Las diez ‘lecciones’ de Guatemala tras 20 años de paz | ¡PACIFISTA!
Las diez ‘lecciones’ de Guatemala tras 20 años de paz
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Las diez ‘lecciones’ de Guatemala tras 20 años de paz

Staff ¡Pacifista! - diciembre 29, 2016

¿Qué tiene que aprender Colombia de la experiencia del país centroamericano ahora que comenzó la implementación de los acuerdos de La Habana?

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Cientos de guatemaltecos presionaron por la salida del presidente Otto Pérez Molina en 2015, procesado por corrupción. Foto: Carlos Sebastián / Nómada.gt
Por Martín Rodríguez Pellecer / Nómada.gt especial para PACIFISTA*

Soy de la primera generación post-guerra en Guatemala. Era adolecente ese domingo 29 de diciembre de 1996, hoy hace 20 años, cuando firmaron la paz el gobierno y la unión de las cuatro guerrillas, la URNG. Era adolescente y recuerdo que esa tarde tenía prendido el televisor donde mis abuelos, mientras el resto de primos y tíos conversaban o jugaban en el jardín. La única frase de la tele que recuerdo de ese día era una canción que cantaban en el parque central unos manifestantes: ‘no, no, no basta rezar, hacen falta muchas cosas para construir la paz’. Y tenían razón.

Centroamérica y Colombia somos muy parecidos. Sociedades coloniales, coloniales y desiguales, desiguales y violentas. Y las personas que son violentas, cobardes por lo general, prefieren ser violentos contra los más débiles.

En Guatemala hubo también una larga guerra civil, de 36 años entre 1960 y 1996. En la parte más dura de la guerra, entre 1978 y 1983, cuando el Ejército y la élite empresarial entraron en pánico porque la guerrilla derrocó al gobierno en Nicaragua y amenazaba al de El Salvador, empezó la represión desproporcionada.

En mi país, que entonces tenía 7 millones de almas, hubo 45 mil desaparecidos, 200 mil muertos, decenas de miles de violadas sexualmente y 1 millón de desplazados, adentro del país o hacia México y Estados Unidos. Como sucedió en El Salvador o Nicaragua en los ochentas, o Colombia entre 1995 y 2005, prácticamente no hubo familia a la que no tocara la guerra. Y en Guatemala no existió Estado para otra cosa que no fuera para la guerra.

¿Cómo se construye la paz sobre estos escombros?

Aquí hay 10 ‘lecciones’, o ideas que podrían ayudar a Colombia ahora que empieza el camino de la paz.

  1. La paz no es una varita mágica

En sociedades con guerras tan intensas y largas es difícil no achacar todos los males a la guerra. Que si somos violentos es porque lo heredamos de la guerra. Que si somos autoritarios, machos, racistas, todo. Y no, la guerra puede magnificar lo peor de nuestras sociedades, pero los problemas venían de antes. Y como los problemas venían de antes, no desaparecieron cuando desapareció la guerra. La paz no es una varita mágica.

Guatemala de antes de la guerra, en 1959, era un país autoritario, racista, macho, gobernado por una dictadura. Estaba gobernado por una alianza anticomunista de la élite económica, la Iglesia católica, Estados Unidos y los militares, que buscaba o mantener al país en el siglo XIX, como una plantación bananera y cafetalera, o que los vientos de cambio en el continente llegaran despacio y de manera controlada para que el boom económico beneficiara sólo al 1% más pudiente, sin bienes públicos ni futuro para la mayoría.

Colombia no es tan diferente.

  1. Buscar la verdad, duela lo que duela

Si hay una sola lección de la paz que Guatemala puede heredar a Colombia (y al mundo), es que hay repetir todos los días un mantra: verdad, justicia y reparación.

En 1998 hubo dos esfuerzos por recoger la verdad (y el dolor) de la guerra y buscar explicaciones y responsables. Uno estuvo a cargo de la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Guatemala (Minugua) y se llamó Memoria del silencio, y el otro estuvo a cargo de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado (ODHA), Guatemala, Nunca Más. Ambos informes responsabilizaron al Ejército y las fuerzas aliadas del Estado de ser responsables del 90% de los crímenes de la guerra.

