Abstinencia, malos viajes e introspección: siete testimonios sobre drogarse en la cuarentena | ¡PACIFISTA!
Abstinencia, malos viajes e introspección: siete testimonios sobre drogarse en la cuarentena Montaje: Sebastián Leal
Leer

Abstinencia, malos viajes e introspección: siete testimonios sobre drogarse en la cuarentena

AdminPacifista - abril 16, 2020

Hablamos con varios consumidores regulares de sustancias psicoactivas. Sus experiencias consumiendo (o dejando de consumir) durante esta cuarentena han sido diversas.

Compartir

¿Cómo han hecho para conseguir marihuana?, preguntaba el otro día la actriz porno Amaranta Hank desde su cuenta en Twitter.

La pregunta tenía cerca de 600 respuestas.

Algunos se habían abastecido antes de la cuarentena, otros pregonaban el autocultivo y otros más decían que este era un buen tiempo para dejar de fumar (y cuidar los pulmones etc).

¿Cómo ha cambiado nuestra relación con las sustancias durante estos días de encierro?

Uno de los principales interrogantes durante estos intensos meses de propagación del virus ha sido cómo va a cambiar el sistema económico, pero la pregunta por las sustancias es análoga.

William Burroughs decía que la droga era la mercancía perfecta. Para un sistema que se anclaba en el consumo, no existía mejor producto que aquel que creaba a sus propios consumidores y los mantenía enganchados.

Esta pandemia no ha hecho sino volver más explícitos los múltiples cruces entre sustancias, economía, salud mental y nuevas formas de conciencia.

Hablamos con varios consumidores regulares de sustancias psicoactivas. Sus experiencias consumiendo (o dejando de consumir) durante esta cuarentena han sido diversas.

Aquí, siete testimonios sobre consumo y muchísimas preguntas que nos abre la pandemia y la cuarentena cuando de consumo (y de producción y circulación) se trata.

Paco*: ‘No planeo fumar hasta que acabe la cuarentena’.

Pues pez, el dealer que tengo sigue vendiendo a domicilio. Pero entonces lo que hice fue fumarme lo que me quedaba en los fines de semana, raspé la pipa, y ya ando en ceros. Y no planeo comprar, lo dejaré hasta que sea un acto de reencuentro.

Los vecinos me tienen fichadísimo, entonces también me da mamera que frieguen, mi mamá se enrrabona luego.

Así que no tengo y no compraré aunque el dealer siga en servicio

No se sabe hasta cuándo estaremos en estas, entonces por ahora no puedo asegurarle cuando retorne a la bareta. Pero, por lo menos, es el plan. Eso sí, si la logro, ese primer porro va a ser hermoso.

Solo para su investigación, el dealer está tomando pedidos de mínimo 150 mil en Semana Santa, mas 10 mil de domicilio.

 

Sergio: ‘Nuestro padres ahora riegan los hongos que cosechamos’

Nos gustaban los hongos como a casi todos, porque tienen una forma que resulta fácil de amar: el sombrero, la vida subterránea, esas ganas de aferrarse a la vida cuando todo está a punto de descomponerse.

Los compramos en una tienda virtual, a 70 mil pesos, un poco por el placer de verlos crecer en tiempos en los que todo quiere morir y porque sabíamos que en caso de que la cuarentena se extendiera podrían convertirse en una puerta sostenible para recuperar el asombro por la vida simple y cotidiana.

No somos consumidores habituales de sustancias alucinógenas pero pensamos que su nombre (Golden Teacher) solo le podía pertenecer a una planta poderosa. Y nos gustan las plantas poderosas. Además, porque tener una de esas plantas en la casa, así sea de manera embriornaria, así no se tenga la intención de consumirla, es como tener de huésped al propio maestro.

Uno se riega en atenciones ante el que posee el conocimiento que a uno le falta. Y por eso los regábamos en la mañana y en la tarde y en la noche. Cada dos horas los mirábamos a través de la bolsa que les servía de cubierta para retener la humedad. A pesar de las sugerencias, les echábamos tanta agua que seguro las esporas se sentían ahogadas y no podían fructificar. Abríamos la bolsa cada tanto, los cambiábamos de ventana para que les llegara más sol. Toda nuestra ansiedad puesta al servicio de la esperanza de verlos crecer. A los 8 días, no había salido ni un botoncito.

