Mujeres de Cauca y Santander dejaron salir sus dolores porque saben que la construcción de paz empieza con la sanación.
La guerra, aún en medio del camino hacia la paz, no es cosa del pasado. Los dolores persisten y las pérdidas son irreparables. En un país de más de ocho millones de víctimas, hay igual cantidad de historias por contar y de verdades por reconocer. Pero ¿qué hacer para que tantas historias de guerra no se normalicen? Detrás de cada tragedia, a pesar de ser tantas, hay alguien que sufre.
Volver a pasar el dolor de la guerra por el cuerpo, y dejarlo salir, puede resultar en una tarea además de tortuosa, ardua. Pero para la Ruta Pacífica de las Mujeres, una iniciativa que desde 1996 pretende visibilizar los efectos que la guerra ha dejado particularmente en las mujeres, “el arte puede nombrar lo innombrable, al transformarlo. El teatro puede escenificar lo inefable, el vacío, el dolor, el sin sentido que la palabra escrita no puede contener”. Esa fue una de las conclusiones del proceso de acompañamiento psicosocial y teatro pedagogía que durante el 2016 hizo el colectivo con víctimas de Cauca y Santander.
El trabajo de teatro pedagogía que hicieron con 17 mujeres de Santander y 24 del Cauca fue una apuesta por sanar desde el arte, con herramientas para elaborar sus propios duelos y escenarios, para que las víctimas hicieran públicas sus verdades más íntimas, acercando el dolor y las heridas que ha dejado la guerra, a las personas que no la han vivido en forma directa.
El resultado del trabajo quedó consignado en el libro Corazón, Cuerpo y Palabra, que la Ruta Pacífica acaba de publicar. ¡Pacifista! Habló con Aura Celmy Castro, la psicóloga que estuvo a cargo del acompañamiento psicosocial y de la creación y la sanación a través del teatro. Esto nos dijo sobre el proceso de estas mujeres.
¿Qué le permite elaborar el teatro a las mujeres y al público?
Fundamentalmente una mirada del conflicto colombiano y de las afectaciones en la vida de las mujeres narradas por ellas mismas. Que a través de la puesta en escena de sus relatos, de sus narraciones, de sus memorias, puedan compartirle al público su verdad. Esa verdad que está piel adentro, que les recorre la vida, esas historias de la cuales ellas son testigas directas. Así la miran desde otro ángulo, la ponen fuera, y poniéndola afuera ellas tienen una nueva comprensión de las cosas, le den una nueva lectura a sus historias, y construyen historias nuevas donde el dolor no sea lo que las habita sino la esperanza y la convicción de que son protagonistas en la construcción de la paz de este país.
Y la cercanía con quienes no han vivido el conflicto en carne propia, de manera directa. Que solo han escuchado las versiones que aparecen en los medios masivos de comunicación. Que el público se sensibilice, que comprenda la dimensión de las afectaciones del conflicto armado en la vida de las mujeres y las comunidades.
¿Cómo se asimila el dolor de la guerra en el cuerpo de las mujeres y cómo lo van transformado?
Los efectos del conflicto no solamente quedan en la memoria, en el intelecto de las mujeres, se convierten en dolores físicos, en huellas a veces muy difíciles de transformar. La vida y el cuerpo de las mujeres son un geografía donde se evidencia mucho el conflicto.
¿Qué hacer para acompañar a esas mujeres, para construir paz con ellas?
Es una tarea para la sociedad, es una tarea de darse cuenta y asumir que tenemos un compromiso con las mujeres, pero también con muchos hombres, niños y niñas, con quienes han vivido los efectos del conflicto en sus vidas, en sus comunidades y en sus familias.
La paz se consigue con otro tipo de luchas, no castigando. Es un compromiso acercarnos más, para que tampoco continúen ubicadas en el lugar de las víctimas. Son sujetos de derecho y este país tiene la obligación de darles su lugar. Un lugar digno donde las mujeres puedan recuperarse. No desde la limosna sino recuperar sus tierras, sus lugares, sus comunidades, sus tejidos comunitarios, su vida familiar, recuperarse ellas mismas desde su propia sanación.
Es una construcción conjunta como sociedad. Toca darse cuenta que es con propuestas pacifistas, sin armas de ningún tipo, sin palabras que inciten a más violencia, a retaliaciones o a vivir con rabia. Es una construcción de paz desde cada sujeto con lo que le toca y donde está. Donde cada quien esté tiene algo que hacer y que aportar para que realmente tengamos una construcción de país con muchas alternativas de paz. Para las mujeres, sus familias y todo este país.