Es insdispensable buscar la verdad, duela lo que duela.

Y un consejo es que cuiden a los que la buscan. Dos días después de presentar en la Catedral Metropolitana el informe de recopilación de testimonios de las víctimas, el obispo Juan Gerardi fue asesinado por militares en su residencia, a 100 metros de la Casa Presidencial, un domingo 26 de abril de 1998.

E igual seguimos buscando la verdad.

Unos años antes se fundó en Guatemala la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG), que como aquella serie de detectives CSI, usa las ciencias forenses para “recuperar la historia, esclarecer la verdad, proveer elementos para la justicia, luchar contra la impunidad y construir la paz”. Han hecho 1,259 inhumaciones donde había restos de comunidades, identificado a 2,133 personas y recuperado a 5,557 individuos. ¿Se imaginan un estadio nacional de futbol lleno de familiares y amigos de personas que durante años no supieron qué había pasado con sus queridos –una de las peores torturas– y que ahora, científicamente, pueden poner un punto final e ir a visitarlos al cementerio?

Además, en 2006, funcionarios de la oficina del Procurador de los Derechos Humanos (Defensor del Pueblo) tomaron un antiguo edificio de la policía que era usado como depósito de chatarra porque encontraron que guardaba un archivo de la policía. El ahora Archivo Histórico de la Policía Nacional es el segundo archivo policial más grande del planeta después del de la policía comunista (Stasi) en Berlín y ha sido fuente para investigaciones judiciales y periodísticas, como ésta que publicamos en Nómada sobre un matón reconvertido a diputado hasta 2016.

  1. Los guerreros siguen siendo guerreros

En Guatemala, los matones de la guerra, los militares, aunque incómodos con ‘firmar una paz a pesar de que habían ganado la guerra en la montaña’, se adaptaron muy bien a los nuevos tiempos. Muchos de ellos formaron empresas privadas de seguridad, boicotearon legislación durante años para evitar controles al mercado de armas y municiones; otros se reciclaron como expertos en seguridad en el sector privado y en la policía, y no soltaron el control sobre las instituciones clave del Estado (inteligencia, policía, ejército, seguridad presidencial, Ministerio Público, puertos, aeropuertos, aduanas) sino hasta quince años después de la firma de la paz. Y siguen peleando por mantenerse.

Además, muchos policías ‘nuevos’ post-guerra terminaron formando o apoyando a bandas de secuestradores tras la firma de la paz, que provocó un horrible boom de secuestros y la violencia aumentó. Guatemala pasó del promedio latinoamericano de 24 asesinatos por cada 100 mil habitantes en 1999 a 48 por cada 100 mil en 2009. (Ahora vamos casi por la mitad, pero nos ha costado muchas vidas.)

  1. La lucha contra la impunidad (es la más importante)

A la búsqueda por la verdad sigue la búsqueda por la justicia.

No existe tales de que el único modelo post-guerra es el de Suráfrica, en donde ‘se perdonaron los crímenes a cambio de reconocerlos’.

Los únicos que pueden decidir si hay amnistía o si dejan de perseguirse los delitos de la guerra son las víctimas. Nadie más. Ni los negociadores de la paz (a quienes se les agradece sus buenos oficios) ni los militares, ni los guerrilleros, ni los políticos, ni los líderes de opinión, ni las élites. Son las víctimas las que están en su derecho de demandar al Estado su derecho básico de verdad, justicia y reparación.

Cuando Gabriel García Márquez dijo su discurso de aceptación del Nóbel en 1982, denunció a un ‘dictador luciferino’ que encabezaba el primer etnocidio moderno en el continente. Se trataba de Ríos Montt, que era el segundo dictador que dirigía una contrainsurgencia no sólo ideológica y misógina, sino racista contra las comunidades mayas que podían (o no) simpatizar con las guerrillas.