A veces llegábamos a creer que nos habían estafado o que los profesores dorados no querían crecer en nuestras manos indignas. Hasta que el día décimo vimos salir un botón café y luego el otro y otro y la alegría de ese día fue grande.

Su actividad se hizo frenética y, como si hubieran conocido nuestra tristeza anterior, en apenas dos días alcanzaron un tamaño considerable. Los queríamos comer todos pero empezamos de a poquitos, como principiantes que somos, comiéndonos los más pequeños porque pensábamos que eran los menos activos. Resultó ser al revés. Según el micólogo Paul Stamets, los hongos más jóvenes suelen ser los más poderosos.

Y así, después de consumir cuatro miniaturas de sombrero en ayunas, esperando el almuerzo frente a nuestros padres, antes de que todo pasara al estado líquido de la disolución de las formas, estalló una dicha en el centro de la garganta en forma de una salivación excesiva que bajaba gota a gota hasta el plexo solar y allí se quedaba formando un estanque de éxtasis en el pecho. Somos abundantes, pensamos entonces. La energía viajaba por el cuerpo en corrientazos súbitos, sin descanso; fue tanta la inmensidad que traían esos pequeños sombreros que apenas pudimos dormir aquella noche. Y la siguiente, lo mismo.

Nuestros padres nos vieron más contentos, más dispuestos, con más ganas de compartir en familia. Nos preguntaron que para qué eran los champiñones y les dijimos la verdad. Ante la cruda sinceridad, hicieron una mueca digna pero respetuosa. Ahora estamos cercanos a la segunda cosecha y la alegría en casa no es solo de nosotros sino también de nuestros padres, que ahora los riegan antes de que nosotros nos levantemos de la cama.

 

Antonieta: ‘La marihuana, que siempre piloteo, no me ha sentado bien’.

La cuarentena arrancó y yo pensé que esta sería la oportunidad perfecta para estar en sobriedad absoluta durante un tiempo. Pasados los días me di cuenta de que no me gustaba estar en sobriedad en lo más mínimo. El problema: no me acompañaba ninguna de mis sustancias predilectas. Entonces opté por pedirle a mi mejor amigo que me regalara un poco de su bareta. Él empacó un moño en una caja de buscapina sellada y le metió un encendedor adentro para que hiciera alguito de peso y me mando eso con un Rappi.

Desde ahí arranqué a fumar y no me cayó tan bien. No sé si es el encierro o el hecho de no estar cumpliendo con ese propósito inicial, con esa restricción que me hice a mí misma.

He tirado metafísica al respecto: dentro de la tabla periódica de sustancias, por decirle de alguna manera, hay unas sustancias que tienen una vibración mas elevada que otras. Eso no les da ninguna connotación positiva (o negativa), sino simplemente quiere decir que hay unas drogas que elevan y otras que enraízan. La marihuana es la droga que más enraíza. Ahora, justamente, yo me siento muy enraizada: en mi casa, en mi cuarto, en mis libros. Y fumar marihuana me enraíza todavía más. Y creo que eso no me ha funcionado: he sentido un poco de confusión cuando fumo. Yo nunca había sufrido un mal viaje. De hecho la marihuana era la droga que mas piloteaba. Pero ahora no me eleva.

Creo (para seguir con la metafísica) que eso es lo que necesitamos en este momento: otras alternativas mentales. Otros viajes para salir de casa a través de los libros, de la escritura, de las películas…y en mi caso el efecto del porro fue contrario al de costumbre. Empezó a anclarme a esta situación específica, a la cuarentena, al Covid-19. Entonces, después de experimentar un par de veces con la combinación de porro y cuarentena, decidí cortar por lo sano.

 

Danilo: ‘En mi conjunto se han llevado gente por fumar bareta’.

En mi caso, la marihuana ha sido una buena compañía. Creo que me ha ayudado a pasar la cuarentena de la mejor manera. No he sentido abstinencia ni por la ganja ni por el licor.

Ahora mismo hay escasez y los precios han subido un huevo. También estoy preocupado por los efectos del virus en los consumidores. Todo esto me ha hecho cuestionar mi adicción. Como decía un amigo estos días: “Si no podemos parar en medio de un virus entonces qué putas nos pasa”. Sin embargo empiezo a pensar que, para mí, la bareta es más un estilo de vida que una adicción.

