Juan David llegó a Salgar buscando PACIFISTAS. El primer día se encontró las calificaciones escolares de un niño y no hizo más que buscarlo entre más de 440 menores damnificados, muertos y desaparecidos. Ayer recibió una llamada con buenas noticias. Crónica de un sobreviviente.
Un carné de vacunación, un registro civil, varias fotocopias y un certificado de estudio con las calificaciones de segundo: las notas más altas en matemáticas, ética y artística, todas en 5,0. Las más bajas en sociales y tecnología, 4,5. En un recuadro, la descripción de una profesora: “Es de resaltar su organización con los cuadernos y su capacidad artística en diferentes actividades. Se esmeró por cumplir con los objetivos propuestos. Tiene un excelente desempeño en la parte numérica y lectora”.
Habían pasado tres días desde la avalancha que arrasó buena parte de La Margarita, en Salgar. Las hojas todavía estaban mojadas dentro de una carpeta enredada entre los escombros que se arrumaban donde antes había casas.
En la primera página, una ficha académica escrita a mano. Información del alumno:
-Primer Apellido: Torres
-Segúndo Apellido: Espinal
-Primer Nombre: Carlos
-Segundo Nombre: Daniel
Carlos Daniel Torres Espinal, su mamá se llama Gladis, su papá, León Guillermo. Nacido el 22 de agosto de 2002 en Salgar, tendría 12 años, buenas notas. Un poco tímido, según su profesora: “Es un estudiante poco participativo. No darle pena compartir sus opiniones e integrarse más con el grupo”.
¿Alguien conoce a los Torres Espinal?
Nadie. Ninguno de los sobrevivientes que trataba de rescatar sus cosas del lodo en La Margarita sabía de la familia de Daniel. “Pregúntele a León Darío a ver si le suena. Él es mi hijo, es el coordinador del colegio y conoce a todos los niños”, dijo Darién Fernández, un hombre viejo, más tranquilo que los demás.
Pero tampoco. “Lo que pasa es que yo soy el coordinador académico, pero del colegio de Salgar, de la parte central, y de allá no es. –dijo el profesor que también preside la Junta de Acción Comunal- Habría que preguntarle a Alexánder, él es el encargado de la escuela del corregimiento, el problema es que yo en todo esto perdí el celular y no sé dónde puedo tener ese teléfono. Llámeme por la noche a ver si de pronto lo encuentro en una libreta o alguien me da razón del niño”. La llamada de esa noche se repitió durante varios días, mañana y tarde. Nadie conocía a Daniel.
Para ese momento, Medicina Legal ya había identificado los cuerpos de 39 víctimas de la avalancha. Entre el listado de nombres había uno que podría conducir a la familia del niño: Lina Marcela Torres Espinal.
“Hola Isabel, te escribe Juan David Ortiz de Pacifista.co, quiero pedirte un favor. Me gustaría saber si tienen en sus registros a un niño que se llama Carlos Daniel Torres Espinal. Ni su nombre ni el de su mamá, Gladis Espinal, está en los listados. Pero sí el de una persona con sus mismos apellidos: Lina Marcela Torres Espinal, debe ser su hermana”.
“Sí, a la niña la reclamaron, entonces tiene familia”, respondió Isabel, una funcionaria del Dapard, la entidad encargada de prevención y atención de desastres en Antioquia. Pero hasta ahí, no había más datos. Para entonces, el viernes 22 de mayo, cinco días después de la tragedia, en la sede de Medicina Legal en Medellín había 31 cuerpos sin identificar, 22 de menores de edad.
Salgar está de luto
Entre el jueves 22 y el sábado 24 de mayo Salgar despidió a 50 víctimas de la avalancha que cobró la vida de por los menos 93 personas. Murieron cuando la quebrada La Liboriana se represó en lo alto del cerro El Plateado y después arrasó todo a su paso en la madrugada del lunes 18.
Tres obispos oficiaron la ceremonia de las primeras 33 víctimas. “Usted sabe la fuerza espiritual que ellos tienen. Mi hermano es el padre Conrado, es el párroco de otra vereda allá en Salgar y le tocó estar en esa misa, estaba llorando como niño chiquito”, dijo Víctor, un hombre de Jericó que días después comentó la tragedia de la que no se ha dejado de hablar en el Suroeste de Antioquia.
