Daniel Duque llamó a la sociedad civil colombiana a despertar, y dijo que los ciudadanos indignados "llegamos para quedarnos".
El martes 29 de noviembre, de las más de cincuenta intervenciones ocurridas durante la aprobación en el Senado de los nuevos acuerdo de paz, un discurso llamó la atención de los asistentes. Daniel Duque, el representante de los jóvenes que apoyaron el Sí a los acuerdos, le recordó a los congresistas que la sociedad civil colombiana despertó después del 2 de octubre y que los jóvenes activaron una movilización que busca pasar la página de la guerra. Este fue el regaño del líder del SÍ a los congresistas y el urgente llamado que le hizo a la sociedad vivil colombiana.
Honorables Congresistas:
Este no es un debate cualquiera. Hoy estamos ante el debate más importantes de las últimas décadas. De ustedes dependerá que las Farc entreguen o no las armas.
Mi nombre es Daniel Duque, vengo desde Medellín, una ciudad donde el pasado 2 de octubre, ganó el No de manera categórica. Yo hice campaña por el Sí, porque creía que era la mejor opción para el país. Logramos convocar jóvenes de todo el país alrededor de un propósito común. Perdimos, y fue quizás la peor tusa de mi vida. Estaba convencido de que ganaríamos, creía como buen joven ingenuo que ya íbamos a poder comenzar a preocuparnos por la implementación de los acuerdos. Sin embargo, comprendí que el No —que ganó por un muy estrecho margen— también quería la paz. Entendí entonces que teníamos que buscar juntar al país alrededor de el tal Consenso Nacional del que ustedes, los políticos, hablaban en los programas radiales de la mañana.
El Gobierno y las Farc asumieron una posición bastante sensata. No se pararon de la mesa. La sociedad civil, y especialmente los jóvenes, nos tomamos las calles de todo el país con tres premisas claves: #AcuerdoYA, cese bilateral hasta que se llegara a un nuevo acuerdo y mantener a las víctimas en el centro del acuerdo. Hubo conversaciones con los promotores del No, se llevaron propuestas a La Habana, y finalmente se logró una serie de modificaciones que incluían a más colombianos.
Sin embargo, el tal Consenso Nacional no se logró. Algunos de los aquí sentados mantienen una posición inflexible frente al Nuevo Acuerdo, a pesar de que el 80% de sus propuestas fueron tenidas en cuenta. Sabía que era difícil. No se pueden conciliar todos los intereses, pues muchas veces son contradictorios. El sueño que como joven tengo de haber visto a todo un país de acuerdo en parar la muerte, no ha sido más que una utopía, pero sé que toda mi generación, la generación de la paz, seguirá trabajando para lograrlo. Independientemente de nuestras posturas políticas.
Por eso hoy es muy importante aprobar este nuevo acuerdo, más que nunca. En lo corrido del año llevamos más de 60 líderes asesinados, quince de ellos asesinados en las últimas dos semanas. ¿Su pecado? Respaldar el proceso de paz y ser de izquierda, campesinos y líderes movilizadores. Al menos eso decían varios de los panfletos que los condenaban a muerte y que estaban firmados por grupos paramilitares. Se hace muy importante la aprobación de este acuerdo para empezar la implementación del mismo y activar, por ejemplo, los protocolos de seguridad a aquellas personas que pretendemos participar en política y tenemos cierto grado de vulnerabilidad por las posturas que públicamente hemos defendido. Pero no sólo por esto. El acuerdo también es necesario por tener un nuevo campo, que se convierta en oportunidades para nuestros campesinos y no en miseria, que nos permita devolverle a los despojados lo que les pertenece, para producir comida para todos los colombianos y lograr la soberanía alimentaria, ampliar el margen de participación política de nuestro país que en términos generales no se siente a gusto con los partidos existentes, llevar Estado y mercado a las regiones abandonadas, atacar de manera integral el problema de las drogas y abrazar a las víctimas a través de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. Señores y señoras congresistas, deben ustedes estar hoy a la altura de lo que el país necesita. Ustedes serán alabados o condenados por la historia, no pasarán desapercibidos. Nosotros, la sociedad civil, estamos hoy aquí, adentro y afuera del Congreso, desde los televisores, desde todos los rincones del país, ejerciendo control ciudadano sobre ustedes, como debe ser. Los llamaremos a rendir cuentas y nos tendrán que responder, o la historia los juzgará.
Tengo 24 años, y los últimos 20 —los únicos que puedo recordar—, he visto debates presidenciales que han girado en torno a las Farc. Cómo acabar con ellos, si con ofensiva militar, o mediante una salida negociada. Me niego a pensar que la próxima contienda electoral gire de nuevo sobre lo mismo. Ya es hora de hablar de los problemas de la gente que hemos aplazado por culpa de la guerra: cómo erradicar la pobreza extrema, cómo cerrar la brecha de uno de los países más desiguales del planeta, cómo atacar la corrupción de un país que pierde billones de pesos al año de cuenta de desfalcos, cómo mejorar la educación de un país donde la principal universidad pública se está cayendo, cómo mejorar la salud de un Estado con hospitales quebrados. Eso, congresistas, es lo que debemos ahora empezar a debatir. Y es por eso que se hace más que necesario terminar el problema de la guerra y concentrarnos en otros problemas de fondo. Serán ustedes los responsables directos de mantener o terminar el conflicto armado de una vez por todas.
