El autor de 'El guerrillero Invisible' asegura que el ELN aún no está lo suficientemente cohesionado para discutir la idea de un país diferente.
Por Andrés Páramo
Del ELN, la llamada “segunda guerrilla más grande del país”, se sabe más bien poco. Herméticos y excesivamente dogmáticos como nos acostumbraron a verlos, toca tomarse un tiempo prudente de estudio para saber por qué el Gobierno colombiano se sentó hace dos años a dialogar con ellos en la búsqueda de una paz negociada. Si bien muchos colombianos los consideran un plato de segunda mano, el ELN a sí mismo se tiene en una estima alta: su presencia en una mesa de conversaciones es paralela a la de las Farc, no subsidiaria, y su discusión parte de una base distinta: para ellos esto tiene que ser una charla del país, en la que la sociedad tenga una participación extendida y contundente.
Entenderlos implica irse a sus orígenes. O, como bien lo afirma el profesor Víctor de Currea (¿Por qué negociar con el ELN?, 2014), saber que su lucha está inspirada en corrientes distintas: el marxismo, la Revolución Cubana, la Teoría de la Liberación, cosa que les da, dice de Currea, “para moverse desde el idealismo más puro hasta el dogma más brutal, pero con problemas para hacer una parada en la estación del pragmatismo. No en vano, alguien decía que el ELN enreda hasta un aplauso”.
Dos años y dos meses de fase exploratoria entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y esta guerrilla tienen hoy un resultado que, aunque promisorio (y dejando de un lado los importantes gestos de buena voluntad), luce bastante vago: seguirán los diálogos en Quito, Ecuador, con el respaldo del presidente Lenín Moreno. Hay voluntad de ambas partes (Juan Camilo Restrepo, del Gobierno, y ‘Pablo Beltrán’, del ELN, dieron marcha en sus discursos); y son seis los puntos de la agenda: “participación de la sociedad”, “democracia para la paz”, “transformaciones para la paz”, “víctimas”, “fin del conflicto” e “implementación”.
Pocas son las personas que conocen la médula de esta guerrilla como para hacer algún vaticinio sobre el proceso que pretende acabar, por la vía pacífica, 52 años de guerra continua. Walter J. Broderick (Australia, 1935) es un escritor que el país reconoce como experto en varios terrenos: la obra de Samuel Beckett, el teatro de William Shakespeare, la aparentemente inexpugnable novela Ulises de James Joyce, y el origen, el auge y el declive del ELN.
Su primer libro sobre la guerrilla lo publicó en Nueva York, en 1975: Camilo Torres: A Biography of the Priest-Guerrillo (Camilo Torres, el cura guerrillero, en su traducción al español). Y en el año 2000 apareció su segundo título: El guerrillero invisible, una exhaustiva biografía de Manuel Pérez –comandante de la organización guerrillera hasta el año de su muerte en 1998. Fue esa la oportunidad para que Broderick conociera a todos los comandantes del Ejército de Liberación Nacional (a excepción de Gabino), y para entender, con un pesimismo que le es innegable, que dicha guerrilla no está lo suficientemente cohesionada y madura para discutir sobre un país diferente o llegar a un acuerdo relativamente próximo.
Ha pasado mucho tiempo, por eso lo primero que él dice antes de responder esta entrevista es que no tiene datos actuales sobre el ELN y que sabe “lo que todo el mundo sabe”. Pero no es cierto. Sabe más que eso, mucho más.
Acá lo tienen.
Joe, ¿cómo ves al ELN de hoy? ¿Qué diferencia hay con el que tú dejaste de estudiar hace 17 años?
Hace poco, me invitaron a un panel en la Universidad Jorge Tadeo Lozano en el que habló Luis Celis, quien trabajó mucho tiempo con León Valencia en la Corporación Nuevo Arco Iris. Él sí tiene mucha información sobre la actualidad del ELN y confirmó lo que yo he sentido: que está muy dividido dentro de la dirigencia, cosa que es notoria. Antonio García, a quien yo conocí, un militarista de la línea dura, estuvo en todas las conversaciones preliminares y en la firma del documento, ese documento nebuloso, inasible, que da el paso para las conversaciones públicas. Primero está eso: de negociación no hablan, sino de conversación, a diferencia de las Farc. Terminaron la conversación para seguir conversando, no negociando de forma pragmática. Segundo, García desapareció de la mesa y tengo entendido que está en desacuerdo con ella. Y tercero: atentados como la bomba que pusieron acá en el barrio (La Macarena, de Bogotá) dan la impresión de ser intencionales para sabotear la mesa. Y lo hacen porque no obedecen a una orden central.
