'Este país no ha llorado lo suficiente todavía': Jesús Abad Colorado | ¡PACIFISTA!
‘Este país no ha llorado lo suficiente todavía’: Jesús Abad Colorado
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‘Este país no ha llorado lo suficiente todavía’: Jesús Abad Colorado

Santiago A. de Narváez - enero 30, 2019

Entrevista con el fotorreportero paisa que ha retratado desde hace 25 años el conflicto en Colombia a propósito de su exposición “El Testigo”.

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Muerte, ¿dónde está tú victoria?

-S. Pablo-

Invitación

“¿Usted se imagina si en este país toda la gente que ha hecho trabajo sobre el conflicto armado sacara sus archivos?, ¿cuántos museos llenaríamos en esta sociedad?, ¿con una dirigencia política que lo que le da es pena mirarse en el espejo roto de lo que ha sido la violencia? Perdedores han sido siempre los mismos, y van a seguir perdiendo. Es muy fácil que salga gente a marchar y a amenazar cuando no son los que van a la guerra. Mientras unos se hacen selfies en una marcha, otros ponen su cuerpo en las montañas”.

El que habla es Jesús Abad Colorado, fotógrafo colombiano que, durante 25 años, ha retratado el conflicto de este país. Aunque él a veces prefiera llamarse defensor de los Derechos Humanos o caminante. Incluso testigo: como el nombre que lleva la exposición que desde finales del año pasado se expone en el Claustro San Agustín en el centro de Bogotá (a poquísimos metros de la Casa de Nariño). Una exposición que recoge el trabajo de Jesús Abad durante su trayectoria profesional como fotorreportero de los grandes (y tristes) eventos de la historia reciente del país, como la Masacre de Bojayá o la Operación Orión. Pero también testigo del dolor de las víctimas que ha dejado atrás esta guerra cochina. Y testigo también de la resiliencia de muchas de esas víctimas que todavía creen en un futuro de paz.

Testigo, quizás, por eso mismo, de una esperanza débil. “Es que estas fotografías no están hablando del Bogotazo, de la violencia de Gaitán. Están hablando de aquí y de ahora. Y de lo que nos va a seguir pasando. Y de lo que le va a seguir pasando a los hijos de nuestros hijos. Pero sobre todo a la gente más humilde, si no le ponemos a esto un punto final”, dice Jesús.

La exposición cuenta con más de 550 fotografías, muchas de ellas inéditas. Estuvo curada por María Belén Sáez de la Universidad Nacional y consta de cuatro salas: una sobre el desplazamiento, otra sobre la desaparición forzada, la tercera sobre la violencia contra civiles y la cuarta –que lleva por nombre: Pongo mis manos en las tuyas– tiene fotografías de los procesos de paz, de desmovilización y reconstrucción del tejido social: en esta última sala hay fotografías del Proceso de paz con las Farc, de la firma del Acuerdo y de las marchas que tuvieron lugar luego del Plebiscito de octubre de 2016.

Cuando la gente sale de la exposición, uno la ve muy derrumbada; pero también sale con una reflexión muy profunda de que a la guerra no podemos volver, dice Jesús Abad, y dice que le encantaría que el presidente Duque y algunos de sus ministros y “aprovecho –dice– para hacerle esta invitación: una invitación a venir y hacer un recorrido, lejos de cámaras. Porque yo no quiero hacer de esta exposición un espectáculo tampoco. Que vinieran a hacer un recorrido conmigo y entendieran porqué de esta exposición está hablando la prensa colombiana, la academia, los jóvenes”.

¿Crees que aceptaría?

Se le ha dicho. Se lo han dicho, dice Jesús y se sonríe y se pone en silencio. “Le estoy haciendo un llamado a él, pero también un llamado a este país y a esos analistas que saben ver la guerra desde una cabina de radio. A esos analistas que la ven desde un aula universitaria: por favor, vengan, caminen con calma. Si no han ido nunca a ponerse en los zapatos y la piel de las personas afectadas por la violencia, pasen por este espacio. Y háganlo en silencio, dice Jesús, como lo están haciendo miles de personas que cuando entran a estas salas, lo hacen con respeto. Y ese respeto se expresa no solamente con el silencio sino con la calma y la lentitud, como asistiendo –no quiero utilizar la palabra funeral, no la quiero utilizar– pero con la actitud de mirar nuestro propio rostro”.

