William Aljure, nieto del guerrillero liberal Dumar Aljure, se declara víctima y clama por garantías de no repetición.
“El 17 de noviembre de 1985 matan a mi tío Liberio. El 11 de marzo de 1990, para vísperas de unas elecciones, mataron a mi tío Dumar, que hacía parte de la Unión Patriótica. El 23 de agosto de 1993, entrando los paramilitares al Llano, resulta muerto mi padre, Juan Pablo. El 2 de agosto del 2002 matan a mi mamá. Y sé que no soy el primer campesino al que le pasa, ni el último”.
Las frases son de William Aljure, uno de los nietos del desaparecido guerrillero liberal Dumar Aljure. Al igual que varios de sus familiares, William ha sido perseguido por llevar ese apellido, que en la memoria de los viejos campesinos del Ariari y en la historiografía de La Violencia se asocia, inevitablemente, a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de los Llanos Orientales.
A comienzos de febrero pasado, en cercanías a la cárcel La Picota, William fue víctima de seguimientos y amenazas por cuenta del largo e inconcluso proceso de reclamación de tierras que adelanta en el municipio de Mapiripán (Meta). Según él, una compañía de la agroindustria palmera, ampliamente conocida en esa región, le arrebató los varios miles de hectáreas que sus abuelos le dejaron a la familia y que les habían sido entregados por el Gobierno como parte de las negociaciones que el presidente Gustavo Rojas Pinilla adelantó con las guerrillas liberales en 1953.
Sin embargo, las tierras nunca fueron adjudicadas y hoy son baldíos en los que, asegura la Comisión Interclesial de Justicia y Paz, hay extensos sembradíos de palma aceitera. Mientras el proceso avanza, William denuncia hostigamientos y presiones constantes.
Hablamos con él para conocer sus opiniones sobre el problema de la tierra, el fallido proceso de paz en el que participó su abuelo y sus apreciaciones sobre el actual proceso de negociación entre el Gobierno y las Farc. El desarrollo rural y las garantías de no repetición, sus dos grandes preocupaciones.
¿A qué se debe los hostigamientos de que ha sido víctima durante las últimas semanas?
En 1953, mi abuelo Dumar Aljure firmó un acuerdo de paz con el general Rojas Pinilla, en el que se llegaron a unos compromisos. Entre ellos, que él recibiría una finca en el municipio de Mapiripán, que el Gobierno finalmente no entregó. Hoy, mis hermanos y yo la estamos reclamando, después de que diferentes grupos al margen de la ley asesinaran a nueve de nuestros familiares.
En 2012, nosotros decidimos hacer posesión de esas tierras, pero nos sacaron los paramilitares bajo amenazas. Curiosamente, allí ya estaba asentada una multinacional.
¿Qué lecciones le dejó la país el proceso de paz entre Rojas Pinilla y las guerrillas liberales?
En el proceso en el que participaron mi abuelo y (el comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de los Llanos Orientales) Guadalupe Salcedo, en el del M-19, y en los de las Farc en Casa Verde y el Caguán, lo único que hemos visto es muertos.
Por eso esperamos que la paz que se firme en La Habana sea con “z”. Porque si va a ser como la que firmó Dumar Aljure, que fue con “s”, los campesinos, las víctimas, los líderes y los abogados, ya tenemos clara nuestra lectura: ayer fueron ellos los que cayeron, hoy nos tocará a nosotros y mañana, a los que tomen nuestras banderas.
¿Es de los que piensa, entonces, que en el proceso entre el gobierno Santos y las Farc se va a seguir repitiendo la historia?
Sabemos que este proceso de paz va a generar transformaciones, y no las podemos desconocer. Aun así, el problema está en saber qué garantías va a dar el Gobierno. Porque voluntad de paz existe y ha existido siempre: las guerrillas liberales, el M-19 y la Unión Patriótica tuvieron voluntad, pero de los grandes líderes de esas organizaciones, nómbreme uno que esté vivo.
Actualmente, la mesa de conversaciones de La Habana discute el punto 3 de la agenda, que incluye el esclarecimiento del “fenómeno del paramilitarismo”. ¿No cree que la inclusión de ese tema es, al menos, un avance?
El Gobierno ha dicho que el paramilitarismo no existe. Sin embargo, en Mapiripán hacen presencia el bloque Meta y Vichada, los “Urabeños” y las Fuerzas Irregulares Armadas de Colombia (Fiac). Eso no quiere decir que yo esté negando que al otro lado del río esté la guerrilla, pero nosotros, las víctimas y los campesinos, sabemos que estos grupos al margen de ley existen, porque hemos vivido en medio de ellos.
En ese contexto, y en vísperas de un proceso de paz, distintas organizaciones sociales hemos venido denunciando amenazas, persecuciones y seguimientos. Entonces, ¿a qué jugamos?
Usted y otras víctimas de Mapiripán hablaron la semana pasada en el Congreso. Entre otras cosas, dijeron que el Gobierno contradijo los acuerdos de La Habana cuando promovió la aprobación de la Ley Zidres. ¿Por qué?
Hace poco, la gente estaba contenta porque “El abrazo de la serpiente” se iba a ganar un Óscar: una película que recrea cómo en el siglo pasado las caucheras se apropiaron de los territorios indígenas y esclavizaron a esas comunidades. Veamos el siglo actual: el Llano lleno de sembrados de palma, caucho, teca y caña de azúcar, propiedad de multinacionales y sostenidos por campesinos.
Creemos que lo que hacen las Zidres es profundizar esa visión, de la que no ha cambiado nada: la de convertir a la gente en esclava, en sus propias tierras.
De ahí que, mientras los campesinos sigan aguantando hambre, no habrá paz. La paz es cuando usted tenga su vaca, su marrano, su chivo y su caballito.
Es que nosotros ni siquiera estamos reclamando la Alcaldía, la Gobernación o la Casa de Nariño. A lo sumo, la presidencia de la junta de acción comunal de nuestra vereda, para defender nuestros derechos y articular proyectos autosostenibles.
En ese escenario, ¿qué espera del proceso de La Habana?
Que traiga paz verdadera, con garantías, con derecho a tener la tierra; un país donde no haya hambre. Los soldados de mi abuelo dicen que vinieron a aguantar hambre fue después de firmar la paz: el Gobierno los despachó con una mudita de ropa, panela, arroz, sal, una peinilla y un hacha, cuando esas guerrillas campesinas habían tenido comida y tierra.
También esperamos que madure la Comisión de la Verdad. Porque las víctimas nunca podremos olvidar; llevamos sembrado en la mente y en el corazón lo que nos ha pasado, pero creo que descansaremos cuando, por fin, nos cuenten la verdad.