Son muchas víctimas, muchas historias ¿cómo hacer para que esas historias no se normalicen?
Debemos partir de la convicción que esto no se puede volver a repetir. Se trata de conocer estas historias no por morbo ni por pesar, sino para profundizar. Es un compromiso con la no repetición. Eso es lo que debemos tener claro: esto que ha pasado y que ellas nos están contando, no puede volver a pasar.
Es tarea particular y colectiva de qué puedo y qué podemos hacer para que esto no vuelva a pasar, porque listo, está muy bien, esto lo vemos, nos conmovimos, lloramos, pero ¿y yo que puedo hacer desde el lugar donde estoy?
Es clave la empatía…
Si, la verdad de las mujeres en escena es para decir que esto pasó. No estamos representando un guión que otro nos construyó, es que esto que estamos poniendo en nuestros cuerpos y en nuestras voces nos pasó, lo vivimos. Sin embargo no nos quedamos en el dolor, no vamos a llorar eternamente, porque hay una responsabilidad como sujetos políticos de aportar a la transformación, a que las cosas sean distintas, y por eso para mi es fundamental e insisto en el compromiso de cada quien ¿qué está a mi alcance para que esto no vuelva a pasar?
La idea es que, ojalá, nos despojáramos de esos intereses personales y miraramos que es lo que realmente le conviene al país para que los que lo habitamos podamos vivir en paz. Es una tarea por el bien de todos y todas. No es por pobrecitas, ellas no son pobrecitas, ellas son mujeres que han logrado transitar un camino silenciado y que han logrado romper ese silencio, poner sus voces, exponer sus cuerpos, sus vidas, para mostrar que esto que pasó no puede volver a pasar, por el bien mismo de la humanidad.
Los efectos del conflicto se convierten en dolores físicos, en huellas muy difíciles de transformar
¿Por qué para esas mujeres es tan importante contar su verdad?
Una de las cosas que pude evidenciar en todo este camino con las mujeres, es que contar sana, porque es un dolor que está dentro de las mujeres, un dolor silenciado, un dolor que se convierte en unos dolores permanentes que agobian la vida y la existencia. Es sacar la historias para que otros seres humanos las escuchen directamente y se den cuenta o caigan en la cuenta. Para que no se incrementen los odios, para construirnos como seres humanos nuevos para un país nuevo. Cada quien debe sanar, no solamente las mujeres. Este es un país donde hay mucho dolor, rabias heredadas de otros, transmitidas por otros seres, miedos, venganzas, y creo que eso hay que transformarlo. No es acabando al otro, es dando la oportunidad de que cada quien transforme lo que tiene que transformar.
¿Qué es lo positivo de todo esto? Si podemos nombrar algo positivo…
Las mujeres con sus narrativas, además de poner en escena el dolor, lo que les pasó, también ponen los sueños y las esperanzas que han aprendido a construir. Ese es el mensaje, no quedarse en el lugar de la víctima, ni del odio, ni de la rabia. Es permitir perdonarse a ellas mismas primero.
Son mujeres comprometidas con la construcción de la paz en este país. Y una paz que empieza por el sujeto mismo, por su propia sanación, para poder decir que vamos a hablar de una paz hacia los demás es por qué yo estoy transformándome, sanandome, para poder construir con otros y con otras.
¿De dónde sale tanta fuerza y tanta resistencia en las mujeres?
Cuando se dan cuenta que pueden construir una nueva historia, que son protagonistas de su propia vida, que son sujetos de derechos. Cuando se dan cuenta que tienen todo el potencial para vivir de otra manera, que pueden sanar, que pueden estar más tranquilas, que pueden encontrar, digamos, una experiencia de paz desde su interior. Esa es la fuerza que les permite a pesar del dolor, a pesar de su sufrimiento, construirse seres humanos nuevos, distintos, en una construcción amorosa con la vida y consigo mismas.
Estas experiencias son muy importantes en este país y en cualquier país que haya pasado por cosas similares, porque ahí en la obra no se ofende a nadie, no se maltrata a nadie. Se cuenta de una manera donde se dice la verdad de las mujeres sin retaliaciones. Ahí no hay palabras de rabia, ahí hay es un mensaje de transformación. Un mensaje para decir que podemos construir paz desde donde estamos.