Todas las fotos por Tomás Mantilla.

 

Antesala a una entrevista

—De verdad gracias por este trabajo, ‘Chucho’, yo creo que lo que más me afectó fue el tema medioambiental —decía la columnista con sus arrugas de vejez pero también de tristeza en la cara —o sea, cómo va el ELN a quemar un bosque para que no los coja el Ejército.

—No, eso fueron los paras —respondía el fotógrafo.

—Yo sí pienso que hay que hacer algo con esto. O sea, usted nos muestra todo esto y nosotros los espectadores tenemos que hacer alguna catarsis, algo. Como un conversatorio —decía la columnista.

—Sí, lo hemos pensado con la Universidad Nacional. Por eso la urgencia mía de montar la exposición, previendo esto que estamos viviendo ahora. Por eso mi afán —respondía el fotógrafo.

—Es que es increíble.

—Mira, es impresionante. El otro día un médico se me acercó. El señor tenía 85 años y había hecho su rural en una zona de la violencia. Y a él, que era liberal, no lo mataron en el pueblo porque era el único médico. Se salvaron él y el del telegrafista porque nadie más sabía mandar telegramas o poner vacunas. Y se acerca y me dice: yo, que tengo 85 años…yo pensé que ya lo había visto todo —contaba el fotógrafo.

—Es que no hemos llorado.

—No, este país no ha llorado sus muertes y sus tragedias. No hemos llorado lo suficiente todavía.

—Y lo que está pasando ahora.

—Mira, Margarita, a mí me parece nauseabundo que en una marcha contra la violencia, o por la paz, haya un señor capaz de gritarle a un muchacho que lleva una camiseta que “o te quitás esa camiseta o te pelamos”. Me parece nauseabundo y da cuenta de la enfermedad mental que hay en este país. De un señor que logra construir un Estado de opinión manipulado, a través de su cuenta en Twitter o de que los medios le den un megáfono cada vez que dice algo —dice el fotógrafo refiriéndose a algún expresidente.

—Pero yo sí siento que igual nos estamos movilizando como sociedad —respondía la columnista y contaba como hace unas semanas en su barrio del norte de Bogotá los vecinos se movilizaron para protestar contra una tala de árboles en un parque muy tradicional.

—Sí, Bogotá tiene que movilizarse. Porque ya sabemos en Medellín cómo es que se movilizan —insinuaba el fotógrafo.

—A mí me parece…claro, no es tan grave pero es igual de alarmante, pero me parece muy grave que hayan bajado la página del proceso de paz ¿vieron? O que tengan engavetadas la publicación de las memorias de Sergio alrededor del proceso —decía otra señora, analista política y experta en temas de corrupción.

—Es que hay que contar las narrativas de la resistencia. Esta exposición está teniendo mucho éxito en eso. Ayer vinieron los estudiantes del Vermont, pero también van a venir del Nueva Granada y del Liceo Francés —decía el fotógrafo—. Me han llamado de la JEP, de la Comisión de la Verdad. Ahora que hablé con Pacho de Roux (director de la Comisión de la Verdad), él me decía: Chucho, ¿cuándo nos podremos ver? ¿Será que nos vemos en una semana? ¿En un mes? ¿O nos vamos a ver en tres mil muertos más?

Fotografías I y II

Una señora con vestido rojo y verde hasta los pies descansa sobre una silla rimax. El piso es de tierra. La mano derecha está sobre la rodilla derecha; la izquierda agarra un trapo azul. Su mirada, levemente inclinada hacia la izquierda y hacia abajo, se clava sobre un bloque rectangular –lo que parece una cama– cubierto por una manta roja. Rojo intenso. Rojo tomate. La sábana tiene relieves: cubre lo que uno imagina puede ser un cuerpo. Hacia esa manta y ese bloque y ese rojo en relieve mira con tanta calma la señora sentada sobre la silla. Abajo, en la descripción de la foto, un texto: “Cuando el equipo forense exhumó los cuerpos de sus dos hijos asesinados por los paramilitares –que no estaban desaparecidos, sino enterrados en un cementerio en la población de media luna–, Julia cogió con amor los huesos y los limpió. Después del segundo entierro de sus hijos, en mayo de 2011, yo la vi cantar y sonreír por primera vez”. La foto tiene como descripción: Julia Fince. Bahía Portete, Guajira. Abril 3, 2011.