¿No será esa una forma de presionar las negociaciones, de hacerse sentir militarmente para hacerse oír políticamente?
Creo que dan más la impresión de obstaculizar.
Insisto: ¿el ELN de hoy es diferente al que tú conociste?
Son los mismos con los que yo hablé. Ese también es parte del problema. Son un grupo de personas que llevan mucho tiempo ahí, con el título de Comando Central, Coce, pero que no comandan. Me explicó Carlos Arturo Velandia que la organización es muy democrática: “el Coce no da órdenes sino orientaciones”, me dijo, y desde los tiempos en que estaba León Valencia en la organización, el cura Pérez introdujo la democracia y, por eso, ninguna decisión se toma si no hay consenso entre todos. Por eso todo va muy lentamente. Encima de todo, cuando los cinco miembros del Coce llegan a un consenso, hay que consultar con todas las bases, las estructuras y los frentes. Eso se hace interminable. Hace que sea casi imposible llegar a una decisión real.
Digamos que el ELN llegara al gobierno nacional. ¿Qué país quiere? ¿Qué tipo de sociedad construiría?
Aunque la hipótesis es impensable, un amigo me dijo hace muchos años que si tú le quitas las armas a las Farc quedan ahí los comunistas. Quiero decir, ellos son comunistas armados. Si le quitas las armas al ELN, ¿qué queda? Eso no se sabe con certeza. No se siente que ellos tengan una visión cohesionada de país. Están en contra de una serie de cosas, pero pues yo no sé qué harían a la hora de ejecutar un plan de gobierno. Lo mismo sentí con el M-19 en su momento. Bateman y compañía tenían la vaina de la democracia, de que triunfara la verdadera democracia y no la espuria y seudo democracia que teníamos, pero, en concreto, no hay una respuesta a cómo se realiza eso, o qué forma tomaría. No fue claro con el M-19 y para mí no es claro con el ELN.
En una entrevista decías que alias Gabino era el más lúcido de los comandantes…
El más pragmático.
El más pragmático, eso. ¿Él no podría dar de manera rápida esa visión de un país modelado por el ELN?
No. Él diría que sí: que un país más justo y muchas otras palabras vagas. Ellos hablan en una terminología muy general, no muy concreta. Lo que pienso de él es que tiene un pragmatismo natural como campesino. Los otros son intelectuales, entre comillas: gente que ha pasado por una universidad. Es una organización supuestamente campesina, de revolución rural, etcétera, pero en el fondo siempre ha sido dirigida por pequeños burgueses, estudiantes medio profesionales. Los campesinos nunca han tenido realmente voz y voto. Aunque Gabino nominalmente se convirtió en el jefe después de la muerte del cura Pérez, a él no lo dejan hablar mucho. Y cuando habla, además, ya no es el mismo de antes, sino más como los otros, los curas, los líderes pequeño burgueses. Habla como cura, Gabino.
¿El ELN sigue teniendo ese apego por la religión católica que tuvo en su origen?
Si tú hablas con Antonio García, con Beltrán, dirían que no son religiosos. No creo que se consideren religiosos, pero hay una especie de mística de tipo religioso que existe en ellos, que se nota en su dogmatismo. Tienen la verdad. Además, son herederos de la Revolución Cubana, la revolución romántica, heroica, acompañada de los valores de entrega, persistencia, integridad, de no mirar atrás, del sacrificio… Todos esos valores ponderan mucho entre ellos. En cambio, me parece que sus fuertes no son ni el pragmatismo político, ni el manejo político.
Las Farc, en cambio, siempre fueron políticas. Aparte de ser un experto como muy pocos en la guerra de guerrillas, Manuel Marulanda era astuto en el manejo político, tanto que tuvo muchos gobiernos en jaque durante décadas. Creo que él hubiera encabezado ese movimiento de diálogo con el Estado. Incluso, lo hizo con Pastrana y lo tuvo por las huevas durante cuatro años. Hace unos años, de hecho, Marulanda envió una carta a los generales, diciéndoles que por qué no negociaban entre ellos, entre los que estaban en la guerra. Y la realidad le dio la razón: los generales fueron a La Habana, no solo los escogidos por Santos, sino los que estaban en ejercicio, para buscar los términos de la dejación de armas.
