El autor de reportajes gráficos como 'Palestina: en la franja de Gaza' y 'Gorazde: zona protegida' vendrá a Colombia para el Festival Gabo de Periodismo.
Llevo horas enteras pensando en una escena que introduzca con dignidad la entrevista que le hice la mañana del sábado 23 de septiembre por teléfono al reportero gráfico Joe Sacco.
Me veo lidiar con un celular que no funciona o tratar de recordar la contraseña de una abandonada cuenta de Skype cuyo usuario no tengo presente. No hay contrastes ni emociones. La escena es plana, sencilla hasta el aburrimiento: yo, solo en mi casa, aguardando con impaciencia el momento de marcar un número de teléfono con indicativo de Estados Unidos.
Me pregunto qué haría él, qué pintaría Joe Sacco: qué imagen usaría como carnada para engancharlo a uno, para absorberlo en ese vórtice indomable que es la narrativa de sus libros.
La primera viñeta del libro Crímenes de guerra es un dibujo de sí mismo: gafas redondas, chaqueta morada y jeans. Sacco observa la llegada ceremonial de unos jueces al Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia en La Haya: entran de toga al recinto unos tres, “¡TODOS DE PIE!”, se lee en el recuadro superior. El arranque de Cáucaso es una mujer anciana, dibujada con suaves líneas a blanco y negro, de brazos abiertos en medio del piso escombrado de Ingusetia, Rusia, con un rostro de ruego y llanto, de carne y tristeza: “¡No pienso volver a ese lugar!”, “¡Nadie me va a mandar de vuelta a Chechenia!”.
—Creo que la mejor forma de empezar es yendo al grano. Esos comienzos que se demoran setenta páginas en describir a un personaje no me gustan. Hablas con alguien y, de repente, la sensación te golpea. ¿Sí sabes?
La verdad, no. No lo sé.
Nacido en Malta en 1960, hijo de un ingeniero y una maestra, Joe Sacco ha dedicado gran parte de su vida a retratar conflictos a través de libros de dibujos. La Primera Guerra Mundial, la confrontación brutal entre árabes e israelíes, el baño de sangre de serbios y bosnios. Ríos de tinta e ironía. En 1993, después de poner a rodar sus trazos en revistas y proyectos propios, se cansó del cubrimiento que los periódicos occidentales le daban al conflicto de Oriente Medio y emprendió un viaje directo a Palestina, donde desarrolló su método.
—Yo hago lo que tú harías.
—¿Lo que yo haría?
—Sí. La verdad, no hay ninguna diferencia entre la forma en que hago mi trabajo y la de un reportero tradicional que hace entrevistas: hablo con la gente, tomo fotografías, llevo un diario.
No sé qué signifique llevar un diario para un periodista de guerra, pero Joe Sacco, con su voz ligera, me dice que lo usa para consignar absolutamente todo lo que pasa ante sus ojos durante los días de investigación, que sumados dan dos meses como mínimo.
—Religiosamente: todo lo que sucede durante el curso de un día y que no es una entrevista.
—¿Nada es de memoria, ninguna imagen?
—Mi memoria está fresca si tengo el diario hecho.
—¿Y luego qué pasa?
—Vuelvo a mi casa y, al cabo de unos meses, organizo las notas, transcribo las grabaciones y escribo un guion para arrancar con los dibujos, que usualmente son la parte más larga: pueden durar años.
El material se convierte al final en un cómic. Viñetas con avisos, bocadillos llenos de diálogo, escenas tiernas que evocan una sensación de niñez, de lectura inocente pero rota de manera drástica una vez llegan las pilas de cadáveres, los funcionarios, los abogados, los solados, las víctimas. De acuerdo al intelectual y crítico cultural Edward Said, profesor de literatura de la Universidad de Columbia que prologó su obra Palestina y falleció recientemente, “a excepción de uno o dos novelistas y poetas, nadie ha sido tan bueno como Joe Sacco en la descripción de este terrible estado de cosas”.