En la misma sala, en otra foto, dos mujeres –veintitantos– sostienen, la una con la izquierda y la otra con la derecha, un cartel blanco con letras negras y mayúsculas: VOLVER A LA GUERRA JAMÁS. La foto fue tomada en Bogotá en 2016, días después del plebiscito.

La exposición “El Testigo” está dividida en cuatro salas.

ELN

—Quería empezar por ahí. Uno no podría entender que alguien, al terminar de ver esta exposición, pueda querer seguir en la guerra…

—Y la estupidez de la guerrilla del ELN. Que con ese carro bomba lo que hizo fue ayudar a hacer trizas lo que algunos líderes de este país querían hacer con el proceso de paz con las Farc—. Responde Jesús Abad y se queda en silencio: afuera suena la banda marcial de la Presidencia, con sus tambores y trompetas—. La fuerza de muchas organizaciones sociales, jóvenes, muchas personas que en este país le hemos estado apostando a la vida. Estos días yo he estado aplanchado también y la gente me dice “hay que seguir caminando, tienes que ir para seguir contando lo que está pasando”. Pero yo por lo menos, cada vez, me siento más indefenso, más vulnerable.

—¿Ahora mismo? ¿Más que hace 10 o 15 años? — pregunto.

— Sí, claro. Porque es que, políticamente, este país muchos líderes lo tiraron hacia la extrema derecha, reunido con lo que está pasando en el continente. Es como cortarles las alas a esa esperanza que ha empezado a crecer en muchos rincones del país.

Silencio.

—Pensaba que había algo de asomo — intenta seguir Jesús pero el salón en el que estamos vuelve a quedar en silencio: un silencio largo, pesado; y los ojos de un fotógrafo se enlagunan, se acristalan, la sonrisa se marca con arrugas, pero son arrugas de silencio— de que el proceso de paz con ELN podía cerrar ese ciclo de las organizaciones subversivas. Porque yo creo que ese sí es el principio, el principio del fin: que se acabaran no solamente la guerrilla de las Farc sino la del ELN; que el Estado se comprometiera a combatir el paramilitarismo, que se comprometiera a educar a sus fuerzas armadas en el respeto de los Derechos Humanos. Que dejara de estar viendo enemigos en los líderes, de estar viendo enemigos en los sindicalistas, en los estudiantes. Pero lastimosamente todo ese esfuerzo de miles de personas que en Colombia le estamos apostando a esto…es que era el momento que estaba esperando esa extrema derecha. Querían hacer trizas el acuerdo de paz, querían hacer trizas la esperanza. El ELN con su acción lo que hizo fue darle combustible a la extrema derecha para seguir polarizando más a Colombia. Es vergonzoso.

Animales

¿Tú crees que a los dirigentes de este país, a Uribe, a Duque, a los Ministros les hace falta pasarse por esta exposición?

Yo creo que a ellos, responde Jesús y se sonríe, no solamente les hace falta pasarse por la exposición sino caminar más el país. Y no para hacer show mediáticos con helicópteros o escoltas. A la dirigencia de este país habría que mandarla siquiera un año o dos meses a vivir en el campo en una región apartada. Y ponerlos a producir la tierra. Y ponerlos a que entiendan lo que es producir plátano, yuca y no tener a quién venderle: porque cuesta más el flete que lo que les puedan pagar en un mercado por esa cosecha. En Colombia siempre hemos menospreciado lo que yo creo es lo más importante para el futuro de este país: respetar la naturaleza que nos queda, los ríos, los bosques. Faltan unos líderes políticos que en Colombia entiendan que la defensa de la vida no implica solamente la propia o la de los demás, sino el entorno que nos rodea.