Pues ese luciferino retomó el poder, por la vía democrática, en las siguientes elecciones después de los Acuerdos de Paz. Mayoría absoluta en el Congreso, que fue presidido cuatro años por el exdictador Ríos Montt, y sus aliados en la Presidencia. Y empezó a colocar a militares y civiles mafiososo en las instituciones clave de las que hablábamos arriba (inteligencia, policía, ejército, seguridad presidencial, Ministerio Público, puertos, aeropuertos, aduanas).

Entonces las activistas de derechos humanos que tanto habían luchado por la paz se inventaron en el año 2000 lo que después sería la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), que empezó a funcionar en serio en 2009.

Empezó como el reconocimiento de una derrota: las mafias enquistadas en el Estado tienen demasiado poder como para poder enfrentarlas, investigarlas y enjuiciarlas en tribunales guatemaltecos sin ayuda internacional. Entonces propusieron traer investigadores de fuera, europeos, latinoamericanos y estadounidenses para que pudieran trabajar codo a codo con investigadores guatemaltecos y enjuiciar a los mafiosos, de paso limpiando y fortaleciendo el sistema de justicia del país.

Hoy es el mayor éxito en términos de justicia en cualquier país post-conflicto del mundo. Aupados por la CICIG, el Ministerio Público, los policías y los jueces han comenzado a funcionar. Y una fiscal, Claudia Paz y Paz (2010-2013), logró reducir en tres años los niveles de impunidad en delitos contra la vida del 98% al 72%. Los homicidios, entre tanto, se han reducido de 48 a 28 por cada 100 mil. Todavía estamos muy mal, pero hay futuro.

  1. La corrupción es el talón de aquiles de las mafias

No creo que todos los problemas se solucionarían si no hubiera corrupción. Muchos sí, obvio, pero no todos.

Y pues necesitábamos de un colombiano, Iván Velásquez (el que persiguió a Pablo Escobar en Antioquia, desbarató la parapolítica del uribismo y es jefe de la CICIG desde 2013) para darnos cuenta que la corrupción estaba sirviendo para financiar la impunidad –compraban a electores de jueces y a jueces para dejar impunes crímenes, desde robar hasta matar–.

Y así llegó a acusar al Presidente de la República de ser la cabeza de una estructura criminal constuida para saquear el Estado y que llegó por la vía democrática con el nombre de Partido Patriota. Dejaron todo el rastro en grabaciones telefónicas, de videos y colaboradores arrepentidos.

Una vez presentaron esto la CICIG y el MP, los ciudadanos salieron a manifestar por montones en 2015 y botamos al gobierno. El presidente, un general retirado y signatario de los Acuerdos de Paz de nombre Otto Pérez Molina, salió un 2 de septiembre de 2015 de la Casa Presidencial directito al juzgado de Alto Riesgo (inspirado en los juzgados colombianos) y del juzgado a la cárcel. Aunque todavía sigue conspirando contra la CICIG.

Pero bueno, al menos está preso y el juicio, a él, la mitad de su gabinete y sus financistas empresariales, sigue en marcha.

  1. Ver la oportunidad para reescribirse como país

Guatemala –como casi todos los países de este continente– se ha negado a reconocerse a sí misma. Estados Unidos necesitó que el movimiento de los derechos civiles de Martín Luther King o Nina Simone o Malcom X o Mohamed Alí les recordara que la esclavitud sólo había desaparecido en papel en 1960; y en 2016, con todo y un presidente negro, los negros tienen que tener un movimiento que se llama ‘Black Lives Matter’ (las vidas de los negros importan) para denunciar los asesinatos de policías blancos contra civiles negros desarmados. Colombia se sorprendió cuando supo que el 25% de los colombianos son afros. Brasil se fundó como una mezcla de portugueses e indios tupís.

Y pues el racismo y la segregación contra los indígenas mayas en Guatemala ha sido comparada por la ONU como un ‘apartheid subcultural’ ¡en el año 2000! Los Acuerdos de Paz incluían reescribir la nación que somos, con una mitad indígena maya y otra mitad mestiza. Plasmar en la Constitución que somos una nación diversa, reconocer los nombres mayas de los pueblos, oficializar los idiomas mayas para que puedan tener un traductor en un juzgado en su idioma materno o que se reconozcan sus prácticas de justicia comunitaria (efectivas y sensatas).

