Su proyecto se desarrolla en la Normal Superior de Fredonia, un pueblo al sur de Antioquia.
En un rincón de las montañas antioqueñas hay un espacio donde las letras y la paz se encuentran en un aula de clase. Coplas, canciones, cortometrajes y escritos. Perdón, historia, emoción y desahogo. A esto tienen acceso los estudiantes del laboratorio de poesía y paz, una creación del profesor Edwin Rendón para alejar estos temas de los esquemas de educación convencionales y acercarlos al imaginario de los jóvenes.
Fredonia es un pueblo que queda en las montañas del sur de Antioquia, más o menos a dos horas de Medellín. Allí, entre plantaciones de café y neblina es normal escuchar historias de brujas y apariciones, cuentos soportados por la riqueza literaria de la tradición oral latente de los campesinos. Edwin nació en este pueblo y heredó las narraciones e historias que su padre –un campesino de la región– compartía con él cuando era pequeño.
“Desde niño –nos cuenta– estuve tocado por la ficción, por la literatura, por los cuentos que le escuchaba a mi viejo y a los vecinos: cuentos alrededor del café y de fincas, ese fue mi universo inicial. También me enamoré de los libros, el cine, la música, el cómic, los superhéroes…”. Edwin piensa que la visión de la literatura es bastante amplia y que no puede reducirse a los soportes analógicos, sino que tiene “muchos vehículos, muchos modos”.
Hizo su primaria y bachillerato en la Normal Superior Mariano Ospina de su pueblo, donde se enamoró más de los libros y empezó a sentir la lectura como “felicidad y goce”. Esto lo empujó a Medellín años más tarde, y allí siguió sus estudios con una licenciatura en Español y Literatura en la Universidad de Antioquia. Luego trabajó como profesor en barrios populares de Medellín, y esta experiencia, según describe, le hizo entender las realidades urbanas difíciles de sus estudiantes.
Es necesario construir un lenguaje de paz, de la palabra como escenario de vida
“Pero soy un hombre bien rural, entonces el alma estaba tirando al pueblo. Pude regresar como maestro a la institución donde estudié, y ya llevo más de diez años aquí”. Edwin volvió a Fredonia y para trabajar como profesor de Lengua Castellana en la Normal. Allí, muchos de sus estudiantes son hijos de familias de campesinos y mineros, de contextos rurales, pobres y, en ocasiones, violentos.
Hubo un día en el que Edwin llegó al colegio a dar clase como cualquier otro, y una de sus estudiantes había vuelto al salón dos semanas después de que hombres armados se metieran su casa y asesinaran a sus padres delante de sus ojos. El profesor pensó en cómo podría seguir con su clase normal después de algo así: “Uno siente que la clase no sirve para nada, uno dando temas tradicionales del lenguaje cuando la gente tiene vivencias como esas, y otras cosas como la pobreza, los problemas familiares, las drogas… y la insensibilidad de la gente, que es otra forma de violencia”.
Con estas inquietudes, y frente a “la inutilidad de las clases traicionales”, Edwin decidió crear un proyecto: la Escuela de Paz y Poesía, cuyo propósito es la construcción de cultura de paz desde el ejercicio poético. Explica el profesor que su iniciativa se trata de “construcción de ciudadanía, porque el lenguaje es un asunto determinante en la construcción del ser humano. Nosotros tenemos muchas palabras en Colombia para nombrar la guerra, pero muy pocas para la paz, y se nos volvió esa palabra gastada. Es necesario construir un lenguaje de paz, de la palabra como escenario de vida, y los jóvenes tienen mucho que decir”.
La Escuela de Paz y Poesía funciona para estudiantes de décimo, once y de otros cursos complementarios de la Normal. A cada clase se le pone el nombre de un libro o una película y se abordan temas de conflicto armado, memoria histórica, interculturalidad, víctimas, afrocolombianidad, territorio, el tema indígena, y el de desplazamiento. Se analizan hechos que han pasado en el país, se lee a poetas que han escrito sobre ellos y los estudiantes hacen sus propios escritos, canciones o presentaciones. También se hacen talleres de lectura con grupos niños y comunidades de veredas de la zona.
“Hablamos del tema del Acuerdo de Paz en las aulas, se recrean las historias de tradición oral de la región, se escribe poéticamente sobre la vida en el pueblo y sobre la identidad. La idea es generar un pensamiento creativo en los estudiantes de tal manera que se vuelvan ciudadanos críticos, que puedan pensar y analizar mejor las situaciones con conciencia”. Una tarea para los estudiantes, por ejemplo, es ir a hablar con un anciano o anciana de la región, que ellos les cuenten historias sobre el territorio y luego en la clase volver esas historias poemas o canciones que, por cierto, no se valoran por calificación.
“Aquí no hay nota, son ejercicios que se desprenden de los cualitativo”, cuenta Ediwn. La fase de evaluación en la Escuela se maneja como si los estudiantes llegaran de un viaje, y cuentan cómo les fue. “Lo que sí se generan son niveles de sensibilidad mayor sobre la realidad del país, se da una comprensión del dolor del otro y el reconocimiento de que ese dolor también es el de uno. Se genera conciencia de las víctimas y del territorio, y la valoración de las raíces y de lo que somos”.
Edwin explica que ha visto a sus estudiantes salir de la cátedra con actitudes distintas, con procesos de lectura críticos y mucha mejor expresión oral. También resalta que en la escritura se ha generado catarsis, desahogo y perdón. Cita la historia de una niña que una vez estuvo en medio de una confrontación, escondida con su hermana menor debajo de unos palos de café, mientras helicópteros del Ejército disparaban contra una banda criminal. Cuenta el profesor que haberlo escrito le sirvió a la niña de desahogo y liberación de “cosas aprisionadas en el silencio”. La palabra, para Edwin, “sana heridas de la guerra”.
La educación en la “nueva Colombia”
La Escuela de Poesía y Paz, además, le ha dado a Edwin una visión distinta sobre lo que debe ser la educación y el papel de los profesores en el momento histórico que vive Colombia: “La escuela tiene una responsabilidad con el proceso de reconciliación del país. No es solo para enseñar temas o preparar a los pelaos para el Icfes, que a veces son las obsesiones de las instituciones. Hay mucho burócrata educativo, profesores con mucho papel y poca realidad, pero también hay muchos maestros muy buenos, que cruzan ríos para llegar a dar clases… el maestro tiene una función política y comunitaria. En la escena, en la región, ahí donde tienen que estar”.
El maestro tiene una función política y comunitaria
Aunque en algunas ocasiones Edwin ha recibido correos anónimos en los que lo llaman “guerrillero” por su labor, y considera que en Colombia a veces se ha vuelto peligroso hablar de paz, no piensa abandonar su proyecto. “Construir el imaginario de paz en los estudiantes no solo es necesario sino urgente. El discurso no es suficiente pero sí es necesario, se necesita una mirada más crítica y sensible para que a largo plazo se generen transformaciones importantes”.
“Si uno va a un aula –continúa Edwin– y piensa que los jóvenes están perdidos, que el gobierno está perdido, pues no tendría sentido levantarse todos los días. Estas generaciones que viven en odio e ignorancia están mandadas a recoger, y la educación se puede pensar como el corazón de la paz. Más allá de un Acuerdo, que sin duda es importante, es necesaria una semilla de paz importante en casa y en el aula de clase”.