Te noto muy pesimista, pero los diálogos siguen. ¿Por qué crees que pasa eso? ¿Pura inercia política?
No tenemos mucha información sobre los diálogos. Están en segunda etapa, en Quito, buscando las formas de implementar un diálogo. Es decir: un diálogo para buscar un diálogo. Lo que hay hasta ahora es tan amorfo y poco inteligible que no se puede analizar bien. Como la cosa esa de involucrar la sociedad civil y el pueblo colombiano en las conversaciones. Eso es tan difícil de comprender como de realizar.
¿Pero ellos no tienen sectores sociales que los apoyan?
Sí. Incluso un muchacho de las Farc que estuvo aquí el otro día me dijo que ellos tienen trabajo político en muchas partes del país, organizaciones educando políticamente a la gente, más que las Farc, incluso, cosa que me pareció bien.
Cambio Radical, es decir una eventual y muy probable presidencia de Germán Vargas Lleras, dijo que no estaría dispuesto a seguir con esta mesa de negociaciones. ¿Será que está destinada al fracaso?
Yo espero que no, yo espero que sea fructífera. Lo que pasa es que no veo cómo. Básicamente, porque entiendo que el ELN está dividido. Si está dividido y el Comando Central no comanda, ¿cómo puede llegar esto a buen puerto? El ELN es una serie de frentes: unos piensan una cosa, otros, otra.
Lo mismo se decía de las Farc…
Ellos tuvieron su disidencia, pero como una cosa adjetiva, no fundamental. Con el ELN, que no son tantos, hay divisiones que dan la impresión de ser muy graves, muy tajantes. Es muy difícil ver cómo algo puede resultar de eso. De pronto un grupo podría llegar a unos acuerdos con el gobierno. Pero los otros, no.
Si usted fuera presidente, ¿qué haría con el ELN?
Yo entendí que Juan Manuel Santos estaba molesto con el documento que su representante Frank Pearl firmó con ellos, por lo nebuloso. Pero como es lo único que hay, es mejor que nada. Mostró en últimas que tres años de conversaciones sirvieron para algo. A este gobierno le interesa mostrar que hay voluntad de conseguir una negociación parecida a la conseguida con las Farc.
Hay otra cosa que alguien me hizo caer en cuenta: que cuando van a la mesa de conversación cada miembro del Comando está representando a la organización, pero sobre todo a sí mismo. Ellos son muy viejos, es natural que piensen “qué hay para mí”. Uno de ellos, el gordo Vargas, tiene más de 70; Gabino, más de 60; García, también; Beltrán, también. Eso pesa también, porque somos así: uno piensa en su vida, en lo que puede ser el final. Creo que la vida no les ofrece nada a esos señores después de renunciar a la comandancia o seudo comandancia de una organización que de todas formas ha sido su vida.
¿Y de las Farc no se podía decir lo mismo?
Ellos no son tan viejos, la comandancia es una nueva generación. Timochenko no es joven, pero es un nuevo líder, y un hombre muy vital todavía. Los otros, los del ELN, son ancianos y no se han movido, no se ha regenerado el movimiento.
¿Qué se puede hacer con ellos, entonces?
Yo supongo que la resistencia es un símbolo. Ven un valor en seguir resistiendo y mostrándose como la oposición frontal al sistema, al imperio, a todo. Deben saber que no es tan fácil eliminarlos en las condiciones selváticas, y siempre reclutan gente, jóvenes campesinos.
¿Podrían durar por años en esa guerra-resistencia?
Sí.
¿Qué se puede hacer con ellos, entonces?
Yo no creo que el Estado vea al ELN como un gran problema. Es un problema periférico, de las zonas donde están activos, donde extorsionan y secuestran, donde tienen cierto poder: Amazonas, Arauca, Chocó, Cauca. Pero para el conjunto de la sociedad colombiana, el ELN es un problemita menor comparado con los grandes problemas, con el hambre, la inseguridad, la desigualdad, los problemas de la clase media. Yo creo que el ELN es un problemita ahí al lado. Incluso puede ser que no terminen derrotados, sino algo peor: siendo irrelevantes. Es un problema de las periferias en una sociedad centralizada.
Los gobiernos de Colombia tendrán incluso cosas de seguridad más importantes que atender: el narcotráfico, por ejemplo, las llamadas Bacrim, que son grupos reorganizados de paramilitares. El ELN no es uno de esos problemas.