Y de nuevo: ¿hasta dónde llega la libertad de uno? ¿de verdad existe? Los tombos han entrado al conjunto y se han llevado marihuanos y a gente que estaba fumando cigarro y por ahí. Lo de la propiedad horizontal es un tema interesante. He pensado “jueputa, es mi libertad, si no puedo fumar en mi conjunto ¿dónde puedo fumar entonces? ¿No hay espacio en Colombia para que uno sea consumidor? ¿Hay garantías?”. Y la respuesta ha sido que no.

Me pregunto por las personas que son adictas a cosas más fuertes y cómo se están abasteciendo. ¿Cómo hacen?

En mi casa no puedo fumar tranquilamente por mi familia. Ni mi mamá y ni mi hermana toleran el olor a bareta. Y el mío es un apartacho pequeño. Acá todos saben que fumo. Pero no les gusta nada. Entonces me ha tocado encaletarme un resto para fumar. Los vecinos se quejan. Estoy temeroso de que me manden a la tomba. Salir a fumar es un video. Tiene uno que estar pendiente de los policías y el riesgo es doble.

He recurrido a tres métodos: fumar con pipa por la ventana. El problema con esto son los vecinos y que el olor se mete. (Igual me toca valerme de un trapito para botar el humo a través del trapo).

La otra manera es salir al parque del conjunto. Este método tiene la ventaja de que los tombos no suelen entrar al conjunto. Pero los celadores y la gente jamás lo van a mirar con buenos ojos. De hecho, se han metido los policías y se han llevado gente. Entonces evito este método.

La tercera opción es salir al parque con mi perrita. Pero de nuevo está el pánico de que lleguen los tombos en cualquier momento. También me da vaina incomodar a los otros paseadores de perros. Y la idea de contagiarme del virus es aterradora.

En conclusión, todo ha sido una mierda. Antes lo era, pero durante esta cuarentena se puso más mierda. Yo sé que estoy violando la ley todo el tiempo. Pero no queda claro si existe un lugar para que el libre desarrollo de la personalidad que permita la libre drogadicción.

Ahora mismo me voy a encontrar con el dealer, como a unas 10 cuadras de mi casa. Me va a tocar irme en cicla. Es mi segundo abastecimiento durante la cuarentena.

 

Marcela: ‘Tomé MDMA y no sentí la misma intensidad que usualmente experimento’

Hace unos días le escribí a mi dealer. Pensamos que no iba a responder, que es muy riesgoso andar en Bogotá repartiendo drogas a la gente… Pero me respondió casi de inmediato. Yo quería meterme una pepa. Hace mucho no metía MDMA. Últimamente siempre estaba metiendo pepas pero mi dealer no tenía (cosa rara porque él siempre tiene). Y me dijo que tenía un MDMA y un porro increíble. Entonces dije “deli MD y porro”, pero él me dijo que el porro estaba caro: el gramo estaba a más de 100 mil pesos, una cosa ridícula. Decidimos irnos sólo con el MD.

En casa éramos cuatro y el parche fue una vaina muy de tíos, una plan súper charlado. Empezamos a hablar de cosas intelectualoides, del mundo del arte, etc. Y yo nada que sentía nada. De pronto empecé a sentir algo, pero el efecto era súper suave. A mi me encanta el md y las pepas porque me gusta mucho esa empatía llevada al límite. Pero en este caso la sentí distinta a la sensación que muchas veces es como una rasca de amor. Yo no sé si la música y el ambiente… el hecho de que haya mas personas…el ruido incluso de la ciudad hace que las experiencias con las drogas sea mas fuerte.

Fue hermoso igual y evidentemente estaba drogada (la fiesta me duro hasta el otro día como a las nueve de la mañana), pero no fue con la intensidad que usualmente experimento las drogas. Fue bello. Fue una pausa importante para salirse de uno mismo un poco, pensar en otra cosa y entenderse dentro de ese contexto.

Ahorita estoy compartiendo casa con otras dos personas entonces, para mí, se trataba de entender esa convivencia. Pero lo que te digo: fue menos intenso de lo que estoy a acostumbrada y no es que hubiéramos metido poquito, nos bajamos toda la bolsa esa noche.

 

Garcilaso: ‘Tuve un viaje de ácido difícil de digerir’.

