El mes de arte se viene para Bogotá. Hablamos con Tatiana Rais sobre sus propuestas para democratizar el arte en el país.
Tatiana Rais camina por Espacio Odeón como si fuera su casa, se mueve con comodidad entre sus escaleras de caracol y los restos de lo que solía ser el Cinema Odeón y más tarde el teatro Popular de Bogotá. Y es que Odeón encapsula lo que fue, lo que es y lo que será el arte y la cultura en la capital. El edificio de 1.500 metros cuadrados significa para muchos, un espacio para reflexionar, dialogar y relacionarse de manera crítica con temas actuales.
Desde las ventanas del tercer piso viendo el eje ambiental, Tatiana me cuenta que el río San Francisco pasaba por debajo del edificio de Espacio Odeón, “la humedad es terrible todavía”. Y es que el mismo río que dividía a los ricos de los pobres en Bogotá, terminó siendo un espacio de encuentro que vino acompañado de la recuperación del centro y sus espacios patrimoniales.
El centro, a fin de cuentas, es el corazón de Bogotá y su cuna de nacimiento. De los bienes declarados patrimonio, 43 % están en la Candelaria y a pesar de que solo 153 mil personas viven allí, la población itinerante supera el millón de personas diarias.
Con este espacio en mente, ¡Pacifista! se acercó a Odeón, para hablar con su directora, Tatiana Rais, acerca del arte, la cultura y lo que estos dos temas significan en Colombia en un periodo de transición.
¡Pacifista!: Estás en la escena cultural colombiana desde 2011 con la apertura de Espacio Odeón, es decir que has podido ver un periodo de transición alrededor de la paz, ¿cómo se ha reflejado esto en el arte y la cultura colombiana?
Tatiana Rais: He notado que hay una aproximación cada vez más grande del público hacia las artes y una apertura a participar en los procesos artísticos, sea como espectador o artistas. Aunque no hemos cambiado nuestra retórica como espacio hacia temas más allegados a la paz, fue evidente que en el momento en el que se empezó a hablar de paz y a hablar de posiciones encontradas, la programación empezó a confrontar al público con ciertas realidades que antes eran invisibles.
Para Odeón, el arte es una oportunidad para construir una paz realmente duradera. Esto lo digo porque permite que las personas se encuentren con experiencias diferentes a la propia.
Por ejemplo, tuvimos un performance de la artista Ana María Montenegro, donde leía cartas de amenazas de grupos paramilitares, decía nombres y profesiones de personas que fueron asesinadas por paramilitares. Esto fue un ejercicio desde una aproximación diferente a la que le dan los medios de comunicación cuando cuentan estos hitos, y permitió entender y relacionar al espectador para generar un impacto importante. Toda la gente quedó muy marcada.
¿El equipo de Odeón busca estar inmerso en temas alrededor de la paz?
Nosotras nos hemos ido volcando más hacia esa línea en los últimos cuatro años, en parte porque tuvimos un cambio de curadora. Ella tiene un interés más puntual hacia eso y el equipo de trabajo está más alineado con mostrar realidades del país. Muchos artistas están trabajando en obras que reflejan su mirada frente a lo que está pasando, más allá de trabajar con víctimas o victimarios.
En las últimas elecciones presidenciales, hicimos un ejercicio donde agentes del arte se paraban a contarle a la gente qué tipo de presidente querían para el país, esto inspirado en un poema noventero de Zoe Leonard, una fotógrafa estadounidense. Estos discursos se leyeron en espacio público. No buscábamos politizarnos, solo abrir espacios donde este tipo de discusiones fueran viables a partir de una sensibilidad artística.
Pero, ¿es posible no politizar el arte?
Hay una diferencia entre politizar el arte y el arte político porque uno puede politizar todo, que es lo que ha pasado en el último año y medio. Hay tanta polarización que todo lo que se hace puede ser politizado.
Por mucho tiempo nos quisimos mantener neutros y no tomar posición, pero este año a raíz de lo que ha pasado en Colombia y el tipo de exposiciones en Odeón, decidimos tener una posición más marcada, donde expresáramos nuestra inconformidad con lo que estaba pasando y cómo se estaban manejando las situaciones en Colombia. Por eso, por ejemplo, marchamos por los líderes sociales en la Plaza Bolívar, fuimos todos como equipo.
Sentimos que el rol de nuestro espacio era traer a la luz discusiones que no se han tenido y mostrarlas a través del arte.