Yo vengo de familia campesina ¿no cierto? En la exposición está mi mamá, mi papá y una hermana mayor de crianza: ahí están ellos con sus productos y con un perro. El dolor de la gente, cuando yo escucho sus historias, que les toca que abandonar lo que tienen, porque vivían tranquilos a orillas de un río y tienen que dejar sus animales, sus cultivos, salir desarraigados. Yo le pregunto a la gente de las ciudades: si ustedes tuvieran que irse, ¿ustedes se irían y abandonarían el perro, el gato?, ¿qué quisieran sacar? Perdón por ser tan difuso, dice Jesús, pero es que a este mundo llegamos acompañados de una naturaleza que no respetamos. En este camino nos acompañan esos animales.

Un campesino tiene tres, cuatro, diez vacas y a todas le pone nombres. El que tiene mil o dos mil ¡obviamente no las va a nombrar porque las tiene para producción! ¡El otro las tiene para subsistencia! Y tiene una vaca con un nombre, una mula, un caballo. Y es entender lo que significa eso para una familia campesina. Pues en mis fotografías tiene que estar eso. Es que ¿cómo no ver el dolor de la gente de dejar lo mínimo que tienen? Un pato, una gallina, un loro.

Mirá, desde hace muchos años hago charlas, porque yo hago mucho ese papel de contar historia de la gente que he conocido y que no le he perdido a veces el rastro. A gente que documenté en los 90 y después del 2000. Entonces el recuento es la posibilidad de contar historias para decirnos ¿Qué nos ha estado pasando? Para decir que la gente más afectada por la violencia es la que menos pierde la esperanza.

Negativos I

A ese hombre que está en la foto, dice Jesús, lo conocí vivo. Fue uno de los últimos concejales de la UP en Urabá. Se llamaba Bartolomé Cataño. Lo mataron en el 96. La Comunidad de Paz la fundaron en el 97. En el 2007 yo fui y busqué al hijo de Bartolo y a la esposa que se llama doña Margarita, ella es la esposa de Bartolo. ¿Usted sabe por qué se llama San José de Apartado? Ah, porque Bartolo y ella se conocieron en una fiesta en un corregimiento de Andes, en el suroeste antioqueño, que se llama San José. Y en ese corregimiento se enamoraron en los años 70. Bartolo era de la ANUC y se van para Urabá buscando tierras para colonizar. Y entonces le dice a su mujer: pongámosle a esto en memoria de donde tú y yo nos conocimos: San José. ¿A dónde pertenece?: a Apartadó. Bartolo fue concejal de la UP y en el 96 lo matan. En el 2007 me dijeron que la tumba existía pero que la familia había decidido no ponerle nombre a la tumba. Y yo dije: quiero ir a la tumba de Bartolo, yo lo había conocido a él en el 95. Y no le habían puesto nombre a la tumba para evitar que la profanaran. Que le pusieran una granada y terminaran de desaparecer la tumba. Y entonces la gente me dice ¿cómo así, eso pasa? Y les digo: claro, es que en este país pasa eso.

La exposición cuenta con 557 fotografías.

Técnica y estética (o ética y verdad)

—¿Cuál ha sido la intención detrás de tus fotografías? Está la intención de registrar, de informar, de conmover, ¿cuál ha sido la intención detrás de tus fotos?

— (Silencio largo) Es que la fotografía –o la memoria o la oralidad– tienen muchas funciones. Yo soy de los que dice que una imagen no vale más de mil palabras. Soy de los que dice que esas imágenes necesitan de muchas palabras. Es un ejercicio ético y estético y un compromiso con la verdad.

—¿Cuál es la relación entre la ética y la estética en tu trabajo?

—Es lo que te estoy diciendo. Lo que tú ves ahí es un ejercicio de ponerse al servicio de una sociedad. El periodismo nos tiene que ayudar a buscar esa verdad. Porque, aunque no hay una sola verdad, la verdad es como un espejo roto. Y nosotros tenemos que ayudar a juntar esos fragmentos. No para que nos miremos bajo un mismo rostro. Sino para entender que este país es pluriétnico y multicultural, y que hay muchas verdades. Hay una fotografía de fragmentos de un espejo tomado en una trinchera en Juradó, Chocó. Y así es la verdad y los periodistas no podemos estar alineados a un lado o a otro, tenemos que ayudar a entender todo esto. No solo para dejar una buena historia, sino para dejar una memoria que nos ponga a reflexionar. Y no que ponga a reflexionar solamente a los armados, sino también para poner a reflexionar a esta clase dirigente.

