No tienen acceso a baños ni a agua potable y fundamentalmente sobreviven de la buena voluntad de donantes esporádicos de comida y artículos básicos.
Por: Víctor de Currea – Lugo
A pocos metros al sur de la Terminal de Transportes de Bogotá, hay un potrero donde se han ido acomodando varias familias de venezolanos. Allí, rodeados de vallas metálicas de las autoridades, están alrededor de 200 personas. Afuera puede haber un número similar, que oscila con el paso de los días: unos llegan a una estación de la travesía y otros salen buscando el camino hacia Cali, Perú o Ecuador.
Hoy todos aceptan que hay un fenómeno migratorio, pero existen varios debates al respecto: el primero es el número real de personas, el segundo las causas de la migración y el tercero cómo nombrarlo. Los datos oficiales de Migración Colombia hablan de más de 500.000 venezolanos viviendo en Colombia, aunque ACNUR hace un estimado que podría ser hasta de 1.200.000, teniendo en cuenta la población no registrada. Además, hay una migración pendular, de miles de personas, asociada con el comercio, y que va y viene cada día, especialmente en Cúcuta.
Sobre las causas, la migración venezolana tuvo un pequeño auge con la llegada al poder de Chávez (1999), especialmente de “gente de plata”. Posteriormente, la enfermedad y muerte de Chávez (2012-2013), las restricciones económicas por las medidas de los Estados Unidos, el gran aparato burocrático venezolano, la muy baja producción interna, la falta de industria (diferente al petróleo), la corrupción y el contrabando, crearon un ambiente económico desfavorable. La inflación (una de las mayores del mundo) ha hecho que el poder adquisitivo del dinero sea mínimo.
Sobre cómo nombrarlo, está relacionado con la agenda política que hay detrás del que narra el fenómeno, más que con el fenómeno mismo. Hasta hace unos meses, el mismo presidente Maduro ponía en duda el problema migratorio o lo minimizaba. Por otro lado, la oposición trata de presentarlo como el fruto de una crisis de violencia política y de persecución que ha dado lugar a una crisis humanitaria. Lo cierto es que la inmensa mayoría migra por razones económicas, son realmente muy pocos los que piden protección en calidad de refugiados y el uso de la palabra “crisis” depende más de lo que cada uno quiera entender por ello.
La terminal
La migración es, ante todo, una realidad. De nada servirá negarla. Ya sea por avión, por medio de transporte urbano o hasta a pie desde Cúcuta, los venezolanos siguen y seguirán llegando. Un campamento, como el de La Terminal no es una solución sino un paliativo, bastante deficiente.
Algunos han llegado a pie, cruzando el Páramo de Berlín. Una señora me cuenta de una niña de 15 años que murió atravesándolo. Al papá le pedían 30.000 pesos para devolver el cadáver a Venezuela, pero él no los tenía y tuvo que enterrarla donde pudo.
La gran mayoría de venezolanos se rebusca la vida por fuera de este sitio. Los vemos diariamente en los restaurantes de meseros, lavando carros, vendiendo dulces en Transmilenio, haciendo los oficios menos calificados, ganando un sueldo muy inferior al que le darían por el mismo trabajo a un colombiano. Pero la responsabilidad no es de ellos, sino de los empresarios que se aprovechan de su vulnerabilidad y del Estado que no regula ni vigila. Y también los vemos en las zonas de prostitución, y en los semáforos vendiendo cosas o mendigando ayudas.
Al campamento de La Terminal no pueden entrar todos los venezolanos, solamente aquellos que han sido censados y están ahora identificados con una manilla. Pero poder entrar no es garantía de mucho. En mi visita hablé con cuatro venezolanas embarazadas y todas dijeron no haber recibido ningún control médico. En la parte de atrás hay dos baños portátiles, pero ellos son para uso exclusivo de los funcionarios que vigilan a los migrantes. Los venezolanos allí no tienen acceso a baños, ni acceso regular a agua potable.
Unos funcionarios del Puesto de Mando Unificado (PMU) recomendaban usar tapabocas “para evitar las infecciones” como si las enfermedades se transmitieran con la mirada. Esa es la “teoría miasmática” de la edad media sobre las infecciones. Hay un mito desmentido de que los venezolanos traen enfermedades raras y que podrían producir epidemias. En todo esto, no se ve un gesto de solidaridad, sino de control de personas no deseables. Me pregunto si en vez de exigir tapabocas no sería mejor evitar focos infecciosos con agua potable y acceso a baños.
Por fuera hay muchos más y en peores condiciones. Sacan el agua levantando una alcantarilla cercana y en un prado extienden la ropa después de lavarla. Las cocinas son fogones improvisados y el dormitorio, unas tiendas de campaña o algunos plásticos para resguardarse del frío y del agua. Allí venden dulces, piden limosna y corren detrás de cualquier carro que frene para dar algún tipo de ayuda. Me muestran una montañita de ropa quemada, según ellos, por la Policía.
Para las autoridades de Bogotá, parece que la migración no es un problema complejo sino un asunto de orden público, que se resuelve enviando policías a que vigilen a los que están dentro de las vallas, a que desalojen a los venezolanos que duermen en los alrededores del campamento y fastidiar a la gente que se acerca a ayudar.
¿Cómo es la migración?
Venezuela experimentó un primer momento migratorio de clases altas hacia diferentes países, incluyendo Colombia, España y Estados Unidos. Segundo, al comienzo de la crisis actual (aprox. 2012 – 2014) hubo una segunda oleada que incluyó profesionales y clase media y, finalmente, desde 2016, hay una migración de clases bajas. Inicialmente migraban más hombres en edad laboral, pero con el paso de los años fue aumentando la migración de mujeres, y ahora se observa el viaje de núcleos familiares completos, incluyendo ancianos y niños.