Pero nos cuesta. Perdimos el referendo de 1999 –sí– con 18% de participación y una victoria urbana, ese referendo que buscaba reformar la Constitución para estar a tono con los acuerdos de paz alcanzados y fortalecer la diversidad cultural. Y ahora de facto nos reconocemos como un país diverso, pero es una batalla profunda. Al menos después del juicio por genocidio, una encuesta de una revista conservadora seria dio la sorpresa al mostrar que, por primera vez, somos más los que reconocemos que hubo crímenes racistas en la guerra, 43% versus 30%.

  1. Construir la paz cuesta dinero (o no reduce la pobreza)

La cooperación internacional puede oxigenar, hacer que funcionen áreas clave pero el desarrollo de los más desfavorecidos –sus bienes públicos traducidos en escuelas, hospitales, seguridad social e infraestructura para ser competitivos– sólo se puede pagar con impuestos.

Guatemala no ha logrado una reforma fiscal que nos haga salir de la cola del planeta Tierra en cuanto a recaudación. Sólo recaudamos 10% de la economía; la mayor parte por IVA (que no redistribuye nada porque es el mismo porcentaje a todos) y hay 264 familias que tienen un capital que equivale al 56% de un año del PIB de Guatemala. El 1% de las grandes corporaciones tienen que pagar más impuestos. Y el Estado tiene que invertirlos mejor.

Sin Estado no hay democracia que funcione. ¿Saben cuánto bajó la pobreza en Guatemala después de la firma de la paz? Nada. 60% en el año 2000 y 59% en el año 2015. Y ahora no sólo migran hombres a Estados Unidos a través del espeluznante trayecto por México; migran incluso niños y niñas. Una vergüenza.

  1. Rehacer al ejército

Si no se le interviene, el Ejército no va a dejar de pensarse como ejército. Al menos en Guatemala. Aunque se redujo su presupuesto, todavía es mayor que el del Ministerio Público. Le hemos descubierto que se robaban millones de Misiones de Paz de la ONU (US$8 millones), que permitían aterrizar avionetas de narcos en bases militares, o en el año 2012, dieciséis años después de la paz, masacraron a ocho campesinos mayas en una manifestación en la Carretera Interamericana.

  1. Atacar el gran problema

No ha sido sino hasta estos últimos años que le hemos empezado a poner atención a la violencia contra las mujeres. Desde que el Estado fuerza a ser madres a niñas de diez años violadas hasta la violencia doméstica en familias de clase media alta con maestrías. Hasta 22 violaciones sexuales diarias reportadas en un país de 15 millones de habitantes. Con esos niveles de violencia estructural contra la mitad de la población, no hay paz que valga.

  1. Abrirse a ideas globales

Guatemala fue el paria del mundo durante la dictadura y la guerra. Pasamos de tener una ciudad de ideas de avanzada a ser una provincia conservadora, a ser la soleada caverna del poeta salvadoreño Roque Dalton. Y para avanzar, las sociedades necesitamos debatir ideas, construir alternativas para nuestras circunstancias y abrirnos. Voltear a ver a los vecinos, a los lejanos, mejorar el periodismo y el debate de ideas. Democratizarlos. Contrarrestar a los antediluvianos de todos los domingos. Educar mejor a los niños. Ahí hay un camino.

Un camino, como muchos otros de estas diez ideas, que en Guatemala todavía no empezamos bien o terminamos de recorrer. Pero nos han empezado a funcionar. Ánimo Colombia, que en Guatemala los queremos tanto, que hasta les hicimos una canción: Colombia Rocks.

* Martín Rodríguez Pellecer es guatemalteco y periodista desde el año 2000. Fundó el primer medio digital de su país para una universidad jesuita y fundó su propio medio en 2014, Nómada.gt, que quiere estar entre la vanguardia del continente. En 2016 estuvo entre los 10 mejores de las categorías de cobertura e innovación de la Fundación García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).