos firmaran un pacto de silencio y solo se pueden decir cosas lindas. Dicen “es lo mejor que me ha pasado en la vida”, “es el amor más grande que se puede sentir”, y sí, pero hay un montón de cosas que no se están diciendo. No se está hablando sobre esa complejidad oscura, dura y aniquiladora de la identidad femenina.

En el caso de Cecilia hay una ambigüedad y es que ella, más allá de ser consciente de las libertades que merece, termina siendo muy sumisa…

Y su hijo es hombre entonces se repite la lógica binaria femenino-masculino, y él termina siendo protector y dominante. Pero también pasa que uno sabe que el bebé le pertenece a uno, en el sentido más literal, y de repente es una persona desconocida y eso va a pasar eventualmente. A veces la escritura anticipa lo que va a pasar más adelante. Seguramente mi hijo cuando tenga 18 años va a ser un extraño para mí.

El deseo…

A las mujeres nos cuesta mucho hablar de eso. Desde jóvenes tenemos muchas cucarachas en la cabeza. Está la idea de que el que elige es el hombre y la elegida es uno. Me acuerdo de las fiestas cuando era chiquita y todas nos sentábamos y esperábamos a ver quién sacaba a quién. Esto era horrible: éramos como nueve y venía el niño a decir tú eres la elegida. Uno siempre está esperando a que alguien lo elija, a que lo salve, a que lo proteja. Pasar de ahí a la lógica de yo elijo, yo decido es bien difícil. Hay que hacer mucha terapia para llegar a esa idea. Y el sexo ni se diga, se piensa que la sexualidad es un tema de hombres. Es un tema tan tabú que todavía sonroja. Hasta el mismo reconocimiento del deseo es un problema con nosotras mismas.

Y en la novela también queda claro que es muy distinta la culpa que siente el hombre al ser infiel, por ejemplo, a la que siente la mujer…

La culpa y las consecuencias son distintas. Uno sí siente las consecuencias desde temprano, desde niñas. Los hombres no cargan con unos estigmas y una culpa cristiana. Así se vuelve muy difícil el disfrute libre de la sexualidad.

Es como si las mujeres después de tener hijos firmaran un pacto de silencio y solo se pueden decir cosas lindas.

¿Qué tanto habla de ti esa novela?

Yo estudié Literatura en los Andes, y mi pareja en ese entonces tiene mucho de Rayo, y yo mucho de Cecilia. Él era de una familia de izquierda muy educada, esa izquierda que hace parte de una élite. Cecilia se burla de su papá porque es medio arribista y ella quiere pertenecer a una clase social que no es la suya. Cada personaje está buscando un lugar en una sociedad muy excluyente.

¿Qué piensas sobre ese comentario frecuente de “escribir desde el privilegio”?  

Desgraciadamente los que hacemos contenido sobre temas del país estamos todos en posiciones privilegiadas.

Sí, nosotros también…

Es algo que casi no tiene excepción y es lamentable pero es la realidad. Algunas personas estamos interesadas en salir de nuestra zona de confort y queremos conocer lo que pasa más allá de nuestros privilegios. Uno podría quedarse acomodado y disfrutando sin mirar más allá. Me parece complejo es cuando eso se criminaliza, cuando dicen “usted no puede ser vocero porque usted no nació en X lugar”. Es muy parecido a lo que pasa con las discusiones de género, que dicen que un hombre no puede opinar o salir en defensa de las mujeres. Estamos en un mundo muy sectario y excluyente.

Para terminar, ¿dirías que este es un libro sobre la maternidad?

Sí, y sobre cómo las mujeres forjamos una identidad que es como un corsé que nos impide la libertad de movimientos, que nos constriñe muchas de nuestras decisiones y nos limita. Esta es una novela escrita totalmente desde la empatía y ojalá la puedan leer, es una empatía hacia las madres de quienes hayan podido estar involucrados en actos terroristas o incluso de quienes lo hayan cometido. Aquí no hay buenos ni malos, aquí todos tenemos parte de ambos y los personajes de la novela encarnan eso.