Los 33 ataúdes viajaron en una caravana desde Medellín y se filaron en una de las calles aledañas al parque principal de Salgar. Miles de personas se reunieron a llorar a sus muertos. En ese primer sepelio el pueblo despidió a cinco Penagos, a cinco Rodríguez, a tres Rincón. “Aquí se murió un hermano mío, una hermana tuya. Aquí se murió parte de cada uno de nosotros”, dijo monseñor Noel Antonio Londoño, obispo de Jericó.
El viernes el pueblo hizo una pausa. Los operativos oficiales para encontrar más cuerpos ya se habían detenido. Unos pocos campesinos seguían insistiendo, movían escombros y escarbaban en el lodo. Esa noche, como todas las noches desde la avalancha, decenas de personas se reunieron en el parque, encendieron velas, hubo silencio.
Al día siguiente llegó otra caravana. Otros 17 ataúdes. Nueve mujeres y ocho hombres. Dos Piedrahita, dos Urrego Rueda, dos Restrepo. También llegó el cuerpo de Lina Marcela Torres Espinal.
Los niños que ya no están
“La familia nos dijo que está muerto, pero te voy a dar el teléfono”, dijo Juan, un funcionario de la Comisaría de Familia de Salgar, la oficina que ha tenido a su cargo la atención a los niños que resultaron afectados por la avalancha.
Ese teléfono del que hablaba el funcionario es de Leidy Johana Espinal, el primer contacto que decía tener noticias sobre Daniel. Es su prima, también vive en Salgar. Esa conversación fue el domingo en la mañana.
-De él no se sabe nada, -dijo Leidy- no lo han encontrado.
-Y la mamá de Daniel, ¿qué pasó con ella?
– Está bien, le voy a dar el teléfono de Patricia, una sobrina que está con ella. Incluso a ella puede mandarle la carpeta.
Daniel Arias, el comisario de Familia de Salgar, dice que hasta el fin de semana en su oficina tenían registros de más de 440 niños entre damnificados, muertos y desaparecidos. En el colegio de la parte central del pueblo se preparan para empezar a estudiar de nuevo, ocho días después de la tragedia, pero 15 estudiantes no volverán.
“No, los desaparecidos son los otros tres niños”
Patricia contestó el teléfono el domingo al empezar la tarde. Escuchó la historia de la carpeta y de lo que había dicho Leidy: “No, eso no es verdad, los desaparecidos son los otros tres niños. Carlos Daniel está bien, él está aquí con nosotros. No hemos encontrado es a los de Lina Marcela. Vuelva a marcarme en un momentico yo le paso a la mamá”.
Gladis Elena Espinal Acevedo respondió la llamada a los pocos minutos: “Yo fui la primera que desperté de los tres que habíamos ahí. Escuché un sonido muy horrible, me paré de la cama y cuando levanté a Daniel y al papá para que nos fuéramos ya me estaba llegando el lodo hasta la cintura. La casa tenía el techo muy bajito, entonces alcancé a levantar una teja y nos salimos por detrás”.
Los tres alcanzaron a escapar. Minutos después la casa desapareció en medio de la avalancha. Igual que la de Lina Marcela, ubicada en otro punto del caserío. Ella no pudo salir. Murió junto a su esposo, su cuñado y sus cuatro hijos. Tres de ellos: Jesús, Kimberly y Kevin, siguen desaparecidos.
Gladis espera noticias de sus nietos, pero Daniel está vivo. Cumplirá 13 años en agosto. “Es que no le daban razón de nosotros porque apenas llevamos tres meses en La Margarita. El niño no había tenido la oportunidad de volver a estudiar porque nos hemos movido bastante. Yo me vine de Ciudad Bolívar porque allá no había en qué trabajar. Llegué aquí y cogía café con mi hijo, me estaba yendo bien (…) ¿Cómo es él?, es un niño muy juicioso e inteligente para estudiar. Usted tiene la carpeta, usted mismo puede mirar. Fíjese y verá que las calificaciones son muy buenas”.
Este lunes la carpeta va camino a Salgar. Está de regreso en un bus de una flota que no quiso cobrar por la encomienda.