—¿Cuál es la relación entonces?

—La ética y la estética tienen que ir de la mano. Ahora, yo no voy pensando cuando voy a hacer fotografías, no voy pensando en la estética. Eso son cosas que uno ya lleva: son las formas de ver: como las formas de pintar, como las formas de narrar. Uno no nace aprendido, pero en la medida en que uno camina uno se tiene que ir convirtiendo en un mejor ser humano. El recurso mío no solamente es la fotografía.

—¿Cómo escoges tomar la foto en blanco y negro o a color?

—Tiene que ver mucho con esa estética…porque hacer esas fotografías del dolor, del duelo de las madres y lo que está viviendo…poner los muertos a color, pues no. Busca que aquí en esta exposición hay una sola foto de un muerto a color. En la sala de allá. Ahí está la foto, allá hay dos indígenas asesinados. Detállate esa que está a color. Mírala palmo a palmo.

Fotografías III y IV

La foto es vertical y a blanco y negro. Hay varios hombres de camuflado sobre una calle empinada. A lado y lado, casas de bloque de cemento. A lado y lado de la figura central de la foto, hay cuatro soldados del ejército, con fusil y rostro descubierto cada uno. Los cuatro soldados miran hacia el centro, hacia la figura central y vertical y en movimiento, con sus botas de caucho y también de camuflado. La figura, a la que no se le ve el rostro –lleva un pasamontañas puesto: ¿qué le impide a esa figura dejarse ver la cara?– señala con su brazo derecho, y en el brazo la mano y en la mano el dedo índice y medio, apuntando hacia el fondo. Hacia la izquierda de la fotografía, hacia un espacio que se escapa del encuadre de la foto. Fue tomada en octubre de 2002 en la Comuna 13 de Medellín. Ese mes, la ministra de Defensa era Marta Lucia Ramírez. Ese mes se llevó a cabo la Operación Orión.

En otra sala, junto a otra foto se lee: “La guerra a veces termina siendo un espectáculo”. El texto curatorial acompaña una foto en blanco y negro: cuatro soldados del Ejército posan junto a un helicóptero en tierra mientras otro soldado les toma una foto: parecen alegres. Tres muchachos observan la escena y a distancia. No se les ven las caras. La foto fue tomada el 8 de mayo de 2002, seis días después de la Masacre de Bojayá.

Dudas

¿Cómo puede parase uno frente a una fotografía que muestra el dolor y la muerte y la violencia y sentir que la foto aun así es bella? ¿Cómo puede el horror convertirse en arte y no dejar de ser, ni siquiera así, registro del horror? ¿Dónde está la delgada línea que separa al arte de la muerte? ¿Existe acaso una delgada línea? ¿Cuál es el papel del arte en medio de la guerra? ¿Y es acaso la fotografía periodística una expresión, otra más, del arte? ¿Cuál es la relación del periodismo con el arte? ¿Y cómo cambia esa relación en un país que no ha dejado nunca –nunca– de vivir en guerra? ¿Cómo pueden acaso el dolor o el llanto ser fuerzas transformadoras, impulsos para un cambio?

Memoria y dirigencia

Dice Jesús Abad que sería cínico si uno saliera de esta exposición y no se afectara. Es que la guerra no es un acto festivo, es un acto doloroso, dice. Yo nunca he salido a documentar este país con un ánimo de espectacularidad, con el ánimo de que al otro día me den primera plana. Por eso con lo de Bojayá, publiqué algunas fotografías en Cromos. Pero las fotografías más fuertes las guardé y la primera vez que lo saque fue tiempo después en una exposición. Era de lo que hablaba cuando hablaba de la fotografía como vehículo para generar memoria: la fotografía para generar reflexión, no para generar sed de venganza, dice él.