Hace una semana me comí un cartoncito de LSD. Ya había terminado el trabajo del día, quería hacer algo diferente y sin pensarlo me comí un cuadro de medio paisaje que tenía hace meses guardado en medio de un libro de Hesse. Fue un viaje difícil de digerir. Era la primera vez que lo hacía sin amigos. Al inicio llenarme de preguntas me dejó una sensación de tristeza. Fue abrumador tratar de entender todo el presente en un día tan introspectivo.

 

Marcela (de nuevo): ‘En este momento necesitamos dirigir la empatía hacia nosotros mismos’

Me quedé pensando en tú pregunta y ¿sabes qué siento también? Que quizás en este momento, de pronto, la empatía llevada al límite uno la necesita dirigir hacia uno mismo. Y de pronto por eso no se siente tan intensa desde fuera la sensación, sino que es una cosa como más…como un arrullo. En este momento en que todo el mundo es “aprovechemos el tiempo”, “hagamos ocho mil tutoriales” “cocinemos enemil recetas”, “hagamos 65 meditaciones” pues de pronto no. De pronto a uno le alcanza el tiempo para arreglar la casa, cocinar, de pronto ver una película o leer un libro y ya.

La concentración me ha resultado muy difícil. De pronto es un momento mas empático que hay que llevar hacia uno mismo y no tanto hacia fuera. De pronto por eso lo sentimos menos, Todas esas estimulaciones de las drogas reciben muchas estimulaciones de afuera (aunque claro, también hacia adentro y uno tienen un montón de reflexiones) pero ahorita sentí la experiencia más volcada hacia mí. ¿Se entiende?

 

Sandra: ‘La pandemia nos tiene que hacer replantear todo el tema de política de drogas’.

Para mí ha sido maravilloso. Siento que cuando fumo es un momento de parar. Fumo cuando me quiero alejar de la realidad pandémica que hay afuera de mi casa…y en mi casa también…y metida en mi cabeza todo el tiempo. Entonces uso la bareta para desconectarme. Y me sirve para concentrarme en mí: para oír música, estar tranquila, de verdad para parar.

Yo usualmente no fumo sola. Entonces esta experiencia ha sido chévere, porque me permito hablar conmigo. Y eso me gusta. Me ayuda a encontrarme sola, a tener mi propio espacio. Es como una isla entre tanto mierdero.

Siento que ahorita la vida está más a mil que antes. Todo está pasando rápido. Quizás porque ahora (durante la cuarentena) vamos a la velocidad de las redes sociales y siento que no hay descanso en ningún instante. Entonces fumar me ha servido para eso: para parar. Y me ayuda a ver toda la pandemia, pero no desde la crisis sino para darme el lujo de pensarla. Normalmente la he sufrido y cuando la pienso, la pandemia, lo hago desde el lado mierda: “la gente la está pasando mal” y cuando fumo me ayuda a pensar, a echar mierda en la cabeza y pensar en los impactos.

El pensamiento de “estoy en medio de una pandemia” lo tengo todo el tiempo atravesado y siento que ese pensamiento, que está ahí, me agota sin que me dé cuenta. Y cuando fumo lo veo. Y lo acepto y calmo la cabeza. La pensadera sigue, claro, quizás incluso con el mismo ritmo de cuando no estoy trabada, pero puedo verla.

Es necesaria. Indispensable. Y así como la pandemia nos está haciendo replantear el modelo económico, el acceso al servicio de salud, también nos tiene que hacer replantear todo el tema de la política de drogas. ¿Por qué la gente esta recurriendo a las sustancias, digamos, en estos momentos? ¿Qué vacíos hay en temas de salud mental por parte del Estado? Y no hay que ver las sustancias en el sentido de llenar un vacío, sino que son una herramienta que le permiten a la gente encontrar tranquilidad. O incluso ayuda a ver las ansiedades.

Las drogas no son sólo buenas porque nos den tranquilidad en determinado momento, sino que también sirven para que tengamos una sensibilidad distinta a todo lo que está pasando, que nos ayudan a mostrar nuestras propias ansiedades. Y nos ayudan a reaccionar de una forma distinta. A pensar en nuestra salud mental. Pensar en las cosas que consumimos. No sé, me parece que son como un espejo.

 

*Los nombres han sido cambiados.