El empresario británico vino al país para dar una charla a puerta cerrada durante la Cumbre de Premios Nobeles de Paz.
Por: Pablo Hernandez
No importa cuán alejadas parezcan nuestras realidades. Al fin y al cabo, todos somos niños y jugamos a lo mismo. Buscamos respuestas y, mientras lo hacemos, nos topamos con otros niños que también juegan y buscan. El sábado 4 de febrero, mi realidad empezó a la 1 de la mañana con unos disparos que resonaron afuera de mi edificio. La confusión no me permitió contarlos. Y así arrancó un día inusual.
Inusual para mí.
Para él, en cambio, la mañana seguramente transcurrió de manera rutinaria: preparando un viaje más. Esta vez, un viaje a Colombia en uno de sus aviones privados.
A las 3 de la mañana, un ruido me volvió a despertar, pero era diferente, era el ruido de una fiesta. Yo había decidido quedarme en casa e ir temprano a dormir (son contados los fines de semana que hago esto), pero mi roommate había decidido seguir su fiesta con la gente de su oficina en el apartamento. Traté de conciliar el sueño, pero la música y las voces de las personas lo hicieron imposible. Conozco a miroommate, y por ello sabía que el ruido no iba a cesar pronto. Salí de mi cuarto y me uní a la fiesta hasta bien entrada la mañana.
En medio del descontrol, mi roomate recibió una llamada. Alguien necesitaba pedirle un favor.
Mientras la fiesta transcurría en mi apartamento, en Corferias se celebraba el último día de la Cumbre Mundial de Premios Nobeles de Paz, y uno de los invitados especiales, el empresario inglés Richard Branson, acababa de aterrizar en Bogotá. Branson estaba programado para dictar un taller a puerta cerrada con jóvenes emprendedores colombianos, pero en su camino del aeropuerto a Corferias, cuando le preguntaron si quería presencia de medios, dijo que sí, pero pidió expresamente que VICE Colombia fuera el único invitado.
El jefe de mi roommate quería saber si él o algún miembro de su equipo de trabajo estaba disponible para hacer el cubrimiento en un poco más de dos horas. Mi roommate colgó. Luego me miró de pies a cabeza, seguro le pareció que yo estaba presentable, y entonces me preguntó si estaría dispuesto a ir a Corferias y reunirme con él, con Branson, con Richard Branson. Recordé cómo había arrancado mi día, desviado de su propósito inicial desde la 1 de la mañana y avanzando ahora por un rumbo inesperado. Me pregunté por qué no seguir ese camino. Y accedí, sin saber muy bien con qué finalidad. Sin mayor preparación, pedí un Uber y le pedí llevarme a Corferias para conocer a una de las figuras más influyentes del siglo XXI.
Fundador de Virgin Group, multimillonario, filántropo y aventurero, Richard Branson encierra quizá las aspiraciones de muchas personas de este mundo y algunas de las más grandes promesas del sistema en el que vivimos los que pertenecemos a la mayoría. Para mal o para bien, quiéralo uno o no, Branson ha ayudado a forjar varios de los imaginarios sobre los cuales hoy se mueve la Tierra.
Al visitar la Cumbre de Nobeles de Paz en Colombia, organizada por la Cámara de Comercio de Bogotá, Branson vino a un país que supera uno de los conflictos armados más largos de la historia reciente. Estuvo acá para reunirse con unos treinta jóvenes de todas partes del mundo, líderes de iniciativas de emprendimiento social y cultural. Entre ellos, y sin méritos comparables más allá que haber estado en el lugar correcto en el momento correcto, me encontraba yo, a dos puestos de Branson. Yo: confundido, algo trasnochado y sin saber muy bien de qué iba todo esto.
La sesión arrancó, y tres de los presentes en el salón hablaron de sus proyectos. Un exguerrillero reintegrado presentó una iniciativa de turismo en regiones afectadas por el conflicto; el fundador de Bogotá Es Teatro contó de su labor desde las artes escénicas con personas de barrios marginales y con exconvictos, y un estudiante nos instruyó en su trabajo de integración con refugiados en Connecticut. Ahí Branson tomó la palabra.
No tardó mucho en dejar claro que estaba más interesado en escuchar que en hablar él mismo, y comenzó a preguntar. Su curiosidad se paseó atentamente por el proceso que vive Colombia, por la necesidad de que las empresas participen con resolución en el posconflicto, por la “fallida” guerra contra las drogas y por su legalización. En fin, los lugares comunes de un encuentro de este tipo.
Pero quienes estábamos ahí sentíamos que los temas no eran lo fundamental al conversar con Branson. Lo decisivo era el ambiente, el aire joven y cotidiano que se respiraba en su presencia y que, vaya paradoja, me recordaba la fiesta de hacía apenas unas pocas horas.
Una vez lo tuve cerca, Branson me pareció un tipo bastante alejado de la imagen creada en las redes y los medios, distinto del arquetipo cultural. Bastaba mirar más allá de la mirada de asistentes que lo acompaña a todas partes, para ver a un hombre cualquiera, concentrado en vivir atentamente un momento particular.
Hacia el final de la charla, una mujer le pidió un consejo para innovar (término, a propósito, tan abusado en tiempos recientes) en el sector público, en el cual ella trabajaba y que, según ella, se caracteriza por “acartonado y burocrático”. De inmediato miré a Branson, buscando grabar de memoria cada momento de su reacción. Me sorprendió su naturalidad: no rebuscó una respuesta demasiado sesuda y dijo sencillamente dos cosas: “Permitan que las personas (del sector público) se acerquen unas a otras en grupos pequeños y una vez al mes pásenla bien con sus compañeros de trabajo”.
Antes del taller, el encargado de prensa de la Cámara de Comercio de Bogotá me había contado que a la cumbre también habían invitado a Obama y que le “extrañaba” que no hubiera venido, pues unos días antes el expresidente de Estados Unidos había pasando unas vacaciones junto a Branson. Al principio no entendí muy bien el asunto, pero luego, escribiendo este artículo, uno de mis contactos en Facebook le dio ‘like’ a un video de Branson y Obama haciendo kitesurf sobre algún mar azul de este mundo. Ahí estaba este mismo “señor”, como se refirió a él en cierto momento el exguerrillero, con aquel otro señor de vacaciones. Dos superhéroes, volando en las redes sociales.
El taller ya terminaba, pero yo seguía inmerso en lo que Branson había dicho, en cómo, al reducirlas a la cercanía de pequeños grupos, las cosas recuperaban su aire familiar. Ya al final, Branson le preguntó amablemente al exguerrillero si los demás podíamos hacer un círculo a su alrededor y darle así un abrazo grupal como acto simbólico de paz y reconciliación. Y ahí estaba yo, extraído de mi cotidianidad como por un disparo, abrazando a un grupo de desconocidos, al multimillonario fundador de Virgin y a un exguerrillero. El abrazo no fue solemne, sino cotidiano. De repente, todos estábamos en una búsqueda personal: jugando y buscando.
Volví a casa pensando en que cuando pretendemos ser más de lo que somos, demasiado solemnes, demasiado importantes, es cuando perdemos la compasión, y en que de ahí surgen el xenófobo, el sexista, el clasista, el racista…
Dos días después, le pregunté a mi portero por los tiros que me habían despertado en las primeras horas de ese sábado.a
Había sido sólo pólvora.