Colombia es un país muy centralista y la mayor parte del arte y cultura pasa en la capital, ¿cómo llevar esto a otras partes de Colombia?
Es muy difícil para nosotros. En Odeón hacemos todo con las uñas, logrando año a año sacar la programación que tenemos, en este momento no nos queda ninguna posibilidad económica ni en equipo de trabajo para plantear algo contundente afuera. Para Odeón, plantear talleres y poner nuestro logo no tiene mucho sentido.
Sin embargo, si nos interesa estar involucrados con otro tipo de poblaciones y otro tipo de público al que hemos venido llegando. Esto es todo un proceso y tampoco funciona abrir un museo en un lugar apartado sin mirarlo antes, no se sabría si es el tipo de aproximación artística que necesitan o que les sirve.
¿El arte se tiene que acoplar a las regiones?
En el momento de plantear un proyecto no puede ser una “colonización a las regiones”, que es lo que termina pasando en muchos proyectos. El artista no puede llegar a imponer una visión en las comunidades en las que está trabajando, sino más bien a partir del diálogo ver como se puede generar una dinámica.
Se habla mucho de responsabilidad social y apoyo en las regiones, pero este discurso termina siendo muy vacío si es tan itinerante.
Uno puede llevar un proyecto a dar vueltas por todo Colombia, pero para tener un proyecto de impacto uno debe dialogar con comunidades y saber qué entienden ellos por arte. Es necesario entender la relación con el arte contemporáneo porque este tiende a ser bastante urbano.
¿Cómo dinamizar y ampliar la escena cultural en Bogotá para que llegue a más personas?
Nosotros tratamos que Odeón sea accesible a todos los públicos. Prácticamente todos los eventos que se hacen son gratuitos o algunos tienen aportes sugeridos. No queremos cerrarle la puerta a los que no puedan venir por el precio de una boletería o a una familia de cuatro donde el precio de una boleta —puede ser barata— se multiplica. Que nunca el costo de la entrada sea una barrera para entrar al arte.
Los eventos en espacio público funcionan muy bien porque invitan a las personas a acceder a eso que antes veían como algo lejano, que es el arte, las galerías o los espacios artísticos. Con la alcaldía hemos intentado traer desde niños hasta habitantes de la calle, comunidades indígenas o ancianos para que se apropien del espacio.
En Bogotá hay que eliminar la frontera entre norte, sur y centro, se debe hablar de toda la ciudad y ampliar todo el espectro de personas que vienen.
Hay nuevas iniciativas de cultura y arte en la ciudad, ¿qué hacer para ofrecer siempre la mejor calidad?
Es posible y a medida que se va profesionalizando el sector se ve mejor calidad. En términos de iluminación, sonido, logística, es decir la producción del evento. Acá falta mejorar el sector de entretenimiento para asegurar que las iniciativas tengan buena calidad, sino no van a poder seguir creciendo.
El tema en Colombia siempre es presupuestal, hay muy poco dinero para ese sector y no suelen pagar bien. La misma industria es muy precarizante. Las personas así no tengan dinero, suelen distribuir los recursos de la mejor manera y logran lo mejor que pueden, no se termina de cuajar.
A pesar de la falta de presupuesto, a pesar de que nadie se está ganando nada, a pesar de que es difícil sacar adelante, a pesar de que es difícil convocar, todas estas razones llevarían a pensar que es imposible emprender o llevar un proyecto cultural en Bogotá, pero aún así, la cantidad de propuestas artísticas es impresionante. Lo más importante es la iniciativa de crear.
¿Qué ha pasado en este edificio?
Abajo pasaba el río San Francisco, todos los sótanos de la avenida Jiménez les pasaba el río y tienen una humedad terrible. Era un cine que quemaron en el Bogotazo, en el 48, pero no lo incendiaron completamente. Después lo cogió el Teatro Popular y le construyó una segunda parte, duró hasta 1997. La entrada a la modernidad está representada en este edificio, que ha sido algo que también hemos intentado reflejar en la programación.
¿Qué viene para Odeón ahora?
En respuesta a la semana del arte y las ferias venimos siendo una opción alternativa. Esta vez elegimos algo que no fuera comercial, sino un evento que se aleja de lo comercial con proyectos interactivos, preformáticos y participativos para mostrar procesos artísticos y no mostrar lo de siempre que es el objeto.