Y dice que muchas de las fotografías expuestas ahora no habían salido. Por eso la gente se las encuentra y dice “ah, no te conocíamos tal cosa”. Esa es la función de los espacios museográficos, dice. Yo desde antes de empezar a trabajar en un medio, ya estaba exponiendo. Toda la vida me la he pasado exponiendo, porque es una forma de enfrentarnos –no a una página de un periódico, no a una imagen que es noticia hoy y mañana no es– sino a un ejercicio de construcción de memoria, dice. Y la fotografía es eso: es un vehículo que nos permite enfrentarnos a un ejercicio de construcción de memoria.

Y dice que la fotografía nos permite hablar de una memoria que no hemos querido entender. Acabar la guerra en una sociedad como la nuestra no es solamente un problema de organizaciones armadas, dice. Es problema de una clase política que ha sido, para mí, la responsable de la violencia en Colombia. Nosotros queremos ver aquí al que se levanta en armas como el origen de la violencia. Pero el origen de la violencia está en la dirigencia política de este país que ha utilizado los recursos públicos como un botín. Ahí es donde está el origen.

Negativos II y III

De aquí te puedo hablar cantidades. Detallarte en esa foto, por ejemplo, a Dora Emilce García. Mira ¿qué dice la foto del papá que ella sostiene? Dice: Secretaría de Salud. Año 2005. Marzo. Esa niña, de cinco años, va con su padre a una cita médica al pueblo. Ahí están los paras: convivían con el Ejército y la Policía en el pueblo como pasó en muchos lugares del país. Y vinieron los paras y se le llevan a su papá y ella se queda con el carné de él en la mano. Estamos a 2019 y Dora Emilce no ha recuperado a su padre.

Jesús Abad Colorado ha retratado el conflicto colombiano por más de 25 años.

O esta mujer, señala Jesús hacia otra foto. Doña Virginia: el esposo de ella se llamaba Reinaldo Becerra. En el 2005 yo estoy haciendo un trabajo con Médicos sin Fronteras en La Gabarra y llega Virginia y nos dice: “ay, por favor, yo tuve que enterrar a mi esposo a 10 o 15 minutos del pueblo porque no me lo dejaron enterrar en el cementerio. Yo allá tengo una piedritas para que no se me olvide donde está enterrado. Pero si a mí me pasa algo, nadie va a saber dónde está él. ¿Ustedes me llevan?”. Con el conductor fuimos, y en el momento que esa mujer llega al lugar y clava la cruz, esa mujer se baña en llanto y entonces uno dice: ¡jueputa! Claro, está elaborando un poquito su duelo. Por fortuna, esta mujer está viva y por fortuna esta mujer sacó los restos de su esposo y lo pudo enterrar.

Fotografías V y VI

En el retrato el niño sale sonriendo. Como si le acabaran de contar el mejor de los chistes, justo antes de que el fotógrafo disparara. Se le ven todos los dientes. Unos dientes cuadrados y pequeños y enfilados. Enfilados como las balas que cuelgan, una a una, sobre el pecho del niño. Las balas son del tamaño de su cara, mucho más grandes que sus dientes. Mucho más largas que su risa. La foto fue tomada en julio del 2000 en el Sur del Bolívar. Se trata de un guerrillero de 16 años. Y en el texto se lee: “Lo estoy buscando y no lo encuentro. Espero que el proceso de paz con el ELN pueda continuar”.

Otra foto: solo se ven los dos últimos pisos de la edificación. En el primero, al menos cinco personas sostienen un cartel enorme que dice: “Ningún ejército defiende la paz”. La foto fue tomada en noviembre de 2002 en la Comuna 13.

Que repique la tambora que calle el Galil

¿Que cómo veo el papel del arte en todo esto? ¿En el tema de reconciliación? ¿El trabajo de Doris Salcedo y de otros artistas? Necesario. Yo lo veo necesario, responde Jesús. Le digo mucho a la gente: antes de ir a ver la obra de Doris Salcedo pasen por esta exposición para que entiendan por qué tenemos que pisar las armas. Ojalá con las armas del paramilitarismo y de todo lo que sea ilegal. No solamente hacer con esas armas una obra como la de Fragmentos, sino que también fundiéramos un piso que pudiera, por qué no, algún día estar en la Plaza de Bolívar frente al Congreso. Porque estamos construyendo esa paz y tenemos que pisar las armas.