Se observan tres tipos de población: los colombianos retornados, los colombo-venezolanos y los venezolanos. A su vez, hay una distribución en el territorio colombiano dependiendo de sus recursos para movilizarse. En la frontera se quedan los más pobres, algunos tienen recursos para llegar a la capital y los que más, se esfuerzan por atravesar hacia Ecuador, Perú, Chile y Argentina. Según Migración Colombia, la inmensa mayoría de personas que cruza la frontera entre Colombia y Ecuador, son venezolanos.
En Bogotá, muchos venezolanos ricos se concentraron en el barrio Cedritos que, folclóricamente, lo han bautizado como “Cedrezuela”. Esos no generaron ruido porque su número era menor y sus condiciones para insertarse económicamente eran superiores. Además, mediáticamente no eran tan atractivos.
La migración gota a gota es una constante. No solo en Bogotá, sino en muchas ciudades del país, durante el día los inmigrantes se dedican a buscar empleo y a las ventas informales y, durante la noche, duermen en parques y avenidas. Esto, más la xenofobia, alimenta una percepción local de la migración que está asociada con problemas de seguridad y de mendicidad.
Vulnerabilidad
Ser migrante ya es ser vulnerable, pero dentro de ellos hay unos aún más frágiles. Es el caso de las mujeres gestantes. Uno de los mitos que ha estimulado esta migración es que, si el parto sucede en Colombia, automáticamente el menor se hace con la nacionalidad, lo que no es cierto en los casos en que sus padres estén en Colombia de manera irregular, como está la mayoría. Se observa un elevado número de niños con signos de desnutrición leve y un aumento importante de menores de edad no acompañados.
Muchos han cruzado por las trochas, los pasos ilegales, sin documentos o los han perdido durante el viaje. Los que pueden alegar alguna ascendencia colombiana tienen mejores expectativas. En una de las visitas al campamento, en las afueras, vi carros tratando de contactarlos, pero una de las líderes me dice que las intenciones no siempre son buenas. A ella le ofrecieron prostituirse. Me cuentan que proliferan también quienes venden drogas.
Jaqueline, una de las que trata de organizar a sus compañeros de viaje, me muestra el registro que lleva de mujeres embarazadas que están por fuera del campamento. Son cinco. Ninguna de ellas ha tenido control en Colombia. Me contó de otros enfermos que nadie ha socorrido por no tener documentos. Ante esta realidad, algunos quieren devolverse. En la región Caribe de Colombia, me dicen, algunos costeños, igual o más vulnerables que los migrantes, se están haciendo pasar por venezolanos para tratar de obtener alguna ayuda, aprovechando las oleadas de solidaridad con los venezolanos.
Pero no todos los venezolanos que piden están en las peores condiciones. Algunos, ya con vivienda estable, siguen yendo a los alrededores del campamento de La Terminal para aprovecharse. Y algunos acumulan ropas, sin compartirlas con otros migrantes.
Para resumir, podemos decir que las características principales de la población más vulnerable son los migrantes pobres, sin red de apoyo, mujeres embarazadas y madres, niños, enfermos, personas de tercera edad y personas en situación irregular o sin documentos. Algunos, cerca de La Terminal, reúnen muchas de esas características.
Solidaridad
La solidaridad de algunos colombianos es relevante: se ve gente con comida y ropa tratando de ayudar. En los alrededores los migrantes dicen que “hambre no aguantamos porque la gente nos ayuda”. Pero también se ve un aumento marcado de la xenofobia o la peligrosa generalización de que toda venezolana viene a prostituirse. Como en otras dinámicas migratorias, las comunidades receptoras corren, sin datos fiables, a satanizar al que llega o, en el caso colombiano, a resolver los dramas humanos con un chiste. No somos una sociedad que haya sido solidaria con los millones de víctimas del conflicto, muy difícil esperar que lo sean con los migrantes.
Algunos policías, según observadores, impiden que la gente sea solidaria de manera directa con los venezolanos allí acampados y obstaculizan a la gente que quiere ayudarlos (lo mismo que pasa con quienes ayudan a los habitantes de calle). Algunas autoridades envían a los generosos a que vayan a donar a través de la Cruz Roja, pero un funcionario de esa institución me dijo que no había un llamado de ellos en tal sentido, con lo cual parece que no hay un mecanismo para canalizar la ayuda de la sociedad. Esto es complejo si se tiene en cuenta la competencia entre los migrantes por las pocas ayudas. De hecho, me contaban que el pasado fin de semana hubo cuatro heridos por peleas entre ellos.
No he visto, ni me mencionaron, solidaridad de los ricos venezolanos para con sus compatriotas. No porque estén legalmente obligados, pero uno esperaría que los empresarios venezolanos que han echado raíces ya en Colombia fueran un poco más sensibles frente a la situación de sus connacionales.
Y la falta de solidaridad y humanidad del Estado se evidencia en falta de lucha contra la violencia cultural que golpea a los venezolanos, la ausencia de regulación laboral de los migrantes para evitar su explotación y las pésimas medidas para afrontar la situación. Esto deriva de tres cosas: no tenemos política exterior, no tenemos política de fronteras y no tenemos política migratoria.
En últimas, el drama no radica en la condición de extranjeros per se, sino en su vulnerabilidad socio-económica. El problema mayor no es ser migrante, mujer o negro, el problema principal es ser pobre.
Posdata: El día de hoy, varios grupos de personas que se encontraban por fuera de campamento de La Terminal, fueron desalojados por la Policía.