Said hacía referencia al reportaje entero sobre Palestina, un compilado de armas, hombres, niños, mujeres y salvajes.
—Mira: es muy raro que un fotógrafo saque una imagen de alguien siendo asesinado, pero no es tan raro que veas un homicidio dibujado en un cómic. Hay un límite de humanidad, por supuesto, porque tú escoges las imágenes que vas a sacar.
—¿Hay alguna escena que te mortifique haber pintado?
—No. Pero hay mucho material que se me queda por fuera.
* * *
Sacco trabaja a la usanza de quien edita los cortes de un documental. Mueve las piezas de un lado a otro, da más luz a ciertos testimonios, reconstruye la narrativa para darle peso en la balanza a lo que él considera importante para contar un fenómeno grande. “(…) En un dibujo no hay nada literal. Un dibujante de cómics ensambla elementos deliberadamente y los coloca con intención en una página. No hay en ello nada del azar del fotógrafo, que toma una instantánea en el momento justo. Un dibujante de cómics hace su dibujo en el momento en que él o ella elige. Esta elección convierte al cómic en un medio inherentemente subjetivo”, escribió para el prólogo de su libro Reportajes.
Como los elogios, las críticas a sus cómics nunca han dado tregua. Sacco tiene una guerra de principio contra la noción de la objetividad.
—Puedes ser objetivo, por ejemplo, cuando cubres un accidente automovilístico: hablas con el conductor, con el testigo. En eso no hay mucha controversia.
—¿Y no es lo mismo con todo?
—No creo. Cuando tienes en frente un asunto como lo que pasa en Oriente Medio, en Bosnia, en Irak, es difícil pretender que uno es neutral. Para empezar, si yo soy de Occidente, de Estados Unidos, yo llego con los ojos de un estadounidense, y eso es importante admitirlo.
—Entiendo, ¿pero qué pasa con la recolección de versiones?
—Mira: la principal crítica contra la objetividad que yo tengo es que puedes investigar hechos, pero nunca tendrás la historia completa.
—¿Por qué?
—Porque los hechos se cuentan de manera selectiva. Solo porque oigas a alguien decir una cosa y a otra persona decir otra no significa que la verdad esté en la mitad. Hay que saber discernir: de tu observación y de tu propia subjetividad encuentras finalmente a qué le vas a dar peso.
Para hacer Irak, Joe Sacco viajó empotrado con las fuerzas militares de Estados Unidos. A quienes cuestionaron la decisión (que terminó por darles protagonismo a los agentes de una guerra a la que él mismo se oponía) no tuvo problema en decirles que eso era justamente lo que le interesaba: “Me pareció interesante ver las cosas desde el punto de vista de los que constituyen la punta de lanza del proyecto imperialista americano”.
La subjetividad de lo que él relata a través de sus viñetas puede verse a las claras en el desarrollo de la narrativa. Sacco se pinta a él mismo en muchas escenas: hace las entrevistas, deja que la gente hable mientras observa en silencio detrás de dos espejos redondos que no dejan verle los ojos a la caricatura en que se retrata.
—Me interesa una cosa. ¿Qué debería tener prioridad en la narración del posconflicto colombiano: la verdad o la justicia?
Sacco hizo la pregunta. ¿Qué vuelta da uno para que sea él quien la responda?
—No sé si se excluyan entre sí.
—A veces buscar la justicia…
Quiso arrancar con ímpetu, pero se frenó en seco. Dudó unos segundos, tartamudeó un par de sílabas y continuó.
—Yo quisiera justicia si algo le pasa a mi familia. Quisiera que alguien estuviera en la cárcel, rindiendo cuentas. Pero a veces es mejor para una sociedad, como un todo, saber qué pasó, qué hicieron esas dos partes en conflicto. ¿Pero qué piensas tú? Yo soy un extranjero, tú vives allá.
—Ahorita hay que oír a todo el mundo, creo.
—Es una cuestión de balance. Eso es lo que tienen que buscar los periodistas. Pero les va a tomar muchos años.