Desde hace muchos años, en algunas de mis charlas, yo siempre he planteado algo y es: en la guerra sobreviven las armas. La vida de un guerrillero no importa, porque se reemplaza con otra persona. Pero un arma de alguien que muere pasa a manos de otro combatiente. Y recuerdo mucho una escena que vi alguna vez de una niña que estaba en la guerrilla y que limpiaba fusil –ella se burlaba de mí porque me había echado anti solar en la cara– y yo le dije que si estaba estrenando fusil y me dijo que no. Que en un combate con los Chulos, como la guerrilla llama al Ejército, habían perdido un compañero pero habían recuperado el fusil. Entonces le dije a ella: ah, entonces tú eres la segunda en el frente con ese fusil. Y el muchacho que iba con ella, me dijo: no, ya lo hemos recuperado dos veces. Y desde entonces siempre he entendido eso: que en la guerra sólo sobreviven las armas, el metal.

‘A la dirigencia política le da pena mirarse en el espejo roto de la violencia’: Jesús Abad Colorado

 

Negativos IV

Esta otra historia: Rosalba y Yeimy Alejandra. Abuela y nieta. Unidas a través de un rosario, el de Gloria Milena Aristizábal, la mama de Yeimy, la hija de Rosalba. En la foto están sacando los restos. Mira el hueco lo pequeñito que es. La asesinaron los paras. El cráneo está al pie del fémur. Y debajo del cráneo, cuando lo sacan, está el rosario. Y la abuela dice: el rosario que le di a mi hija, el rosario que llevaba mi mamá. Gloria Milena era madre de cuatro hijos que quedaron al cuidado de la abuela, doña Rosalba Aristizábal. El padre de los niños, José Alberto Franco, también había sido asesinado el 30 de agosto del 2000. A Gloria Milena la desaparecieron el 4 de mayo de 2001. La exhumación es en julio 3 del 2007. Mira la niña aquí en el 2011, a Yeimy. Acá están los cuatro hermanos: Yeimy, Edilson, Jairo y Alejandro. Y Yeimy luego está en embarazo: la historia del país repetida. Ahora Yeimy ya tiene un niño. Y cuando yo le pregunto a ella sobre la paz de Colombia ella me dice que no cree en la paz. ¿Por qué?, le pregunto. Y ella dice: temo que vuelva a pasar lo mismo. No hay derecho, hombre, dice Jesús volviendo del recuerdo, que con todo esto que está aquí, uno pueda decir que nada de esto nos importa. Es que no hay derecho cómo nos ha ido carcomiendo la guerra y algunos señores de la guerra, de izquierda o de derecha, quieran prolongarla. No hay derecho, hermano.

Punto ¿final?

La entrevista se termina. Jesús Abad Colorado sale de afán para un almuerzo con el Padre De Roux. Nos dice que cuadremos otra reunión, con más calma, para tomar las fotos y hacer el recorrido con tiempo. Ya va entrando el medio día y esta ciudad no ha sabido despejarse. Nada que sale el maldito sol de enero. Ya se va adentrando el medio día y la exposición, en el Claustro, está cada vez más llena.

Una guía está terminando su tour con varios extranjeros –rubios, rubias, pelirrojos– y les dice en inglés que si alguno está interesado en seguir aprendiendo de la historia de Colombia que con mucho gusto que a la orden. Que la propina es voluntaria. Al pie, junto a su sombrilla roja, una foto del presidente actual de la república con la banda presidencial cruzándole por el pecho.

Desde la esquina sur occidental del Claustro –balcón del segundo piso– y con la mirada puesta en los cerros, se alcanza a asomar una esquina de la Casa de Nariño. Solo la puntica. En toda la esquina hay una manga de viento –ese aparato que sirve para medir su dirección y fuerza. La manga se mueve. Sopla el viento y es en esta dirección.

***

La exposición “El Testigo” está expuesta en el Claustro de San Agustín, en la Carrera 8. No 7-21. Iba a estar expuesta hasta el 31 de diciembre del año pasado, pero ahora va hasta el mes de abril. Vayan por favor.