Pero para esto tenemos nosotros, los ciudadanos del común, que participar más activamente en los temas públicos. Entre los muchos problemas que tiene Colombia —la guerra, la corrupción, la desigualdad…—, hay uno que me preocupa especialmente: la indiferencia. Una muerte pareciera no importarnos ya mucho. En las noticias, una muerte y un gol de James tienen hoy la misma relevancia. En mi ciudad, Medellín, tenemos hoy uno de los peores aires de Latinoamérica, mucha gente se nos muere por enfermedades respiratorias. Nuestras selvas están siendo devastadas por culpa de una minería cruel a la que le importa la utilidad y no la biodiversidad. Nuestros niños en La Guajira se mueren todos los días de hambre. En Colombia se nos muere la gente esperando atención en un hospital, muchos colombianos aún viven sin agua potable, sin energía eléctrica. Esta es la oportunidad de acabar un problema y empezar a preocuparnos por darle dignidad a la gente de Colombia. Colombianos, hay que despertar, estamos a tiempo. Dicen algunos que en el país se va a instaurar una revolución castrochavista. Pues bien, la única revolución que haremos aquí será la ciudadana, aquí no nos importa la derecha o la izquierda, nos importan los ciudadanos, nos importan los niños y niñas, nos importan los estudiantes, nos importan los empleados, nos importan los indígenas, las víctimas, los campesinos, los pobres.
Dice el ICBF que entre 1990 y 2016, cerca de 6000 niños, niñas y adolescentes han sido desvinculados de grupos armados. Chicos, chicas y jóvenes con sueños, anhelos, miedos, ilusiones. Cada año el Ejército recluta miles de adolescentes bachilleres, muchos de ellos se van dejando un vacío enorme en su familia. Acabar la guerra con las Farc es una noticia maravillosa para esos soñadores. Les debemos un país más justo, más equitativo. Se los vamos a dar, independientemente de lo que ocurra en este recinto. La primavera criolla nació el 2 de octubre de 2016 y llegó para quedarse. No tengan duda.
Yo lo he tenido todo, una buena educación, buena atención en salud, comida cada vez que tengo hambre, una cama caliente y una familia maravillosa. No hice nada diferente a un bebé chocoano cuando nací, pero por el hecho de haber tenido una familia de clase media y poder crecer en ciudades de relativo desarrollo como Medellín y Bucaramanga, tuve un mejor futuro que ese chocoano o ese caqueteño, o ese guajiro. No hice nada, absolutamente nada, sólo nací y nada más. Esto no es justo, no puede ser justo. Tenemos que centrar todos nuestros esfuerzos hoy como sociedad en esta cuestión. Ni un niño ni una niña, ni un joven más sin oportunidades. Nadie más para la guerra. Educación, servicios públicos domiciliarios, salud, vivienda, es lo mínimo que hay que darle a cada familia. Ahí tiene que centrarse el debate del 2018 y los que vengan. Cómo darle dignidad a nuestro pueblo. Y nosotros, los ciudadanos, los jóvenes, nos comprometemos a ponerlo en la agenda. Así que más les vale empezar a pensar en soluciones para la gente, o el pueblo no los elegirá de nuevo.
Mis papás votaron NO, una de mis hermanas y yo votamos SÍ. Estuve casi una semana enojado con mis padres, no hablábamos. Pero ellos son maravillosos. Me buscaron y me dijeron que había que seguir construyendo país, independientemente de nuestra forma de entender lo que eso signifique. Comprendí que la reconciliación es un imperativo. Que darle un abrazo al otro es más importante que tener razón o no. Que los del SÍ y los del NO somos colombianos, somos familia, somos amigos, somos vida. Que los que no votaron nos piden a gritos un país diferente, no el lodazal vergonzoso que la clase política expuso en la campaña más divisoria de nuestras vidas. La reconciliación no da espera, y si ustedes hoy no sacan casta de grandes, se los vamos a cobrar muy caro.
Tenemos ocho millones de víctimas, tenemos mucho dolor, tenemos mucha pobreza, tenemos muchos problemas. Pero también estoy convencido de que somos un pueblo resiliente, tenemos esperanza, tenemos jóvenes, hombres y mujeres maravillosos, tenemos talento, tenemos energía, tenemos pasión, tenemos amor. La guerra ha terminado, y la paz la construiremos los ciudadanos. Nadie nos la quita. Vamos a salir adelante a pesar de todas las adversidades que se puedan atravesar.
Los ciudadanos indignados llegamos para quedarnos.
Quiero por último leer un aparte de la Elegía a ‘Desquite’, de Gonzalo Arango: “Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿no habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir? Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas.”